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sábado, 2 de enero de 2021

Santi, "él malo "


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Los derechos de autor de este texto pertenecen única y exclusivamente a su autor. No pudiendo ser publicada en otra página sin el permiso expreso del mismo.

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 Santi ,el malo 

 Autora: Gabi 

 Capítulo : único, ,Santi, el malo  

 


Primero que todo, FELIZ NAVIDAD!!!! Que Dios los bendiga y que en estos tiempos puedan estar llenos de amor y felicidad junto a sus seres amados. 

Este pequeño largo corto va para SHTE, con mucho cariño espero que lo disfrutes mucho! 

Nuevamente, Feliz Navidad!


Santi, El Malo

La tristeza invadía el pequeño cuerpo del niño, que, acurrucado en el sofá en una esquina de la sala deslumbraba aquel gran árbol navideño. Con una gran estrella dorada en la punta, los colores rojos, dorados y verdes predominaban en aquel lugar. Toda la casa estaba completamente decorada, aun en los baños su nueva mamá había puesto adornos divertidos navideños. 

Aun así, el pequeño Santi trataba de no derramar las lágrimas que lo invadían. Era la víspera de Navidad, y estaban los mismos regalos de siempre bajo el árbol. Toda la familia había ido de compras, su nuevo papá había explicado que, aunque Papá Noel vendría a dejar juguetes para él y sus otros hermanitos, también tendría regalos que ellos comprarían, y el también debería de comprar para todos aquellos que tenían un lugar especial en su corazoncito, o hacer algo especial para ellos. 

Bajo el árbol también había regalos que el había envuelto…o le habían ayudado a envolver. Su nuevo hermano mayor Teo recibiría de el un nuevo cobertor para su teléfono, su otro nuevo hermano mayor Ramiro tendría unos carritos que Santi esperaba pudieran usar para jugar juntos, y su nueva hermanita Ana recibiría una muñeca. Su nuevo papá tenía unos pañuelos y su nueva mamá unos pequeños pendientes, además de que todo iba acompañado de un dibujo hecho por Santi. 

Aun así, la tristeza seguía dominando al niño en el silencio de la noche. Su corazoncito de nueve años sufría, ya que sabía que este sería otro año más en lo que probaría que era un niño malo, y eso explicaba porque Papá Noel nunca le había llevado juguetes a él, y porque durante tantos años no tuvo papás que lo amaran tampoco. 

Estos pensamientos no eran nuevos en su cabecita ni corazoncito, en realidad rondaban de varias semanas ya. 

“¡Mañana ya podemos decorar!” Había dicho Ana emocionada, dando saltitos y haciendo que sus coletas se balancearan de un lado al otro. 

“¿Decorar para qué?” había preguntado Santi, sentado a la mesa con un gran banquete de acción de gracias frente a el, completamente agradecido y contento por su nueva familia, y contagiado por el entusiasmo de sus hermanos. 

“Es una tradición,” Dijo Teo, rascando su nariz y luego sonriéndole. “¡Todos los años empezamos las decoraciones de navidad después de acción de gracias!” 

Santi frunció el ceño, en el orfanato donde había vivido casi toda su vida, no celebraban ni decoraban. Apenas tenían un escuálido árbol que ponían con todas las lúgubres fotos de los niños allí, pero eso era todo y los niños nunca participaban. Simplemente aparecía el árbol un día y dos semanas después, como por arte de magia desaparecía. 

“Es una actividad familiar,” explico mamá, viendo la confusión en su pequeña carita seguramente. “Mañana nos levantamos temprano todos. Todos aquellos menores a diez se quedan con mamá guardando los adornos, y los niños mayores de diez van a ayudar a papá a bajar los adornos del ático.”

Y así había sido, al día siguiente todos estaban levantados y desayunados antes de las ocho de la mañana, algo inusual para un día libre donde no había trabajo ni escuela. A la hora del almuerzo, todos los adornos usuales estaban bien empaquetados y guardados, y había cajas con diversos adornos por doquier. Papá había puesto música de la temporada para que durante el trabajo esta resonara, tenían desde las que mamá dijo clásicas como Rodolfo el Reno y Noche de Paz, hasta otras más modernas que lo habían hecho reír, como aquella que decía Mamá había besado a Santa Claus. 

Después del almuerzo, que fueron ricos sándwiches del pavo de la noche anterior, se dirigieron todos a la granja de árboles. El orfanato siempre ponía el mismo arbolito plástico, pero su nueva familia siempre traía un pino real, que ellos mismos cortaban y ponían en el medio de la sala donde no solo lo miraban ellos, pero también se miraba por la gran ventana de la sala. 

Santi nunca había tenido esa experiencia, nunca había caminado entre tantos pinitos listos para ser llevados a hogares y decorados. Caminó de la mano de papá, y después de la mano de Teo, mientras Ana y Ramiro corrían de un lado a otro. La verdad era que Santi también quería correr junto con los dos niños, pero tenía mucho miedo de perderse, y de volver al orfanato, por lo que se pegó todo lo que pudo a su nuevo papá, que era grande y alto e instintivamente lo hacía sentir protegido. 

Teo tenía casi la misma altura que su nuevo papá, por lo que lo hacía sentir igual. Después de buscar y ver y mucho caminar, todos acordaron que habían encontrado el árbol perfecto…todos menos Santi, que estaba abrumado al no saber que buscaban exactamente…para él todos los arbolitos estaban perfectos. 

Tuvo que soltar la mano de papá, y fue allí que se tomo de la mano de Teo, mamá estaba ocupada tratando de mantener a Ana y Ramiro juntos, incluso vio como mamá le dio una palmada a cada uno cuando quisieron salir corriendo y ya debían de irse. 

Esa tarde, llegaron a casa y bajaron el árbol entre papá y Teo, mientras Ramiro intentaba ayudar, aunque a sus once años apenas y podia sostener el árbol. Teo, al tener quince, podía ayudar mucho más. 

Entraron todos y una vez puesto el árbol, la casa se llenó de vida. Todos reían, incluso Santi, todos participaban. Fue espectacular, y muy divertido, y Santi se sintió parte de la familia como nunca antes lo había hecho. 

En un punto, mamá bailaba al ritmo de la música navideña mientras decoraba, tomando a Santi en brazos para que bailara con ella, mientras que Ana daba saltitos pidiéndole a Ramiro bailar con ella. Santi no creía que el jamás haría eso, por mucho que la pequeña de seis pidiera lo mismo. 

Llegada la hora de la cena, papá pidió una pizza, ya que las decoraciones apenas estaban a mitad de camino. Pero al finalizar, casi a la hora de ir a la cama, la casa se había transformado. Todos se sentaron juntos a admirar su trabajo. Teo se tiró junto con Ramiro en el suelo, pero Santi busco los brazos de mamá, sentándose en su regazo, mientras que papá les contaba historias de su niñez con Ana en su regazo. 

Santi realmente creyó en su corazoncito que sería una mágica navidad, pero después cayó en cuenta que, si Papá Noel era real, entonces él tenía que ser un niño malo porque nunca le había llevado ninguno de sus regalitos. Decidió que, si Papá Noel no le llevaba nada, lo mejor era seguir siendo un niño malo. 

Y aunque por lo general trataba de portarse bien, todo cambio. Empezo con cosas muy sencillas. Mamá pedía que arreglara su cama, él no lo hacía. Papá le pedía recogiera sus juguetes, él no lo hacía. 

Empezó a pelear con Ana y Ramiro. No tenía por qué compartir los juguetes que mamá y papá le habían comprado, eran de él, y si tenía que regresar al orfanato, no los podría llevar consigo, así que los acapararía todo lo que pudiera. 

Tampoco quería ir a la escuela, ni hacer caso a la maestra, ni poner atención ni hacer tareas. Iba a hacer lo que el quisiera, porque era un niño malo al que Papá Noel nunca le traería nada.

Pero no contaba con que su nuevo papá si le daría algo…y ese algo no le gustó mucho. Faltaba una semana para salir de vacaciones de navidad cuando la maestra lo envió con una nueva nota a casa. La última vez lo habían regañado y le habían mandado a la cama sin postre y no había podido ver la televisión tampoco. 

Creía que tendría el mismo trato, pero no fue así. Al llegar a casa, le dio la nota a mamá quien, después de leerla, le mando a su habitación. Sus hermanos le miraron con tristeza, incluso escucho como Teo quiso abogar por él, pero mamá rápidamente lo mando a callar, aunque Santi no escucho mucho sus palabras. 

Las tardes por lo general siempre las pasaba con sus hermanitos, hacían tareas, jugaban o miraban algo de televisión. Esta vez, como mamá le había dicho, se sentó a hacer sus pocas tareas y, al terminar, no supo que mas hacer. Tomo uno de sus tantos nuevos carritos y lo paso silenciosamente por la orilla de la cama, para luego observar las rueditas. 

No sabía cuánto tiempo había pasado, cuando escucho el carro de papá llegar, por lo general él y Ana corrían a la puerta para recibirlo con abrazos, pero hoy solo podía ver desde la ventana de su recamara. 


Vio a papá bajar del auto y entrar a casa, escuchó los alegres saludos de Ana, y como toda su nueva familia hablaba. Luego hubo algo de silencio, para después escuchar los pasos de papá acercarse a su cuarto. 

Tocaron a la puerta y no solo entro papá, pero también mamá. Ambos estaban serios, y ambos se sentaron a su lado. 

“¿Qué pasa, campeón?” pregunto papá, “¿Porque sigue poniendo quejas tu maestra, hm?” 

Santi no supo que decir, bajo su mirada al suelo, enfocándose en sus blancos calcetines. “Santiago, tu papá te está hablando.” Reprendió mamá ante su silencio, cruzada de brazos. 

Santi solo se encogió de hombros, a lo que papá suspiro. “No te encojas de hombros, Santiago. Respóndeme con tus palabras.” 

Santi no dijo nada, no había nada que decir. Era un niño malo, y así se portaban los niños malos. 

Papá y mamá trataron de hablar con él, pero no pudieron porque Santi mismo se rehusaba a hablar, aunque si lloro mucho…lloro, y se lamentó, y pataleo y gimió. En un punto papá decidió que un castigo seria lo necesario, por lo que le tomo de la mano y lo llevo a pararse frente a él, le bajo de un tirón su pantaloncito y le puso sobre sus rodillas. 

No era inusual que mamá o papá lo vieran en calzoncillo. En el orfanato no hay tal cosa como el pudor, no hay tal cosa como la privacidad, por lo que eso no le afecto mucho, lo que si le afecto fue el golpe de la mano de papá contra su pequeño traserito. 

No solo fue uno, fueron muchos, dados una y otra vez. Incluso llego a bajarle su calzoncillo de Batman y termino dándole en su desnudas pompitas. Dolió mucho, y su blanca retaguardia paso a ser un tanto rojita. 

Al terminar, papá le dio un gran abrazo, y muchos besitos, hablándole suavecito de cómo no podía seguir comportándose así. De cómo debía de ser un niño bueno, pero él no era bueno, él era un niño malo. 

Mamá también lo abrazo, le dio muchos besitos, y le trato como si fuera un bebe, limpiándole la carita y ayudándole a vestirse. Durante la cena todos trataron de no tocar el tema, aunque todos sus hermanos le trataban como si fuera un verdadero príncipe. Ahora entendía porque también habían hecho eso cuando mandaron a su habitación a Teo, e incluso a Ana. Sabía que papá o mamá les habían calentado, y como hermanos debían apoyarse. 

Pero esa no fue la única vez. Si Santi era un niño malo, por lo menos quería sentirse como un príncipe por sus hermanos y sus papás, y si para llegar a eso tenían que calentarle el trasero…pues…talvez no era tan terrible…aunque siempre era muy, muy, muuuy horripilante. 

Su comportamiento empeoro, pero después del castigo Santi trataba de portarse bien, e incluso terminaba durmiendo con papá y mamá, abrazado por ambos. 

Así pasaron las dos semanas que faltaban para Navidad. He incluso, ese mismo 24 de diciembre, en Noche Buena, no se había salvado durante la tarde de que mamá le diera unos cuantos cucharetazos, cuando le jalo una de sus coletas a Ana solo porque sí. 

Solo habían sido cuatro, pero como habían dolido en su momento. Aun así, no importaba, porque de esa forma Papá Noel tendría suficientes motivos para no traerle sus regalitos nuevamente. Y así había sido, porque, horas después de que mamá lo arropo, y le dio su besito de las buenas noches, él se levantó para ver si tenía regalitos para él, pero solo estaban los que mamá y papá le habían comprado. 

Esto le termino de confirmar que él era un niño malo. Que no importaba cuantas veces le había pedido a papá Noel una familia, o un peluchito, o salir del orfanato. Así como era un niño malo, probablemente siempre sería un niño huérfano…un sin hogar…un niño perdido y sin rumbo. Y aunque su cabecita no tenía las palabras adecuadas para expresar esto, su corazón entendía esto a la perfección. 

“Santi, hijo, ¿qué haces aquí?” la voz de papá le saco de sus recuerdos, y también hicieron que sus ojitos verdes se llenaran de lágrimas. No pudo evitarlo, estallo en llanto estirando sus bracitos pidiendo a gritos con todo su ser sentirse amado. 

Su papá no lo dudo, lo tomo en brazos, y dejo que Santi no solo enrollara sus bracitos alrededor de su cuello, pero también sus piernas alrededor de su cintura, aferrándose al hombre tal cual monito. 

Papá le abrazo con fuerza, poniendo unas de sus manitos en sus nalguitas para sostenerlo y la otra en su cabecita. “Hijo, me asustas, te duele algo…¿qué tienes, monito?” le pregunto con ternura, sobando su espalda y pasando su mano por donde podía para poder verificar Santi estaba bien. Pero Santi no estaba bien. 

“So-sooo-sniffff---buuuaaaaaa!” Balbuceo y lloro, aferrándose aún más. 

“Shh, calma, amorcito, shhhh, ya, ya paso. Papi está aquí…shhh…” Papá lo meció, caminando con el de un lado a otro, haciendo que Santi llorara con más pesar. 

Santi dejo salir todo aquello que había llevado en su pechito guardado, llorando hasta que sus ojitos casi no podían ver de lo hinchados que estaban. Pero ni en el peor de sus castigos había llorado de esa forma. Fue tanto, que aun mamá y Teo llegaron a ver qué pasaba. 

“¿Acaso le castigaste?” Escucho a mamá reclamar, queriendo tomarlo en brazos, pero Santi se aferró aún más a papá. Sus brazos eran seguros, y aunque amaba a mamá, no quería a nadie más que a papá. 

“Papaaaaa!” Reclamo Teo, “¿Cómo pudiste? ¡Es noche buena! ¡Pero ni a mi cuando quebré la vajilla de la abuela me castigaste en Navidad!” 

“No me acusen, que no le he castigado.” Hablo papá por sobre el llanto de Santi. “Y tú, jovencito, a ver, de vuelta a la cama. Tu hermanito está bien, así que no te preocupes.” 

No supo que paso, pero si sintió a Teo caminar a donde él y sobar su espalda. Mamá y papá se quedaron con él, hasta que todo el llanto acabo. 

“Soy malo.” Dijo finalmente Santi, haciendo que ambos adultos se vieran en asombro. 

“No, mi vida. Tú no eres malo.” Empezó mamá, “Un tanto traviesito, tal vez, ¡pero eres el niño más bueno que hay!” Mintió mamá a Santi. 

“No es cierto.” Dijo el niño, llorando nuevamente cuando creyó que ya no podría. “Soy malo, y por-por eesooo, sniff, Papá…Papá Noel no me da regalitos.” 

“A ver, Santi, necesito que escuches a mamá y a mí, ¿sí?” Le pidió papá, sentándole en su regazo, y tratando de verle a la cara. “¿Por eso te has estado portando así? ¿Porque crees ser malo?” 

Santi no respondió, solamente asintió. “Soy malo.” Repitió nuevamente, rascando su ojito con su puño. 

“Mi vidita,” Empezó mamá, sobando su cachecito, “Escucha a mamá, ¿sí?” Pidió con mucho amor y ternura, a lo que Santi la observo atentamente. “Tú no eres malo, eres un niño muy, pero MUUY bueno. Papá Noel…bueno…el, veras, hijo…”

“Papá Noel te dio un gran regalo este año,” le dijo papá cuando mamá dejo de hablar, “te dio un papá y una mamá que te habían estado esperando desde siempre, pero, al igual que nosotros que no te encontrábamos, Papá Noel tampoco.” 

Santi lo pensó por un momento. ¿Sería posible que eso fuera cierto? Sería posible que, al igual que mamá y papá, ¿Papá Noel no le encontrara antes?

Decidió que, si papá y mamá lo decían, tenía que ser cierto. Ellos nunca le habían mentido. Le amaban y cuidaban, y en los dos meses que llevaba con ellos, siempre le habían dado mucho amor. 

Así, acurrucado se quedó dormido contra el pecho de papá, sintiendo las caricias de mamá. 

A la mañana siguiente, despertó al sentir los brincos de Ana y Ramiro, que se tiraban emocionados a la cama de sus padres donde Santi había pernoctado. La emoción en sus hermanos hizo que Santi también se emocionara y así salieron corriendo a ver el árbol. 

Y aunque Ana y Ramiro no pararon, Santi si paro en asombro. Los regalos parecían haberse multiplicado desde la última vez que estuvo allí. “¿Vienes, enano?” Pregunto Teo, que se miraba igual de emocionado que sus hermanos menores.

Santi asintió y salió corriendo al árbol, sin darse cuenta de las lágrimas que salían de los ojos de mamá y las muchas fotos que papá tomaba. 

Cuando todos los regalos se distribuyeron, el bulto de Santi era gigante. Había regalos de sus hermanos y padres, e incluso de sus abuelos y tíos, pero el bulto de Papá Noel era muy grande también. 

Tomo el primero y, con mucha emoción y mucha delicadeza, quito la envoltura. No era un juguete, era algo mucho mejor. “¡Mami! ¡Mira!” Dijo en emoción, mostrándole su nueva adquisición, ignorando la confundida mirada que sus padres se daban, sin saber que, a diferencia de los otros regalos que decían venir de Papá Noel, ninguno de los adultos presentes era responsables de ese en particular. 

Era un tallado pequeño de madera, donde figuraban Mamá y Papá, junto con Ana y sus coletas, Teo y Ramiro, y en el medio de todos ellos, un feliz Santi, y en la parte de abajo, las palabras ngravadas, Familia Completa


Aparentemente, Papá Noel finalmente había encontrado a Santi, y había probado que, aunque a veces traviesito, era un niño bueno.





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