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miércoles, 2 de diciembre de 2020

Sorpresas de la vida ,capítulo 3


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Los derechos de autor de este texto pertenecen única y exclusivamente a su autor. No pudiendo ser publicada en otra página sin el permiso expreso del mismo.

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 Sorpresas de la vida 

 Autora: Terry y kateri

 Capítulo : 3 sorpresas de la vida 

 

 



 
Guadalupe acompañó a Facundo hasta una oficina muy bonita, donde ya lo esperaba tanto la Directora del establecimiento como Etel. La mujer no podía ocultar la cara de fastidio al ver al muchacho llegar, pero se abstuvo de hacer algún comentario al respecto.


  • Buenos días, Sr. Fernández. Soy Graciela García, directora del hogar, en qué puedo serle útil? – Preguntó con cortesía, mientras estrechaba su mano con la de Facundo.     
  • Gusto en conocerla, señora. Bueno, no sé si usted esté enterada, pero he venido al país por cuestiones laborales, soy artista, y ayer tuve el placer de conocer a algunos de los chicos en la exhibición de mis pinturas. Pero fue tan poco el tiempo que quise venir a visitarlos y conocer más del lugar dónde viven, cómo los cuidan y esas cosas. Pero ahora que llegué aquí, me encuentro con una situación bastante desagradable, que no puedo dejar pasar – hablo con aquel acento tan suyo que quien pasara no podía evitar darse la vuelta para mirarlo además que con la pinta que se gastaba más de una echo doble guiño
  • Pues ¿qué es lo que ha pasado? – Preguntó la mujer, mirando con asombro al muchacho
  • Pasó que esta – y aquí Facundo tuvo que recordar sus modales y las enseñanzas de su padre con respecto a respetar a las mujeres para no soltar un taco – señora  de aquí estaba ¡golpeando a Leo! – acusó directamente, elevando un poco la voz para acallar el gritito de Leonardo que su mente pareció elegir rememorar
  • Bueno, joven, se ve que está un poco alterado, tranquilícese y me cuenta lo que quiere decirme – Lupita ya le había contado algo pero quería saber hasta dónde era capaz de llegar ése joven; Facundo respiró profundo para serenarse un poco
  • Decía que ayer,  como usted sabe, alguno de sus niños vinieron a visitar mi exposición – Repitió, pero la mujer lo interrumpió
  • Sí, y estamos muy agradecidas que tuviera esa consideración de invitarlos 
  • Pero yo no vine a eso – Respondió Facundo con cara de asombro – yo  no vine a que me agradezca…
  • Lo sé, pero quería agradecérselo igualmente. A nuestros niños les hicisteis muy felices. Ahora sí, cuente qué es lo que pasa. Lupita me contó un poco pero quiero saber qué es lo que sucedió – Facundo carraspeó la garganta ya más calmado; ésa mujer con esa voz dulce y maternal lo consiguió
  • Verá, ayer cuando estuvieron en la exposición, ésta señora de aquí –  dijo señalando a Etel, cosa que la directora lo vio muy infantil y no pudo disimular una pequeña sonrisa – le dio una bofetada a un chico, cosa que me pareció fuera de lugar, luego quise verle hoy, vengo con unos regalos para el grupo que vino a la exposición y uno en especial para ése nene y me encuentro a ésta señora castigándolo con un cinturón ¡Por Dios, que es un niño con 12 años!
  • ¡Cálmese!, por favor…
  • ¿Y cómo quiere que me calme?! No me voy a calmar cuando sé que están maltratando al niño.
  • A eso quiero llegar, pero si no se calma me temo que no podremos hablar – Facundo dio una respiración profunda, intentando calmarse – ¿Ya está más calmado? – preguntó la mujer y Facundo afirmó con la cabeza – Bien, sé que se siente indignado, yo hace un momento estaba igual. No le  voy a decir que en esta institución no hay castigos físicos porque sí los hay, pero no de esa manera tan violenta. Si un niño se porta mal, se le dan unas nalgadas, siempre con la mano y con fuerza según la proporción del niño y unos minutos en la esquina para que reflexione, pero siempre tengo que estar al tanto cuando se entregue un castigo. Las cuidadoras me lo tienen que informar antes de que ocurran, cosa que ésta vez no sucedió.
  • Yo le puedo asegurar que hubieron más veces – afirmó  el pintor, mirando con enojo a Etel, quien también le devolvió una mirada seria y cargada de resentimiento. Si las miradas mataran, aquellos dos ya hubieran estado muertos desde el día anterior.
  • ¿Cómo lo sabe? No creo que Etel haya estado haciendo eso. Ella, como una de las más antiguas del hogar sabe que los castigos son el último recurso.
  • Yo mismo estuve hablando con Leonardo y le aseguro que el niño no estaba mintiendo.
  • Bueno, pues le aseguro que tomaré medidas para que esto no vuelva a pasar.
  • No. Yo me voy asegurar. El niño se viene conmigo esta tarde –  La directora se le quedó mirando por un momento sin decir nada, pero al final suspiró.
  • Eso no es posible. Hay un protocolo que se debe cumplir. No puedo entregarle un interno a cualquier extraño, por muy buenas intenciones que diga tener. No está en mi poder hacerlo – Facundo cerró los ojos y los volvió a abrir.
  • Pues no sé cómo lo hará pero el chico se viene conmigo o les pongo una demanda por maltrato al menor. Evidencias hay de sobra en el cuerpo de Leo –  la directora se puso en pie, dando un manotazo en la mesa
  • ¿Me está amenazando? – Preguntó indignada.
  • No, no la amenazo – respondio con una calma tal que no sentía – simplemente me aseguro que Leonardo no vuelve a sufrir una injusticia así, porque le puedo jurar que, por lo que le vi, a ése niño le saldrán dos morados en el trasero. Se lo castigó con mucha violencia y no lo voy a permitir de nuevo – Sentenció valientemente


Y a la señora no le quedó de otra más que analizar  cómo podía hacer para obtener un permiso provisorio. Mirando detenidamente al muchacho frente a ella, sintió que si el niño se iba con él, no le iba a suceder nada, pero ¿cómo arreglaría las cosas?, habían tantos trámites por delante.

Por su parte, Facundo tuvo que contener una pequeña sonrisa que lo quería traicionar. Había usado artillería pesada, pensó mientras sus ojos se fijaban en la expresión dubitativa y un tanto temerosa de la directora. No es que se sintiera orgulloso por haber recurrido a las amenazas, pero rayos que haría lo que fuera con tal de ver feliz y seguro a Leonardo.      

Pero… ¿por qué le importaba tanto ese niño?, el mundo estaba lleno de ellos y jamás ninguno le había interesado al punto de querer mover el suelo para mantenerlo seguro. ¿Qué hacía tan especial a Leo?!

Mientras sus pensamientos poblaban su cabeza, la directora descolgaba el teléfono para marcar un número que al parecer lo conocía de memoria. Lupita también aguardaba nerviosa a un costado del escritorio, mientras a su lado, Etel emitía una especie de gruñido. Tanto embrollo por unos azotes, pensaba ella, queriendo dar media vuelta para salir ya de aquella oficina.    En cuanto viera a ése mocoso, se ocuparía de enseñarle a respetarla, o al menos eso intentaría con su cinto.

Los cuatro adultos parecían estar hipnotizados, escuchando la conversación que sostenía la directora con la persona del otro lado de la línea, que ninguno se percató de la quinta persona  o personita más bien, que escuchaba con atención el diálogo telefónico.     


  • Eso pensé, Licenciado. Pero aquí el señor Fernández insiste en retirar del hogar al niño y ya le expliqué que no puede ser. Necesita de un permiso firmado por un juez, pero como no reside en el país, no van a querer dárselo.     


Ante esas palabras, el niño no supo qué hacer más que salir corriendo sin rumbo, soltando pequeños sollozos que poco a poco le fueron quitando las fuerzas para seguir. Entre grandes lagrimones que le nublaban la vista, Leo se llevó a sí mismo hacia un pasillo que nadie solía transitar en el orfanato. Apoyó su espalda contra la pared y se dejó caer al piso para llorar todo el dolor que sentía.    

Qué tonto había sido al confiar así en un extraño. ¿Cómo podía haberle creído?! Su mente se regañaba a sí misma, rompiendo en un llanto que lo ahogaba, que lo lastimaba, pero que no podía controlar. Fue tanto el tiempo que pasó desde que alguien lo mirara con ése cariño que creyó ver en los ojos de Facundo, que no pudo evitar confiar en él.

Facundo no supo si era su imaginación o qué rayos, pero tenía la sensación de que un par de ojitos lo estaban escaneando intensamente. Por un instante, la conversación de la directora pasó a segundo plano y al darse la vuelta para ver si había alguien más en la oficina, oyó un pequeño ruido venir de la puerta. Al mirar hacia atrás, se percató que era Leo que había estado escuchando.


  • ¡Maldición! – Murmuró, poniéndose de pie rápidamente, pero antes de salir le dijo unas cuantas cosas la directora.
  • No sé cómo lo hará y realmente no me importa, pero una cosa sí tenga claro, si ése niño no se viene conmigo de inmediato, tenga por seguro que cuando salga de aquí presento la demanda.


La Sra. García se puso más nerviosa todavía. No sabía qué decir, no sabía qué tan lejos había llegado la cuidadora, así que sólo asintió brevemente. Y cuando Facundo salió de la oficina en busca de Leonardo, la directora miró a las dos cuidadoras y les preguntó con molestia:


  • ¿Se puede saber qué diablos ha pasado para que ése hombre esté así tan indignado? – las dos cuidadoras quedaron en silencio. Lupita sabía que Etel lo había hecho mal pero tampoco quería que la despidieran, pero la voz de la directora no la hizo cumplir con su cometido – Lupita, tú  atendiste al señor Fernández cuando vino, me puedes decir exactamente lo que pasó – Lupita se puso nerviosa pero miró a Etel. Ni modo, tendría que decir la verdad. A ella tampoco le gustaba como Etel llevaba la situación con los niños en especial con Leonardo
  • Verá, Facundo llegó con regalos para los niños y para Leonardo, pero como no lo vimos en el jardín con los demás chicos, fuimos a buscarlo al otro patio, cuando escuchamos en las habitaciones que Etel estaba castigando a Leonardo.
  • Bueno pues le hubiera explicado cómo son los castigos aquí, se le da una nalgada y al rincón. Eso es lo que ha pasado, ¿no?
  • Mmm… no, señora.
  • Ah, ¿no? Pero entonces ¿qué vio exactamente para que el hombre esté tan molesto para amenazar con una demanda? –  Etel agachó la cabeza, dándose cuenta de su mal proceder. Podrían echarla de su trabajo, pero es que ese niño ¡la sacaba de sus casillas!, la directora volvió a preguntar ante el breve silencio – ¿Y bien? – Pero ambas mujeres sólo atinaban a estresarse más y a bajar la cabeza. Hasta que Lupita respiró hondo y le contó la verdad
  • Pues  que cuando Facundo entró a la habitación, el niño estaba boca abajo en la cama y Etel lo estaba castigando con el cinturón.
  • ¡Qué! ¿Estás loca, Etel? Cómo se te ocurre hacer eso, por Dios, mujer!! Con razón está tan enfadado. Espero que el niño esté bien porque ésa no es la forma que tenemos nosotros de cuidar a nuestros pupilos. Espero que nuestro abogado pueda  hacer algo para que ése hombre pueda llevarse por un tiempo al pequeño, porque sino, Etel, no voy a cubrirte nada. No voy a dejar que no cierren está institución, y desde ya te digo qué vas a estar 3 meses suspendida de empleo y sueldo. Dentro de 3 meses volverás y te estaré vigilando de cerca, si vuelve a ocurrir algo así otra vez será despedida para siempre – Etel no dijo nada, porque sabía que era mejor que la suspendieran 3 meses y no que la echaran para siempre, porque con la edad que tenía no podría trabajar en otro sitio, le sería difícil encontrar un nuevo trabajo.

La directora volvió a llamar al abogado a ver qué podía arreglar en unas horas

  • Hola, sí, soy yo otra vez. Tengo una emergencia y quiero que me hagas algo para que Facundo Fernández pueda llevarse al niño Leonardo mientras esté en España.
  • Soy un abogado, no puedo hacer milagros – el hombre rodó los ojos.
  • Pues en ésta ocasión tienes que hacer un milagro o la casa hogar tendrá problemas.
  • ¿Me puedes decir qué es lo que pasa? Por qué ése misterio que tiene que llevarse al niño en éste mismo instante? – La directora se cogió el puente de la nariz.
  • Sucede que a una de mis cuidadoras se le fue la mano con el niño y ése hombre lo vio y me ha amenazado que, o se lleva al niño o nos pone una demanda.
  • Ohh, ya veo. En ése caso, hablaré con un amigo que tengo que es juez. Le voy a decir que el hombre está pasando un tiempo en España y no podemos esperar al protocolo vigente, a ver si me puede hacer la autorización, pero no te prometo nada. Crucemos los dedos.
  • Gracias, Amador.


Mientras tanto Facundo había recorrido cada rincón de la casa hogar y por fin lo encontró en un pasillo apartado de todo el mundo, sentado en el suelo con la espalda apoyada a la pared, las piernas dobladas hacia su pecho y la carita escondida entre sus manos. A la distancia, se veía que el niño estaba llorando. Facundo se acercó silenciosamente y se sentó a su lado. 


  • Eh, ¿qué pasa?, ¿por qué llorás? – Le preguntó mientras que con una mano comenzaba a masajear suavemente su nuca.
  • Déjame. ¿Por qué me mientes? – Dijo entre dolido y molesto el chiquillo, Facundo arrugó el entrecejo –
  • ¿Por qué decís eso? En qué te he mentido?
  • En todo! Eres igual que los demás – Le dijo limpiándose las lágrimas con rabia con la manga de su camiseta

Leonardo no sé a qué te referís.

  • Ah, noooo?!
  • No. ¿Por qué no me lo explicás?! – Pidió tratando de mantener la calma –  Leonardo cerró los puños de coraje. Encima que le mentía, se venía a burlar?
  • Pues eres igual que todos, prometes cosas, me das esperanza… pero tú te cansaste antes. Ni siquiera he pasado un día contigo para que rompas la promesa. Ya te grabaron las cámaras entrando en la casa hogar?! Ya te han hecho la entrevista?! Ya has dicho que vas a adoptar a un niño desvalido para subir tu fama?! – Decía con todo el dolor que su corazón sentía. El muchacho se quedó callado, dejando que el niño se desahogara.
  • ¿Ya has terminado? – dijo irónicamente – En realidad creés que si yo vine a visitarte es por la prensa – no era una pregunta, sino una afirmación y Leonardo bajó la cabeza. Facundo suspiro – Leonardo – le cogió la carita entre sus manos para que lo mirara – no te mentí, voy a hacer todo lo posible para que vengás conmigo, pero las cosas a veces no son como las queremos. Para que podamos irnos juntos, lo tiene que ordenar un juez y eso lleva un tiempo, pero voy a ver si puedo arreglar algo para que te vengás conmigo esta misma tarde – Le aseguró.


Leonardo miró a los ojos de Facundo para evaluar si le estaba mintiendo y no pudo sino sonreír levemente, pues hacía mucho tiempo que no veía ojos tan sinceros como los del artista.

Facu le sonrió calmado, tratando de mantener su vista fija en el par de ojitos rojizos por las lágrimas que aún brillaban sobre los cachetes.


  • No quiero que me mientas. No soportaría que me vuelvan a ilusionar – soltó el chico, con un puchero que le hizo ver unos cuantos años más joven, causando que el adulto tuviera el impulso de abrazarlo, pero por la postura del niño, aquello resultaría muy incómodo y sólo se conformó con apretarlo con un brazo por los hombros
  • Jamás lo haría, Leo. Tenés que confiar en mí – afirmó, pasando una mano por los cabellos que se le amontonaban en la frente – Mirate ese pelo – Le dijo, divertido, levantándoselo para que se formara una especie de cresta
  • Jajajaja! Deja mi pelo en paz – Leonardo apartó la mano invasora, comenzando él mismo a inspeccionar las rastas que ocupaban la mayor parte de la cabeza del artista.


Después de un rato de risas, Facundo se puso serio. Había algo que no sabía y que hasta ése momento no había tenido la necesidad de descubrir.


  • ¿Leonardo?! Me podés contar qué hiciste?! Por qué esa mujer te estaba castigando con el cinto? – Preguntó, guardándose por el momento su creencia de que, fuese lo que fuese que el chico hubiera hecho, no había excusa para tal paliza. Otra vez, Leo bajó la cabeza, negándose a responder – ¿Leo?! Te hablo a vos, no a tu cabello – dijo, recordando las veces que su papá le había dicho la misma frase a él. Lentamente, el adolescente elevó la mirada, con la misma culpa que lo había hecho cuando Facu le preguntó si Etel siempre lo castigaba así.
  • No fue queriendo. Yo no sabía, snifff!!! Fue una.. Snifff.... Alguien me puso una trampa y como soy tonto, caí redondito – comenzó, primero usando un tono de voz baja, para luego aumentarla hasta casi ser gritos
  • Hey, hey!! Nada de eso, ¿eh?! No sos ningún tonto – Lo amonestó Facundo – Y tampoco grites que te escucho bien – Añadió, viendo el ceño fruncirse y arrugar parte de la naricita del chico
  • Es que es verdad, soy tonto y por eso todos me hacen burla y me ponen trampas. Después Etel se entera y me pega – Soltó entre suspiros
  • No sois tonto sois un pibe  que un poco ingenuo, pero nadie tiene por qué aprovecharse de eso. Ahora contame qué pasó – Leo empezó a ponerse nervioso. Seguro que cuando le contara a Facundo se iba a enfadar también con él y no querría más. Es que, ¿quién puede querer a una persona tan tonta como él? – Leo, ¿que pasó? Contame.
  • Bueno, pero no te enfades – Le dijo con los ojos llorosos. Aquello había sido un ruego más que un simple dicho
  • Leo, quiero que vengás conmigo, y para eso tengo que saber la verdad, así puedo argumentar mejor ante la dirección o el juez o quien haga falta – Dijo, logrando que el niño comenzara a dar su versión de los hechos.
  • Es que… yo… estaba en la ducha y cuando salí ya no estaba mi ropa. Salí de los baños, liado en una toalla para ir a mí habitación para vestirme, pero esos graciosos estaban escondidos y cuando iba por el pasillo tiraron de la toalla que llevaba en la cintura y me dejaron completamente desnudo. Las chicas que estaban allí, se empezaron a reír, otras a gritar y fue cuando Etel me vio – El rostro del hombre se mantuvo imperturbable mientras escuchaba sin interrupción, pero la rabia se lo comía por dentro.
  • Y Etel preguntó por lo menos lo que había pasado – Leo negó con la cabeza
  • No. Sólo me gritó que era un.. Un exhibicionista o algo así y me dijo que fuera a vestirme, que en diez minutos estaría en la habitación, y lo demás ya lo viste – Facundo ya no pudo contenerse más y le dio un abrazo, besando su frente
  • Cariño, ésa mujer estuvo fuera de lugar. Vos no merecías un castigo, fuiste la víctima. Tendría que haber averiguado que pasó y los castigados tendrían que ser ellos, no vos. Pero no te preocupes, ya no pasarás más por esa situación. Ahora sí me hacés caso y vas a tu habitación y preparás tus cosas, ¿dale?! – El niño asintió con la cabeza – yo me encargaré de que esta noche duermas conmigo en el hotel


Una vez que vio a Leonardo encaminarse hacia los dormitorios, Facundo fue de nuevo a la dirección, tocó a la puerta y cuando escuchó un “adelante” pasó. Pero antes de que Facundo hablara, la directora le dio la noticia.


  • Ya puede llevar a Leonardo con usted. Tendrá que  decir dónde se hospeda hasta que el papeleo se arregle – Facundo se quedó sin palabras. Estaba realmente sorprendido por la rapidez con la que había actuado la mujer, pero tras unos segundos, asintió más tranquilo
  • Claro. Dejaré todos mis datos y el hotel es el que está frente al parque Retiro. El Gran Retiro, habitación 215. ¿El niño tiene alergias a alguna comida? ¿Toma medicinas o algo? – Comenzó a preguntar, sintiéndose de repente todo un experto en niños.
  • No, nada. Es un chaval muy sanito – Respondió Guadalupe con una sonrisa que terminó contagiando al muchacho.


Era agradable saber que no todos en ése lugar veían a los niños como simples huerfanitos que debían cuidar por unos pesos.

Tras una breve conversación donde la directora indicó que el chico no podía salir de la ciudad y mucho menos del país sin autorización del juez, Facundo se retiró de la oficina a buscar a quién sería de ahora en más su pequeño compañero de aventuras.












 

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