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lunes, 14 de febrero de 2022

Pequeñas travesuras capítulo 41


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Los derechos de autor de este texto pertenecen única y exclusivamente a su autor. No pudiendo ser publicada en otra página sin el permiso expreso del mismo.

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 Pequeñas travesuras

 Autora: Anaís  

 Capítulo41 todos castigados 

 

 



 


Connor


La paciencia como siempre lo he dicho tiene un límite y hoy la sobrepasaron todos. Se unieron para romper algunas las reglas. Por la mañana no quisieron levantarse de la cama porque según ellos ya no tendría sentido al haberles "arruinado los planes".


El día de ayer cada uno fue donde sus amigos con permiso y hora programada pero no les importó. Al principio lo dejé pasar con esa excusa de que estaban entretenidos y era el último día además de una posible mudanza que los iba a separar de sus amigos pero de eso a que llegaran tres horas más tarde me molestó.


Tenía a los dos mellizos peor que antes acostados con paños en la frente, anoche durmieron apenas tres horas y yo ninguna al cuidarlos. Si seguían unas horas más así tendría que tomar otras medidas que no les gustarían en absoluto.


- Haber mírame. - este por octava vez y entre sollozos prestó atención. - ¿Por qué no quieres?


- Porque no.


- Liam esa no es una excusa válida.


- No quiero. - se quejó.


- Pues lo tienes que hacer de todas maneras, abre la boca. - su hermano lo miraba triste y yo mantenía mi actitud seria para lograr darle el jarabe.


- Ya te dije que no.


Dios dame paciencia.


- Se pasará el sabor si tomas agua.


- Noo. - con un manotazo volteó la cuchara dejando que se esparciera por las mantas que cubrían la cama.


Se agotó.


- Una más jovencito y te daré unas buenas palmadas para que obedezcas. - su llanto subió la intensidad.


- Voy a vomitar. - tomé un largo suspiro.


- Anda al baño y vuelves. - se levantó y lo esperé.


Realmente lo comprendía, estar enfermo para nadie es fácil, no quieres nada con nadie pero tener este tipo de berrinches me agotan. Además de que deberían estar tomando pastillas pero como las odian y es mucho peor intentarlo busco el camino más fácil.


Esperé aproximadamente veinte minutos y Liam aún no aparecía.


- Papá quiero ir a ver televisión. - Ryan a diferencia de su mellizo era todo lo contrario, no hubo ningún problema con él.


- De acuerdo pero si te sigues sintiendo mal me avisas.


- ¿Podrías dejar que Liam se quede así? - sonreí.


- Cariño lo que está haciendo ahora es un claro berrinche.


- Es que no le gusta el sabor, dice que le dan náuseas. - lo defendió.


- Si él me lo explicara de esa forma sería todo diferente. 


- ¿En serio? - sus ojos brillaron.


- Tendría que darle una pastilla. - su carita de desilusión apareció. - No puedo dejarlo así.


- Pero...


- ¿Le puedes avisar que se acerque? Porque estoy seguro que no está en el baño. - es evidente.


- Se va a enojar otra vez conmigo.


- Entonces iré yo por él. - negó repetidas veces antes de salir a buscarlo.


Al esperarlo arreglé un poco la cama y saqué algunas mantas que se mancharon.


- Que minutos más eternos. - hablé en broma cuando entró a su cuarto.


- ¿Puedo ir con Ryan?


- ¿No será que se te olvida algo? Pregunto por casualidad.


- No, adiós.


- Hey, ven aquí. - arrastró sus zapatos por el piso.


- ¿Qué?


- Tengo dos opciones para ti. - levantó una ceja. - Primero es el jarabe con sabor a frutilla que dejaste esperando y lo otro es una pastilla.


- Creo que ninguna de las dos me gustan.


- Pues tienes que escoger. - este era mi límite.


- Entre las dos no quiero.


- Suficiente. - lo tomé del brazo. - Te sientas ahí.


- Papi... - no respondí y volví a llenar la cuchara escuchándolo lloriquear.


- Abre la boca. - la cerró como si su vida dependiera de ello. - No me hagas darte una palmada.


PLAS


- ¡Au!


- Última vez que te lo digo. - como no paraba de negarse me levanté captando su atención. - Voy por la pastilla.


- ¡No! - comenzó a gimotear. - Ya no me quieres.


- Mi vida te amo, no lo dudes pero llevamos casi una hora tratando de que te lo tomes por tu bien, ¿vas a hacerlo?


- Sí. 


Luego de ese acontecimiento me preocupé de hacer otras cosas importantes como el ordenar la casa, preparar almuerzo y organizar unas cosas del trabajo.


Hoy no era mi día exactamente, una cosa que me molestaba al máximo era el desorden pero mis hijos al parecer lo adoraban. Cada uno tiene su habitación y es como si vivieran tres personas más ahí.


- Marco quiero que en cinco minutos más tengas todo arreglado aquí. - este puso una cara de frustración.


- Pero...


- Mira esta ropa, no es nada ir a dejarla en la lavadora. - la levanté. - ¿Desde cuándo no la sacas de aquí? Levántate.


- Ya voy.


- Vas a ir a la universidad y aún no aprendes que tu cuarto debe estar limpio.


Con la ropa que tenía en la mano salí a buscar un canasto en que llevarla para recolectar la de los demás.


- Mateo este desorden...


- Papá déjame terminar aquí.


- Nada de eso, recién le vengo diciendo a tu hermano que tiene que ser limpio. Desconecta eso.


- Estoy a mitad de partida, entiéndeme. No puedo pausarla.


- Ya te dije.


- Si, sí.


- La ropa sucia... - estaba por terminar mi frase pero me interrumpió.


- Tiene que ir en el canasto para la lavadora. - dijo la frase que pensaba. - Lo sé.


- ¿Entonces por qué está en el piso? - la recogí. - Esta camiseta la lavé ayer.


- Cierto.


- Deja ese control del juego. 


- Papá enseguida... - mi paciencia hoy era muy escasa así que yo mismo busqué el enchufe para apagarlo. - ¡No!


- Te di una orden.


- Agh.


Por todas las habitaciones era el mismo problema así que desconecté el Wifi y en menos de dos minutos tenia a todos mis hijos reclamando. Luego de eso bajando las escaleras me percaté de que el perrito tenía un pedazo de relleno de una almohada.


- ¿Qué hiciste pequeño? - se puso a ladrar moviendo la cola.


Busqué el lugar donde pudo haber dejado la otra parte, al mirar el patio me sorprendí y molesté al mismo tiempo.


Lo que faltaba.


- Eso no se hace, Max.


Emily


Estar castigados apesta.


Nos quitaron lo tecnológico e incluso la televisión porque llegamos un poquitito más tarde. Anoche admitimos todos que fue irresponsable ya que la preocupación no fue solo en los mellizos sino también en donde estábamos nosotros.


- Estoy aburrido. - dijo Mateo acostado mirando al techo.


- ¿Crees que yo no?


- ¿Para eso vinieron a mi cuarto? Estaba en plena llamada. - reclamó Marco.


- No seas así, pasa un tiempo con tus hermanitos. - dijo Mateo sonriendo.


- Lo mismo digo. - Mi celular sonó, era el chico del avión. Hice señas para que guardaran silencio antes de hablar.


- ¿Hola? - unas risas se escucharon de fondo.


- ¿Tú eres la niña que le gusta a mi hermano?


- ¿Qué?


- ¿Emily? Joder, discúlpame. Mis hermanas pequeñas tomaron el celular.


- Así que te gusto ¿eh? - reí y éste también desde la otra línea.


- Nada que no supieras, quería invitarte a salir mañana ¿tienes tiempo?


- Obvio.


- Genial, te envío la dirección por mensaje.


- ¿Con quién hablas? - Mateo habló demasiado fuerte y lo miré mal.


- Bueno, hasta pronto.


- Adiós. - corté y me bombardearon de preguntas.


- ¿Era el idiota de la playa? - insistió.


- ¿Vas a salir? - Marco se cruzó de brazos.


- No me digas que están juntos. - Ethan suspiró. - Búscate a alguien mejor.


- Chicos no es lo que parece, somos amigos.


- Si y yo soy el rey de Inglaterra.


- Déjate Mateo.


- Sabemos que no es para ti.


- Lo que tienen son celos y sobreprotección. - contesté.


- Mentira, cuidamos a nuestra hermana que es diferente. - dijo Marco. - Además que estas castigada, dudo que te den permiso para salir.


- Ni se les ocurra hablar de esto, quiero verlo.


- Y así dices que no pensamos, deja que se entere papá para que cambies de idea. - Ethan negó.


- Ya chicos, apóyenme.


- ¿Alguno quiere helado? - Se supone que la primera persona en hablar tenía que servirle a los demás, por eso se quedaron callados a excepción de Ethan.


- ¡Yo!


- Entonces tú sirves.


- ¡No es justo! ¡Siempre hacen lo mismo!


- Reglas son reglas.


- Los odio. - dando pisotones fue a la cocina.


Mientras tanto se les ocurrió jugar con el balón de fútbol americano que trajeron de la escuela en la sala y como papá limpiaba el patio prefirieron hacerlo adentro.


Corrieron los muebles pequeños para aumentar el espacio.


- Recuerden, los pases son despacio. - le asentimos a Marco.


- Uno, dos y... - se lo lancé muy fuerte y lo atrapó antes de llegar a un cuadro.


- Cuidado.


- ¿Y si lo lanzamos así? - Mateo copió mi movimiento pero apuntando hacia un jarrón grande que nos trajo la abuela de Grecia y escuchamos cuando lo quebró en mil pedazos. - Mierda.


- ¿Qué fue eso? - papá llegó con una bolsa de basura. - Oh por Dios.


Nosotros congelados presenciamos como se acercaba a la escena del crimen.


- ¿Están bien? ¿Se cortaron? - miró detenidamente nuestras manos en busca de alguna herida.


- Fue un accidente.


- ¿Cómo se les ocurre estar jugando aquí con un balón? ¿No ven que les pudo haber pasado algo? 


- Lo sentimos.


- Se van a su cuarto y agregan cinco días más a todas sus cosas. 


- ¿Qué?


- Lo que escuchaste Emily. - miré el piso. - No toquen nada, ahora voy a limpiar.


El arrepentimiento era evidente en nuestros rostros, perdimos de vista al menor por unos segundos y se colocó a recoger el jarrón por ayudar sin ver como un hilo de sangre caía por su mano. 


- ¡Papá! - dijo lloriqueando. - Mi mano.


- ¿Qué acabo de decir? - su puchero apareció. - No es no, Mateo.


- Me duele.


- Vamos al baño, cariño. - hizo una pausa. - Vuelvo enseguida.


- Yo limpiaré. - Marco lo miró y él susurró un "gracias".











 

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