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Señora gata
Autora: Valentina
Capítulo Halloween
-Don Mateo!!Don Mateo!! Don Mateooooo!!!- Gritaba a todo pulmón el pequeño de un poco más de 7 años, golpeando insistentemente las puertas cerradas del negocio de su barrio.
Habían pasado varios minutos desde que llegó, y sus manitos y su garganta parecían empezar a cansarse. Pero él no quería marcharse sin al menos ver al señor.
Don Mateo le había hecho una promesa y él confiaba en don Mateo. Era el hombre más bueno y gentil que había conocido en su corta vida. El único que no lo echaba de su negocio, el único que no le pagaba de menos las frutas que rob... ejem ejem.. que cosechaba en la granjita que quedaba al otro lado de la ciudad. El único que jamás lo había despreciado por ser huérfano. Él quería tanto a ése señor.
Mateo adoraba al pequeño y no podía entender cómo era posible que a su edad continuara viviendo en las calles sin que las autoridades hicieran algo al respecto, mucho menos podía creer cómo sus vecinos y sus amigos le habían sugerido que corriera al niño de su negocio porque daba mal aspecto al vecindario. Muchos de ellos tenían hijos de la edad de Darío. Tantos de ellos habían realizado campañas para recaudar dinero para los niños pobres. Era el colmo de la hipocresía.
El comerciante sabía que su amiguito merecía crecer en una familia, en un hogar amoroso con una mamá y un papá que lo cuidaran y quisieran. Aunque, secretamente había anhelado ser él quien le diera ése hogar amoroso, esa familia que lo adorara y protegiera. Pero había un problema y es que Mateo era viudo.
A pesar del enorme deseo que su corazón albergaba de adoptar al niñito, no le parecía justo privarlo de crecer sin el amor de una madre.
Si tan sólo observara al pequeño con más detenimiento, se hubiera dado cuenta que solamente bastaba su presencia para que Darío fuera el niño más feliz del mundo.
-Ahhh! Ya deja de hacer tanto escándalo!! Qué no ves que Mateo no está? Vete ya y deja de molestar. -Le reclamó un hombre mayor, saliendo de la casa junto al mini súper, cansado de escuchar los alaridos del mocoso.
-Pero...él me prometió que iríamos a pedir caramelos. -Murmuró Darío con lágrimas titilando en sus ojitos cafés.
-Pues te mintió. Quién va a querer pasar tiempo con un mocoso sucio y maloliente como tú?- Exclamó hiriente y venenoso. A quién quería engañar ése crío? Tal vez a Mateo podía manipular con esos grandes ojos adornados de largas pestañas, pero a él no lo engañaba.
Al niño se le escaparon las lágrimas ante esas palabras y se derrumbó sobre sus piernas, quedando sentadito en el escalón del negocio.
Ése hombre tenía razón. Nadie lo había querido nunca. Ni siquiera sus padres, ¿por qué Mateo lo haría? Un llanto profundo y doliente comenzó a brotar por sus ojos como si fueran pequeñas cascadas. Dolía tanto su cruel realidad. Aunque Mateo no lo quisiera él lo amaba como jamás lo había hecho. Así se amaría a un padre? Se había preguntado muchas veces.
Por un momento, se permitió ser el niño inocente y vulnerable que en realidad era y sus manitos volaron a cubrir su rostro, tímido porque lo vieran llorar. Pero a nadie le importaba un crío bastardo que encima de todo era huérfano.
-Shhhhh!!! No llores ya.- Escuchó que murmuraron muy cerquita de su oreja.
Con cuidado, apartó sus dedos para buscar a la dueña de aquella voz. Pero sólo vio a un gato negro, sentado mirándolo fijamente.
El par de orbes cafés lucieron impactadas al observar que no había nadie más allí que el minino -en este caso, minina- observándolo con atención.
-T-tú ha-hablaste?- Preguntó entre tartamudeos, intentando no parecer loco.
La minina pareció mover la cabecita en modo afirmativo y se levantó, comenzando a caminar.
Mientras avanzaba, giró para ver si el niño la estaba siguiendo, pero no fue así. Darío estaba impactado y no podía reaccionar. Su cuerpito se rehusaba a siquiera mover el más chiquito de sus deditos.
-Miaaauuuu!- Maulló seria, haciendo que el nene volviera a la realidad y
le faltaran piernas para levantarse y así seguir al animalito.
El felino rodeó la casa de don Mateo cuando parecía que ya no avanzaría más, saltó una tapia y desde allí miró expectante a Darío, quien parecía no entender en ése momento. Acaso pretendía que subiera? Eso era imposible, él no podría trepar por allí, era muy pequeño. O bueeeeno, tal vez no era tan imposible después de todo. Era huérfano y alguna vez había tenido que "tomar prestado" un pantalón, una remera o unas zapatillas de algún vecino del pueblo, pero sus tapias no eran tan altas. Y, además, ésa era la casa de don Mateo y él no quería meterse en problemas con la ley. Qué tal si alguien lo veía y llamaba a la policía? Pero el gatito no se desanimó y, caminando unos cuantos pasos, empezó a descender por un frondoso árbol cuyas ramas parecían estar a la altura justa del niño.
Darío suspiró para darse valor. Iba a necesitar un poquito de suerte también porque aquella pared estaba demasiado alta, pero él se las ingenió para escalar ante la mirada atenta y acusadora del vecino que más antes había molestado al niño. El hombre no pudo menos que sonreír socarronamente mientras buscaba su celular en su bolsillo. Ahora mismo llamaría a las autoridades, pensó.
Mientras tanto, Darío estaba buscando el modo de bajar por el otro lado. No habían árboles allí y el suelo estaba muy lejos para saltar. Cómo iba a hacer ahora?
La gatita solamente lo miraba desde un lugar en el suelo, pensando que hubiera sido mucho más fácil guiar a un adolescente que a ese bebé hasta la casa de Mateo.
-Salta! - Murmuró en un maúllo y el nene se arrojó sin darse cuenta que habían algunas piedras en el suelo. Al caer, su cabecita dio con una de ellas y una pequeña herida se abrió en su frente.
Las lágrimas empezaron a descender velozmente por sus cachetitos, mientras sus manitos sucias eran llevadas hasta su frente donde se había producido el corte.
La gata se acercó con tristeza hasta él y su naricita olfateó la zona, dándole un mimito allí.
Después de unos minutos, el chico se puso de pie y empezó a seguir a la gata, que no se cesaba en su afán de guiarlo por el enorme terreno hasta llegar a la casa de Mateo.
Al principio, el niño tocó con renovada insistencia la puerta, pero al ver a la gatita estirarse hacia el picaporte, puso su manito en éste e intentó abrirla, llevándose la sorpresa de que la puerta estaba sin llave. Esta se abrió y el niño asomó lentamente su carita para observar hacia adentro.
-Don Mateooo. - Gritó al ver al hombre tirado boca arriba. Estaba muerto, pensó corriendo hacia él.
Sus bracitos intentaron moverlo mientras sus lágrimas mojaban el pecho del hombre. Mateo no reaccionaba sin embargo.
-Noooo, nooooo!! No te mueras tú también!! No mueraaaas!! Buaaaa!!! - Lloriqueó, estrellando un puñito diminuto contra el pecho del mayor. Fue en ése momento en que un quejido lo hizo comprender que el hombre aún estaba con vida.
Cuando Darío quiso ponerse de pie para salir a buscar ayuda, la policía terminó rompiendo la puerta de una patada que hizo saltar las bisagras.
Cuando los oficiales vieron hacia dentro, sus ojos pudieron captar la figura del pequeño encima del dueño de la casa en un gesto de protección que les conmovió y se giraron para ver al vecino con molestia. - Este es el "delincuente" que vio? - Le preguntaron con fastidio.
Darío escuchó cómo lo habían llamado y supo que estaba en graves problemas, pero ahora eso a él no le importaba. Él solamente necesitaba que ayudaran a Don Mateo.
-No le hagan daño, sniiif, está enfermito.- Pidió entre suplicante y asustado.
En ése instante, uno de los policías se acercó a socorrer al hombre. Poniendo una mano en su cuello, comprobó que no había pulso, o al menos que este era demasiado débil. - No está respirando. - Murmuró hacia su compañero. - Pide una ambulancia, rápido. Usted, señor, llévese al niño. - Le indicó al vecino, quien parecía haberse petrificado. - Oiga, tome al niño sáquelo de aquí. - Repitió con un grito, que hizo reaccionar al mayor.
Pero Darío no quería apartarse de don Mateo y el vecino terminó dándole tres palmadas en la cola para que soltara al hombre.
-No vuelva a hacer eso. - Le advirtió el policía. - Hijo, necesito espacio para atender a tu papá. - Por alguna razón, él parecía entender el lazo invisible que unía a esos dos. - Te prometo que haré todo lo posible por ayudarlo. - Soltó, con un tono de voz calmo y seguro, que hizo tranquilizar al menos un poquitito al bebé.
De inmediato, el oficial empezó con las maniobras de reanimación hasta que la ambulancia llegó y se llevaron a Don Mateo al hospital. Darío lloraba desesperado, queriendo correr tras la ambulancia, sin embargo, no se lo permitieron y a pesas de las súplicas, terminaron llevándolo al orfanato del pueblo.
No hubo noche, ni día que el niño dejara de preguntar por don Mateo, pero nadie sabía qué decirle al respecto. Así pasaron los días, las semanas y un largo y angustioso mes.
Todos en la casa hogar conocían la historia de Darío y sentían pena por él. A pesar de los esfuerzos de las cuidadoras y de los niños, el pequeño parecía haber renunciado a su derecho a sonreír. Ya no tenía caso hacerlo.
Lentamente, el mes de diciembre había llegado y con él la alegría de la Navidad. El hogar se había transformado bellamente con luces, adornos y dibujos de la Sagrada Familia, Papá Noel y sus renos e incluso el Grinch apareció entre aquellas graciosas obras de artes.
Darío participó con un dibujo muy lindo, en el que se veía a un niño y a un hombre, caminar de la mano junto a una gatita negra. Pero ni el enorme oso que ganó por él pudieron sacarle una risita.
El 24 por la tarde, era tradición en el orfanato recibir la visita de las parejas del pueblo, algunos llevando dulces, otros regalos y algunos postres para los niños que debían pasar las fiestas allí.
En el saloncito que servía para aquel encuentro, todos parecían sonreír, menos el pequeño Darío. Sus ojos no podían disimular la tristeza que los opacaba. Cómo estaría Mateo? Sería posible que él también hubiera muerto?
En eso, sintió una mano posarse en su hombro. Un calorcito acogedor comenzó a llenarlo. Se sentía tan familiar aquel gesto.
-Darío... - Escuchó que lo llamaban y sus ojos se llenaron de lágrimas apenas reconoció la voz. Se giró rápidamente para comprobar lo que su corazón ya sabía y allí estaba él, Mateo.
-Don...snifff...Don Mateo- Soltó en un sollozo que hizo apretar el corazón de varios de los que estaban presente en el lugar. Sus brazos se abrieron lo más que pudieron para ser cargado y apretujado contra el pecho del mayor.
-Es... Snifff... Es usted, es usted..-Lloriqueó, besando torpemente la mejilla del hombre.
-Shhh mi niño. Soy yo, cariño. Gracias a ti sigo vivo. Estoy aquí gracias a ti - Le repitió Mateo, dejándose llenar por aquellos besitos húmedos y tibios de su bebé. Cuánto lo había extrañado.
Pasaron un buen rato fundidos en el abrazo que ambos habían anhelado hasta que Mateo comenzó a aflojar sus brazos para bajar a su nene. Lo ayudó a sentarse en el mismo lugar que había estado ocupando y él ocupó el lugar a su lado. Sin poder resistir a su deseo, se inclinó para besarle un rinconcito de la frente, donde observó una pequeña cicatriz que sus dedos rozaron suavemente.
-Perdón por haberme metido sin permiso a su casa. - Le dijo sorprendiendo mucho al mayor. Cuánta inocencia había en ese angelito que sus brazos acurrucaban.
-No tienes que pedir perdón, hijo. Porque lo hiciste es que estoy vivo. - Le aseguró sonriéndole. - Esa tarde algo me pasó mientras preparaba nuestros disfraces. Jamás había experimentado un dolor tan fuerte y terminé desvanecido en el piso. Ni siquiera pude tomar mi celular para pedir ayuda y mucho menos pude gritar. Pero tú fuiste mi héroe lo sabías?
-Yo sólo quería que usted estuviera bien. - Respondió el nene, tomando una de las manos del hombre.
Mateo no podía dejar de admirar a ese ser tan increíble que su alma clamaba como hijo.
-Yo te hice una promesa que no pude cumplir. Pero ahora estoy aquí para hacerte otra promesa. - Le dijo, ante la mirada inocente de su niño. - No pudimos pasar Halloween juntos pero te propongo que pasemos Navidad y año nuevo ... y el resto de nuestras vidas juntos...
El niño lo miró con ojos deslumbrados, no queriendo ilusionarse en vano, pero lo cierto es que ya lo estaba
-Como una familia?- Preguntó en un susurro.
Mateo sonrió fascinado con la sonrisita tierna que su bebé acababa de regalarle.
-Como una familia... Sé que tal vez eches en falta una mamá y hermanos con quienes jugar, pero yo te prometo ser un buen padre para ti, dar lo mejor de mí y adorarte más de lo que ya lo hago. Te ofrezco mi casa y mi corazón para que vivas para siempre allí, o bueno... al menos hasta que tú decidas formar tu propia familia y entonces....
-Y entonces usted va a ir a vivir conmigo y mi familia para siempre.- Le prometió entre besos y abrazos, feliz de tener un padre al fin. Y no cualquier papá sino que a Mateo, el hombre que su corazón eligió para ocupar ése título en su vida. Su padre.
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