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Segundas Oportunidades
Autora: Gabi
Capítulo 21, Te Amo
Quisiera poder describir detalladamente lo que paso, pero no
podría, aunque quisiera.
La mañana siguiente paso en un santiamén, y con ello la tarde
también. Como lo habíamos planeado, a las dos de la tarde llegaron Henry y
Anna. La pareja estaba mas que emocionada, habían planeado cada detalle de la
noche, desde juegos que harían o películas que podrían ver, además de que Anna
había estado horneando distintos tipos de galletas y por lo visto Henry había
ido de compras. Traían hasta regalos como si de Navidad se tratase, y no solo
para los tres niños, pero había uno con el nombre de Viviana también, cosa que
me sorprendió un poco, pero tenía otras cosas en que pensar.
Eran cerca de las cinco de la tarde cuando tenía que ponerme en
marcha. Me despedí de los niños, dándoles un beso a cada uno y recordándoles
que debían comportarse bien si no querían que Henry o Anna les castigaran,
aunque dudaba mucho que estos dos hicieran tal cosa.
Camino a casa de Paula pase a recoger uno de los últimos detalles,
la dependienta de la tienda me vio con cara de incertidumbre, como si mi pedido
fuera completamente anormal…y de una forma lo era.
Viviana se había quedado en casa de Paula, diciéndole a esta que
tenía una pequeña jaqueca como lo habíamos hablado.
“No quería irse.” Me dijo la niña, tomando algunas de las bolsas que llevaba. “De verdad, insistió en
quedarse conmigo por si me ponía mala.” Me dijo la adolescente con
picardía, “Creo que si por ella fuera me hubiera metido a la cama y me
tuviera con bolsa de agua caliente en la cabeza y un termómetro en la boca.” Se burló, haciéndome reír.
“No te preocupes, le diré que yo fui quien te motivo a mentir.” Le dije, apretándole el hombro,
“Pero
no te aconsejo que se te haga costumbre.”
Viviana rodo los ojos, poniendo las bolsas sobre el pequeño
desayunador. “Estas usando el mismo tono que usas con tus hijos.” Me chincho, “No sabía que tienes por
costumbre andar adoptando huérfanos.”
No pude evitar la carcajada, esta niña de alguna forma había
logrado que se calmaran mis nervios. “No quieres que te adopte,” Le chinche un poco, “suelo ser un poco
sobreprotector.” Y era la verdad, me estaba dando cuenta de ello. Mientras
hablábamos, iba sacando algunas cosas de las bolsas que llevaba.
“No le tengo miedo a unas cuantas nalgadas.” Me dijo, encogiéndose de
hombros y haciéndome levantar una ceja, “No pueden doler tanto, además
de que ha de ser lindo tener padres que te quieran y que se preocupen por ti.”
Dice el dicho que de broma en broma la verdad se asoma, y fue eso
mismo que me dejo sin poder decir más. Esta no era una niña pequeña, era una
jovencita que además de eso era la novia de mi sobrino.
“¿Y qué piensas hacer?” Interrumpió el silencio, viendo las distintas
cosas que llevaba. “¿De verdad piensas cocinar?”
“Si.” Le dije, tomando las bolsas de sus manos. “Hice este platillo cuatro
veces desde ayer, así que estoy seguro que lo voy a hacer bien.”
“Wow…” Era evidente que trataba de no reírse. “Y supongo que por eso nos
tienes inundadas de rosas.”
“Si, bueno, cuando un muchacho la embarra contigo y realmente te ama, debe tratar de
hacer hasta lo imposible para mostrarte que te ama.” Le dije, levantando el
pollo crudo que tenía en mis manos, “Y en mi caso eso es cocinar.”
“Oye…sé que no conozco de tanto tiempo a Paula, pero…la quiero
mucho…y…bueno…no quiero que muera envenenada.”
“Ja…ja.” Me reí con sarcasmo, “Moriríamos ambos en ese caso.” Le dije, “Y si querías que te adoptara,
no deberías de decirme esas cosas.”
“Claro que sí, si alguien me adopta quiero que sea Paula, eso
significa que me dejas huérfana…aunque en las historias siempre las huérfanas
terminan encontrando a un gran príncipe que le da una gran vida y cumple
realidad todos sus sueños.”
“Cuando te conocí creí que eras una de esas chicas que les gusta
la cerveza, la marihuana y el rock…en realidad solo eres una mocosa a la que le
faltan las dos coletas.” Me reí, viendo como me sacaba la lengua. “Ya que estas aquí, ayúdame a
lavar estas papas.” Le pedí.
“Nop!” Me dijo, tomando su móvil y sonriendo con picardía. “TU la cagaste, ahora tienes
que trabajar duro por ello tu solito.” Me molesto, sacándome la lengua.
“¡Niña esta!” Aunque mi tono era serio, y mis ojos un tanto achinados, era
evidente que estaba bromeando.
Me tomo bastante trabajo, aunque al final Viviana me ayudo con
cosas mínimas. No solo había horneado un pollo, como la misma Paula me había
enseñado, pero había logrado hacer unos vegetales salteados y una ensalada. No
solo había logrado hacer la cena, pero también un pastel. Esto último me
sorprendió tanto a mi como a Viviana.
Era uno de esos de caja, donde solo tenías que añadir los huevos,
aceite o agua y luego batir. El betún lo había comprado también ya hecho, y la
verdad que el decorado dejaba mucho que desear. Me alegraba tener otras
cualidades, porque si mi vida dependiera de la cocina ya hubiera muerto.
Agradecí que en algún punto Viviana se había apiadado de mí y me
había ayudado, no solo a cocinar, pero también a arreglar todo. Había comprado
algunas velas que habíamos puesto en ciertos lugares clave, habíamos movido una
pequeña mesa y arreglado para tener una cena para dos, poniendo el pequeño
banquete que había preparado de modo perfecto.
Había gastado una pequeña fortuna en rosas y lirios, los cuales ahora
adornaban no solo la mesa, pero también varias partes de la pequeña sala que
nos serviría de comedor. Además de ello, tome el pedido que había hecho
anteriormente. No sabía si me había pasado de cursi con esto, pero no me
importaba. Lo que más quería era el perdón de la mujer.
“Bueno, creo que es hora que me vaya.” Me dijo finalmente Viviana,
tomando su pequeño bolso para pasar la noche en mi casa.
“Henry te espera abajo, sé que no le conoces, pero creo que te
llevaras bien con ellos.” Le instruí, “Dormirás en la habitación de Logan, dejé todo preparado.”
“Si, si, deja de preocuparte por mí.” Me chincho, dándome un abrazo
furtivo. “Solamente no la riegues con mamá nuevamente. A los niños no nos
gusta que papá y mamá peleen.”
Nuevamente no pude evitar una carcajada, a pesar de los nervios
que tenía. “Si, si, lo recordare para la próxima.”
“Bien, porque la próxima no te ayudo…puede que ni siquiera este
todavía aquí.” Me dijo seriamente, sacando su móvil de su bolsillo y haciendo una
llamada.
No pude pero agrandar los ojos. Habíamos quedado que le hablaría a
Paula camino a mi casa, dándome veinte minutos de tiempo, “No-” Pero antes de poder seguir,
ella levanto un dedo para callarme.
“PAULAAAAAA!” Le dijo, en un tono que, de no haberla tenido frente a mí, hubiera
pensado lo peor, “Paula…perdón…sé que tienes mil cosas que hacer, pero…¿puedes
venir?”
No sé qué le dijo la mujer, pero Viviana contesto en monosílabos,
haciendo una vocecita que parecía estaba a punto de llorar, hasta que
finalmente corto la llamada y dio un gritillo de victoria. “¡Estará aquí en cinco!” me dijo, con una sonrisa pícara
y salir corriendo por la puerta, no sin antes gritarme una suerte y mostrarme
sus pulgares hacia arriba.
Tenía mil cosas que decir, pero solo pude abrir la boca una y otra
vez, ese no era el tipo de llamada que quería tampoco. Darme cuenta que Paula
llegaría con sentido de urgencia solo me hizo entrar en pánico. Prefería una
Paula enojada que una confundida…una Paula confundida era una Paula que no dejaba
hablar, que exigía explicación sin dejar darlas, y que simplemente amenazaba
con una muerte lenta pero segura.
Sintiendo la urgencia de que ahora si todo debía salir perfecto,
me apresure a prender cada una de las velas que habían alrededor, tratando de
generar un ambiente no solo romántico, pero que realmente evidenciara cuanto
esfuerzo había puesto en esto.
Termine de encender la última vela cuando la puerta se abrió de
golpe, “Vivia-” El nombre no termino de salir de la boca de Paula, cuando se quedó
helada en el marco de la puerta.
Y yo, allí, parado como estúpido sin saber qué hacer ni que decir.
“¿Qué
haces aquí?” Supe el tono que Paula quería usar, un tono de enfado y molestia,
pero su voz se quebró en la última palabra.
“Yo…” todo el discurso que había preparado, todo lo que quería decirle
se quedó olvidado, así que simplemente hable del corazón. “Yo te amo.” Le dije, “Ame a Mary, fue mi esposa, mi
mejor amiga, la mujer con la que creí envejecería. Cuando la perdí…me volví
loco…no sabía cómo volver a sentir…que debía de sentir.”
Paula quiso decir algo, pero por primera vez la mujer no tenía
palabras, así que seguí hablando. “Por eso vine aquí, quería estar solo, quería
estar lejos de todos, y te conocí.” Me sonreí, recordando aquel día. “Vestías un bello vestido
azul, con flores amarillas y no pude evitar pensar que tenías lindas piernas.” Le dije, “Viniste a mí con
libreta en mano y me dijiste que lo único que vendían era aquello que estaba en
el menú y me recomendabas el ítem 3. Se volvió mi favorito. Por eso lo pedía
cada vez que iba…”
“Lo recuerdo.” Me dijo sencillamente, sin dejar de verme.
“Paula…conocerte me dio esperanza, pero la verdad es que…la vida
me la devolvieron mis hijos…esos tres chiquillos que me vuelven loco, pero…esa
vida no está completa si tú no estás en ella.”
“Gabriel…yo…”
Tome aquel pequeño presente, aquel por el cual me habían visto
raro y se lo tendí, rogando a Dios y a todos sus ángeles que lo tomara.
Al verlo ella levanto una ceja, pero lo tomo en sus manos. “Una tortuga…” me dijo, ocultando su sonrisa,
pero luego vio la pequeña libretita que la tortuga tenía en su boca, guindada
de una cadena.
Sabia cada una de las palabras que habían inscritas. No era el
mejor escritor, pero lo había pensado mucho.
La primera página, en letras cursivas decía, “Soy lento,” pasando
a la segunda encontraba las palabras, “Y bruto también,” supe que estaba de acuerdo
cuando soltó una risa burlesca ante esto, paso a la tercera página, “pero de
algo estoy seguro,” siguiente página, “eres mi futuro.” Y yendo a la última
página, encontró lo último, a lo que había dudado, y ahora tenía mis dudas. “Se
mi mesera por siempre.”
Lo vio por un momento, y luego se rio. “No sé si mesera para ti es
un eufemismo de algo más.”
“Lo es.” Le dije, asintiendo, “Cuando dije que eras mi mesera, me refería a
mi amante, mi amiga, mi novia…la mujer con la que quiero compartir mi futuro si
es que me dejas.”
Paula me vio por unos momentos, sosteniendo aquel peluche en sus
manos. “¿Y Mary?”
“Mary…” Miles de recuerdos vinieron a mi mente, recuerdos que no
eran más que aquello de un lindo pasado. “Mary es mi pasado.” Le dije con sinceridad, “Siempre recordare a Mary con
amor y cariño, pero eso es todo lo que ella es ahora. Un bello recuerdo…y yo…yo
la tuve que dejar ir.”
Paula no dijo nada, solo asintió y vio a su alrededor, observando
cada rosa y lirio, cada vela hasta que su mirada llego a la comida. “¿Tu cocinaste?”
“Si.” Asentí, esperando que todavía estuviera caliente. No había pensado
en ese detalle.
“¿Y piensas intoxicarme y mandarme al hospital, o será una muerte
súbita?”
“Pues…seguí cada paso que me enseñaste, así que espero solo
llevarte al perdón.” Le dije, a lo que ella me vio.
“Bien, comamos entonces.” Vaya…no me diría nada. Bien,
podía aceptarlo.
Asentí y nos sentamos a la mesa…bueno, nos sentamos en el suelo ya
que era una mesa baja en las que las sillas solo nos harían inclinarnos y
terminar con dolor de espalda.
Aunque Paula quiso servir, no le deje. No le dije nada, simplemente
tome los cucharones, “Permíteme…hoy soy yo el que te sirvo.”
“Vaya…realmente lo de mesera era un eufemismo.” Me dijo con una sonrisa,
aceptando la copa de vino que le ofrecía.
“Así es.” Le dije simplemente, “Talvez lo mejor era no usar esa palabra.”
“Lo mejor es que te sigas esforzando.” Me dijo simplemente, aceptando
el plato de comida y, aun con él en el aire, lo empezó a observar como si fuera
una bomba por explotar. “Bien, no se ve nada mal.”
“¿Gano un punto más a favor?” Le pregunte, poniendo mi propio
plato frente a mí.
“¿Punto?” Levantó una ceja, pero aun así pude ver la sonrisa escondida. “No sabía que tenía que darte
un puntaje.” Su tono era serio, pero escuchaba la burla detrás de ella.
“Pues, por lo menos dime si hay un atisbo de perdón, ¿no?”
“Pues, estas con vida y estas aquí.” Me dijo simplemente, “Si tanto quieres perdón
podría simplemente ponerte el trasero rojo y dejarte amarrado a mi cama por un
par de días.”
Sus palabras casi hacen que me atore con un pedazo de zanahoria. “Si…este…por sexy que suene
estar amarrado a tu cama, no creo que sea lo ideal ni lo mejor para mí.”
La risa que se desato de Paula me sorprendió, además de que me
llenaba de esperanza. “Si…no sé cómo se lo vaya a tomar Viviana si al volver te encuentra
encuerado y atado a mi cama.”
Eso me hizo reír a mí, pensando en la cara de horror que pondría. “Especialmente después de
insinuar que deberíamos adoptarla.”
La chispa picara de Paula cambio a una más suave y dulce, “Es una niña. Solo llevo un par
de días con ella, pero me doy cuenta que su fachada de ruda no es más que una
muralla de protección. Esta sola. Mucho dinero y mucha libertad, una mala
combinación para alguien tan joven.”
Asentí, sonriéndole de la misma forma que ella lo hacía conmigo. “Sé que Melissa hablo con
ella, así que espero si decide regresar a casa sepa que tiene a toda una
familia detrás de ella.”
“Me alegra,” me dijo, comiendo con gusto, “se lo merece. Así como me
merezco un buen premio, este pollo te quedo delicioso.” Me felicitó.
“¿Tú te mereces el premio, o yo?” le pregunte divertido, en
realidad si había logrado hacer una buena cena.
“De no ser por mí, lavarías el pollo con agua y jabón.” Me chincho, dándole otro buen
mordisco.
No solo me sentí orgulloso de mi buen cocinar, pero más aún del
hecho de que Paula parecía gustar de mi comida tanto como yo gustaba de la de
ella, y más aún el hecho de que se sintiera tan relajada frente a mí.
Terminamos la comida y, después de servir el postre nos
acurrucamos un poco más a hablar. El hecho de que ella se moviera a estar a mi
lado, y se apoyara contra mi pecho me daba la paz y seguridad de que, si bien
no me había perdonado del todo, por lo menos lograba alcanzar algo de perdón.
Puse mis brazos alrededor de ella, atrayéndola en un fuerte
abrazo, oliendo ese delicioso perfume tan peculiar que ella usaba. “Te amo.” Le dije, sinceramente, “Te amo, Paula Andoni. Espero
algún día puedas perdonarme por haberte lastimado de la forma en que lo hice.”
Ella se giró, viéndome con una cálida sonrisa, no me dijo nada
solo se levantó un poco y me beso, algo que correspondí de inmediato. No
necesitábamos más palabras. Nos besamos por unos momentos, y luego ella se
volvió a acomodar, tomando mi pedazo de pastel y tomando un gran bocado.
“Hmm…” La escuche quejarse, para poner su mano y sacar algo de su boca. “Si, tu hiciste este pastel,
no hay duda.” Me dijo, a lo que la vi un poco preocupado.
“¿Que paso?” pregunte un tanto angustiado, a lo que ella me mostro algo blanco.
“Las cascaras no van dentro de la masa.” Me dijo divertida, haciéndome
sonrojar para luego reír como no lo había hecho en días.
A decir verdad, no me había sentido tan en casa como ahora, ni tan
completo ni tan…feliz. Amaba a mis niños, realmente los amaba, pero eran amores
diferentes. Con Paula…era diferente. No sabía bien cómo explicarlo, pero lo
era.
Como cuando estaba con Melissa y Michael, realmente los amaba,
pero no era lo mismo tampoco estar con ellos como estar con Dante a quien
miraba como a un hermano.
“Realmente espero que puedas perdonarme y aceptarme.” Le dije a Paula, y aunque
parecía que venía de la nada venia de un lineamiento de mis pensamientos.
La mujer pareció sorprenderse, tragando un pequeño bocado de
pastel y viéndome, como si me estuviera estudiando. Sin decir nada, puso la
cucharita sobre el plato y el plato sobre la mesita. Suspiro y luego me vio, no
sonrio, no dijo nada, solo me observo, haciéndome sentir pequeño e inseguro.
Estaba a punto de disculparme, hacer alguna excusa y salir del
lugar cuando se acercó a mí, dejándome prácticamente atrapado entre el sofá y
su cuerpo, cuando me dio un beso. A diferencia de aquella primera vez, fue uno
tentativo, reposando sus labios sobre los míos, dando la oportunidad para que
yo hiciera la siguiente movida, y lo hice.
Fue un beso largo y dulce, en realidad no le podría llamar uno,
sino varios pequeños que harían algo largo. Talvez una adolescente enamorada lo
describiría mejor, o una escritora con la cabeza en los aires pensando en aquel
bello primer amor. En realidad, yo lo describiría como perfecto, además de que
el resto de mi cuerpo quería más.
No era solo sexo, no era aquella primera vez donde queríamos
descubrir el cuerpo del uno y del otro. Era simplemente hacerle el amor a la mujer
que amaba, dejando que ella me guiara en todo sentido.
Nos fuimos desnudando poco a poco, entre besos y caricias
llevándonos a su habitación, donde, ignorando el bulto de ropa que había sobre
su cama, lista para ser doblada y guardada, simplemente la tiramos al piso y
nos acostamos sobre ella.
Pase aquella noche en casa de Paula, hablamos de diversas cosas,
desde lo que ella deseaba en un futuro a lo que yo deseaba hacer. De los niños,
de nosotros, de nuestras familias y trabajos, y todas esas platicas con ambos
desnudos tanto en cuerpo como alma, simplemente dejándonos saber dónde estaba
cada uno.
Aunque yo era mayor que ella por un par de años, ambos queríamos
lo mismo, ambos deseábamos formar una familia, pero ambos sabíamos debíamos ir
un tanto lento. Mejor paso firme y seguro que derrumbarnos en inseguridades
luego y afectar a los enanos.
Eran como las dos de la mañana, habíamos hecho el amor por segunda
vez y nos encontrábamos acostados uno al lado del otro, siendo un enredo de
piernas y sabanas, con ella recostada sobre mi mientras yo le sobaba la
espalda, disfrutando de la cercanía de ella. “¿Paula?” Llame, viendo las vigas
de madera de su techo.
“¿Hmm?” Murmuro ella sin siquiera mover un musculo.
“Gracias.” Susurre, abrazándola un poco con un brazo.
Esto pareció llamar su atención, ya que se movió un poco para
verme mejor, levantando su rostro y viéndome a los ojos. “¿Gracias por qué?” Se notaba que tenía mucho sueño
ya que pestañeaba constantemente.
“Por perdonarme.” Le dije, enumerando mentalmente. “Por amarme.” Continúe, “Por dejarme estar a tu lado,
por amar a mis hijos, por querer un futuro conmigo, por…simplemente por ser
tu.”
Paula sonrió, viéndome con cariño y admiración. “Vaya, nunca me habían dado
las gracias por ser yo…supongo que eso significa que sigo siendo tu mesera?”
No pude evitar reír nuevamente, volteándome con ella en brazos
para que quedara atrapada bajo mí. “Claro que sí.” Le dije, dándole continuos
besos en su cuello, mis manos encontrando sus caderas.
“Oye…pero mira que después de semejante cena sigues con hambre,
¿eh?” me
chincho, pero pareció despabilarse, pasando una de sus piernas por sobre las
mías para acercar mi cuerpo al suyo.
Al amanecer no solo estábamos un tanto adoloridos por
tanto…ejercicio, pero también nos encontrábamos extremadamente contentos,
felices y, por qué no decirlo, satisfechos…y extremadamente tarde.
Después de una noche tan…excitante…nos habíamos quedado dormidos.
No me preocupaban los niños, Anna y Henry se habían comprometido en llevarlos a
la escuela al día siguiente por si “las cosas salen bien y te toma toda la
noche,” en las vergonzosas palabras de Anna…aunque muy ciertas.
Sin embargo, Paula se había saltado como resorte, dándome un par
de nalgadas rápidas para despertarme, tirándome mis pantalones mientras ella
sacaba ropa para vestirse esa mañana.
“Mujer…por Dios…vuelve a la cama.” Le dije, tapando mis ojos con
mi brazo. “¿Qué hora es?”
“Las ocho!” Me grito, tirando una blusa y un jean a la cama, “¡Vamos, apúrate! ¡Es
tardísimo, Dios mío! ¡Los niños!”
“Los niños han de ir camino a la escuela… ¿qué piensas?” Le reclame, algo molesto y
levantándome de la cama, después de tanto escándalo me sería imposible seguir
durmiendo, “¿Que los había dejado solos con Viviana por toda una noche?”
Paula me vio un tanto exasperada, entrando al baño y poniéndose
una bata. Una lástima, disfrutaba ver su cuerpo desnudo andando por la
habitación. Empezaba a entender, por primera vez, aquella canción de la mujer
desnuda de… ¿era Carlos Vives o Alejandro Sanz? No importaba, disfrutaba ver su
cuerpo desnudo que ahora lo tapaba una fea tela rosada.
Bien, ahora que ya estaba despierto tenía otras necesidades
básicas que atender, así que camine hasta el inodoro para orinar. “Es Viviana
la que me preocupa,” Me dijo, entrando a la habitación como si me había visto
orinar durante toda su vida, ni siquiera se inmuto, simplemente abrió el grifo
y empezó a componer la temperatura del agua. “Prometí llevarla a inscribirse
hoy, pero a las diez me entregan un producto, ¡Francis no va a estar hoy y
alguien tiene que firmar! Dios…no lo voy a lograr.” Se lamentó, haciéndome
rodar los ojos y, viendo cómo se quitaba la bata y metía al agua, decidí
seguirla.
“Pues, yo te ayudo.” Le dije, ignorando como me vio con la ceja
alzada al verme entrar en el agua. “Para eso soy tu novio ahora, ¿no?” Le pregunte divertido, tomando
su bote de champú y oliéndolo…olía a ella, y aunque me encantaba ese olor, la
verdad era que no quería oler a…flores primaverales con aceite de coco.
Ella se voltio con una gran sonrisa, abrazándome y haciendo que
casi se me caiga el bote aquel y estirándose para darme un beso rápido en la
boca.
“Me gusta cómo suena eso.” Me dijo simplemente, “Tengo todos los papeles en mi
bolso, recuerda que tengo que dártelos. También sería bueno que te pongas como
contacto de emergencia, por cualquier cosa.”
Fue hasta que iba camino a casa que me di cuenta de lo natural que
había sido esa mañana. Nos bañamos, nos cambiamos, desayunamos y simplemente
era como un reloj suizo, cada quien sabía lo que tenía que hacer. Ella ponía el
café y yo, que me había vuelto un experto en donde estaban las cosas en una
tarde, saque las tazas del mueble.
Ahora que me encontraba camino a casa, no solo para cambiarme de
ropa, pero también para buscar a Viviana y agradecer a la pareja mayor, no
podía, pero sino sorprenderme de las vueltas que daba la vida. Hace tan solo un
día atrás que tenía pavor de hablar con ella y regarla y ahora mi cabello olía
a flores y coco.
Al llegar a casa solo se encontraban Anna y Viviana, quienes
estaban muy contentas platicando a gusto mientras se tomaban una taza de té y
un plato de galletas, como dos viejas amigas cotorreando.
Al entrar a la puerta, ambas voltearon a ver, con Anna sonriendo
en alegría y con Viviana llena de picardía. Antes de que pudieran atacarme con
preguntas, les salude y le dije a Viviana que le ayudaría a inscribirse ese
día, dándole el folder de manila con todos sus papeles.
Inscribir a Viviana en el décimo grado de la secundaria no fue
para nada difícil. Al ver los papeles que, hasta ese momento, ignoraba el
contenido total de ellos, no hicieron muchas preguntas. Simplemente empezaron a
llenar formularios y a pedirme que llenara unos otros. En menos de una hora
estábamos despachados, Viviana sosteniendo un pequeño folder que le daba no
solo su nuevo horario de clases, pero un listado de reglas que seguir como
vestuario adecuado y otros.
“Así que te fue bien, ¿no?” Me dijo finalmente Viviana.
Había notado como se había tragado las palabras todo el camino, pero lo había
abocado a nervios de comenzar una nueva vida en un lugar desconocido, mas
siendo tan joven. Me había equivocado.
“La curiosidad mato al gato, ¿lo sabias?” le dije divertido, camino a
casa de Paula para dejar a la muchacha.
“Qué bueno que no soy gato, entonces.” Me dijo divertida, “Además…” Y se estiro como pudo para
olfatearme como si fuera perro, “Hueles a su champú…¡conozco ese olor!”
“¿Si? ¿Tanto te gusta?” Pregunte divertido.
“Lo odio. Muy dulce para mi gusto, además, ella tiene cabello seco
y yo graso, lo último que necesito es algo que me sobre humecté el cabello.”
“No tengo idea de nada de lo que acabas de decir.” Le dije con sinceridad. Cuando
buscaba un champú solo me cercioraba que fuera, en realidad, un champú que no
oliera a más que a champú y que no me diera caspa. Eso era todo. Había usado la
misma marca y producto desde que era adolescente, en realidad.
Viviana rio un poco, negando con su cabeza. Luego de dejarla en
casa recordé lo otro que tenía pendiente ese día. Debía encontrar a Theodor
Gullier.
Sabia en que hotel se hospedaba. No era difícil saberlo. Después
de todo, era el único hotel en todo el pueblo.
Al llegar me encontré con aquella joven, casi adolescente recepcionista
que parecía lista para salir corriendo. La recordaba de mis días en aquel lugar
y a decir verdad, ella casi ni me daba la mirada.
“¿Theodor Gullier se hospeda aquí?” Pregunte, después de darle un
saludo seco.
“No damos información de los huéspedes.” Me dijo, con voz aburrida sin
quitar la vista de su móvil.
“Sé que el soldado Gullier está en este hotel.” Le dije, tratando de no usar un
tono ofensivo con ella. “Necesito hablar con él.”
La muchacha suspiro, como si le hubiera pedido que hiciera una
gran hazaña, sentándose derecho en su silla y dejando su teléfono a un lado. El
hotel era tan pequeño y viejo que ni siquiera usaban computador, sino que
tenían unos libros donde ponían el nombre de los que se hospedaban allí. Tomo
el tomo que había tenido frente a ella todo el tiempo y busco. “Habitación A4.”
Me dijo simplemente, volviendo a acomodarse con su teléfono.
No pude, pero clamar a Dios que me librara de una actitud así de
cualquiera de mis hijos. Sabrá Dios que ya les habría calentado el trasero.
Pero viendo que ella no era ni mi empleada, ni una conocida ni nada mío, decidí
dejar atrás el mal trago y hacer lo que necesitaba.
Dado que el hotel no tenía más de dos plantas, y tampoco tenía más
de 20 habitaciones, 10 por planta, no fue para nada difícil encontrar la
designada. Sin embargo, sentía como si estaba por encontrarme con mi peor
pesadilla. Me sentía terriblemente aterrado, caminando por aquel pasillo y
luego parado frente a la puerta.
No era un terror común, era el conocimiento de que era capaz hasta
de matar al hombre tras la puerta si siquiera pensaba en quitarme a mi niño,
por muy irreal e ilógico que fuera ese pensamiento.
Realmente que volverse padre no era lo mismo que volverse esposo o
amante. Era algo completamente distinto que solo un padre de familia puede
lograr a siquiera comprender.
Le di dos toques rápidos a la puerta y esperé a que abrieran,
escuchando el típico sonido de alguien caminando a través de la alfombra y
quitando los cerrojos. Al abrir se encontraba el joven Gullier, vestido con su
uniforme casual, una camiseta y unos pantalones cargo. Daba la sensación de que
había estado ejercitándose, aunque no parecía tener ni una gota de sudor en su
rostro, lo que si apareció fue sorpresa al verme.
“¡Sr. Bellucini!” Exclamo, “Eh, no esperaba verlo tan pronto…en realidad, pensaba llamarlo
más tarde el día de hoy.”
Asentí, viendo la sinceridad en los ojos del muchacho, “¿Podemos hablar?” pregunté un tanto nervioso por
alguna razón.
“Eh…si, claro…podemos hacerlo aquí…hay una mesita con dos sillas…o
podemos salir…” lo último lo dijo entre dientes, y según me había dicho Paula,
había rumores de su llegada, pero nadie lo había visto andar por el pueblo, por
lo que supuse que no quería salir de aquel lugar.
Indique que allí estaba bien, y el pareció relajarse, dejándome
entrar y sorprendiéndome. Parecía que no había un huésped en aquella
habitación. Talvez era por el hecho de que tener tantos niños me había
habituado a un caos continuo, o era que este hombre era extremadamente
ordenado. Ni las almohadas estaban fuera de lugar. Es más, la cama estaba mejor
hecha de que cuando una mucama la arreglaba.
Deje que me guiara hasta la evidente mesita y tome asiento, y
aunque los primeros minutos fueron de total incomodidad, con el viéndome y
conmigo viendo alrededor.
“Yo…yo no quiero quitarle al niño.” Me dijo, rompiendo el silencio
y rompiendo mis nervios, llenándome de tranquilidad ante esas palabras. “En realidad lo único que
quiero es, si usted me lo permite, conocerlo.”
Asentí, pensando una y otra vez en esas palabras. “No puedo decir que sus
palabras no me tranquilicen,” Le dije con sinceridad, “No estaba dispuesto a dejar ir a mi hijo
sin dar la guerra, pero debo preguntar, ¿porque ese pensamiento?”
“¿Disculpe?”
“¿Porque solo quieres conocerlo? ¿Bajo que términos quieres
conocerlo? ¿Debo decirle que tu solo eres un conocido, un amigo, o que es lo
que quieres decirle?”
El me miro un poco sorprendido, pero pareció pensar bien lo que le
decía. “En realidad,” Me dijo, “Creo que, como padre del niño, eso es criterio suyo.” Bien hecho, muchacho. “Es decir…los últimos dos
años el ejército ha sido mi familia y hogar. No me gusta el desorden, no me
gustan las sorpresas, y no estoy listo para ser padre…y si solo por egoísmo
decidiera que tengo que convertirme el padre de ese niño solo por llevar mi
sangre…diablos, no me extrañaría que el niño terminaría odiándome o preso en
alguna cárcel.”
Levante una ceja ante sus palabras. Si estaba en mi poder Daniel,
ni ninguno de mis otros hijos, terminaría en una cárcel. Antes les dejaba sin
trasero para tratar de enmendar su camino.
“Vas a estar aquí una semana más, ¿cierto?” pregunte, levantándome de la
silla, tenía toda la información que había querido.
“Sí, señor.” Me dijo respetuosamente.
“Bien, déjame ver si podemos programar algo para este fin de
semana.”
Le dije, “Los sábados por lo general tenemos tiempo libre, y podrías
conocer a Daniel, aunque sus hermanos estarán presentes.”
“Seria…seria genial.” Me dijo, asintiendo, “Y por sus hermanos, no hay
problema…es decir, son parte de la vida de Daniel, así que sería lógico que
deba de conocerlos también.”
Asentí, y con un despido rápido me encaminé a casa, con una sonrisa de satisfacción en mi rostro. Todo iba bien, más si Henry lograba concretar cita con el juez para finalizar el papeleo.
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