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viernes, 2 de octubre de 2020

Capítulo 18, El Camino de las Verdades




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Segundas oportunidades
Autora: Gabi
Capítulo: 18,  El Camino de las Verdades



Todavía podía sentir la paz de la noche anterior. En algún punto había dejado de abrazar a Paula, pero ahora podía sentir como pasaba su dedo por mi rostro. Sonreí, removiéndome un poco creyendo que estaba en modo juguetona, pero mi cuerpo entero se congelo al escuchar una risita picara.

Abrí los ojos y en vez de encontrarme con el rostro de Paula me encontré con el de Daniel, que con su dedo había estado tocando mi rostro.
“¡Daniel!” grité, no pudiendo evitar el brinco que di fuera de la cama.

Mi niño solo se rio pícaramente, y me señalo. “‘Stas desnudo.”

Ante las palabras del niño no pude evitar ponerme rojo como un tomate, maldiciendo mentalmente el hecho de no haber cerrado con llave la puerta, aunque…una vez enrolle la sabana alrededor de mis caderas…recordé que si lo había hecho. “Eh…si, amor…” dije, notando la ausencia de Paula, “Me dio…me dio calor.” 

Daniel arrugo su naricita, saliendo de mi cama. “Por eso no deberías de poner el tesmosteatro tan bajo. Ya no esta tan frio afuera.” Me dijo a conciencia, poniendo su dedito de vuelta en su boca. "Wen'o am'e.”

Bien, esas palabras ya las entendía a perfección. Era increíble como uno llegaba a entender los monosílabos mal dichos de sus hijos. Creí encontraría a Paula en la cocina, ya que no estaba en el baño, pero me sorprendí al encontrar su ausencia.

“Papi…¿pasa algo?” Pregunto Lautaro, que aun en pijamas, me contaba lo que quería hacer con sus Legos esa tarde.

“No, amor.” Le dije, con una sonrisa tratando de trasmitir tranquilidad, pero la verdad era que me invadía la duda. Estaba sumamente preocupado por la desaparición de Paula, y lo único que quería era tomar el teléfono y preguntar dónde se había ido.

Una parte de mi cerebro me recordó que los sábados trabajaba, y eran pasadas las nueve de la mañana, y si bien fungía como mecerá, también era la dueña del local y podía llegar aunque sea una hora tarde.

“Gabriel…Gabriel se queman los huevos…” Me dijo Logan, quien estaba sentado en la mesa con su cabeza recostado en sus brazos.

“Si, campeón, que bien,” le dije sin pensarlo, observando aquella olla, pero sin mover un dedo. No había estado con otra mujer desde Mary…diablos, no había estado con muchas mujeres en mi vida. En realidad, la primera prácticamente no contaba ya que fue mi primera experiencia y no duro más de diez minutos aquel encuentro que fue truncado por Michael de todas las personas. Aquel recuerdo me hacía estremecerme…había sido horrible.

Al año de eso conocí a Mary y me enamoré de ella, nos hicimos novios rápidamente y bueno, nunca estuve con otra mujer. Pero…no podía ser tan malo tampoco.

“GAABRIIIEEEEL!” El grito de Logan me hizo brincar, para encontrarme cara a cara con una nube de humo.

“¡Dios! ¡Los huevos!” Grite, quitando el sartén del fuego y apagando la estufa.

“Creo que hoy vamos a comer cereal otra vez.” Dijo Lautaro, parándose para sacar el galón de leche.

“A mí me gusta el cereal.” Dijo Daniel tranquilamente, aceptando los cuatro platos que Logan le tendía mientras yo habría las ventanas y puertas para que saliera el humo y la alarma de incendios dejara de pitar.

Bien, no sabía que había pasado con Paula ni porque había desaparecido así por así, pero por los momentos los niños debían ser mi prioridad. No iba a terminar matándolos por una noche que salió mal…bueno, a mi parecer fue espectacular, pero…ya hablaría con ella.

Después de terminar el desayuno y limpiar el relajo que había ocasionado, nos fuimos a la que ahora sería la habitación de Logan. No había podido pintar durante la semana, pero esperaba poder hacerlo esa tarde. Además de que los niños ayudarían…o intentarían.

El anaranjado que Logan había escogido no era tan malo. Jamás hubiera escogido un color así para una habitación, pero iba con la personalidad alegre que tenía. Logre convencerlo de solo pintar una de las paredes en este color y dejar las otras de un tono crema más suave. Una vez pintada la pared ya era pasada el medio día así que, después de ayudar a varios de ellos con el tiner a quitar la pintura los mande a darse una ducha.

Para el domingo en la noche habíamos oficialmente mudado a Logan a su habitación. Sus hermanos parecían estar más emocionados que el mismo Logan, pero este solo sabía encogerse de hombros y esconderse en su teléfono móvil.

Me preocupé por un instante, pero pude ver que volvía a ser el mismo cuando Lautaro propuso bautizar la nueva habitación haciendo una batalla intergaláctica allí con los patitos, dinosaurios, carros y otros juguetes varios.

Mientras los niños llevaban todos sus juguetes a la nueva habitación pude por fin hacer la llamada que tanto me había propuesto hacer. Saque mi móvil y le marque a Paula, pero me encontré que timbro varias veces y nadie contesto.

Estaba frustrado, y a punto de colgar, cuando por fin escuche el tan deseado, “¿Halo?”

“¿Paula?” En realidad, no sé porque solo dije su nombre, en mi mente había formulado muchas preguntas que quería hacerle, pero a la hora de la hora no pude decir nada.

“Hola,” Me dijo, e inmediatamente pude sentir la tensión. ¿Qué había pasado? “Este…voy camino a tu casa, si no te molesta. Hicimos pie de arándanos, y sé que a ti y a los niños les encanta.”

“Sería bueno,” Dije simplemente, y sintiendo el incómodo silencio entre ambos, dije lo primero que era terreno neutro, “Terminamos la recamara de Logan, ya pasamos su cama y otros muebles.”

“¡Qué bien!” Me dijo sinceramente, “Oye…tengo que colgar, pero estaré allí en diez minutos.”

“Claro, nos vemos.” Le dije, colgando y observando mi teléfono. ¿Qué diablos había pasado? Estaba confundido y extrañado, por un momento me plantee llamar a Michael y pedirle consejo, pero decidí que lo mejor sería esperar.

Como había dicho, Paula llego minutos más tarde. Me saludo con una sonrisa, aunque pude notar algo raro en su mirada esquiva. La seguí a la cocina, donde ya había empezado a hacer una olla de pasta, una de las pocas cosas que gracias a la mujer me quedaban bien.

“Creí que…” Empecé, pero lo pensé mejor y cambié mi oración, “¿Tuviste que irte temprano ayer?”

Paula se congelo dónde estaba, quedándose completamente estática. “Si…disculpa.”

“Está bien…pero…bueno…”

“Gabriel,” me corto ella, girándose para verme, “¿Qué soy?”
¿Qué qué era? Una mujer, obviamente. “¿Qué?”

“Para ti.” Me dijo, sus ojos aguándose y poniéndome sumamente nervioso, “¿Para ti que soy?”

“Bueno…eres…” Mi novia, mi amante, la mujer que quiero a mi lado, la madre de mis hijos, cualquier cosa pude haber dicho. “…eres mi mesera, ¿no?” Pero no tenía buen record cuando estaba nervioso. Oficialmente, era el hombre más estúpido del planeta, si no del universo.

“Tu mesera.” Me dijo, tragando y sonriendo, “Claro…solo eso.” Se dio la vuelta y camino hasta la estufa, “Te falta orégano.” Me dijo, tomando el condimento y poniéndolo a la salsa.

“Paula…no solo eres mi mesera,” Quise corregir, sabiendo había metido las patas hasta el fondo, “También…bueno, eres la señorita Honey de los niños, y-“ Pero antes de poder seguir tocaron la puerta.

Nos quedamos quietos, hasta que escuche el “¡Tío Gabriel! ¡Soy yo! ¡Marcos!” Que olvide lo que hablaba y corrí a la puerta.

Delante mío se encontraba no solo Marcos, pero su novia Viviana también. La muchacha se miraba sumamente nerviosa, mientras que mi sobrino se miraba molesto por alguna razón.

“Pero, ¿qué hacen aquí?” Pregunte, haciéndolos pasar y recibiendo sus abrigos, mientras que los niños bajaban las escaleras y Paula salía de la cocina.

“¡Marcos!” Grito Logan emocionado, corriendo al lado de este y abrazándolo.
“Eh, hola primito,” Le dijo Marcos, pasando su brazo por sobre su cuello, “Pues, si Gabriel acepta, me vengo a quedar aquí por un tiempo.” Le dijo a este, pero viéndome a mí.

“¿Michael y Melissa saben?”

“Ya le dije que era pésima idea,” Intervino Viviana, “Pero no me quiere escuchar. Es más, trate de hablarle a Michael y este tonto me quito mi móvil.” Acuso la muchacha.

“Bueno, pero es que no tienes que avisarles.” Le dijo un sonrojado Marcos, devolviéndole el móvil. “Además, ni falta que les voy a hacer.”

“A ver, a ver, a ver-“ Intervine, cortando las preguntas que los mis hijos empezaban a hacer, y la discusión que se venía entre la parejita de tortolos, “¿Te escapaste de casa?”

“Sip. Viviana y yo nos fugamos, vamos a casarnos y a vivir aquí en el pueblo.” Creo que el silencio que le siguió a las palabras de mi sobrino fue suficiente respuesta.

“¡¿Y cuándo me ibas a ser partícipe de tus planes?!” Estallo la muchacha, “Marcos, mi vida, te amo, sabes que te amo, pero estas LOCO.” Le dijo, haciendo énfasis en la última palabra. “Por Dios, ¡tengo dieciséis años! No estoy lista para casarme, quiero estudiar, viajar, ¡quiero tener citas contigo todos los viernes y luego ir a casa a soñar y ser una adolescente normal!”

“Pues…eso lo podemos hacer juntos.” Le dijo Marcos, y viendo que la muchacha era más madura de lo que Melissa aclamaba, la deje hablar, tomando en brazos a Daniel que nuevamente jalaba mi camisa pidiendo eso.

“¿Cómo?” Le pregunto, cruzándose de brazos, “Si bien es cierto a mis padres ni les importara si tomo varios miles de dólares de la cuenta, no nos va a durar para siempre. ¡Tú estás a punto de recibir una beca para la universidad! No la puedes dejar botada solo porque a tu mamá se le metió en la cabeza que debo alejarme de ti. Si eso quiere ella…pues, le decimos que sí, y nos vemos a escondidas, pero no arruines tu vida por un capricho…y menos la mía.”

“¿Crees que nuestra relación es un capricho?” Pregunto dolido, viéndola como si le hubiera clavado una estaca en el pecho.

Viviana el vio con ternura, acercándose a él y poniendo su mano en el rostro, “No, lo nuestro es algo bello que le pido a Dios dure para el resto de nuestras vidas. Lo que estás haciendo, traerme hasta aquí, querer huir, eso es un capricho.”

Marcos suspiro, viéndome resignado, “No pienso volver a casa.”

“Tengo que hablarle a tus papás y decirles donde estas, chico.” Le dije, sacando mi móvil.

“Tus padres saben que estas bien?” Le pregunto Paula a la muchacha, acercándose a ella.

“Mis padres ni saben que existo.”
Le dijo ella simplemente, “Se fueron de viaje hace como dos meses y no sé cuándo vuelven. Sé que mi padre vino el fin de semana pasado, pero solo llego a la casa a dejar unas maletas. Cuando salí de mi habitación para saludarle ya se había ido nuevamente.”

“¿Hay alguien a quien puedas avisar que estas aquí?” me preocupaba la situación de la muchacha, a decir verdad.

“Si,” Me dijo ella con una sonrisa, “a mi nana. Salió ayer a visitar a un familiar, y le dije que iba a pasar la noche fuera…no está muy contenta, pero se le pasara.”

“Bien,” respondí, poniendo a Daniel en el suelo mientras sacaba mi móvil.

“Tío…que haces?” Me pregunto Marcos un poco preocupado, moviéndose rápidamente a mi lado.

“Que parece que hago?” Le dije sarcásticamente, “Llamo a Michael…¡a mí no me vas a meter en problemas por una tontera!”

“Vamos, ¡no seas así!” Me pidió, mientras dejábamos a todos en la sala y pasábamos a la soledad de la cocina.

“Marcos…al menos les voy a dejar saber estas bien. Vamos, les va a dar un ataque. ¿Quieres matar a tu madre?”
“No quiero volver a casa…tu deberías de entenderme, ¡a ti te paso lo mismo!”

Esas palabras me hicieron cortar la llamada que ni siquiera había iniciado. “No es lo mismo Logan. Mi esposa murió, ¿entiendes eso? Mary se fue para nunca volver, perdí mi salud y mi trabajo. No es lo mismo.”

Marcos se vio apenado, tomando asiento y suspirando. “Nunca me han dicho que paso, pero sé que escapaste cuando tenías mi edad.”

Sonreí ante esto, “Si…bien, te aseguro no fue por una chica.” Le dije, sacando dos latas de refresco y tendiéndole una. “Tu abuelo…él era un buen hombre, pero…mi madre era todo para él, ella y su empleo. Sabes que mamá murió de cáncer y…fueron dos años de lucha incansables. En los últimos meses, mamá desmejoro mucho…apenas eras un bebé.” Recordé, dándole un sorbo a mi gaseosa.

“¿Por eso escapaste?” Pregunto confundido el muchacho, sin siquiera abrir su bebida. “¿Para no ver a la abuela?”

“No.” Le dije con una sonrisa, “Estuve con ella hasta el último momento. Mi padre…el perdió el control de todo.” Le dije, recordando el martirio que había sido ese tiempo. “Melissa…ella trataba de mantenerse fuerte para todos, además de que tú eras solo un bebe y bueno…creo que fue la época donde miraba a Michael más como un padre que un cuñado.” Le dije con una sonrisa.

“¿Que paso con el abuelo? Todos dicen que enfermo por la muerte de la abuela.”

“Cirrosis.” Le dije simplemente, “Tuvo hepatitis en su infancia, lo que le daño el hígado, pero lograron controlarlo. Cuando mamá enfermó empezó a tomar. No lo hacía frente a nosotros, pero…era obvio. Michael y Melissa trataron de que no nos afectara, mamá por su cáncer y yo…pues, ¿qué quieres Marcos? Tenía catorce, era un niño. Aun a los dieciséis era un niño. Y ese es mi punto, Marcos. Sé que pronto cumplirás la mayoría de edad, pero, sigues siendo un niño.”

Marcos no me dijo nada, solo jugaba con la orilla de la lata, viéndose pensativo. “¿Crees que papá me entienda?”

“Michael te va a entender, y Melissa también.” Le dije, “no podía ver a papá borracho nuevamente. Estaba asustado, estaba enojado, y no se…robe el carro de papá después de que llego borracho y me fui. Desaparecí tres días. Michael me encontró y…”

“Y…¿te entendió?”

“Me tendió una buena zurra.” Le dije tirándome una carcajada, “Les había asustado mucho, no sabían nada de mí. Aparentemente fue lo que mi padre necesitaba para dejar de beber…aunque también me castigo…y con el cinto.”

“Auch.” Me dijo solamente, arrugando su nariz y haciéndome reír.

“Si, bueno, aprendí a no desaparecer sin dejarles saber que al menos estoy vivo.” Le dije, encogiéndome de hombros. “¿Y entonces? ¿Llamamos a tu padre?”

El muchacho asintió, finalmente abriendo su bebida y dándole un sorbo. “¿Puedes llamarle tú?”

“Claro, no pensaba fuera a ser distinto.” Le sonreí, tomando mi teléfono y haciendo la llamada.

Para mi sorpresa, al contestar Michael sonaba completamente tranquilo. Me saludo como si nada había pasado.

“Ehh…hola, Michael…¿todo bien?” Pregunte, de pronto sintiéndome nervioso como si fuera yo el que había hecho algo malo.

“Claro, campeón.” Me respondió el hombre, podía escuchar la sonrisa en su voz. “Qué bueno que me llamas, en realidad. Melissa quiere hacer una barbacoa, ahora que el clima está mejorando, pero antes queríamos ponernos de acuerdo contigo en la fecha, pero que sea antes de la pascua.”

Podía sentir mis manos sudando, de alguna forma sentía que estaba por confesarme. “Eehh…si, bueno…pues…tendré que verificar, pero…Michael…” No pude seguir diciendo más, estaba demasiado nervioso, no sabía si era por la mirada inquietante que me daba Marcos, o porque podía prácticamente escuchar como Michael fruncía el ceño.

“¿Gabriel?” Empezó Michael, al prolongar mi silencio.

“Este…sabes…Marcos es un buen muchacho…”

“Gabriel.”

“Si…sabes…la familia…este…siempre-“

“Gabriel Alejandro, habla ya que me estas sacando de mis casillas. ¿Que hiciste?”

“¡Yo no fui!” me defendí, como si tuviera la edad de Logan y no fuera un adulto en mis treintas.

“¡Tío!” La voz de Marcos no solo la escuche yo, pero Michael también.

“Por favor dime que ese fue Logan y no Marcos.” Me dijo Michael, y podía casi sentir como se apretaba el tabique de su nariz. “Gabriel Alejandro, no te atrevas a quedarte callado, jovencito!”

“¡Marcos se escapó de casa y ahora está en la mía!” Lo dije tan rápido que sentí que esa frase me quitaba años de encima.

“¿Cómo dices?”

“No te enojes,” Le suplique, viendo la cara de pánico de Marcos, “es solo que…bueno…es culpa de Melissa, en todo caso.”

“Gabriel…no me estas ayudando, hijo.” Si, tendría que ir comprando las flores para el funeral de Marcos.

“Es bueno que Marcos viniera a buscarme, si lo ves desde ese punto de vista,” le dije, viendo como Paula y Viviana entraban a la cocina, seguido por mis tres muchachos.

“Déjame hablar con él.” Me ordeno, poniéndome los pelos de punta.

“Eeeh…Michael...no creo que-“

“AHORA GABRIEL ALEJANDRO!” Me grito, haciéndome tirarle el teléfono a Marcos. “Lo siento…lo intente, pero estas solo en esto.” Le murmure, ignorando las miradas de asombro de mis tres niños, que evidentemente habían escuchado el grito al igual que las dos damas presentes.

Sabiendo lo incomodo que esto seria, decidí que todos podríamos darle espacio a Marcos, así que hice señas para que nos fuéramos a la sala, y para mi sorpresa incluso Viviana vino con nosotros, sentándose en el asiento junto con Logan y Lautaro.

Me gire para hablar con Paula, pero mis palabras se congelaron en mis labios al verla. Me sentía perdido, no entendía que estaba pasando. La última vez que habíamos estado solos había sido un paraíso, y de allí todo se había venido a pique.

“Eh…¿Paula?” Me acerque, viendo como los cuatro pares de ojos nos observaban, “¿Podemos hablar?”

Paula me vio por un momento, y luego asintió. Salimos al porche de la casa, lejos de todos los oídos posibles. Diablos, era tan incómodo, como cuando sabias que la habías embarrado en tu trabajo, pero no sabías por qué y esperabas a que te descontaran algo del salario o te despidieran.

“Henry me mando los papeles,” Le dije, no sabiendo que más decir, “Y…pues…habíamos quedado de ir juntos y…”

“Esta bien.” Me dijo ella, “Quede de ayudarte a hacer lo imposible para que los niños quedaran bajo tu tutela, y pienso cumplirlo.” Me dijo, dándome una sonrisa sumamente triste.

“Paula-“

“Ahora no…por favor…ahora no.” Me imploro, limpiándose una lagrima que salió de su mejilla, “Estoy…estoy confundida, Gabriel…hay mucho en lo que realmente tengo que pensar.”

Antes de poder decir algo más, la puerta se abrió y Marcos salió. Se notaba había llorado, pero solo me tendió el teléfono. “Papá dijo podía quedarme la noche aquí. Me dijo que vendría mañana o pasado mañana.” Me dijo, encogiéndose de hombros.

“¿Le dijiste lo que había pasado?” le pregunto Paula, preocupada.
“Si…me dijo que no era excusa para salir corriendo, pero que también hablaría con mamá.”

En los siguientes minutos nos pusimos de acuerdo en cómo pasaríamos la noche. Paula ofreció darle a Viviana un lugar donde pasar la noche, lo que me pareció perfecto. No tenía nada en contra de la niña, pero me parecía que era lo mejor ya que no tenía tanto espacio tampoco.

Logan le ofreció su cama a Marcos, y la verdad que me daba ternura la ilusión que le hacía saber que su primo encontraba su cuarto acogedor. Como no tenía donde dormir, Daniel le ofreció su cama, y por supuesto, al preguntarle al más chiquito donde dormiría, solo dijo que mi cama era muy cómoda.

Así que esa noche me encontré con un pequeñín acomodado a mi lado. Casi no pude dormir, entre la situación con Paula, la situación de Marcos y añadiendo la visita del día siguiente, los nervios los tenia de punta. De saber esto solo era el preludio para la sorpresa que el siguiente día me tenía preparado, no sé si hubiera dormido tranquilamente o me hubiera emborrachado hasta perder el conocimiento.

En algún punto me quedé dormido, por lo que cuando sonó mi despertador me encontré sumamente agotado. Me levante de mala gana, recordando todo el día anterior y lo que se me venía.

Levantar a los niños fue fácil. Daniel se había despertado por mi alarma, Marcos no había logrado dormir y Logan y Lautaro no se enfurruñaron mucho, Logan por la presencia de Marcos.

“Papi…” me dijo Lautaro, caminando a mi silla y subiéndose a mi regazo en el desayuno, “No me siento bien.” Me dijo, escondiendo su carita en mi pecho.

Eso, por supuesto, me alarmo, he inmediatamente lo separe un poco de mi para poner mi mano en su frente, “¿Que tienes, hijo?” Le pregunte, aunque no podía sentir nada inusual.

“No sé.” Me dijo, sobando sus ojitos. “Me siento raro.”

“Te duele la pancita?” le pregunte, poniendo una mano sobre su estómago.

“No…” me dijo, “Pero me siento raro.”

“Bueno,” Le dije, levantándome y tomándolo en brazos, “¿Crees que puedes ir a clases?”

Solo asintió, aunque puso sus brazos alrededor de mi cuello, “Si…hoy tenemos el proyecto en clase de ciencias.”

“Muy bien, pero si te sientes peor tienes que decirle a tu maestro, ¿estamos?”

Mientras Lautaro asentía, Marcos camino hacia mí, la llave de su auto en manos, “Si quieres yo los puedo llevar a la escuela…tú tienes que trabajar y...bueno, no tengo nada más que hacer.”

“¡Si!” Grito Logan, emocionado, “¡Eso sería genial!”

Vaya, ya quisiera que esa fuera la emoción cuando yo lo llevaba a cualquier lado. “Muy bien,” Le dije, poniendo a Lautaro en el suelo para ayudarle con su abrigo y luego ayudando a Daniel con sus zapatos.

Horas más tarde me encontraba camino a la granja de los Gullier, el folder con los papeles que Henry me había mandado en el asiento del copiloto. Paula llegaría en su propio auto, o eso me había dicho.

Al llegar note que Paula ya estaba allí, y al aparcar, John Gullier salió de la casa, como si me hubiera estado esperando, y lo más seguro así era. Tomé aquel folder y salí de mi auto.

“Señor Bellucini,” me saludo, “La señorita Andoni está adentro con Rebecca, pase por favor.”

“Gracias, Señor Gullier,”
le dije, de pronto un poco molesto por todo el protocolo innecesario. Prefería los gritos de este hombre, casi todos nuestros encuentros eran así y de alguna forma me gustaba.

“¡Señor Bellucini!” Me saludo la mujer regordeta, parándose de un sillón floreado, el típico que encuentras en las casas de los viejitos.

“Señora Gullier,” Salude, dándole la mano.

Ella me saludo, extendiéndome una taza de café, mientras que Paula solo me sonrió sin mediar palabra. “Bien,” Empecé, ignorando la tensión entre la mujer y yo, “Creo que sabrán que vine por los niños.”

“No entiendo por qué,” dijo el mayor, sus manos en los tirantes de sus usuales overoles. “Los niños están con ustedes, llevamos meses sin verlos, sin saber nada de ellos y de la nada se aparecen.”

“¡John!” Regaño su mujer.

“Los niños están bien,” Le dijo Paula, su voz cortante. “No sé porque quisiera verlos, pero si gusta saber, están bien.”

“De hecho, es porque quiero que sigan bien que vine. Estos papeles me los envió mi abogado, es una declaración de que Diana los dejo bajo su cuidado y ustedes decidieron dejarlos bajo el mío.” Intervine, y casi de inmediato pude ver como el hombre se ponía a la defensiva.

“¿Su abogado?” Espeto, la saliva casi visible al ser escupida de su boca, “¡Porque diablos su abogado estaría involucrado en esto!”

“Señor Gullier-“

“¡No!” Grito el, “¡La última vez que abogados y esa mujerzuela estuvieron involucrados lo perdí casi todo!” Me grito, “No quiero saber nada, ¡no quiero papeles ni nada! ¡Fuera!”

“¡John!”

“¡No, Rebecca!” Grito el hombre, girándose hacia su mujer, “No voy a volver a vivir una pesadilla. Que van a decir ahora, ¡que viole a uno de los mocosos! ¡Que me metí con mi propia sangre!”

Su última frase nos dejó helados, tanto a mi como a Paula, que teníamos la boca casi por los suelos. “¿Su sangre?” Repetí, de pronto recordando las palabras de Paula.

“Creo que lo mejor es que se vayan.” Dijo la mujer, poniéndose de pie.

“Señora Gullier, necesito los papeles.” Le implore, tratando de ignorar lo que había sido dicho.

“¡Fuera de mi casa! ¡Fuera de mi propiedad! ¡De mi vida! ¡Díganle a esa mujer que se pudra en el infierno!” Grito Gullier, saliendo de la casa y dando un portazo.

Su mujer se quedó parada en medio de la habitación, donde Paula y yo estábamos también parados, sin saber si irnos o quedarnos y rogar, hasta que finalmente ella tomo asiento, prácticamente dejándose caer sobre aquel sofá.

“Sé lo que la gente piensa de nosotros.” Dijo la mujer, derramando lágrimas, “El rumor se esparció como pólvora. Un viejo de la edad de John con una jovencita en sus veintes…y para rematar la deja embarazada.” Sus palabras salieron junto con una risa llena de dolor. “Daniel no es mi hijastro.” Nos dijo, viéndonos con un gran pesar, “Es mi nieto.”

El silencio fue casi ensordecedor. Paula me vio con ojos tan grandes como los que yo debería de tener. “¿Su nieto?” Dije, por último, tratando de entender.

“Tenía casi 45 años cuando Theodor nació.” Empezó, sin siquiera darnos la mirada, perdida en sus recuerdos. “John y yo...habíamos perdido la esperanza. Él estaba por cumplir los cincuenta y yo…yo creí que era la menopausia.” Se rio, volteando a vernos. “Cuando nació fue el mejor día de ambos. John estaba tan orgulloso, la granja prosperaba y éramos una familia al fin...solo tenía catorce años! Era un bebe…mi bebe…”

Si tenía un muy mal concepto de Diana, cada vez caía más bajo. “Fue por eso que lo hicieron estudiar lejos?” Pregunto Paula.

“Diana acuso a John de haberse metido con ella, pero todo lo que él hizo fue prohibirle a Theodor acercarse a esa mujer. Ella era una adulta y el apenas tenía pelos en los testículos.” Nos dijo, molesta, “Pero no, se metió con ella y salió embarazada. Al principio nos negamos, Theodor era menor de edad y necesitaba nuestro permiso, pero ella dijo que era de John…y perdió los negocios. Nadie quería hacer negocios con un sesentón que no solo dejaba embarazada a una jovencita, pero que tampoco quería hacerse cargo.”

Vaya, no sabía que pensar, esto…el progenitor de mi Daniel prácticamente tenía la edad de mi sobrino. ¡Era un niño!

“Señora Gullier…solo queremos que los niños estén bien…que si Diana vuelve no tenga forma de hacerles daño.”

“Sé que no soy la mejor abuela…que no me merezco ni el titulo…pero…extraño verlo, aunque sea de lejos…es lo único que me queda de mi niño.” Nos dijo con una sonrisa triste, “Déjenme firmar esos papeles. Ella pudo haber destruido mi familia…pero no lo hará con la suya.” 

Parecía cosa de ciencia ficción lo que estaba pasando, ver a Rebecca Gullier firmar esos papeles parecía ser una alucinación. Sin pensarlo tome la mano de Paula en mi mano, queriendo compartir mi alegría con la mujer que se había robado mi corazón, que había hecho que mi dolor fuera sanando, que aquello que creí había muerto volviera a la vida.

Voltee a verla, una sonrisa en mi rostro, pero al ver el dolor en el de ella me desubico. Miraba mi mano como si fuera una serpiente, como si fuera algo que le traía dolor y tragedia, y así como se había tensado, la retiro rápidamente, escondiendo su rostro, aunque pude ver como caía una lagrima por su mejilla.

“Bueno,” Interrumpió la Sra. Gullier, arreglando los papeles rápidamente y devolviendo mi bolígrafo, “Aquí esta. Por favor, si necesitan algo, no duden en pedírmelo…sé que no he sido la mejor, pero…solo quiero que el niño sea feliz.”

“Gracias.” Le dije, dándole un apretón de manos en forma de despido y agradecimiento.

“A la orden.” Nos dijo, y pude ver paz en su mirada. “Agradecería que no dijeran nada…es un secreto que ni siquiera Alexander sabe.”

Paula y yo intercambiamos una mirada. No estaba de acuerdo con que el muchacho no supiera la existencia de un hijo, pero al mismo tiempo no era mi puesto juzgar lo que ellos habían hecho. Lo único que quería era ver a mis niños a salvo y a mi lado.

Una vez junto a mi vehículo quise hablar con Paula, pero esta estaba ya dentro de su propio auto y empezando a retroceder antes de que siquiera pudiera pensar en que decir. Me quede parado viendo como desaparecía en la carretera sin saber que decir o hacer.

Iba camino a casa cuando me sonó el móvil. Sin ver la pantalla, conteste poniéndolo en audio, ni siquiera me interesaba la llamada, pensando más en mi situación con Paula y lo que había aprendido de los orígenes de Daniel.

“¿Señor Bellucini?” Por algún motivo, rodé los ojos, acelerando un poco como si eso acabaría la llamada más rápido.

“El mismo.” Le dije en tono serio, “¿Cómo le puedo ayudar?”

“Le hablamos de la Escuela Primaria Thomas Jefferson,” me dijo una mujer, su voz tranquila y poniéndome los pelos de punta, “Primero que todo, no se preocupe, el niño está bien,” no sé porque siempre las malas noticias empiezan así. Esa frase no hace más que ponerle los pelos de punta a uno.

“¿Que paso?” Pregunte, tratando de no acelerar demasiado en aquella carretera de tierra.

“Tenemos aquí en la enfermería al joven Lautaro,” me dijo, “Tiene algo de fiebre y dolor de cuerpo. Le dimos algo de acetaminofén, pero creo lo mejor es venga por él y lo lleve al médico de ser posible.”

Sentí como me helaba la sangre de golpe, de pronto angustiado por mi niño. “Estaré allí en unos 15 minutos,” Le dije, acelerando un poco más. Al llegar a la autopista, lo único que hice fue acelerar más y rogar al cielo que mi niño estuviera bien.

Debería de haberme tardado una media hora en llegar, pero rompiendo toda ley de tránsito llegue en la mitad del tiempo como había dicho. Entre a la escuela y como loco pregunte donde estaba la enfermería. Creo que asuste a la joven recepcionista, que me miro alarmada y me indico por dónde ir.

Nunca había sentido tan grande esa escuela, aunque corrí por varios pasillos tratando de encontrar el camino. Realmente deberían de hacer menos difíciles de navegar los centros educativos. Cuando por fin encontré el lugar indicado entre esperando encontrar a Lautaro descuartizado, con sangre por todos lados y algo digno de un cuento de horror, pero nada de eso.

La enfermera, una mujer mayor vestida completamente de blanco, se encontraba sentada en un escritorio manejando una computadora, y en una de las camillas estaba Lautaro. El niño no me había visto aun, y aunque se miraba algo pálido me tranquilice al verlo tranquilamente acostado jugando con sus deditos. 

“Señor Bellucini,” me dijo la enfermera, parándose de su asiento. Fue cosa de que el niño escuchara mi nombre y girara a verme e inmediatamente empezó a llorar como si estuviera muriéndose por dentro.

“El mismo.” Le dije, caminando hacia mi hijo para tomarlo en brazos. Efectivamente, podía sentirlo más caliente que usual. Puse mi mano en su frente, pero Lautaro rápidamente se aferró a mí con brazos y piernas, escondiendo su rostro en mi cuello. “Calma, campeón, shhh, calma…”

“Paaapiiii!” Lautaro repetía una y otra vez, no queriendo soltarme.

“Como le dije, le di acetaminofén hace unos minutos atrás para bajar la fiebre. Le pregunte si le dolía algo,” Me dijo la mujer como si el niño no estuviera dejándome sordo, “Pero dijo que no. Lo mejor será que lo lleve al médico, si hay fiebre puede que haya alguna infección.”

Sin soltar a Lautaro, asentí, acomodándole mejor para que estuviera sentado sobre uno de mis brazos mientras que con la otra mano le sobaba la espalda. La enfermera me dio a firmar unos formularios que, por lo que pude leer rápidamente, decían lo mismo que ella me había dicho más la hora y la fecha en que el niño salía de la escuela.

A medida pasaban los minutos el llanto de Lautaro disminuyo, no así su agarre a mi cuello o cintura. Cuando termine de firmar, ya se había calmado un poco, viendo por sobre su hombro los papeles, pero no queriendo soltarme. “¿Tiene la mochila del niño?” le pregunte finalmente, a lo que ella asintió y me mostro unos cubículos a la entrada del salón.

Creí que lo más difícil seria acomodar la mochila y lonchera del niño sin soltarlo, pero lo más difícil fue al llegar a mi auto. No podía manejar con él en mi regazo, obviamente, y él tampoco quería soltarme para ponerlo en el asiento de atrás.

“Lautaro, hijo, será rápido,” le dije parado en aquel parqueo, “Vamos, amor, solo será de aquí hasta llegar donde el Dr. Palmer.” Fue escuchar la palabra doctor que el llanto incremento.

“¡NOOOOOO!” Lloro, aferrándose a mi, “¡Paapiiii! ¡Doctor nooo! ¡Doooctoooor noooooo!”

Bien, esto sería más difícil de lo que esperaba. Me subí con él a la parte trasera y me senté con el sobre mi regazo, sobando su espalda. En otra ocasión le hubiera dado un par de nalgadas y le hubiera dejado atrás, pero este no era un berrinche porque si, era más que todo que mi niño se sentía mal.

Estuve alrededor de diez minutos sentado con él en brazos, meciéndole y susurrando para que se calmara hasta que por fin lo logre. “No quiero…sniff...no quiero ir al doctor.” Su voz sonaba triste, además de congestionado, me asuste aún más cuando empezó a toser. Le senté bien para que pudiera respirar mejor, dándole golpecitos en su espalda.

“Bueno, mi vida,” le dije, sacando mi pañuelo y ayudándole a soplar su nariz. No pude evitar el asco al ver la mucosidad completamente verde salir de allí. “Lo siento, pero si tenemos que ir.” Le dije, sintiendo como su temperatura había incrementado.

“Noooo…” Me dijo, pegándose nuevamente a mi pecho, “¡Quiero ir a casa, papi!”

“Iremos, campeón, pero después del doctor,” Le prometí, dándole un beso en su sudada cabellera y dándole unas palmaditas en lo que alcanzaba de sus nalguitas. “Ahora, vamos, siéntate bien, ¿sí?” le pedí y por fin logré que accediera.

Al llegar al médico me di cuenta que en un par de horas Logan y Daniel saldrían de clases. No eran ni las dos de la tarde y sentía que ese día era eterno. Suspire y, aun con Lautaro en brazos, le mande un texto a Marcos pidiendo que pasara por los niños, explicándole estaba en el hospital con Lautaro. Justo antes de guardar mi móvil me cayó un mensaje de Michael diciéndome que llegaría con Melissa al día siguiente, y que por favor le dijera a Marcos que todo estaría bien.

No pude evitar sonreír, mientras acomodaba a mi niño en brazos en aquella sala de espera. Guarde mi móvil y observe. La última vez que había estado en esa sala de espera de pediatría estaba con mis tres niños. No había tenido tiempo de observar mucho aquel lugar. Como en ocasiones anteriores, había algunos niños jugando en una pequeña mesa con laberintos de alambres mientras esperaban turno.

Aquella primera vez Daniel había estado fascinado con aquel aparato, moviendo las pelotitas por los alambres de un lado a otro, mientras que Lautaro trataba de ponerlos todos en orden, aunque de vez en cuando podía ver como fingía que eran autos. Por otra parte, había tenido a Logan quejándose incansablemente de que él ya estaba muy grande para ver a un pediatra y que no necesitaba a un doctor. Llegue al punto de tener que llevarlo al baño y darle un par de palmadas para que parara el berrinche.

Ahora, me encontraba con Lautaro pegado a mí, podía sentir como le aumentaba la fiebre y empezaba a toser cada vez más. Puse mi mano en su frente, haciendo que abriera sus ojitos que se encontraban rojitos, si era de tanto llorar o porque realmente se sentía mal no lo sabía, pero me miro con total confianza para luego acomodarse mejor.

“Te de eucalipto,” me dijo una mujer algo mayor, viéndonos con una sonrisa.

“¿Disculpe?”

“El té de eucalipto es buenísimo para esa tos,” me dijo, tomando a una pequeña de unos seis años en brazos, “Mi hijo mayor tenía muchos problemas bronquiales de pequeño. El té de eucalipto es bueno…también el té de cebolla morada, pero al menos que quiera tener una batalla descomunal, déjelo para circunstancias más graves.”

“Gracias.” Le dije, sobando la espalda de mi niño quien volvía a toser, sacando bastante flema. Esto no me estaba gustando.

Estaba sobando la espalda de mi niño cuando por fin escuche su nombre ser llamado. Nuevamente, le tomé en brazos y seguí a la enfermera que me indicaba el camino con un suave, “Por aquí, por favor.”

Entramos al consultorio y vi como la joven mujer ponía su mano sobre la frente de mi niño, “Vaya, veo que nos sentimos malitos,” le dijo a Lautaro con una cálida sonrisa, haciendo que el niño la viera con desconfianza y se apegara a mí.

“Papiii…” Se quejó, empuñando mi camisa con una de sus manos.

“Shhh, tranquilo campeón.” Le susurre, pasando mi mano por su cabello para tranquilizarle.

“Solo tenemos que tomar tu temperatura, cariño.” Le dijo la enfermera, sacando un termómetro. “Es en tu orejita, no vas a sentir nada.” ¡Si, de esos eran los que yo necesitaba! Y no aquel que había tenido que usar en Logan…gracias a Dios ni el mismo niño se había enterado.

Tomo la temperatura y no me dijo nada, pero pude ver no le agrado por la forma en como frunció su ceño rápidamente, para luego regalarme una de esas sonrisas falsas que ponen para querer decir, “Todo está bien…solo vez un poco de fuego porque es un incendio amordazador que va a acabar con tus sueños e ilusiones, pero no es nada, unas gotitas de agua y ya.”

Aun así, no dije nada, solo me concentré en sobar la espalda de Lautaro. “El doctor estará aquí enseguida.” Asentí y la mujer salió y minutos más tarde entro el doctor.

Prácticamente tuvo que revisar al niño pegado a mí. No hubo manera en que Lautaro me soltara, aunque tuve que ponerme un poco más estricto cuando el doctor tenía que revisarle su garganta, oídos y nariz. Por supuesto, Lautaro no quería nada de esto.

Al final, los resultados dictaron que era una faringitis aguda. Esto me tranquilizo, no era la primera vez que miraba estos casos. Melissa había padecido mucho de esto por algunos años, donde casi se volvía crónica, además de que Maia también había pasado por lo mismo. Era casi como una gripe común, solo que con mucho malestar de garganta.

“Lo mejor será reposo absoluto,” Me dijo el médico, escribiendo en su libreta, “Recomiendo reposo en cama por los siguientes dos días, ya después el niño se sentirá mejor. Aun así, nada de andar corriendo ni jugueteando por todos lados, eh...” lo último dicho para Lautaro que lo miraba como si fuera un gran enemigo.

“Bien, ¿imagino le recetara algún medicamento?” Pregunte, dándole un beso en la frente a Lautaro, quien seguía prendido en fiebre.

“Sí, claro,” me dijo, extendiéndome un papel donde estaba su firma y cello, “Empezaremos con amoxicilina oral durante diez días, a esta edad recomiendo sea mejor la liquida, mas con el dolor de garganta, es más fácil tragarla,” Me dijo, levantándose de su asiento y caminando a un mueble. Esperaba que no fuera por lo que más me temía, más que Lautaro le seguía como si de la nada fuera a sacar una cierra y descuartizarlo.

“También le pondré un tratamiento intramuscular para la fiebre y para aligerar el proceso.” Me dijo, haciéndome palidecer. Lautaro volteo a verme, como preguntando qué era eso y todo lo que pude hacer fue sonreírle tranquilamente. “Acuéstelo en la camilla, por favor.”

Y con esas palabras se desato la guerra…casi literal. Mi niño no era tonto, y supo que si debía acostarse en la camilla no era nada bueno. En cuanto escucho esas palabras, trato de salir corriendo de mis piernas, pero no pudo.

Trate de calmarlo, pero me fue imposible, incluso el doctor trato de decirle que no le dolería, que solo sería un pequeño piquetito, pero de nada sirvió. El niño estaba inconsolable.

Bajarle el pantalón fue toda una odisea, ni que hablar de bajar el calzoncillo del niño. Tuve que hacer de tripas corazón y sujetarlo lo mejor que podía, pero de algún modo agarro fuerzas y no lográbamos que se quedara quieto. El doctor temía pudiera quebrar la jeringa o tocar alguna vena o dañar al musculo, así que termino pidiendo a la enfermera de antes que viniera a ayudar.

Al final, termine sujetando la parte superior de mi niño, dejando mi mano en su espalda baja y haciendo circulitos, mientras que con mi otra mano sujetaba las suyas por sobre su cabeza, mientras que pegue mi rostro al de él, mi nariz pegada a la suya para que pudiera verme bien. “Vamos, amorcito, mírame, no, no, no,” Le dije, cuando quiso levantar su carita, aunque dado que casi todo mi cuerpo estaba sobre el de él no podría, “mírame a mí, todo está bien,” Le susurre, mientras que la enfermera sujetaba sus piernas.

Supe cuando pasaron el algodón por su glúteo por la forma en que se tensó, y más aún cuando por fin le inyectaron por el gran alarido que pego. Al final, ponerle la inyección no duro más de un par de segundos, pero por la forma en que lloraba parecía que le habíamos estado cortando una extremidad.

En cuanto entro la aguja, el niño se quedó completamente quieto, cayendo rendido y simplemente llorando, y solo pude pegar mi frente con la suya y soltar mi agarre de sus manitos para sobárselas, mi mano sobando su espalda lo más que podía.

“Ya, eso fue todo, muchachote.” Le dijo el doctor, apartándose y quitándose los guantes que llevaba puestos, me levanté un poco de donde estaba y vi al doctor, que le susurraba unas indicaciones a la enfermera y se giraba a su escritorio.

Lautaro seguía acostado en la camilla, con sus blancas pompitas al aire y solo una pequeña curita donde le habían piqueteado. Suspire, y le levante un poco para acomodarle la ropa, tomándolo nuevamente en brazos mientras el lloraba sus amarguras, tosiendo de vez en vez.

“Le alegrara saber que esta es una dosis única,” Me dijo el doctor como si no hubiera pasado nada, tal vez ya estaba acostumbrado a esto. “Dele bastantes líquidos, en especial aquellos con bastante vitamina C como jugo de naranja, limón, kiwi o fresa. También, mantenga a sus otros niños alejados, esto puede ser contagioso.” Me dijo, dándome los últimos papeles. “Y esto es para ti,” Le dijo a Lautaro, tendiéndole una paletita roja junto con una calcomanía con un gran sol que decía en letras brillantes, ‘¡Me porte bien con el Doctor!’

Mi niño vio la paleta y la calcomanía, todavía lloroso y sin soltarse de mí, pero con una tímida sonrisa tomo aquello y lo pego a su pecho, como si se lo quitaríamos. “Pórtate bien, ¿sí? Y hazle caso a tu papi para no tener que volver a darte un piquetito.” Le dijo aquel hombre, haciéndole un cariño en el cachete.

Bien, con eso por fin pudimos retirarnos del lugar. Creí que no tomaría más de una hora, pero al final me había tomado casi dos. Marcos ya debería de estar con los niños en casa y era hora de llevar a este pequeño también.

No puedo siquiera describir la alegría que sentí cuando, al llegar a casa vi el auto de Paula parqueado. Me bajé del auto y luego fui por Lautaro, que estaba profundamente dormido en la parte de atrás.

No había ni terminado de cerrar el coche cuando la puerta principal se abrió y Logan corrió hacia nosotros. Su rostro estaba sumamente preocupado, y se acercó a su hermanito para verlo. “¿Qué le paso? ¿Está bien? ¿Porque fuiste al médico? ¿Porque esta así?” Las preguntas venían una tras otra, sin siquiera dejarme responder.

Le atraje a mí con mi mano libre y le di un abrazo, haciendo que efectivamente se quedara callado, más cuando le bese su mejilla. “Tu hermano está bien, campeón, solo un poquito enfermo. Ahora, hazme el favor de bajar su mochila y lonchera, ¿sí?” Le pedí, impulsándolo con una suave nalgada mientras me dirigía a mi hogar.

Al entrar, Marcos, Viviana y Daniel estaban sentados en el suelo. El más pequeño había llevado no solo sus patitos, que se habían vuelto sus favoritos, pero también varios de sus peluches, bloques, carros y dinosaurios, además de que había juntado todos los cojines de la casa y la tenía, junto con mis almohadas, tirados en varias partes de la sala. En fin, era un relajo marca Daniel.

En cuando me vio soltó sus juguetes y corrió a mí con una gran sonrisa, aferrándose a mi pierna. “¿’Tauro esta malito, papi?” Me pregunto, viendo a su hermano mayor.

“Si, mi vida.” Le conteste, sobando su pelito y viendo a Marcos, que se había acercado a mi junto con Viviana. “Déjame poner a este pequeño en mi cama, y enseguida hablamos.” Le dije, regalándole una sonrisa, “Daniel, trae mis almohadas, sabes que no me gusta las tiras al suelo.” Si bien estaba limpio, tenía una manía con que cayeran al suelo.

Daniel sonrió pícaramente, peor corrió a obedecer. No tuve que buscar con la mirada, sabia por los sonidos y olores que provenían de ella que Paula estaba en la cocina, seguramente haciendo una cena para todos y algún caldo para Lautaro.

Subí a mi habitación, seguido por todos los niños, como si quisieran asegurarse que su primo y hermano estuviera bien. Le acosté en mi cama y le quité sus zapatos, poniendo mi mano en su frente y comprobando su fiebre estaba mejorando.

“Logan, ve y trae una de las pijamas de tu hermano, por favor.” Pedí, quitándole su pantaloncito, aunque Viviana estaba presente. El niño estaba dormido, y la muchacha en realidad me estaba ayudando junto con Marcos a acomodar las almohadas. Pero en cuanto empecé a desnudarlo tomo a Daniel en brazos y le hizo cosquillas en la panza, sacándole una risita picara.

“¿Porque no vamos tu y yo a recoger los juguetes?” Le dijo dulcemente, “Dejemos aquí que tu papi se encargue de ‘Tauro.”

No pude distinguir lo que Daniel le dijo, pero si supe estaba emocionado por el tono de su voz y la rapidez con la que hablaba. Al final, deje a Lautaro en calzoncillos y tome una de las tantas toallas húmedas que tenía. Había hecho caso del consejo de Dante, aunque creo había exagerado ya que tenía al menos dos o tres paquetes en todas las habitaciones de la casa…incluyendo mi auto.

“Sabes,” Me dijo Marcos, mientras limpiaba a mi niño antes de ponerle la pijama, ya que Logan había entrado y me tendía una que era un mono de una sola pieza. “Siempre fuiste el mejor tío,” me dijo, pasando un brazo por sobre los hombros de Logan, “pero eres un increíble padre.”

Sonreí, terminando de limpiar el sudor del niño y empezando a vestirlo ante la atenta mirada de mis dos acompañantes. “Si, bueno, aprendí de los mejores.” Le dije con una sonrisa, finalmente subiendo el zíper de aquella pijama y cubriendo a Lautaro con una cobija. “Mi padre era muy bueno, y Michael me mostro lo que es tener un padre amoroso y cariñoso.”

Voltee a verlo justo para ver como arrugaba la nariz, tensándose un poco. “Espero que eso ultimo le dure hoy que venga.” Me dijo, poniendo una mano en su trasero y sobándose, “Últimamente solo siento la parte de rigor, creo que lo de amoroso y cariñoso lo deja más para Maia.”

Vaya, jamás hubiera imaginado ver celos en la familia de Michael y Melissa. Después de todo, eran padres ejemplares. “Sabes que te aman, canijo.” Le dije, sonriéndole y caminando hacia ellos para que dejáramos dormir a Lautaro en paz, “Y Michael me escribió, vendrá mañana con tu madre.”

Ante mis palabras, Marcos rodo los ojos, inmediatamente poniéndose a la defensiva. Soltó a Logan y se fue a la que ahora era su habitación. “¿Marcos va a estar bien?” preguntó el menor con nervios.

“Tranquilo, amor,” Le dije, atrayéndole a mí y dándole un abrazo, “Marcos sabe que está en graves problemas, escaparse así no es la solución.” Le explique, “Pero Michael lo ama, igual que Melissa, y jamás harían algo para lastimar a Marcos.”

“Porque son sus padres y lo aman.” Me dijo el, asintiendo.

“Exacto, porque son sus padres y lo aman.” Repetí, dándole un beso en la frente. “Ahora, ve a ayudar a Paula en lo que puedas, o ayuda a Daniel y Viviana a arreglar la sala, enseguida bajo.”

Me quede un rato en el pasillo, observando como Logan desaparecía y después viendo a Lautaro dormir profundamente. No sabía que exactamente le diría a mi sobrino, pero sabía que debía llegar al meollo del asunto.

Toque la puerta y no espere me contestara, entre al segundo toque. Marcos estaba sentado en la cama, a punto de llorar. No dije nada, solo entre y me senté a su lado en silencio. “No sé porque mamá odia tanto a Viviana.” Me dijo después de unos minutos, “Solíamos llevarnos muy bien, pero ahora…amo a Viviana, tío, de verdad. No es un capricho, quiero pasar mi vida junto a ella.”

Sé que muchos dirían que siendo tan joven no podría encontrar el amor verdadero, pero, aunque habían sido tiempos diferentes, mis padres se habían conocido casi a la misma edad y casado más jóvenes aún. “Te entiendo, Marcos,” en realidad, no entendía. Mi madre nunca conoció a Mary, y Melissa la había amado desde un principio, igual que con Paula.

“No, no entiendes. Mamá me castiga por cualquier cosa, incluso si la cama no está arreglada a sus estándares me deja sin salir. Hace cualquier cosa por alejarme de Viviana, ¡solo sabe decir que cualquier error que yo haga es culpa de Viviana! Y nunca frente a papá, claro que no, ¡porque Melissa es perfecta!”

“¡Ey!” regañe, asombrándome por el coraje en la voz de Marcos, “Es de tu madre que estás hablando, es mamá, mami, mamita, o incluso madre para ti, pero nunca Melissa.”

No me dijo nada, solo dejo caer una lagrima, “He pensado que lo mejor sería alejarme de ellos. Pronto cumplo la mayoría de edad y me graduó de secundaria. Podría irme y no volver a verlos, hacer mi vida con Viviana. ¿Cómo puedo confiar en ella si ella no confía en mí?”

En ese momento supe que antes de dejar a Marcos hablar con sus padres, tendría que intervenir yo. Melissa era una gran persona, pero sumamente protectora de aquellos que ella miraba como suyos. Era claro que miraba a Viviana como una amenaza para su hijo cuando ella era la amenaza real.

Sin saber que decir, abrace a Marcos, poniendo mi mano en su cabeza y dejándole saber sin palabras que podía contar conmigo. No dijimos nada, simplemente deje que me abrazara con fuerza.

“¿Gabriel?” la voz de Paula nos interrumpió, y sentí un gozo casi descomunal. Le regalé una sonrisa a Marcos, y puse mi mano en su mejilla antes de salir de la habitación.

“Aquí estoy,” Le dije a la mujer, que estaba parada en el quicio de mi puerta. “Disculpa, necesitaba hablar con Marcos.”

“Espero no haber interrumpido nada.” Me dijo ella, viendo a Lautaro.

“No, tranquila.” Le dije, acercándome a ella. Antes que pudiera siquiera tocarla ella se movió, alejándose un poco de mí.

“¿Que te dijo el médico?” Pregunto, sin siquiera mirarme.

“Laringitis aguda.” Le dije simplemente, explicándole todas las indicaciones y que debíamos hacer. “Me dijo que en un par de días estará bien.”

“Me alegra.” Sus palabras y su tono no detonaban el mismo sentimiento, “Bien, la cena está hecha. Hice un caldo de pollo para Lautaro, sé que no le gusta mucho, pero le ayudara. Hay uno de verduras en la refrigeradora, solo caliéntalo y dale mañana al medio día.”

“¿Te vas?” pregunte, entre dolido y extrañado.

“Debo regresar al restaurante. Viviana viene conmigo, así no tienes a tantos niños que cuidar, aunque ella ya es mayor.” Me explico, encogiéndose de hombros.

Su frialdad y su tono despreocupado me hicieron enojar poco a poco, no entendía porque, no entendía que pasaba, así que hice lo que por lo general hago, explote. “¡¿Pero qué putas, mujer?!” pregunté, molesto, “¿Que hice? ¿Un día te hago el amor y al siguiente obtengo tu indiferencia?”

Fue allí que me volteo a ver, y con una sola mirada hizo que todo el enojo huyera de mi cuerpo para dejar ese sentimiento de culpabilidad en mi cuerpo. “No puedo,” me dijo, lágrimas en sus ojos, enojo en su mirada, “No puedo competir, Gabriel. Simplemente no soy plato de segunda mesa.”

“¿Que?” sus palabras dolieron en lo más profundo, creo que nunca nadie me había hecho sentir una verdadera basura. “¿De qué hablas?”

Paula me vio, tratando de ser fuerte, lo podía ver, pero también podía ver como dejaba cambiar el enojo por dolor, “Hacer el amor contigo fue una de las mejores experiencias de mi vida.” Me dijo simplemente, “No era sexo por lujuria, no era simplemente el hecho de que eres bueno…muy bueno…” Vaya, eso sí le gustaba a mi ego, pero había algo más, “Estar contigo de esa forma me hizo sentirme completa, y diablos si sueno cursi, pero así me sentí. ¿Y qué te dije al final?” Me pregunto, pero no me dejo responder, “Te amo, Gabriel Alejandro Bellucini, te amo como nunca he amado a un hombre. Desde la primera vez que te vi quise saltar encima de ti, besar tus labios, desnudarte y hacerte el amor, pero a medida te conocí…diablos, la forma en que cuidas de esos niños, la forma en que me hablas, la forma en que me tratas y tratas a los demás…me enamore de ti…me enamore estúpidamente de ti.”

“Paula…” No sabía que las mujeres podían llegar a sentir ni tanta lujuria por un hombre ni tanta intensidad….

“Te lo dije, te dije te amo, no solo estaba desnuda en cuerpo, desnude mi alma…¿y que me dijiste?” hiso una pausa, limpiando sus mejillas de las lágrimas que caían por su rostro, “Me dijiste te amo,” y se rio amargamente igual al tono de voz que había tomado, “Te amo, Mary.”

Y como si fuera un balde de agua fría recordé aquel momento. Talvez nunca sepa porque dije Mary y no Paula, porque todo mi enfoque estaba en Paula, en la mujer de carne y hueso delante mío y no en un recuerdo. Quise hablar, quise decir algo, pero no podía, no había palabras que salieran de mis labios. “Yo…”

“No, Gabriel.” Me dijo ella, negando y acercándose a mí, me dio un beso en mi mejilla, y luego se alejó, dejándome estupefacto, “No puedo competir por tu amor, no cuando peleo contra una persona fallecida…contra la que fue tu esposa.” Me dijo simplemente, “Creí que podías amarme pero…solo amas a una, y esa es Mary. No voy a pelear contra alguien que ni siquiera está aquí para defenderse.”

Antes de que pudiera responder, o supiera responder, Paula me acaricio la mejilla nuevamente, como si de un despido se tratase, y luego salió del lugar, llevándose consigo mi corazón, mi alma, y toda mi razón.



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