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lunes, 15 de febrero de 2021

Sorpresas de la vida, capítulo 4


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 Sorpresas de la vida

 Autora: Terry y Katerin

 Capítulo:4 atando lazos 

 

 




Facundo, antes de ir al hotel, llevó a Leonardo a un centro comercial, le compró algo de ropa y zapatos y también se paró en una hamburguesería a comer con el niño, a quién previamente le había preguntado qué quería come y le dijo hamburguesa. Leonardo aún no se lo podía creer cómo Facundo pudo arreglar las cosas para por fin sacarle de allí. Las otras cuidadoras no eran malas pero Etel al parecer le tomó manía, pero por fin estaba con aquel hombre que lo había defendido de aquella mujer a capa y espada.


  • Bueno, creo que ya es hora de volver al hotel – Le dijo Facundo y a Leonardo se le notó en la cara que no quería, pero se quedó callado. No quería pedir nada más a Facundo. Ya le había comprado mucho y no quería parecer abusivo – Y esa carita? – Le preguntó el muchacho al ver que Leo perdió la sonrisa y miraba al suelo – Qué  sucede?

  • Nada – Respondió, observando a Facundo por unos instantes.

  • ¿Me podés decir qué pasa? No me voy a enfadar – Le animó el mayor, Leonardo lo miró con pena pero le contó lo que sentía.

  • No quiero volver aún. En la casa hogar casi no salíamos y no quiero estar encerrado aún, quiero que vayamos a más sitios –  Facundo sonrió para ocultar la tristeza que quiso invadirlo. Le daba pena los niños de la casa hogar. En verdad no podían disfrutar de mucho, pero trató de que su pesar no se reflejara en su rostro.

  • ¿Y dónde te gustaría ir? – Preguntó, pero el niño se encogió de hombros – vamos, decime ¿qué querés hacer? – Leo alzó la vista y fijó sus ojos en los del hombre. El he hecho de que a Facundo le importara su opinión, lo hacía sentir importante –  Dale, Leo. Mirá que yo no conozco nada de ésta ciudad. ¿Dónde te gustaría llevarme? – Motivó el artista, acomodando un brazo sobre los hombros del adolescente. Y no pudo contener una sonrisa al ver el brillo que iluminó la mirada del niño ante sus ojos.

  • ¡AL ZOOLÓGICO! – Respondió, dando un saltito de entusiasmo.

  • Pues así va a ser. Voy a llamar a un taxi y vos le das las indicaciones, ¿ok?!.

  • ¡Sí, sí, sí! – Decía dando pequeños saltitos y por último se abrazó a la cintura del mayor.


Facundo, al principio, no supo qué hacer por la sorpresa, pero reaccionó en un instante y le correspondió el abrazo.

Así abrazados, salieron a la calle y Facundo paró al primer taxi que vio en la vía y le dijo la dirección del hotel. A Leonardo se le borró la felicidad de la cara, pero Facundo, al darse cuenta, se lo aclaró al instante.


Leo, quitá esa cara que sí vamos a ir pero primero vamos a dejar todas estas bolsas. No podemos ir cargados con todo –  Leonardo le sonrió a Facundo y cuando volvieron al taxi, empezó a darle la dirección y, muy entusiasmado, le iba diciendo por dónde tenía que ir, aunque por supuesto no hacía falta ya que, como cualquier taxista, éste se sabía todas las direcciones de la ciudad.


Al llegar, había una fila no muy larga para pagar la entrada, lo que causó que Leo se impaciente un poco y Facundo lo tuvo que calmar un par de veces, diciéndole que iban a entrar de todas formas. Al ingresar, fueron a ver todo lo que Leonardo pedía. Pero cuando Facundo vio la sección donde estaban los reptiles, le dio curiosidad por entrar y se lo propuso a Leonardo y, aunque a éste no le gustaban, no dijo nada. No pudo hacerlo al ver la cara del mayor que quería entrar. Pero cuando iban avanzando, viendo uno que otro reptil, Leo entró en pánico, se abrazó al mayor y empezó a llorar. Le temblaba todo el cuerpo. Facundo lo sacó de allí inmediatamente.


  • Sssshhh, ya, ya estamos fuera – Le decía, acariciándole la espalda, dándole besos en la cabeza para que se calmara – ¿Por qué no me dijiste que le tenías fobia a los reptiles? –Leonardo sacó la cara del pecho Facundo y lo miró con pesadumbre.

  • Porque tú querías verlas y no quería que me dijeras miedoso – Facundo subió las cejas.

  • Oime, yo nunca te diría eso, eh?! Además, todos le tenemos fobia a algo, unos a la oscuridad,  otros a las alturas o a otros animales, por eso no tenés que hacer nada que te moleste o dé miedo, no tenías que entrar si no querías. Yo no te iba a obligar – Aseguró, levantándole la carita para así mirar al par de ojitos enrojecidos, que ya comenzaban a secarse, Leo ya estaba más tranquilo así que el mayor le preguntó – ¿Dónde querés ir ahora?

  • A ver los delfines – Dijo, limpiándose las lágrimas de sus cachetes con sus manitos. Un gesto que ante los ojos de Facundo resultó tierno en demasía, pero que al par de muchachos que observaban casualmente la escena les pareció muy cursi y no se privaron en hacérselo saber al menor.


Los adolescentes de algo más de 16 años estaban viendo las boas cuando escucharon los sollozos de Leo y decidieron seguirlos hasta afuera.


  • Qué marica, llora por unas serpientes – Espetó uno de los jóvenes, mientras que el otro sonreía burlonamente.

  • Es un nene de papá, Javi, ¡qué esperabas! – Añadió el otro chico, mirando con desprecio al niño que, instintivamente, se iba acercando más al cuerpo del pintor.

  • ¡Llorón! Bebé llorón! – Arremetió  Javier, causando una gran tristeza en Leonardo, quien simplemente atinó a aferrarse a la cintura del mayor para esconder su rostro tal y como lo había hecho hacía unos instantes.


Facundo apretó los labios, contrariado por la actitud insolente y abusiva de los adolescentes. Quería gritarles unas cuantas cosas, pero eso sería ponerse en el mismo nivel de los críos maleducados y no quería darle un mal ejemplo a su niño.


  • Shhhhh, Leo. Ya está, shhhhh!! – Susurró cariñosamente, mientras subía y bajaba su mano por la espalda de la criatura.


Leonardo quería dejar de llorar y lo estaba intentando, pero realmente no podía. Su corazoncito acelerado dolía de solo imaginar lo que Facundo estaría pensando al verlo llorar como un mocoso miedoso y sus brazos se aferraron a su torso, como en un (al menos para él) necesario esfuerzo por impedir que lo dejara. Pero el artista ni siquiera tenía intenciones de soltarlo y un beso en la cabecita del niño trajo algo de paz a Leo.


  • L-lo siento! – Murmuró acongojado y con vergüenza. Su voz ronca, apenas podía escucharse desde el pecho del hombre que, en ningún momento aflojó sus brazos.

  • Shhhhh, no tenés nada que sentir, cariño – Aseguró Facu, mirando por primera vez a los adolescentes que continuaban riendo con una seriedad que poco a poco les hizo perder la sonrisa.

  • No sé por qué creen ustedes que es gracioso burlarse de la gente, pero no les voy a permitir que molesten otra vez a Leonardo. Acaso no les enseñaron buenos modales sus padres?, o es ¿que en sus casas acostumbran a burlarse entre sí? – pregunto muy enojado pero tratando de no gritar más por Leo que por las apariencias que buena gana tenia de jalarles las orejas; Javier fue el primero en contestar, haciéndose el gallito

  • En mi casa, mi padre nos enseñó a ser hombres y no niñitas lloronas como su hijo – Contestó el muchacho.

  • Tener miedo a unos animales como los que están allí dentro no te hace menos hombre, jovencito. No sé qué te enseña tu papá, pero está equivocado y vos también.

  • Pues debería darle vergüenza que su hijo llore como bebé por ver unos lagartos – Repuso el otro muchacho, amargando aún más al artista; en sus años de adolescente, había enfrentado decenas de veces las burlas y los ataques de sus compañeros a causa de su forma de ser y ver el mundo. No quería eso para el niño que abrazaba.

  • Y a vos debería darte vergüenza meterte con alguien menor que vos – Respondió Facundo


Y cada vez más enfadado justo en el momento en que un empleado de seguridad se acercaba al pequeño grupo.


  • Buenas tardes. ¿Está todo bien aquí? – Preguntó al ver la molestia en el rostro del hombre de rastas.

  • Buenas tardes. En realidad, no, estos muchachos están molestando a mi hijo – Contestó molesto. Leonardo levantó la cabeza ante ése “hijo” dicho de los labios de su protector. Acaso había escuchado bien?! Los ojos de Facundo pronto se encontraron con los suyos. Sabía que iba a causar esa reacción, así que le regaló una sonrisa y le acarició los cabellos.


El guardia vio al niño que se escondía entre los brazos del hombre y suspiró. Veía situaciones como éstas a diario, mocosos maleducados y soberbios molestando a niños inocentes. Con un movimiento de cabeza, les indicó a los adolescentes que circularan en la dirección contraria a la del "padre con su hijo".


  • Shh, Leo, ya! No tenés que ponerte así, no les hagas caso – Le dijo Facundo dándole un beso en la coronilla.

  • Es que vas a pensar que soy un cobarde – Facundo alzó una ceja.

  • ¿Por qué tendría que pensar eso? Sabés?! A mí me dan fobia las arañas y mirá que son chiquitas y las podría aplastar con mi pie, pero me da escalofríos nada más verlas – Leonardo soltó una risita, dejando en el olvido el mal rato que vivió. Facundo pasó su brazo por los hombros de niño y lo instó a ponerse en marcha – Ahora vamos que aquí hemos venido a divertirnos


Y así lo encaminó hacia los estanques para ver el espectáculo de los delfines, disfrutando de la felicidad que el niño destilaba por la ilusión de ver por primera vez a un delfín.


 


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