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Segundas oportunidades
Autora: Gabi
Capítulo:27
Después del nacimiento de Meghan, Dante había empezado a usar la muy común frase de que los hijos te cambian la vida.
Siempre pensé que era algo trillado que, de alguna forma, los padres usaban para escudarse de sus cambios repentinos. No encontraba sentido que, si te gustaba hacer algo, dejaras de hacerlo por el simple hecho de traer un engendro más a este planeta.
Ahora, me encontraba en mi garaje viendo algunos de mis artículos viejos que, desde que los niños habían llegado a mi vida hace diez meses, no había siquiera vuelto a ver.
Era el domingo luego de la fiesta de cumpleaños de Lautaro y los niños seguían jugando con los nuevos juguetes de Lautaro, incluso Viviana se había unido al grupo para mi sorpresa luego de que Marcos tomara camino de vuelta a casa.
Paula había tenido que ir desde temprano al restaurante y yo pensé que era el día perfecto para volver a entablar algunos de los proyectos que había tenido en el olvido. El verano vendría pronto y la piscina seguía en la deplorable condición en la que la había encontrado cuando compre la casa.
“¿Gabriel?” La voz de Viviana llamo mi atención, dejando una de las cajas sobre mi pequeña mesa de trabajo.
“Dime, cariño.”
“Tenemos algo de hambre y-“
Antes de que la muchacha contestara, la voz molesta de Logan contesto. “Quiere cocinar.” Un tono de acusación entro en su voz, y al voltear a verlo pude notar la molestia en el rostro de la mayor y el enojo en el menor. Los dos más chiquitos viendo todo como dos pequeños espías.
“No le veo nada de malo, Logan.” Le dije tranquilamente, “De hecho, hay algunos sobrantes de la fiesta de ayer. Talvez Viviana pueda calentar algunos y tú le ayudas a poner la mesa.” Dije tranquilamente, sacando una nueva caja. Paula tenía razón, debía encargarme de ese desastre de garaje.
“¡No!” Grito Logan molesto, “¡Las reglas dicen que no podemos estar en la cocina si no es contigo o la Srta. Andoni!”
No supe al instante que me asombro más, si el hecho de que llamara a Paula tan formalmente o que se rehusara a algo tan sencillo. De hecho, esa regla la habíamos puesto luego de una pequeña quemadura que Logan tuvo al tratar de encender la estufa.
Tenía estufa de gas, y la llama se había descontrolado un poco. Me había sacado el peor susto de todos, y Logan se había llevado la peor parte. Había sucedido cuando “trabajaban” para mí, y había puesto esa regla para los tres. Nadie en la cocina sin un adulto presente.
La diferencia era que, bueno, sabia Viviana podía cocinar. De hecho, cocinaba mejor que yo…en realidad hasta Daniel podría cocinar mejor que yo. No creía en las tonterías que era por ser mujer o algo así, pero si por la diferencia de edad y experiencias.
“Eso es tonto.” Respondió Viviana, cruzándose de brazos. “Cocino constantemente donde Paula. De hecho, hasta le he ayudado a Gabriel.”
“Logan, cariño…Viviana es mayor y-“ No pude terminar de hablar cuando Logan se dio media vuelta y se fue, dando un portazo a su habitación.
Solté un suspiro y decidí dejar que el tiempo calmara la pequeña tormenta. Si subía a hablar con Logan ahora sería peor para su pequeño traserito. “Calienta la comida, Viviana.” Le instruí, “Deja mi plato y el de Logan aparte.”
“Papi, ¿vas a castigar a mi manito?” Pregunto Daniel, caminando hacia mí y queriendo ver que tenía en las cajas. Al ver que estaban muy en alto, decidió que simplemente trataría de escalarme como si fuera un árbol, por lo que termine tomándole en brazos. De esa forma podría controlar si él quería tocar algo que no.
Por un instante me extraño el calor tan…extraño…que salía de mi niño, pero al verlo tan tranquilo lo tome como paranoia mía. “Dejemos que se calme, cariño.” Le dije tranquilamente, sobando su espalda cuando simplemente se recostó contra mi pecho, dándome un puchero al impedirle que pusiera su dedo en su boca. Por muy dulce y tierno que se viera, no era un habito que quería fomentar en él.
Mientras que Viviana se marchó, seguramente a la cocina, Lautaro camino hacia mí, parándose en puntillas para ver la caja, curioso al igual que Daniel. “¿Qué es esto, papi?” Pregunto, su cabeza ladeada, su mirada llena de intriga.
“Herramientas.” Le dije, tomando el sobre aquel lleno de viejos papeles. “Herramientas, papeles viejos, y cosas que no tenía ni idea estaban aquí.”
“Vamos a legrar algo?” Pregunto Daniel, incorporándose un poco y restregando su ojo. Alguien debería de tomar una siesta después del almuerzo.
“De hecho, sí.” Le dije, dejando se sentará junto a la caja. Al ver esto, Lautaro intento hacer lo mismo del otro lado por lo que simplemente le tome por las axilas y le auxilie. Lo último que quería era que le diera vuelta a la mesa accidentalmente.
Dejando a los niños sentados, nuevamente tome el sobre polvoriento aquel. Estaba un tanto arrugado, y no recordaba muy bien que exactamente habia en el. Saque todos los papeles, tirando el envoltorio a un lado de Lautaro que para ese momento ya se encontraba moviendo un poco lo que había dentro de la caja, mientras que Daniel tenía su dedo de vuelta en su boca.
Le di un vistazo a los papeles, y en cuanto vi el titulo sentí como mi pecho se contraía, como si una mano gigante no solo había agarrado mi tráquea exprimiéndola, pero como si hielo me entrara en el corazón.
Acta de Fallecimiento
Mary Alexandra Bellucini
28 años de edad
Embarazada
Número de Seguro de Vida
Ahora lo recordaba. Eran todos los papeles del accidente, junto con la información del seguro de vida de Mary, los reportes médicos de la que había sido mi esposa, los papeles de venta de nuestro condominio y otros más.
“¿Papi?” La voz de Daniel me saco de mi aturdimiento. Me miraba con el ceño fruncido, y siendo el terrón de azúcar que era, extendió sus brazos hacia mi pidiendo le cargara.
Antes de tomarle en brazos, volví a tomar el sobre y metí bruscamente aquellos documentos. Quería tirarlos lo más lejos posible, pero me contuve. Cargué a Daniel, poniéndole prácticamente sentado en mi cadera, algo con lo que ahora me encontraba completamente acostumbrado, y vi los papeles aquellos.
Talvez era hora de que enfrentara mi pasado, lo mejor era que de una vez por todas enfrentara mi pasado, y así como había enterrado el cuerpo de Mary debía de una vez por todas enterrar todo aquello que todavía me ataba a ella. Jamás podría dejar de amarla, ni a ella ni aquel pequeño que nunca logro nacer, pero amaba a Paula y a los niños, y si quería ser lo mejor para ellos no podría hacerlo con el equipaje que había querido guardar.
Deje los papeles donde Daniel había estado sentado, para evitar que Lautaro los tomara, y saque algunas de las herramientas que había andado buscando. Sabía que nuevamente mi cuenta sufriría un poco, pero o reparaba la piscina y terminaba de arreglar el patio trasero o tendría que de alguna forma deshacerme de ella.
Lautaro pareció aburrirse de ver lo que había y salto de la mesa para salir hecho un cohete. Seguramente iría a ayudar a Viviana. Si mi hijo no terminaba siendo chef, terminaría teniendo un restaurante. Si había algo que Lautaro amaba era la comida.
Teniendo lo que quería de allí, puse las solapas de la caja en su lugar nuevamente y me volteé. Habían alrededor de trece cajas amontonadas, todas llenas de polvo. También estaba el viejo sofá que vino con la casa, ese mueble que, sinceramente, todavía me preguntaba como había podido dormir en el tanto tiempo.
El garaje no era muy grande, pero bien arreglado podría guardar mi auto allí en vez de tenerlo afuera bajo el sol, lluvia y nieve todo el tiempo. Estaba por poner a Daniel en el suelo cuando este tosió. Solo fue un par de veces, pero me alarmo un poco.
“¿Te sientes bien, hijo?” Pregunte, poniendo mi mano en su frente. Se sentía algo tibia, pero no creí tuviera una fiebre tampoco.
Daniel solo asintió, viendo el resto de cajas con curiosidad. No quería ser uno de esos padres alarmantes que se desquician si ven que su hijo se rasca la cabeza, por lo que decidí tomarlo como paranoia.
Quise poner a Daniel en el suelo, pero este apretó su agarre en mi camisa soltando un pequeño quejido. Bien…talvez tomarle la temperatura no sería tan paranoico…además de que ya había pasado suficiente tiempo para hablar con Logan.
Al pasar por la cocina vi a Lautaro y Viviana riendo mientras observaban un video en el celular de la mayor. Los platos del almuerzo sobre la encimera mientras algo giraba en el microondas.
Rápidamente subí a mi habitación y tomé el termómetro del pequeño mueble donde guardaba este y otros medicamentos para los niños. Era un simple termómetro digital el cual solo debía poner en la oreja del menor, nada como el fiasco de mi primera compra la cual no quería ni recordar.
La temperatura de Daniel estaba más que normal. Seguramente lo único que tenía era sueño y cansancio rezagado. “¿Tienes hambre ya?” indague.
El asintió, y esta vez sí hizo por bajarse y caminar. Accedí a su silenciosa petición y simplemente camino hacia la salida, seguramente hiendo en busca de comida.
Al guardar el termómetro me quede un momento observando aquel organizador. Jamás creí tener un botiquín para niños en mi hogar. SI bien tenia uno para adultos a mano siempre, no pensé tener uno en las que las curitas tendrían perritos, dinosaurios y estrellas.
Esto ocasionó que observara todo a mi alrededor. Sobre el mueble solían estar mis llaves, cargador de móvil, y a veces una navaja de bolsillo o alguna herramienta que había olvidado poner en su lugar.
Ahora era el hogar de varias cremas, algunos perfumes, una…bandeja o plato…con algunos aritos, pulseras o algo similar a ello. Además, en algún momento, Paula había puesto un pequeño florero con flores. No sabía si eran artificiales o verdaderas desde donde me encontraba. No solo eso, pero había una retratera con una foto mía y de los niños, tomada en el cumpleaños de Logan.
Esto último me hizo fruncir el ceño. Si bien le había tomado algunas fotos a los niños, tampoco las había impreso ni mucho menos. No solo era mi gavetero, el cual parte pertenecía a Paula también, que había cambiado, pero el resto de mi habitación.
Mi cama no solo tenía las dos almohadas que había comprado en un principio. En algún punto ella había agregado almohadones. Era el mismo cobertor azul obscuro que siempre había tenido, pero ahora almohadones en naranja, lila y…beige, talvez…adornaban mi cama. Y no almohadones cualesquiera, tenían patrones con flores, rayas y círculos. De alguna forma se miraba bien, pero jamás se me hubiera ocurrido agregarlos. Ni siquiera los usábamos para dormir, así que en realidad no entendía el punto de ellos.
A mi habitación, en algún punto, también se le había agregado una alfombra que contrastaba perfectamente con mi cama. Ni siquiera tenía que entrar al walk in closet para darme cuenta que casi la mitad pertenecía a Paula…mientras que más de un tercio permanecía vacío.
Salí al pasillo, y allí vi que no solo era mi habitación la que había cambiado. Obviando los juguetes esparcidos de los niños, que no eran muchos, y un calcetín de Lautaro que por algún motivo estaba a mitad de camino, había objetos que ciertamente no había comprado.
Claro ejemplo de ello era una mesa con algunas retrateras en ella y unos floreros. Al menos eso creía yo que eran, parecían floreros, aunque estaban vacíos. No sabía el propósito de ellos, en realidad no había mucho que se pudiera guardar en ellos.
Recordé las palabras de Viviana, diciendo que deberíamos mudarnos juntos y repare en que Paula pasaba más días de la semana aquí que en su propio departamento. Era evidente que su toque estaba por todos lados.
Me hubiera gustado hablar con ella y pedirle se mudará del todo a casa, pero no sabía si ella estaba lista para ese paso. No sabía que tanto quería ella que progresara la relación…aunque tenía que ser muy ciego o muy idiota para no ver todas las señales.
Hice una nota mental de hablar con ella esa noche, pero por ahora me dirigí al cuarto de Logan. Suspiré al ver a Logan sentado en su silla de escritorio, pero pronto me di cuenta que no era enojo lo que tenía. Sus ojos estaban rojos, y las lágrimas corrían libremente por sus cachetes. No sabía porque lloraba, pero intuía era más que el hecho que Viviana calentara el almuerzo.
Sin mediar palabra, entré y me pare junto a él, poniendo mi mano sobre su cabeza y haciéndole caricias. Se apartó de mi bruscamente, dándome una mirada fulminante para luego acostarse en su cama dándome la espalda.
Suspire, viéndole por un momento. No recordaba haber hecho esas rabietas a su edad, pero tampoco podía comparar mis vivencias con las de él.
“Logan,” llame con suavidad. Aunque no me había gustado su actitud anterior, mi propósito era hablar con él y llegar al porqué de su actuar. El niño simplemente se enrosco aún más ante mi llamado.
Caminé a su cama y me senté a un lado evitando tocarle por un momento. Si algo había aprendido en estos meses de mi niño era que cuando se molestaba lo último que quería era ser tocado.
“¿Porque estas molesto?” Pregunte tranquilamente, pero el no dijo nada, simplemente se corrió un poco más. Me pregunte si era ideal forzarlo a hablar, o si debía darle su espacio y retirarme. Pero cuando estuve a punto de hacer esto último, él se giró un poco para verme. En ese momento supe que no solo estaba molesto, parecía estar dolido.
Mi niño estaba celoso. Sentí que me deshacía de ternura. Nunca pensé que Logan, de todos mis pequeños, fuera el que se pusiera celoso. Irme seria el peor error en esos momentos, así que simplemente me acosté a un lado suyo, estirando mi brazo para que tuviera apertura a acercarse a mí.
Mi otra mano la puse sobre mi estómago, mis dedos tamborileando tranquilamente. Aunque al principio Logan no se inmuto, pude ver como volteaba a verme con lo que él creía era gran disimulo. Me miraba y luego volteaba su cabeza rápidamente como queriéndome hacer creer que no había pasado.
Me moví un poco, haciendo que se tensara, pero lo único que hice además de hacer grandes parapetas de que me acomodaba mas era poner mi brazo cerca de su cabeza y girarme para abrazarle en cualquier momento.
Su expresión molesta cambio por una de confusión, pero basto para que se girara un poco y me viera. “Hola.” Le dije simplemente, con una sonrisa. “Tienes una cama muy cómoda.” No sabía que más decirle.
“¿Qué haces?” Su pregunta iba cargada de confusión.
“Me acomodo.” Le dije como si fuera lo más común del mundo.
Logan no dijo nada, solo levanto una ceja de una forma tan peculiar. Era de la misma forma que Michael lo hacía…de la misma forma que yo le había aprendido a Michael. Esto último me hizo sonreír, amándolo aún más si eso era posible. Nunca me había sentido tan orgulloso por algo tan rutinario.
Logan solo frunció el ceño, poniendo un pequeño puchero en sus labios. Impulsivamente, me acerque y le bese la frente, llevando mi mano para hacerle un cariño en su cabello desordenado. “¿Qué te pasa, mi vida?” Pregunte, a lo que su puchero se agrando.
“Gaaabrieeeel!” se quejó, dándose vuelta completamente para esconder su rostro en mi pecho.
“Aquí estoy, campeón.” Le dije tranquilamente, apretando mi abrazo y besando su frente. “¿Me vas a decir que pasa?”
Casi pude sentir como frunció el ceño, negando con su cabeza enfáticamente. No quise presionarlo más, así que simplemente me quedé tumbado a su lado hasta que él se removió un poco, saliendo del abrazo y sentándose a mi lado.
Por primera vez note que poco a poco sus características y aspecto iban cambiando, dejando atrás su niñez y viéndose un poco mayor. En los últimos dos meses había tenido que comprarle pantalones dos veces, y ahora sentado notaba que los que usaba le quedaban cortos nuevamente.
Aunque talvez nunca tendría la altura ideal, o la que genéticamente debería de tener, como me lo había explicado el médico, era evidente que su cuerpo empezaba a desarrollarse, cosa que me alegro mucho.
“Creo que…creo que talvez hay algunas reglas que podríamos revisar nuevamente.” Hablé antes de pensarlo, y por un breve instante pensé que talvez me había equivocado. Logan no sería un niño por mucho tiempo…de hecho, era un adolescente, y aunque, al igual que Viviana necesitaba limites, había sido un iluso al pensar en darle las mismas normas que sus dos hermanos menores.
El muchacho no me respondió, pero si levanto su vista de su móvil y frunció el ceño, algo incierto en mis palabras. Le di una sonrisa y me senté, palmeando a mi lado para que tomara asiento el también.
“Si te gusta la cocina, talvez puedas pedirle a Paula y Viviana que te enseñen lo que saben.” Le explique, “Yo puedo enseñarte lo poco que se, también, para que cuando tú lo desees puedas cocinar por ti mismo.” Después de todo, algún día viviría por sí mismo y debía saber cuidarse del todo a todo.
“Se cocinar mejor que tú.” Me dijo, achinando un poco los ojos, pero la sonrisa que se le escapo me dijo estaba bromeando.
Me reí un poco, revolviéndole el cabello. “¿Qué te parece si esta noche le ayudas a Paula a hacer la cena?”
Mordió su labio un poco, ladeando su cabeza y viéndome algo nervioso. “Y si lo hago mañana?” Levante una ceja, esperando entusiasmo en vez de querer posponerlo. “Carlos nos invitó a mí y a Mathew a pasar la noche en su casa…su papá salió de viaje y le dieron permiso…y mañana no hay clases.”
Por un momento me sentí aturdido. Desde que habían venido de casa de los Gullier, apenas siete meses atrás, no habían pasado una sola noche lejos mío. Estuve a punto de negarme, pero al ver la carita de esperanza, esos ojitos de cachorro apaleado, solo pude suspire y asentir.
“Está bien, pero primero quiero hablar con la mamá de-” Antes de poder continuar Logan soltó un grito de alegría y se tiro a darme un gran abrazo, dándome las gracias una y otra vez.
No había reparado que tan importante era para mi niño, pero simplemente le abrace de vuelta, gozándome en su propia alegría.
El resto de la tarde paso muy tranquilo, aunque logre que Daniel durmiera una siesta. El pequeño no se quiso despegar de mi lado los momentos que estaba despierto, lloriqueando por todo, y no sabía si estaba mimado o se sentía mal realmente. Volví a tomarle la temperatura, pero todo estaba normal, así que simplemente me armé de paciencia para ello.
Mientras Lautaro y Viviana miraban una película del estudio del ratón, Logan se preparaba para pasar la noche fuera, corriendo de un lado a otro y viendo que llevaría consigo. Probablemente lo último que metería en su mochila era ropa, pero deje que se divirtiera por ahora.
Aunque quería terminar en el garaje, me era un poco imposible con Daniel ya sea sentado en mi cintura o pegado a mi pierna como un pequeño koala. Para cuando llego la hora de ir a dejar a logan, me di cuenta que no solo tendría que hacer eso, pero que Logan me había voluntariado para pasar por su otro amigo y llevarlos a la casa del dichoso Carlos.
Aunque pude sentir algo de molestia, fue acallada rápidamente con el pensamiento que, de hecho, era la primera vez que Logan conscientemente me pedía algo para él, algo que de hecho no beneficiaría a sus hermanos ni directa ni indirectamente.
Por ese simple pensamiento, me dirigí alegremente a servirle de chofer a mi niño mayor, llevando conmigo a Daniel quien por supuesto rechazaba la idea de separarse de mí.
Al regresar a casa, con Daniel nuevamente en brazos, me encontré con una Paula un tanto frenética. Aunque el televisor estaba encendido, tanto Lautaro como Viviana observaban la cocina de donde se podía escuchar como abrían y cerraban las puertas de los muebles y gavetas, dejando caer algo de aluminio y soltando un improperio que hizo que Viviana soltara una risita mientras que Lautaro abrió los ojos como platos. Daniel, por su parte, frunció el ceño y volteo a verme "dijo una mala palabra" Me informo, como si no le hubiera escuchado.
Viviana rio un poco mas, su mirada picara ante las palabras del más chico.
"Eso significa que podemos "
“Ni se te ocurra, jovencita.” Le dije, imaginando por donde iba y dejando a Daniel frente al sofá para irme a enfrentar a la fiera que pronto acabaría con la cocina la cual ella misma había armado.
Al entrar vi como Paula murmuraba, pareciendo insultar a alguien mientras limpiaba algún tipo de líquido que había derramado en el suelo. Sobre la estufa estaba algo quemado, diversos platos sucios y lo que creía eran dos vasos quebrados, todos los pedazos de vidrio juntos esperando a ser recogidos.
No solo era evidente la furia en el rostro de mi amada, pero las lágrimas que peleaban por escapar en contra de la voluntad de la propietaria de esos bellos ojos evidenciaban que había algo más allá de ira. Así que, sin decir nada, simplemente caminé al pequeño armario donde por lo general guardábamos la escoba y otros productos de limpieza y me puse a recoger el vidrio.
Fue hasta que cayeron en el recipiente de basura que ella pareció salir de su estupor y darse cuenta que no estaba sola. Se giró y por un momento solamente me vio. No dijo nada, solo mordió su labio en un intento por no llorar, dejando caer dos lagrimas traicioneras las cuales limpio de su rostro algo violentamente.
Había mucho que quería decir, y la verdad solo quería abrazarla, pero temía meter la pata. Con Mary lo mejor era darle su espacio cuando estaba así, lo había aprendido a las malas. Con Paula todavía no sabía que debía hacer…Michael siempre decía que cuando Melissa se molestaba él la hacía reír, o le llevaba su postre favorito. Una prueba más de que las mujeres eran un enigma.
Paula solo me vio, suspiro y apretó los puños. Antes de poder abrir mi boca me tiro un trapo el cual ataje en el aire. “Limpia allí.” Me ordeno, señalando el líquido derramado el cual creía era aceite de algún tipo.
“Si, amor.” Dije solamente, tomando toallas de papel para que absorbieran aquel desastre. Ella no dijo nada, pero la podía oír murmurando. Termine de limpiar el líquido, así que, sin que me lo pidiera simplemente empecé a lavar los platos, pensando en que talvez no caería mal invertir en una lavadora de platos.
Cuando puse el ultimo tazón, uno de carritos que pertenecía a Daniel, en el escurridor ella se giró a mí y antes de que pudiera siquiera secarme las manos se abalanzó en un fuerte abrazo, escondiendo su rostro en mi cuello y dejando caer varias lágrimas.
Tratando de no mojar su camisa o cabello, aunque sabía poco le importaría, le abrace con fuerza. No sabía que había pasado, pero sea lo que fuera nunca la había visto así. Estuvimos abrazados por varios minutos hasta que finalmente me soltó un poco, limpiando sus lágrimas con los puños como lo hacían nuestros hijos.
Dándole una suave sonrisa, y con mis manos ya un poco secas, le limpie sus lágrimas suavemente un tanto perdido en que decir.
“Vas a pensar que estoy loca.” No pude evitar sonreír ante sus palabras.
“No, amor.” Le dije, dándole una sonrisa algo picara, “Eso lo supe desde que te conocí.”
Por un momento solo me vio, y creí la había embarrado nuevamente, pero luego soltó un bufido muy poco femenino lo que la hizo soltar una carcajada. No sabía si reírme con ella o simplemente disculparme.
Antes de poder hacer alguno de los dos, ella simplemente se estiro y me dio un beso en los labios, de esos fugaces como las estrellas, y luego se giró para ver el desastre que todavía quedaba en la cocina.
“Creo hoy sería buena idea comprar comida.” Le dije, encogiéndome de hombros. “China podría ser.” Le dije, sobándole el hombro.
Ella solo rio, viendo el desastre que había dejado a su alrededor. “Sería lo mejor.” Me dijo, viéndome con ojos tristes, “Arruine mi hoya favorita.”
Simplemente la jale a un rápido abrazo, besando la coronilla de su cabeza. “Podemos ir de compras luego.” Y me arrepentiría probablemente de esa promesa, pero haría cualquier cosa por verla feliz.
Por un momento estuvimos nuevamente abrazados, y pude sentir como poco a poco ella se iba relajando hasta que finalmente se separó de mí. “Hoy llamo mi madre.” Me dijo, su voz seria, sus hombros tensos.
No entendí mucho su reacción. Sabía que ella y su madre, de la cual apenas había visto una vieja fotografía, no se llevaban muy bien, aunque no conocía los detalles.
“¿Paso algo grave?” inquirí por su reacción.
Encogiéndose de hombros, ella saco una bolsa de basura y empezó a meter algunos envoltorios en ella y lo que había sido una paila y ahora era plástico a medio derretir. “Se podría decir que no, pero para mí si lo es.” Me dijo con tono derrotado. “Se le ocurrió que debía visitar. Vio una de las fotos que subí de todos nosotros y quiere saber porque estoy involucrada con niños que no son mi familia y un hombre extraño.”
Fruncí el ceño, creí que ella le había contado a su madre o hermana de nosotros…o eso esperaba. Antes de que pudiera preguntar ella contesto mi duda. “No le había dicho nada porque sabía qué pensaría en venir y…bueno…es lo último que en realidad quiero.” Me dijo, encogiéndose de hombros. “Ella no es mala, Gabriel…simplemente es…bueno…¿es difícil?”
Asentí, un tanto confundido tanto con sus palabras como con la reacción de ella. “¿Y cuándo planea venir?”
“Dijo que probablemente el miércoles o jueves. Claro, sabe que esos son los días con mayor auge para mí. Siempre se lo he dicho, hasta la abuela se lo decía.”
Antes de poder preguntar más, Daniel entro a la cocina, viendo con ojos algo grandes el desorden, pero dirigiéndose directamente a Paula. No dijo nada, simplemente extendió sus bracitos para que esta le levantara.
“Mi bello,” Le dijo ella, abrazándole con cariño y besando su regordete cachete.
“Toma.” Le dijo, dándole un dulce, sin envoltorio, y que sinceramente no quería saber dónde había estado. Paula solo sonrió, dirigiéndose con ternura y tomando el dulce.
“Gracias, amorcito. Lo comeré después de la cena.” Le dijo, a lo que el niño asintió y se acurruco contra ella.
Esa noche, acurrucando a Daniel y Lautaro que habían decidió hacer su propia pijamada con papá, me encontré pensando en las palabras de Paula. Después de que Daniel nos interrumpiera no habíamos podido hablar nuevamente en su madre…mi suegra. A decir verdad, para mí el dicho de una mala suegra solo era eso, una leyenda. Después de todo, Ana era un amor de persona, aunque Dante…bueno…solo de recordar los encuentros entre él y su suegra me hacían estremecer. No era nada bonito.
Aun así, decidí que talvez solo debía darle tiempo, talvez Paula simplemente se estaba ahogando en un vaso de agua.
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