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miércoles, 2 de junio de 2021

Sorpresas de la vida,capítulo 10


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Los derechos de autor de este texto pertenecen única y exclusivamente a su autor. No pudiendo ser publicada en otra página sin el permiso expreso del mismo.

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 Sorpresas de la vida

 Autora: Terry y Caterin  

 Capítulo: 10

 

 



 
Capítulo 10


  • -¿Para qué compras flores? Preguntó Leonardo, arrugando la frente, mientras esperaban que la florista le diera el cambio a su papá. 

Facundo se giró para mirar al niño y tuvo que morderse el cachete para contener una sonrisa. Leo estaba celoso y su carita no podía ocultarlo. Pero él solamente estaba intentando ser gentil, después de todo, estaría ocupando el tiempo de Beatríz.

  • -Se las vamos a dar a Bea. Así le agradecemos un poco por la molestia que le estoy causando. – Le explicó. Pero Leonardo no estuvo convencido del todo, sin embargo, se abstuvo de decir algo más. Aunque ya no le dolía la cola, no quería tentar su suerte. ¡¿Qué tal si a Facundo se le ocurría castigarle allí?! 

Una vez que llegaron al restaurante, Facundo entregó las flores que la muchacha agradeció dándole un beso en la mejilla, causando que Leo emitiera un gruñido y se cruzara de brazos, preocupando a su padre, pero Beatríz encontró gracioso aquel gesto. Pronto ordenaron y aunque Leonardo ya estaba mayor para poder cortar él mismo la carne, pidió ayuda a su papá y Facundo sonrió encantado, comenzando a cortar el filete y, sólo para chinchar a su niño, agarró un pedazo de carne con el tenedor e hizo el amague de dárselo en la boca.

  • -¡Yo puedo hacerlo solo! – Se quejó Leo, tomando el tenedor rápidamente, sacándole la lengua a su padre.

Facundo rió y le dio un topecito suave en la boca, a modo de reprenderlo. Leo se mordió el labio inferior y miró curioso al mayor, tratando de distinguir si es que estaba molesto, pero al ver cómo le guiñaba un ojo, se relajó y comenzó a comer su almuerzo, mientras Facundo y Beatríz continuaban su conversación.

  • -Bien, ¿qué tienes en mente? ¿Un apartamento o una casa? – Preguntó ella mientras ponía en la mesa una sección del periódico donde habían todo tipo de anuncios de alquileres.

  • -Mmm… Realmente, me gustaría una casa con patio para que Leonardo pueda jugar. Pero como somos los dos, temo que una casa sea demasiado solitaria.Expresó. 

  • -Bueno, podemos buscar una que no sea muy grande pero que tenga jardín- Le sugirió Bea. 

  • -Perfecto! – Fueron a una inmobiliaria que estuvo enseñándoles varias casas hasta que al final se decidió con una en un barrio residencial. 

Lo que había terminado de convencer a Facundo era que atrás de esa casa había un bosque que le daba un aspecto mágico, con mucha naturaleza y lejos de tanta contaminación por humos de coches y demás cosas. 

Lo mejor fue que a Leo le encantó el paisaje, pero al rato se puso un poco triste, pensando en el perrito que había en la puerta del hotel al que el le daba de comer todos los días. ¿Ahora quién cuidaría de él? Se preguntó para sí mismo. Sabía que Facundo no lo iba a dejar llevarlo a esa nueva casa que alquilaron; era muy lujosa y seguramente se iba a negar rotundamente. Se estaba haciendo ideas sin ni siquiera preguntar al mayor, pero ¿qué caso tenía hacerlo? Estaba seguro que diría que no. 

La tarde la pasaron jugando en un parque, y al día siguiente empezaron con la mudanza. Leo estaba ilusionado porque la casa tenía un inmenso jardín con piscina para cuando el tiempo mejorara, pero no podía evitar sentirse afligido pensando qué iba a pasar con el cuidado diario de su amiguito de cuatro patas. Sin embargo, Facundo lo sacó de sus pensamientos con una palmadita en el trasero para que preparara pronto su maleta. 

  • -Dale, Leoooo!! – Lo apuró Facundo, ganándose un gruñido por parte de su cachorro. 

  • -Ya voy, ya voyyy!! – Dijo Leo, metiendo un par de jeans al bolsito donde había llevado su ropa tras salir del orfanato. El niño no tenía muchas cosas, solamente tenía las que le compró el artista. 

A Facundo le tomó más tiempo armar su propia maleta, pero cuando tuvo todo empacado, se dispusieron para llegar a la casa. Quería instalarse antes de la hora del almuerzo. 

Una vez que ya se instalaron, Facundo ese día no quiso salir y preparó la comida en casa, ya que antes de ir habían pasado por un supermercado para comprar provisiones para toda la semana, dándole a Leo un capricho que otro como galletas de chocolate, quería darle al niño lo que no era habitual que comiera diariamente. 

Para la sorpresa del mayor, al rato de haber almorzado no encontraba a Leo por ninguna parte. Lo buscó por toda la casa y salió al jardín creyendo que estaría por allí divirtiéndose con los juguetes que le compró, uno de ellos siendo una pelota. Al no encontrarlo sé alarmo; miró el bosque que había detrás de la casa y tampoco estaba allí. 

-Leeooooo!! Hijo, vení!! – Gritó varias veces, mientras recorría el amplio patio trasero, pero el niño no respondía. 

Facundo empezó a desesperarse, cada minuto sin saber de su niño no hacía más que ponerlo nervioso. Quería llamar a la policía, pero sabía que de hacerlo le quitarían a Leo. El niño volvería al orfanato y él no permitiría eso. Hasta se le pasó por la cabeza que hubiera ido al orfanato a ver a sus amigos, pero no entendía porqué no se lo había dicho.  

Mientras pasaba el tiempo, la tensión del hombre iba en aumento. Una posibilidad en la que no quería pensar era que hubiera salido al jardín o a la calle y alguien lo llevara a la fuerza. Sabía que necesitaba ayuda y en la única opción que pudo pensar fue en su nueva amiga Beatríz y no tardó en llamarla para ponerla al tanto de su reciente preocupación. 

La muchacha no tardó en ir a su casa, y en cuanto llegó, trató de tranquilizarlo para que entre los dos pudieran pensar opciones donde buscar a Leo. Decidieron empezar por el parquecito que quedaba cerca de la casa. 

  • -Por el bien de su trasero, espero que esté allí. Había murmurado el artista. Aunque, a quién pensaba engañar? Lo único que quería en esos momentos era tener a su bebé seguro entre sus brazos. 

  • -Calma, Facu. Lo vamos a encontrar pronto. – Consoló la mujer con una sonrisa amable. Pero después de dar muchas vueltas y de ir a los otros parques más cercanos, no lograron dar con Leonardo y Facundo se dispuso a llamar la policía. No quería que le pasara nada al niño, aunque él se metiera en líos. 

  • -Espera, espera. Pensemos un poco más. Leo te dijo algo? Respecto de la casa u otra cosa? Sabes si conoce a alguien cerca de aquí que pudiera habérselo llevado? 

  • -No, no. Nada de eso. La casa está espectacular y a él le encanta pero… 

  • -Pero qué? 

  • -No sé. Estaba un poco alicaído. Triste tal vez…como si extrañara algo… - Fue terminar de decir aquello para que tanto Beatríz como Facundo tuvieran el mismo pensamiento. 

  • -El perro! Expresaron los dos al unísono, recordando al fin al perrito que Leo había estado alimentando todos esos días afuera del hotel. 

Facundo llamó a un taxi para ir más rápido y enseguida salieron rumbo al hotel. 

Facundo sintió que le regresaba el alma al cuerpo cuando, al vislumbrar la vereda del hotel sus ojos pudieron localizar al pequeño. El niño estaba sentadito al lado del perrito, sosteniendo en una de sus manos un tupper  donde al parecer había llevado las sobras del almuerzo. Su manito libre acariciaba suavemente el pelaje del cachorro mientras éste devoraba los alimentos. 

  • -Ahí está, Bea. Es él. Es Leo! Señor? Pare aquí por favor. - Dijo, mientras empezaba a abrir la puerta del auto casi sin esperar a que el conductor estacionara. - Tome, quédese con el cambio. —Dijo, y se bajó casi corriendo. Ver a su niño a salvo lo hacía sentir como si se hubiera quitado un peso insoportable de su corazón, y, sin querer esperar más tiempo, fue hacia su hijo y en segundos lo envolvió en un abrazo y lo llenó de tantos besos como pudo. 

  • -Dios mío, hijo! Cómo llegaste hasta aquí vos solo? Por qué saliste de la casa sin decirme nada? Me tenías tan preocupado, Leonardo! – Decía mientras lo apretujaba entre sus brazos. 

Poco a poco, el abrazo fue aflojándose y la vista del mayor recorrió rápidamente el cuerpito de su niño buscando rasguños, golpes o lesiones. Tras asegurarse que no tenía nada, su enfado regresó aumentado y sus ojos fueron los encargados de transmitir ese sentimiento. 

  • -Papi? Murmuró Leonardo, viendo aquel enojo con preocupación. Pero a Facundo poco le importó el cómo se veía en ese momento. Su niño, su Leo había salido de la casa voluntariamente, sin decirle nada y ni siquiera había dejado un recado. Él pudo haber muerto del susto y su hijo se había salido para alimentar a un perro. Tenía todo el derecho del mundo a estar enfadado. 

  • -Me podés decir en qué estabas pensando para venirte aquí sin avisarme?Gritó, resistiendo la urgencia de darle unas buenas palmadas ahí mismo. 

Leo lo miró con ojos de cachorrito y un puchero en la boca, pero Facundo se prometió que no se iba a dejar ablandar por esos ojitos, había ido desde muy lejos y solo, eso en sí era peligroso para su niño.

  • -Pero papiiii_ Facundo tuvo que respirar hondo para seguir con su compostura molesta. Cuando sentía ese papi el corazón se le llenaba de una gran alegría y en esos momentos le estaba costando de mantener la compostura y seguir enfadado.-El perrito estaba solo, nadie le echaría de comer y pasaría hambre y no es justo que pase hambre, que pase frío, que esté aquí solito._ Facundo suspiró y abrazó otra vez al niño.

  • -No te estoy diciendo que no te preocupes por él, Leo, pero hay otras formas. . Me hubieras dicho que querías verlo y hubiéramos venido los dos, no está bien que te salgás de casa sin decir nada, metiéndome un susto. No te das cuenta lo peligroso que ha sido que vengas solo desde la casa hasta acá? _ Leo lo volvió a mirar con un puchero en la boca. _No Leo, no me mirés así. Tengo razón y lo sabés, sino, me hubieras pedido permiso. Estamos en pleno día, pero venir aquí sin que te acompañe un adulto es peligroso, andar por la calle para cualquiera puede ser un riesgo. Vamos, en casa hablaremos vos y yo_ Leo se puso triste porque sabía que ese hablaremos vos y yo no iba a ser efectivamente hablado vocalmente.

  • -Pero……

  • -¿Pero qué Leo?_ Lo cortó Facundo, porque veía que iba a hacer uno de sus berrinches.

  • -No podemos dejarlo aquí solo_ Respondió con un gimoteo. 

Facundo miró hacia donde la manito de su niño señalaba y se llevó la mano a la frente frotándose, porque al final no sabía qué hacer. No podía llevarse un perro vagabundo a su casa sin antes haberlo llevado al veterinario. Podría tener alguna enfermedad, además, tendrían que bañarlo por si tenía pulgas y no sabía si sólo iba a ser un capricho pasajero de Leo y al final lo dejaría de atender.

  • -Mirá, Leo, la casa que tenemos no es nuestra, es un alquiler y no sabemos si la dueña nos va a permitir llevar un perro. Además, no podemos recoger todos los perros de la calle que veamos.

  • -Pero no son todos, es nada más que esté_ Le dijo, ya con lágrimas en los ojos a punto de salir. Facundo no contó con aquello para permanecer con firmeza. Había vencido el puchero y los ojitos de cachorro asustado, pero se derritió apenas vio las lágrimas brillar en su niño. Sin dudas, le faltaba más entrenamiento. 

  • -Leo, hasta que no lo llevemos al veterinario, no lo podemos llevar a casa y ya es tarde para buscar uno. 

  • -Pero, pero...lo podemos dejar en el jardín hoy y que no entre a casa y mañana lo llevaremos al veterinario_ Sugirió, derramando el llanto. 

Facundo maldijo una y otra vez porque al verle salir las lágrimas que le caían por las mejillas a Leo, no pudo seguir negándose y accedió.

  • -Está bien, pero vamos a hablar muy seriamente vos y yo. -Leo le dio una sonrisa, mientras asentía. 

  • - No es que quiera meterme, pero yo tengo una amiga que es veterinaria. Si pido la cita ahora, quizá lo pueda ver hoy. - Dijo Beatriz, causando que Leonardo girara la cabeza de un modo casi imposible. No se había dado cuenta de su presencia hasta que habló la chica, y no pudo evitar torcer la boca en actitud de desagrado ¿Qué hacía ella allí?

  • -Muchas gracias, Beatríz.Agradeció el mayor, dirigiendo una mirada seriecita hacia su niño. La actitud beligerante no había pasado desapercibida para él. 

Después de la llamada que hizo  Bea a su amiga, llevaron al perrito a la clínica. Cuando los atendió la veterinaria, Leonardo no dejó de hacer preguntas que la mujer respondió amablemente. Facundo no podía creer la cantidad de cosas que ése niño había preguntado, pero no pudo más que sonreír ante su curiosidad. 

  • -Bien, jovencito. Vamos a tomar una muestra de sangre– Dijo la veterinaria y, como si fuera Leo el que fuera a recibir el pinchazo, tomó como pudo al perrito entre sus brazos y se giró para ocultarse detrás de Facundo. 

  • -Hijo, ¿qué hacés?- Cuestionó Facundo, soltando una carcajada. Pero a Leo no le hacía ninguna gracia. 

  • -Quiere agujerear a mi perrito con eso – Respondió acusadoramente, señalando con su dedito hacia la intimidante aguja que cargaba la muchacha.

  • -No, amor. Sólo necesita sacarle un poquito de sangre. Y, además, estoy seguro que este peludito de aquí no le tiene miedo a ninguna aguja. Verdad, ¿chico?Le dijo, pensando que pronto debían elegirle un nombre al perrito. 

El perrito, sin embargo, sólo se limitó a emitir un gemido lastimero, ganándose un ceño fruncido de parte de Facu. 

  • -¡Ves, papi! Él tiene miedo. – Expresó Leo, poniendo un puchero. 

  • -Pero no tiene por qué tener miedo, Leo. Mirá, va a ser sólo un pinchacito rápido y ya después de comprarle algunas cositas, podemos irnos a casa. – Le aseguró, dándole una palmadita en la cola para impulsarlo hacia la camilla. 

  • El niño no estaba muy seguro, pero las palabras que añadió el mayor lo terminaron de convencer. – Vamos a sostenerle la patita y él ya no va a tener miedo.

Leo asintió con una sonrisa y lo llevó hasta la camilla, donde la veterinaria continuaba esperando mientras conversaba con Beatríz. 

Por suerte para todos, el perrito parecía muy saludable y la profesional les dio cita para otro día para comenzar con las vacunas, pero como la clínica tenía también sección de baño y peluquería para perros, Facundo (conociendo a Leo) quiso que el perro ya fuera limpio a casa. Seguramente, el niño hasta le ofrecería un espacio en su cama. 

La encargada le dijo que tardarían como hora y media entre asear y peluquear al perrito, que si querían podían irse y luego pasaran a recogerlo, así que aprovecharon el tiempo para ir a merendar en una cafetería que había cerca de allí. Bea y Facundo tomaron un café y Leo una tarrina de helado de chocolate. Facundo se dio cuenta que Leo estaba enfurruñado al ver las miradas de desprecio que le dirigía a Beatríz, además de tener la boca y los cachetes enchastrados con helado. Tomó unas servilletas de papel y, tras remojarlas en el vaso con agua que le habían servido previamente, le limpió la boca con mucha delicadeza, luego se acomodó muy cerca de él para hablarle al oído. 

  • -Ya cortá esa actitud, nene, eh?! Que no es para que estés molesto con ella, porque lo único que ha hecho es ayudarnos con la casa y ahora con el perrito _ Leo torció la boquita en señal de desacuerdo pero no dijo nada; cuando fue la hora recogieron al perro. 

El cambio que había sufrido el animalito tras su baño era increíble y Facu se sintió más tranquilo al saber que estaría limpio para jugar con su niño. Lo próximo a atender sería el calendario de las vacunas, especialmente la de la rabia. Después de todo, el hombre no podía obviar que el pichicho era callejero. 

Afortunadamente, en la clínica pudieron conseguir unos platos, una almohada y un shampoo para bañarlo en una semana más, además de alimento balanceado y un collar. 

Según Facundo, la compra había sido suficiente, pero Leo quería continuar viendo otras cosas. 

No le parecía justo que su nueva mascota no tuviese juguetes y sus ojitos brillaron cuando vio una pelota de color rojo con huellitas amarillas por toda la superficie y un mordillo en forma de huesito de goma. 

Quiso tomarlo, pero no sabía si Facundo se molestaría de hacerlo. Ya había gastado en la consulta y en el baño, sin  contar los otros elementos que ya llevaban, entre los que se hallaba una camperita y un pañuelito tipo cowboy para ponerle el cuello. 

Sin embargo, Facundo ni siquiera necesitó preguntarle si quería llevarlas, se limitó a tomarlas de las manitos de su niño y las puso con las otras cosas que él había elegido. Leo le dedicó una gran sonrisa y un abrazo rápido. 

Después de pagar por todo, pasaron a dejar a Beatríz a su casa, pero cuando llegaron a la casa donde estaban alquilando, Facundo se encontró con un Leo y un perrito dormidos, acurrucados en el asiento trasero. 

Con cuidado, primero tomó al perrito y lo puso en el suelo para sujetarlo con la correa. Después siguió por Leonardo. 

El niño gimoteó apenas Facundo le sacó el perrito de entre sus brazos, pero la mano que acariciaba su cabello, lo ayudó a dormirse otra vez. Después de desprenderle el cinturón de seguridad, el hombre acomodó al niño en uno de sus brazos mientras que con el otro lo sostenía por la espalda. 

El taxista le pasó el resto de los paquetes y por fin pudo ingresar a su casa. Dejó a Leo con cuidado en el sofá de la sala, tapándolo con una manta para dejarlo dormir. Con el perrito no tuvo tanta suerte porque le puso su camita en un rincón de la sala pero, por más que lo intentó, el perro era fiel a Leo y se acostó en el suelo al ladito de su nuevo dueño. 

El muchacho tomó asiento en el sillón simple y se quedó contemplando a su pequeña nueva familia. Esos días que llevaba en España habían sido de locos y aún no podía creer el giro que había tomado su vida. Acaso estaba consciente de lo que estaba haciendo? Tenía un hijo ahora. Por Dios, un niño que adoró con todo su corazón apenas lo vio. Pero, ¿sería él suficiente para Leonardo? No lo sabía, pero lo que sí sabía era que daría lo mejor de sí para ser el papá que su niño necesitaba. 








 

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