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Segundas oportunidades
Autora: Gabi
Capítulo: 18, El
Camino de las Verdades
Todavía podía sentir la paz de la noche
anterior. En algún punto había dejado de abrazar a Paula, pero ahora podía
sentir como pasaba su dedo por mi rostro. Sonreí, removiéndome un poco creyendo
que estaba en modo juguetona, pero mi cuerpo entero se congelo al escuchar una
risita picara.
Abrí los ojos y en vez de encontrarme
con el rostro de Paula me encontré con el de Daniel, que con su dedo había estado
tocando mi rostro.
“¡Daniel!” grité, no pudiendo evitar el brinco que
di fuera de la cama.
Mi niño solo se rio pícaramente, y me
señalo.
“‘Stas desnudo.”
Ante las palabras del niño no pude
evitar ponerme rojo como un tomate, maldiciendo mentalmente el hecho de no
haber cerrado con llave la puerta, aunque…una vez enrolle la sabana alrededor
de mis caderas…recordé que si lo había hecho. “Eh…si, amor…” dije, notando la ausencia de Paula, “Me dio…me dio
calor.”
Daniel arrugo su naricita, saliendo de
mi cama. “Por
eso no deberías de poner el tesmosteatro tan bajo. Ya no esta tan frio afuera.”
Me
dijo a conciencia, poniendo su dedito de vuelta en su boca. "Wen'o
am'e.”
Bien,
esas palabras ya las entendía a perfección. Era increíble como uno llegaba a
entender los monosílabos mal dichos de sus hijos. Creí encontraría a Paula en
la cocina, ya que no estaba en el baño, pero me sorprendí al encontrar su
ausencia.
“Papi…¿pasa
algo?” Pregunto Lautaro, que aun en pijamas, me contaba lo
que quería hacer con sus Legos esa tarde.
“No,
amor.” Le dije, con una sonrisa tratando de trasmitir
tranquilidad, pero la verdad era que me invadía la duda. Estaba sumamente
preocupado por la desaparición de Paula, y lo único que quería era tomar el
teléfono y preguntar dónde se había ido.
Una
parte de mi cerebro me recordó que los sábados trabajaba, y eran pasadas las
nueve de la mañana, y si bien fungía como mecerá, también era la dueña del
local y podía llegar aunque sea una hora tarde.
“Gabriel…Gabriel
se queman los huevos…” Me dijo Logan, quien
estaba sentado en la mesa con su cabeza recostado en sus brazos.
“Si,
campeón, que bien,” le dije sin pensarlo, observando
aquella olla, pero sin mover un dedo. No había estado con otra mujer desde
Mary…diablos, no había estado con muchas mujeres en mi vida. En realidad, la
primera prácticamente no contaba ya que fue mi primera experiencia y no duro
más de diez minutos aquel encuentro que fue truncado por Michael de todas las
personas. Aquel recuerdo me hacía estremecerme…había sido horrible.
Al
año de eso conocí a Mary y me enamoré de ella, nos hicimos novios rápidamente y
bueno, nunca estuve con otra mujer. Pero…no podía ser tan malo tampoco.
“GAABRIIIEEEEL!”
El grito de Logan me hizo brincar, para encontrarme
cara a cara con una nube de humo.
“¡Dios!
¡Los huevos!” Grite, quitando el sartén del fuego y apagando la
estufa.
“Creo
que hoy vamos a comer cereal otra vez.” Dijo
Lautaro, parándose para sacar el galón de leche.
“A
mí me gusta el cereal.” Dijo Daniel
tranquilamente, aceptando los cuatro platos que Logan le tendía mientras yo
habría las ventanas y puertas para que saliera el humo y la alarma de incendios
dejara de pitar.
Bien,
no sabía que había pasado con Paula ni porque había desaparecido así por así,
pero por los momentos los niños debían ser mi prioridad. No iba a terminar
matándolos por una noche que salió mal…bueno, a mi parecer fue espectacular,
pero…ya hablaría con ella.
Después
de terminar el desayuno y limpiar el relajo que había ocasionado, nos fuimos a
la que ahora sería la habitación de Logan. No había podido pintar durante la
semana, pero esperaba poder hacerlo esa tarde. Además de que los niños
ayudarían…o intentarían.
El
anaranjado que Logan había escogido no era tan malo. Jamás hubiera escogido un
color así para una habitación, pero iba con la personalidad alegre que tenía.
Logre convencerlo de solo pintar una de las paredes en este color y dejar las
otras de un tono crema más suave. Una vez pintada la pared ya era pasada el
medio día así que, después de ayudar a varios de ellos con el tiner a quitar la
pintura los mande a darse una ducha.
Para
el domingo en la noche habíamos oficialmente mudado a Logan a su habitación.
Sus hermanos parecían estar más emocionados que el mismo Logan, pero este solo
sabía encogerse de hombros y esconderse en su teléfono móvil.
Me
preocupé por un instante, pero pude ver que volvía a ser el mismo cuando
Lautaro propuso bautizar la nueva habitación haciendo una batalla
intergaláctica allí con los patitos, dinosaurios, carros y otros juguetes
varios.
Mientras
los niños llevaban todos sus juguetes a la nueva habitación pude por fin hacer
la llamada que tanto me había propuesto hacer. Saque mi móvil y le marque a
Paula, pero me encontré que timbro varias veces y nadie contesto.
Estaba
frustrado, y a punto de colgar, cuando por fin escuche el tan deseado, “¿Halo?”
“¿Paula?”
En realidad, no sé porque solo dije su nombre, en
mi mente había formulado muchas preguntas que quería hacerle, pero a la hora de
la hora no pude decir nada.
“Hola,”
Me dijo, e inmediatamente pude sentir la tensión.
¿Qué había pasado? “Este…voy camino a tu casa, si no
te molesta. Hicimos pie de arándanos, y sé que a ti y a los niños les encanta.”
“Sería
bueno,” Dije simplemente, y sintiendo el incómodo silencio
entre ambos, dije lo primero que era terreno neutro,
“Terminamos la recamara de Logan, ya pasamos su cama y otros muebles.”
“¡Qué
bien!” Me dijo sinceramente,
“Oye…tengo que colgar, pero estaré allí en diez minutos.”
“Claro,
nos vemos.” Le dije, colgando y observando mi teléfono. ¿Qué
diablos había pasado? Estaba confundido y extrañado, por un momento me plantee
llamar a Michael y pedirle consejo, pero decidí que lo mejor sería esperar.
Como
había dicho, Paula llego minutos más tarde. Me saludo con una sonrisa, aunque
pude notar algo raro en su mirada esquiva. La seguí a la cocina, donde ya había
empezado a hacer una olla de pasta, una de las pocas cosas que gracias a la
mujer me quedaban bien.
“Creí
que…” Empecé, pero lo pensé mejor y cambié mi oración, “¿Tuviste
que irte temprano ayer?”
Paula
se congelo dónde estaba, quedándose completamente estática. “Si…disculpa.”
“Está
bien…pero…bueno…”
“Gabriel,”
me corto ella, girándose para verme, “¿Qué
soy?”
¿Qué
qué era? Una mujer, obviamente. “¿Qué?”
“Para
ti.” Me dijo, sus ojos aguándose y poniéndome sumamente
nervioso, “¿Para ti que soy?”
“Bueno…eres…”
Mi novia, mi amante, la mujer que quiero a mi lado,
la madre de mis hijos, cualquier cosa pude haber dicho.
“…eres mi mesera, ¿no?” Pero no tenía buen
record cuando estaba nervioso. Oficialmente, era el hombre más estúpido del
planeta, si no del universo.
“Tu
mesera.” Me dijo, tragando y sonriendo, “Claro…solo
eso.” Se dio la vuelta y camino hasta la estufa, “Te
falta orégano.” Me dijo, tomando el condimento y
poniéndolo a la salsa.
“Paula…no
solo eres mi mesera,” Quise corregir,
sabiendo había metido las patas hasta el fondo, “También…bueno, eres la
señorita Honey de los niños, y-“ Pero antes de
poder seguir tocaron la puerta.
Nos
quedamos quietos, hasta que escuche el “¡Tío
Gabriel! ¡Soy yo! ¡Marcos!” Que olvide lo que
hablaba y corrí a la puerta.
Delante
mío se encontraba no solo Marcos, pero su novia Viviana también. La muchacha se
miraba sumamente nerviosa, mientras que mi sobrino se miraba molesto por alguna
razón.
“Pero,
¿qué hacen aquí?” Pregunte, haciéndolos pasar y
recibiendo sus abrigos, mientras que los niños bajaban las escaleras y Paula
salía de la cocina.
“¡Marcos!”
Grito Logan emocionado, corriendo al lado de este y
abrazándolo.
“Eh,
hola primito,” Le dijo Marcos, pasando su brazo
por sobre su cuello, “Pues, si Gabriel
acepta, me vengo a quedar aquí por un tiempo.” Le
dijo a este, pero viéndome a mí.
“¿Michael
y Melissa saben?”
“Ya
le dije que era pésima idea,” Intervino Viviana,
“Pero no me quiere escuchar. Es más, trate de hablarle a Michael y este tonto
me quito mi móvil.” Acuso la muchacha.
“Bueno,
pero es que no tienes que avisarles.” Le dijo un sonrojado
Marcos, devolviéndole el móvil. “Además, ni falta que les voy a hacer.”
“A
ver, a ver, a ver-“ Intervine, cortando las preguntas
que los mis hijos empezaban a hacer, y la discusión que se venía entre la
parejita de tortolos, “¿Te escapaste de
casa?”
“Sip.
Viviana y yo nos fugamos, vamos a casarnos y a vivir aquí en el pueblo.” Creo
que el silencio que le siguió a las palabras de mi sobrino fue suficiente
respuesta.
“¡¿Y
cuándo me ibas a ser partícipe de tus planes?!” Estallo
la muchacha, “Marcos, mi vida, te amo, sabes que te amo, pero
estas LOCO.” Le dijo, haciendo énfasis en la última palabra. “Por
Dios, ¡tengo dieciséis años! No estoy lista para casarme, quiero estudiar,
viajar, ¡quiero tener citas contigo todos los viernes y luego ir a casa a soñar
y ser una adolescente normal!”
“Pues…eso
lo podemos hacer juntos.” Le dijo Marcos, y
viendo que la muchacha era más madura de lo que Melissa aclamaba, la deje
hablar, tomando en brazos a Daniel que nuevamente jalaba mi camisa pidiendo
eso.
“¿Cómo?”
Le pregunto, cruzándose de brazos,
“Si bien es cierto a mis padres ni les importara si tomo varios miles de
dólares de la cuenta, no nos va a durar para siempre. ¡Tú estás a punto de
recibir una beca para la universidad! No la puedes dejar botada solo porque a
tu mamá se le metió en la cabeza que debo alejarme de ti. Si eso quiere
ella…pues, le decimos que sí, y nos vemos a escondidas, pero no arruines tu
vida por un capricho…y menos la mía.”
“¿Crees
que nuestra relación es un capricho?” Pregunto dolido,
viéndola como si le hubiera clavado una estaca en el pecho.
Viviana
el vio con ternura, acercándose a él y poniendo su mano en el rostro,
“No, lo nuestro es algo bello que le pido a Dios dure para el resto de nuestras
vidas. Lo que estás haciendo, traerme hasta aquí, querer huir, eso es un
capricho.”
Marcos
suspiro, viéndome resignado, “No pienso volver
a casa.”
“Tengo
que hablarle a tus papás y decirles donde estas, chico.” Le
dije, sacando mi móvil.
“Tus
padres saben que estas bien?” Le pregunto Paula a
la muchacha, acercándose a ella.
“Mis padres ni saben que existo.” Le dijo ella simplemente, “Se fueron de viaje hace como dos meses y no sé cuándo vuelven. Sé que mi padre vino el fin de semana pasado, pero solo llego a la casa a dejar unas maletas. Cuando salí de mi habitación para saludarle ya se había ido nuevamente.”
“¿Hay
alguien a quien puedas avisar que estas aquí?” me
preocupaba la situación de la muchacha, a decir verdad.
“Si,”
Me dijo ella con una sonrisa, “a
mi nana. Salió ayer a visitar a un familiar, y le dije que iba a pasar la noche
fuera…no está muy contenta, pero se le pasara.”
“Bien,”
respondí, poniendo a Daniel en el suelo mientras
sacaba mi móvil.
“Tío…que
haces?” Me pregunto Marcos un poco preocupado, moviéndose
rápidamente a mi lado.
“Que
parece que hago?” Le dije sarcásticamente, “Llamo
a Michael…¡a mí no me vas a meter en problemas por una tontera!”
“Vamos,
¡no seas así!” Me pidió, mientras dejábamos a
todos en la sala y pasábamos a la soledad de la cocina.
“Marcos…al
menos les voy a dejar saber estas bien. Vamos, les va a dar un ataque. ¿Quieres
matar a tu madre?”
“No
quiero volver a casa…tu deberías de entenderme, ¡a ti te paso lo mismo!”
Esas
palabras me hicieron cortar la llamada que ni siquiera había iniciado.
“No es lo mismo Logan. Mi esposa murió, ¿entiendes eso? Mary se fue para nunca
volver, perdí mi salud y mi trabajo. No es lo mismo.”
Marcos
se vio apenado, tomando asiento y suspirando. “Nunca
me han dicho que paso, pero sé que escapaste cuando tenías mi edad.”
Sonreí
ante esto, “Si…bien, te aseguro no fue por una chica.” Le
dije, sacando dos latas de refresco y tendiéndole una. “Tu
abuelo…él era un buen hombre, pero…mi madre era todo para él, ella y su empleo.
Sabes que mamá murió de cáncer y…fueron dos años de lucha incansables. En los
últimos meses, mamá desmejoro mucho…apenas eras un bebé.” Recordé,
dándole un sorbo a mi gaseosa.
“¿Por
eso escapaste?” Pregunto confundido el muchacho,
sin siquiera abrir su bebida. “¿Para no ver a la abuela?”
“No.”
Le dije con una sonrisa, “Estuve
con ella hasta el último momento. Mi padre…el perdió el control de todo.” Le
dije, recordando el martirio que había sido ese tiempo.
“Melissa…ella trataba de mantenerse fuerte para todos, además de que tú eras
solo un bebe y bueno…creo que fue la época donde miraba a Michael más como un
padre que un cuñado.” Le dije con una
sonrisa.
“¿Que
paso con el abuelo? Todos dicen que enfermo por la muerte de la abuela.”
“Cirrosis.”
Le dije simplemente,
“Tuvo hepatitis en su infancia, lo que le daño el hígado, pero lograron
controlarlo. Cuando mamá enfermó empezó a tomar. No lo hacía frente a nosotros,
pero…era obvio. Michael y Melissa trataron de que no nos afectara, mamá por su
cáncer y yo…pues, ¿qué quieres Marcos? Tenía catorce, era un niño. Aun a los
dieciséis era un niño. Y ese es mi punto, Marcos. Sé que pronto cumplirás la
mayoría de edad, pero, sigues siendo un niño.”
Marcos
no me dijo nada, solo jugaba con la orilla de la lata, viéndose pensativo. “¿Crees
que papá me entienda?”
“Michael
te va a entender, y Melissa también.” Le dije, “no
podía ver a papá borracho nuevamente. Estaba asustado, estaba enojado, y no
se…robe el carro de papá después de que llego borracho y me fui. Desaparecí
tres días. Michael me encontró y…”
“Y…¿te
entendió?”
“Me
tendió una buena zurra.” Le dije tirándome
una carcajada, “Les había asustado mucho, no sabían nada de mí.
Aparentemente fue lo que mi padre necesitaba para dejar de beber…aunque también
me castigo…y con el cinto.”
“Auch.”
Me dijo solamente, arrugando su nariz y haciéndome
reír.
“Si,
bueno, aprendí a no desaparecer sin dejarles saber que al menos estoy vivo.” Le
dije, encogiéndome de hombros. “¿Y entonces?
¿Llamamos a tu padre?”
El
muchacho asintió, finalmente abriendo su bebida y dándole un sorbo.
“¿Puedes llamarle tú?”
“Claro,
no pensaba fuera a ser distinto.” Le sonreí, tomando
mi teléfono y haciendo la llamada.
Para
mi sorpresa, al contestar Michael sonaba completamente tranquilo. Me saludo
como si nada había pasado.
“Ehh…hola,
Michael…¿todo bien?” Pregunte, de pronto
sintiéndome nervioso como si fuera yo el que había hecho algo malo.
“Claro,
campeón.” Me respondió el hombre, podía escuchar la sonrisa
en su voz. “Qué bueno que me llamas, en realidad. Melissa
quiere hacer una barbacoa, ahora que el clima está mejorando, pero antes
queríamos ponernos de acuerdo contigo en la fecha, pero que sea antes de la
pascua.”
Podía
sentir mis manos sudando, de alguna forma sentía que estaba por confesarme.
“Eehh…si, bueno…pues…tendré que verificar, pero…Michael…” No
pude seguir diciendo más, estaba demasiado nervioso, no sabía si era por la
mirada inquietante que me daba Marcos, o porque podía prácticamente escuchar
como Michael fruncía el ceño.
“¿Gabriel?”
Empezó Michael, al prolongar mi silencio.
“Este…sabes…Marcos
es un buen muchacho…”
“Gabriel.”
“Si…sabes…la
familia…este…siempre-“
“Gabriel
Alejandro, habla ya que me estas sacando de mis casillas. ¿Que hiciste?”
“¡Yo
no fui!” me defendí, como si tuviera la edad de Logan y no
fuera un adulto en mis treintas.
“¡Tío!”
La voz de Marcos no solo la escuche yo, pero
Michael también.
“Por
favor dime que ese fue Logan y no Marcos.” Me
dijo Michael, y podía casi sentir como se apretaba el tabique de su nariz.
“Gabriel Alejandro, no te atrevas a quedarte callado, jovencito!”
“¡Marcos
se escapó de casa y ahora está en la mía!” Lo
dije tan rápido que sentí que esa frase me quitaba años de encima.
“¿Cómo
dices?”
“No
te enojes,” Le suplique, viendo la cara de pánico de Marcos, “es
solo que…bueno…es culpa de Melissa, en todo caso.”
“Gabriel…no
me estas ayudando, hijo.” Si, tendría que ir
comprando las flores para el funeral de Marcos.
“Es
bueno que Marcos viniera a buscarme, si lo ves desde ese punto de vista,” le
dije, viendo como Paula y Viviana entraban a la cocina, seguido por mis tres
muchachos.
“Déjame
hablar con él.” Me ordeno, poniéndome los pelos de
punta.
“Eeeh…Michael...no
creo que-“
“AHORA
GABRIEL ALEJANDRO!” Me grito, haciéndome tirarle el
teléfono a Marcos. “Lo siento…lo intente, pero estas
solo en esto.” Le murmure, ignorando las miradas
de asombro de mis tres niños, que evidentemente habían escuchado el grito al
igual que las dos damas presentes.
Sabiendo
lo incomodo que esto seria, decidí que todos podríamos darle espacio a Marcos,
así que hice señas para que nos fuéramos a la sala, y para mi sorpresa incluso
Viviana vino con nosotros, sentándose en el asiento junto con Logan y Lautaro.
Me
gire para hablar con Paula, pero mis palabras se congelaron en mis labios al
verla. Me sentía perdido, no entendía que estaba pasando. La última vez que
habíamos estado solos había sido un paraíso, y de allí todo se había venido a
pique.
“Eh…¿Paula?”
Me acerque, viendo como los cuatro pares de ojos
nos observaban, “¿Podemos hablar?”
Paula
me vio por un momento, y luego asintió. Salimos al porche de la casa, lejos de
todos los oídos posibles. Diablos, era tan incómodo, como cuando sabias que la
habías embarrado en tu trabajo, pero no sabías por qué y esperabas a que te
descontaran algo del salario o te despidieran.
“Henry
me mando los papeles,” Le dije, no sabiendo
que más decir, “Y…pues…habíamos quedado de ir
juntos y…”
“Esta
bien.” Me dijo ella, “Quede
de ayudarte a hacer lo imposible para que los niños quedaran bajo tu tutela, y
pienso cumplirlo.” Me dijo, dándome una sonrisa
sumamente triste.
“Paula-“
“Ahora
no…por favor…ahora no.” Me imploro,
limpiándose una lagrima que salió de su mejilla,
“Estoy…estoy confundida, Gabriel…hay mucho en lo que realmente tengo que
pensar.”
Antes
de poder decir algo más, la puerta se abrió y Marcos salió. Se notaba había
llorado, pero solo me tendió el teléfono.
“Papá dijo podía quedarme la noche aquí. Me dijo que vendría mañana o pasado
mañana.” Me dijo, encogiéndose de hombros.
“¿Le
dijiste lo que había pasado?” le pregunto Paula,
preocupada.
“Si…me
dijo que no era excusa para salir corriendo, pero que también hablaría con
mamá.”
En
los siguientes minutos nos pusimos de acuerdo en cómo pasaríamos la noche.
Paula ofreció darle a Viviana un lugar donde pasar la noche, lo que me pareció
perfecto. No tenía nada en contra de la niña, pero me parecía que era lo mejor
ya que no tenía tanto espacio tampoco.
Logan
le ofreció su cama a Marcos, y la verdad que me daba ternura la ilusión que le
hacía saber que su primo encontraba su cuarto acogedor. Como no tenía donde
dormir, Daniel le ofreció su cama, y por supuesto, al preguntarle al más
chiquito donde dormiría, solo dijo que mi cama era muy cómoda.
Así
que esa noche me encontré con un pequeñín acomodado a mi lado. Casi no pude
dormir, entre la situación con Paula, la situación de Marcos y añadiendo la
visita del día siguiente, los nervios los tenia de punta. De saber esto solo
era el preludio para la sorpresa que el siguiente día me tenía preparado, no sé
si hubiera dormido tranquilamente o me hubiera emborrachado hasta perder el
conocimiento.
En
algún punto me quedé dormido, por lo que cuando sonó mi despertador me encontré
sumamente agotado. Me levante de mala gana, recordando todo el día anterior y
lo que se me venía.
Levantar
a los niños fue fácil. Daniel se había despertado por mi alarma, Marcos no
había logrado dormir y Logan y Lautaro no se enfurruñaron mucho, Logan por la
presencia de Marcos.
“Papi…”
me dijo Lautaro, caminando a mi silla y subiéndose
a mi regazo en el desayuno, “No me siento bien.”
Me dijo, escondiendo su carita en mi pecho.
Eso,
por supuesto, me alarmo, he inmediatamente lo separe un poco de mi para poner
mi mano en su frente, “¿Que tienes, hijo?” Le pregunte, aunque no podía sentir
nada inusual.
“No
sé.” Me dijo, sobando sus ojitos. “Me siento raro.”
“Te
duele la pancita?” le pregunte, poniendo una mano
sobre su estómago.
“No…”
me dijo, “Pero me siento
raro.”
“Bueno,”
Le dije, levantándome y tomándolo en brazos,
“¿Crees que puedes ir a clases?”
Solo
asintió, aunque puso sus brazos alrededor de mi cuello, “Si…hoy
tenemos el proyecto en clase de ciencias.”
“Muy
bien, pero si te sientes peor tienes que decirle a tu maestro, ¿estamos?”
Mientras
Lautaro asentía, Marcos camino hacia mí, la llave de su auto en manos, “Si
quieres yo los puedo llevar a la escuela…tú tienes que trabajar y...bueno, no
tengo nada más que hacer.”
“¡Si!”
Grito Logan, emocionado, “¡Eso sería genial!”
Vaya,
ya quisiera que esa fuera la emoción cuando yo lo llevaba a cualquier lado. “Muy
bien,” Le dije, poniendo a Lautaro en el suelo para
ayudarle con su abrigo y luego ayudando a Daniel con sus zapatos.
Horas
más tarde me encontraba camino a la granja de los Gullier, el folder con los
papeles que Henry me había mandado en el asiento del copiloto. Paula llegaría
en su propio auto, o eso me había dicho.
Al
llegar note que Paula ya estaba allí, y al aparcar, John Gullier salió de la
casa, como si me hubiera estado esperando, y lo más seguro así era. Tomé aquel
folder y salí de mi auto.
“Señor
Bellucini,” me saludo, “La
señorita Andoni está adentro con Rebecca, pase por favor.”
“Gracias, Señor Gullier,” le dije, de pronto un poco molesto por todo el protocolo innecesario. Prefería los gritos de este hombre, casi todos nuestros encuentros eran así y de alguna forma me gustaba.
“¡Señor
Bellucini!” Me saludo la mujer regordeta, parándose de un
sillón floreado, el típico que encuentras en las casas de los viejitos.
“Señora
Gullier,” Salude, dándole la mano.
Ella
me saludo, extendiéndome una taza de café, mientras que Paula solo me sonrió
sin mediar palabra. “Bien,” Empecé, ignorando la tensión entre la mujer y yo,
“Creo que sabrán que vine por los niños.”
“No
entiendo por qué,” dijo el mayor, sus manos en los
tirantes de sus usuales overoles. “Los niños están
con ustedes, llevamos meses sin verlos, sin saber nada de ellos y de la nada se
aparecen.”
“¡John!”
Regaño su mujer.
“Los
niños están bien,” Le dijo Paula, su voz cortante. “No
sé porque quisiera verlos, pero si gusta saber, están bien.”
“De
hecho, es porque quiero que sigan bien que vine. Estos papeles me los envió mi
abogado, es una declaración de que Diana los dejo bajo su cuidado y ustedes
decidieron dejarlos bajo el mío.” Intervine, y casi de
inmediato pude ver como el hombre se ponía a la defensiva.
“¿Su
abogado?” Espeto, la saliva casi visible al ser escupida de
su boca, “¡Porque diablos su abogado estaría involucrado en
esto!”
“Señor
Gullier-“
“¡No!”
Grito el, “¡La última vez que
abogados y esa mujerzuela estuvieron involucrados lo perdí casi todo!”
Me grito, “No quiero saber nada, ¡no quiero papeles ni
nada! ¡Fuera!”
“¡John!”
“¡No,
Rebecca!” Grito el hombre, girándose hacia su mujer, “No
voy a volver a vivir una pesadilla. Que van a decir ahora, ¡que viole a uno de
los mocosos! ¡Que me metí con mi propia sangre!”
Su
última frase nos dejó helados, tanto a mi como a Paula, que teníamos la boca
casi por los suelos. “¿Su sangre?” Repetí, de pronto
recordando las palabras de Paula.
“Creo
que lo mejor es que se vayan.” Dijo la mujer,
poniéndose de pie.
“Señora
Gullier, necesito los papeles.” Le implore, tratando
de ignorar lo que había sido dicho.
“¡Fuera
de mi casa! ¡Fuera de mi propiedad! ¡De mi vida! ¡Díganle a esa mujer que se
pudra en el infierno!” Grito Gullier,
saliendo de la casa y dando un portazo.
Su
mujer se quedó parada en medio de la habitación, donde Paula y yo estábamos
también parados, sin saber si irnos o quedarnos y rogar, hasta que finalmente
ella tomo asiento, prácticamente dejándose caer sobre aquel sofá.
“Sé
lo que la gente piensa de nosotros.” Dijo la mujer,
derramando lágrimas, “El rumor se
esparció como pólvora. Un viejo de la edad de John con una jovencita en sus
veintes…y para rematar la deja embarazada.” Sus
palabras salieron junto con una risa llena de dolor.
“Daniel no es mi hijastro.” Nos dijo, viéndonos
con un gran pesar, “Es mi nieto.”
El
silencio fue casi ensordecedor. Paula me vio con ojos tan grandes como los que
yo debería de tener. “¿Su nieto?” Dije, por último,
tratando de entender.
“Tenía
casi 45 años cuando Theodor nació.” Empezó, sin siquiera
darnos la mirada, perdida en sus recuerdos.
“John y yo...habíamos perdido la esperanza. Él estaba por cumplir los cincuenta
y yo…yo creí que era la menopausia.” Se rio, volteando a
vernos. “Cuando nació fue el mejor día de ambos. John
estaba tan orgulloso, la granja prosperaba y éramos una familia al fin...solo
tenía catorce años! Era un bebe…mi bebe…”
Si
tenía un muy mal concepto de Diana, cada vez caía más bajo.
“Fue por eso que lo hicieron estudiar lejos?” Pregunto
Paula.
“Diana
acuso a John de haberse metido con ella, pero todo lo que él hizo fue
prohibirle a Theodor acercarse a esa mujer. Ella era una adulta y el apenas
tenía pelos en los testículos.” Nos dijo, molesta, “Pero
no, se metió con ella y salió embarazada. Al principio nos negamos, Theodor era
menor de edad y necesitaba nuestro permiso, pero ella dijo que era de John…y
perdió los negocios. Nadie quería hacer negocios con un sesentón que no solo
dejaba embarazada a una jovencita, pero que tampoco quería hacerse cargo.”
Vaya,
no sabía que pensar, esto…el progenitor de mi Daniel prácticamente tenía la
edad de mi sobrino. ¡Era un niño!
“Señora
Gullier…solo queremos que los niños estén bien…que si Diana vuelve no tenga
forma de hacerles daño.”
“Sé
que no soy la mejor abuela…que no me merezco ni el titulo…pero…extraño verlo,
aunque sea de lejos…es lo único que me queda de mi niño.” Nos
dijo con una sonrisa triste, “Déjenme firmar esos
papeles. Ella pudo haber destruido mi familia…pero no lo hará con la
suya.”
Parecía
cosa de ciencia ficción lo que estaba pasando, ver a Rebecca Gullier firmar
esos papeles parecía ser una alucinación. Sin pensarlo tome la mano de Paula en
mi mano, queriendo compartir mi alegría con la mujer que se había robado mi
corazón, que había hecho que mi dolor fuera sanando, que aquello que creí había
muerto volviera a la vida.
Voltee
a verla, una sonrisa en mi rostro, pero al ver el dolor en el de ella me
desubico. Miraba mi mano como si fuera una serpiente, como si fuera algo que le
traía dolor y tragedia, y así como se había tensado, la retiro rápidamente,
escondiendo su rostro, aunque pude ver como caía una lagrima por su mejilla.
“Bueno,”
Interrumpió la Sra. Gullier, arreglando los papeles
rápidamente y devolviendo mi bolígrafo, “Aquí esta. Por
favor, si necesitan algo, no duden en pedírmelo…sé que no he sido la mejor,
pero…solo quiero que el niño sea feliz.”
“Gracias.”
Le dije, dándole un apretón de manos en forma de
despido y agradecimiento.
“A
la orden.” Nos dijo, y pude ver paz en su mirada. “Agradecería
que no dijeran nada…es un secreto que ni siquiera Alexander sabe.”
Paula
y yo intercambiamos una mirada. No estaba de acuerdo con que el muchacho no
supiera la existencia de un hijo, pero al mismo tiempo no era mi puesto juzgar
lo que ellos habían hecho. Lo único que quería era ver a mis niños a salvo y a
mi lado.
Una
vez junto a mi vehículo quise hablar con Paula, pero esta estaba ya dentro de
su propio auto y empezando a retroceder antes de que siquiera pudiera pensar en
que decir. Me quede parado viendo como desaparecía en la carretera sin saber
que decir o hacer.
Iba
camino a casa cuando me sonó el móvil. Sin ver la pantalla, conteste poniéndolo
en audio, ni siquiera me interesaba la llamada, pensando más en mi situación
con Paula y lo que había aprendido de los orígenes de Daniel.
“¿Señor
Bellucini?” Por algún motivo, rodé los ojos, acelerando un poco
como si eso acabaría la llamada más rápido.
“El
mismo.” Le dije en tono serio,
“¿Cómo le puedo ayudar?”
“Le
hablamos de la Escuela Primaria Thomas Jefferson,” me
dijo una mujer, su voz tranquila y poniéndome los pelos de punta, “Primero
que todo, no se preocupe, el niño está bien,” no
sé porque siempre las malas noticias empiezan así. Esa frase no hace más que
ponerle los pelos de punta a uno.
“¿Que
paso?” Pregunte, tratando de no acelerar demasiado en
aquella carretera de tierra.
“Tenemos
aquí en la enfermería al joven Lautaro,” me
dijo, “Tiene algo de fiebre y dolor de cuerpo. Le dimos
algo de acetaminofén, pero creo lo mejor es venga por él y lo lleve al médico
de ser posible.”
Sentí
como me helaba la sangre de golpe, de pronto angustiado por mi niño. “Estaré
allí en unos 15 minutos,” Le dije, acelerando un poco más. Al llegar a la
autopista, lo único que hice fue acelerar más y rogar al cielo que mi niño
estuviera bien.
Debería
de haberme tardado una media hora en llegar, pero rompiendo toda ley de
tránsito llegue en la mitad del tiempo como había dicho. Entre a la escuela y
como loco pregunte donde estaba la enfermería. Creo que asuste a la joven
recepcionista, que me miro alarmada y me indico por dónde ir.
Nunca
había sentido tan grande esa escuela, aunque corrí por varios pasillos tratando
de encontrar el camino. Realmente deberían de hacer menos difíciles de navegar
los centros educativos. Cuando por fin encontré el lugar indicado entre
esperando encontrar a Lautaro descuartizado, con sangre por todos lados y algo
digno de un cuento de horror, pero nada de eso.
La
enfermera, una mujer mayor vestida completamente de blanco, se encontraba
sentada en un escritorio manejando una computadora, y en una de las camillas
estaba Lautaro. El niño no me había visto aun, y aunque se miraba algo pálido
me tranquilice al verlo tranquilamente acostado jugando con sus deditos.
“Señor
Bellucini,” me dijo la enfermera, parándose de su asiento. Fue
cosa de que el niño escuchara mi nombre y girara a verme e inmediatamente
empezó a llorar como si estuviera muriéndose por dentro.
“El
mismo.” Le dije, caminando hacia mi hijo para tomarlo en
brazos. Efectivamente, podía sentirlo más caliente que usual. Puse mi mano en
su frente, pero Lautaro rápidamente se aferró a mí con brazos y piernas,
escondiendo su rostro en mi cuello. “Calma, campeón,
shhh, calma…”
“Paaapiiii!”
Lautaro repetía una y otra vez, no queriendo
soltarme.
“Como
le dije, le di acetaminofén hace unos minutos atrás para bajar la fiebre. Le
pregunte si le dolía algo,” Me dijo la mujer
como si el niño no estuviera dejándome sordo, “Pero
dijo que no. Lo mejor será que lo lleve al médico, si hay fiebre puede que haya
alguna infección.”
Sin
soltar a Lautaro, asentí, acomodándole mejor para que estuviera sentado sobre
uno de mis brazos mientras que con la otra mano le sobaba la espalda. La
enfermera me dio a firmar unos formularios que, por lo que pude leer
rápidamente, decían lo mismo que ella me había dicho más la hora y la fecha en
que el niño salía de la escuela.
A
medida pasaban los minutos el llanto de Lautaro disminuyo, no así su agarre a
mi cuello o cintura. Cuando termine de firmar, ya se había calmado un poco,
viendo por sobre su hombro los papeles, pero no queriendo soltarme. “¿Tiene
la mochila del niño?” le pregunte
finalmente, a lo que ella asintió y me mostro unos cubículos a la entrada del
salón.
Creí
que lo más difícil seria acomodar la mochila y lonchera del niño sin soltarlo,
pero lo más difícil fue al llegar a mi auto. No podía manejar con él en mi
regazo, obviamente, y él tampoco quería soltarme para ponerlo en el asiento de
atrás.
“Lautaro,
hijo, será rápido,” le dije parado en aquel parqueo,
“Vamos, amor, solo será de aquí hasta llegar donde el Dr. Palmer.”
Fue escuchar la palabra doctor que el llanto incremento.
“¡NOOOOOO!”
Lloro, aferrándose a mi, “¡Paapiiii! ¡Doctor nooo! ¡Doooctoooor noooooo!”
Bien,
esto sería más difícil de lo que esperaba. Me subí con él a la parte trasera y
me senté con el sobre mi regazo, sobando su espalda. En otra ocasión le hubiera
dado un par de nalgadas y le hubiera dejado atrás, pero este no era un
berrinche porque si, era más que todo que mi niño se sentía mal.
Estuve
alrededor de diez minutos sentado con él en brazos, meciéndole y susurrando
para que se calmara hasta que por fin lo logre. “No quiero…sniff...no quiero ir
al doctor.” Su voz sonaba triste, además de congestionado, me asuste aún más
cuando empezó a toser. Le senté bien para que pudiera respirar mejor, dándole
golpecitos en su espalda.
“Bueno,
mi vida,” le dije, sacando mi pañuelo y ayudándole a soplar
su nariz. No pude evitar el asco al ver la mucosidad completamente verde salir
de allí. “Lo siento, pero si tenemos que ir.” Le
dije, sintiendo como su temperatura había incrementado.
“Noooo…”
Me dijo, pegándose nuevamente a mi pecho, “¡Quiero
ir a casa, papi!”
“Iremos,
campeón, pero después del doctor,” Le prometí, dándole
un beso en su sudada cabellera y dándole unas palmaditas en lo que alcanzaba de
sus nalguitas. “Ahora, vamos, siéntate bien,
¿sí?” le pedí y por fin logré que accediera.
Al
llegar al médico me di cuenta que en un par de horas Logan y Daniel saldrían de
clases. No eran ni las dos de la tarde y sentía que ese día era eterno. Suspire
y, aun con Lautaro en brazos, le mande un texto a Marcos pidiendo que pasara
por los niños, explicándole estaba en el hospital con Lautaro. Justo antes de
guardar mi móvil me cayó un mensaje de Michael diciéndome que llegaría con
Melissa al día siguiente, y que por favor le dijera a Marcos que todo estaría
bien.
No
pude evitar sonreír, mientras acomodaba a mi niño en brazos en aquella sala de
espera. Guarde mi móvil y observe. La última vez que había estado en esa sala
de espera de pediatría estaba con mis tres niños. No había tenido tiempo de
observar mucho aquel lugar. Como en ocasiones anteriores, había algunos niños
jugando en una pequeña mesa con laberintos de alambres mientras esperaban
turno.
Aquella
primera vez Daniel había estado fascinado con aquel aparato, moviendo las
pelotitas por los alambres de un lado a otro, mientras que Lautaro trataba de
ponerlos todos en orden, aunque de vez en cuando podía ver como fingía que eran
autos. Por otra parte, había tenido a Logan quejándose incansablemente de que
él ya estaba muy grande para ver a un pediatra y que no necesitaba a un doctor.
Llegue al punto de tener que llevarlo al baño y darle un par de palmadas para
que parara el berrinche.
Ahora,
me encontraba con Lautaro pegado a mí, podía sentir como le aumentaba la fiebre
y empezaba a toser cada vez más. Puse mi mano en su frente, haciendo que
abriera sus ojitos que se encontraban rojitos, si era de tanto llorar o porque
realmente se sentía mal no lo sabía, pero me miro con total confianza para
luego acomodarse mejor.
“Te
de eucalipto,” me dijo una mujer algo mayor, viéndonos
con una sonrisa.
“¿Disculpe?”
“El
té de eucalipto es buenísimo para esa tos,” me
dijo, tomando a una pequeña de unos seis años en brazos, “Mi
hijo mayor tenía muchos problemas bronquiales de pequeño. El té de eucalipto es
bueno…también el té de cebolla morada, pero al menos que quiera tener una
batalla descomunal, déjelo para circunstancias más graves.”
“Gracias.”
Le dije, sobando la espalda de mi niño quien volvía a toser, sacando bastante
flema. Esto no me estaba gustando.
Estaba
sobando la espalda de mi niño cuando por fin escuche su nombre ser llamado.
Nuevamente, le tomé en brazos y seguí a la enfermera que me indicaba el camino
con un suave, “Por aquí, por favor.”
Entramos
al consultorio y vi como la joven mujer ponía su mano sobre la frente de mi
niño, “Vaya, veo que nos sentimos malitos,” le
dijo a Lautaro con una cálida sonrisa, haciendo que el niño la viera con
desconfianza y se apegara a mí.
“Papiii…”
Se quejó, empuñando mi camisa con una de sus manos.
“Shhh,
tranquilo campeón.” Le susurre, pasando mi mano por su
cabello para tranquilizarle.
“Solo
tenemos que tomar tu temperatura, cariño.” Le
dijo la enfermera, sacando un termómetro. “Es
en tu orejita, no vas a sentir nada.” ¡Si, de esos eran
los que yo necesitaba! Y no aquel que había tenido que usar en Logan…gracias a
Dios ni el mismo niño se había enterado.
Tomo
la temperatura y no me dijo nada, pero pude ver no le agrado por la forma en
como frunció su ceño rápidamente, para luego regalarme una de esas sonrisas
falsas que ponen para querer decir, “Todo está
bien…solo vez un poco de fuego porque es un incendio amordazador que va a
acabar con tus sueños e ilusiones, pero no es nada, unas gotitas de agua y ya.”
Aun
así, no dije nada, solo me concentré en sobar la espalda de Lautaro.
“El doctor estará aquí enseguida.” Asentí y la mujer
salió y minutos más tarde entro el doctor.
Prácticamente
tuvo que revisar al niño pegado a mí. No hubo manera en que Lautaro me soltara,
aunque tuve que ponerme un poco más estricto cuando el doctor tenía que
revisarle su garganta, oídos y nariz. Por supuesto, Lautaro no quería nada de
esto.
Al
final, los resultados dictaron que era una faringitis aguda. Esto me
tranquilizo, no era la primera vez que miraba estos casos. Melissa había
padecido mucho de esto por algunos años, donde casi se volvía crónica, además
de que Maia también había pasado por lo mismo. Era casi como una gripe común,
solo que con mucho malestar de garganta.
“Lo
mejor será reposo absoluto,” Me dijo el médico,
escribiendo en su libreta, “Recomiendo reposo
en cama por los siguientes dos días, ya después el niño se sentirá mejor. Aun
así, nada de andar corriendo ni jugueteando por todos lados, eh...” lo
último dicho para Lautaro que lo miraba como si fuera un gran enemigo.
“Bien,
¿imagino le recetara algún medicamento?” Pregunte,
dándole un beso en la frente a Lautaro, quien seguía prendido en fiebre.
“Sí,
claro,” me dijo, extendiéndome un papel donde estaba su
firma y cello, “Empezaremos con amoxicilina oral
durante diez días, a esta edad recomiendo sea mejor la liquida, mas con el
dolor de garganta, es más fácil tragarla,” Me
dijo, levantándose de su asiento y caminando a un mueble. Esperaba que no fuera
por lo que más me temía, más que Lautaro le seguía como si de la nada fuera a
sacar una cierra y descuartizarlo.
“También
le pondré un tratamiento intramuscular para la fiebre y para aligerar el
proceso.” Me dijo, haciéndome palidecer. Lautaro volteo a
verme, como preguntando qué era eso y todo lo que pude hacer fue sonreírle
tranquilamente. “Acuéstelo en la camilla, por
favor.”
Y
con esas palabras se desato la guerra…casi literal. Mi niño no era tonto, y
supo que si debía acostarse en la camilla no era nada bueno. En cuanto escucho
esas palabras, trato de salir corriendo de mis piernas, pero no pudo.
Trate
de calmarlo, pero me fue imposible, incluso el doctor trato de decirle que no
le dolería, que solo sería un pequeño piquetito, pero de nada sirvió. El niño
estaba inconsolable.
Bajarle
el pantalón fue toda una odisea, ni que hablar de bajar el calzoncillo del
niño. Tuve que hacer de tripas corazón y sujetarlo lo mejor que podía, pero de
algún modo agarro fuerzas y no lográbamos que se quedara quieto. El doctor
temía pudiera quebrar la jeringa o tocar alguna vena o dañar al musculo, así
que termino pidiendo a la enfermera de antes que viniera a ayudar.
Al
final, termine sujetando la parte superior de mi niño, dejando mi mano en su
espalda baja y haciendo circulitos, mientras que con mi otra mano sujetaba las
suyas por sobre su cabeza, mientras que pegue mi rostro al de él, mi nariz
pegada a la suya para que pudiera verme bien. “Vamos, amorcito, mírame, no, no,
no,” Le dije, cuando quiso levantar su carita, aunque dado que casi todo mi
cuerpo estaba sobre el de él no podría, “mírame a mí, todo está bien,” Le
susurre, mientras que la enfermera sujetaba sus piernas.
Supe
cuando pasaron el algodón por su glúteo por la forma en que se tensó, y más aún
cuando por fin le inyectaron por el gran alarido que pego. Al final, ponerle la
inyección no duro más de un par de segundos, pero por la forma en que lloraba
parecía que le habíamos estado cortando una extremidad.
En
cuanto entro la aguja, el niño se quedó completamente quieto, cayendo rendido y
simplemente llorando, y solo pude pegar mi frente con la suya y soltar mi
agarre de sus manitos para sobárselas, mi mano sobando su espalda lo más que
podía.
“Ya,
eso fue todo, muchachote.” Le dijo el doctor,
apartándose y quitándose los guantes que llevaba puestos, me levanté un poco de
donde estaba y vi al doctor, que le susurraba unas indicaciones a la enfermera
y se giraba a su escritorio.
Lautaro
seguía acostado en la camilla, con sus blancas pompitas al aire y solo una
pequeña curita donde le habían piqueteado. Suspire, y le levante un poco para
acomodarle la ropa, tomándolo nuevamente en brazos mientras el lloraba sus
amarguras, tosiendo de vez en vez.
“Le
alegrara saber que esta es una dosis única,” Me
dijo el doctor como si no hubiera pasado nada, tal vez ya estaba acostumbrado a
esto. “Dele bastantes líquidos, en especial aquellos con
bastante vitamina C como jugo de naranja, limón, kiwi o fresa. También,
mantenga a sus otros niños alejados, esto puede ser contagioso.” Me
dijo, dándome los últimos papeles. “Y esto es para ti,”
Le dijo a Lautaro, tendiéndole una paletita roja
junto con una calcomanía con un gran sol que decía en letras brillantes, ‘¡Me
porte bien con el Doctor!’
Mi
niño vio la paleta y la calcomanía, todavía lloroso y sin soltarse de mí, pero
con una tímida sonrisa tomo aquello y lo pego a su pecho, como si se lo
quitaríamos. “Pórtate bien, ¿sí? Y hazle caso a tu papi para no
tener que volver a darte un piquetito.” Le
dijo aquel hombre, haciéndole un cariño en el cachete.
Bien,
con eso por fin pudimos retirarnos del lugar. Creí que no tomaría más de una
hora, pero al final me había tomado casi dos. Marcos ya debería de estar con
los niños en casa y era hora de llevar a este pequeño también.
No
puedo siquiera describir la alegría que sentí cuando, al llegar a casa vi el
auto de Paula parqueado. Me bajé del auto y luego fui por Lautaro, que estaba
profundamente dormido en la parte de atrás.
No
había ni terminado de cerrar el coche cuando la puerta principal se abrió y
Logan corrió hacia nosotros. Su rostro estaba sumamente preocupado, y se acercó
a su hermanito para verlo. “¿Qué le paso?
¿Está bien? ¿Porque fuiste al médico? ¿Porque esta así?” Las
preguntas venían una tras otra, sin siquiera dejarme responder.
Le
atraje a mí con mi mano libre y le di un abrazo, haciendo que efectivamente se
quedara callado, más cuando le bese su mejilla.
“Tu hermano está bien, campeón, solo un poquito enfermo. Ahora, hazme el favor
de bajar su mochila y lonchera, ¿sí?” Le pedí,
impulsándolo con una suave nalgada mientras me dirigía a mi hogar.
Al
entrar, Marcos, Viviana y Daniel estaban sentados en el suelo. El más pequeño
había llevado no solo sus patitos, que se habían vuelto sus favoritos, pero
también varios de sus peluches, bloques, carros y dinosaurios, además de que
había juntado todos los cojines de la casa y la tenía, junto con mis almohadas,
tirados en varias partes de la sala. En fin, era un relajo marca Daniel.
En
cuando me vio soltó sus juguetes y corrió a mí con una gran sonrisa,
aferrándose a mi pierna. “¿’Tauro esta
malito, papi?” Me pregunto, viendo a su hermano
mayor.
“Si,
mi vida.” Le conteste, sobando su pelito y viendo a Marcos,
que se había acercado a mi junto con Viviana. “Déjame
poner a este pequeño en mi cama, y enseguida hablamos.” Le
dije, regalándole una sonrisa, “Daniel, trae mis
almohadas, sabes que no me gusta las tiras al suelo.” Si
bien estaba limpio, tenía una manía con que cayeran al suelo.
Daniel
sonrió pícaramente, peor corrió a obedecer. No tuve que buscar con la mirada,
sabia por los sonidos y olores que provenían de ella que Paula estaba en la
cocina, seguramente haciendo una cena para todos y algún caldo para Lautaro.
Subí
a mi habitación, seguido por todos los niños, como si quisieran asegurarse que
su primo y hermano estuviera bien. Le acosté en mi cama y le quité sus zapatos,
poniendo mi mano en su frente y comprobando su fiebre estaba mejorando.
“Logan,
ve y trae una de las pijamas de tu hermano, por favor.” Pedí,
quitándole su pantaloncito, aunque Viviana estaba presente. El niño estaba
dormido, y la muchacha en realidad me estaba ayudando junto con Marcos a
acomodar las almohadas. Pero en cuanto empecé a desnudarlo tomo a Daniel en
brazos y le hizo cosquillas en la panza, sacándole una risita picara.
“¿Porque
no vamos tu y yo a recoger los juguetes?” Le
dijo dulcemente, “Dejemos aquí que tu papi se
encargue de ‘Tauro.”
No
pude distinguir lo que Daniel le dijo, pero si supe estaba emocionado por el
tono de su voz y la rapidez con la que hablaba. Al final, deje a Lautaro en
calzoncillos y tome una de las tantas toallas húmedas que tenía. Había hecho
caso del consejo de Dante, aunque creo había exagerado ya que tenía al menos
dos o tres paquetes en todas las habitaciones de la casa…incluyendo mi auto.
“Sabes,”
Me dijo Marcos, mientras limpiaba a mi niño antes
de ponerle la pijama, ya que Logan había entrado y me tendía una que era un
mono de una sola pieza. “Siempre fuiste el
mejor tío,” me dijo, pasando un brazo por sobre los hombros de
Logan, “pero eres un increíble padre.”
Sonreí,
terminando de limpiar el sudor del niño y empezando a vestirlo ante la atenta
mirada de mis dos acompañantes. “Si, bueno, aprendí
de los mejores.” Le dije con una sonrisa,
finalmente subiendo el zíper de aquella pijama y cubriendo a Lautaro con una
cobija. “Mi padre era muy bueno, y Michael me mostro lo que
es tener un padre amoroso y cariñoso.”
Voltee
a verlo justo para ver como arrugaba la nariz, tensándose un poco. “Espero que
eso ultimo le dure hoy que venga.” Me dijo, poniendo una mano en su trasero y
sobándose, “Últimamente solo siento la parte de rigor, creo
que lo de amoroso y cariñoso lo deja más para Maia.”
Vaya,
jamás hubiera imaginado ver celos en la familia de Michael y Melissa. Después
de todo, eran padres ejemplares. “Sabes que te aman,
canijo.” Le dije, sonriéndole y caminando hacia ellos para
que dejáramos dormir a Lautaro en paz, “Y
Michael me escribió, vendrá mañana con tu madre.”
Ante
mis palabras, Marcos rodo los ojos, inmediatamente poniéndose a la defensiva.
Soltó a Logan y se fue a la que ahora era su habitación.
“¿Marcos va a estar bien?” preguntó el menor
con nervios.
“Tranquilo,
amor,” Le dije, atrayéndole a mí y dándole un abrazo, “Marcos
sabe que está en graves problemas, escaparse así no es la solución.” Le explique,
“Pero Michael lo ama, igual que Melissa, y jamás
harían algo para lastimar a Marcos.”
“Porque
son sus padres y lo aman.” Me dijo el,
asintiendo.
“Exacto,
porque son sus padres y lo aman.” Repetí, dándole un
beso en la frente. “Ahora, ve a ayudar a Paula en lo
que puedas, o ayuda a Daniel y Viviana a arreglar la sala, enseguida bajo.”
Me
quede un rato en el pasillo, observando como Logan desaparecía y después viendo
a Lautaro dormir profundamente. No sabía que exactamente le diría a mi sobrino,
pero sabía que debía llegar al meollo del asunto.
Toque
la puerta y no espere me contestara, entre al segundo toque. Marcos estaba
sentado en la cama, a punto de llorar. No dije nada, solo entre y me senté a su
lado en silencio. “No sé porque mamá odia tanto a
Viviana.” Me dijo después de unos minutos, “Solíamos
llevarnos muy bien, pero ahora…amo a Viviana, tío, de verdad. No es un
capricho, quiero pasar mi vida junto a ella.”
Sé
que muchos dirían que siendo tan joven no podría encontrar el amor verdadero,
pero, aunque habían sido tiempos diferentes, mis padres se habían conocido casi
a la misma edad y casado más jóvenes aún.
“Te entiendo, Marcos,” en realidad, no
entendía. Mi madre nunca conoció a Mary, y Melissa la había amado desde un
principio, igual que con Paula.
“No,
no entiendes. Mamá me castiga por cualquier cosa, incluso si la cama no está
arreglada a sus estándares me deja sin salir. Hace cualquier cosa por alejarme
de Viviana, ¡solo sabe decir que cualquier error que yo haga es culpa de
Viviana! Y nunca frente a papá, claro que no, ¡porque Melissa es perfecta!”
“¡Ey!”
regañe, asombrándome por el coraje en la voz de
Marcos, “Es de tu madre que estás hablando, es mamá, mami,
mamita, o incluso madre para ti, pero nunca Melissa.”
No
me dijo nada, solo dejo caer una lagrima, “He
pensado que lo mejor sería alejarme de ellos. Pronto cumplo la mayoría de edad
y me graduó de secundaria. Podría irme y no volver a verlos, hacer mi vida con
Viviana. ¿Cómo puedo confiar en ella si ella no confía en mí?”
En
ese momento supe que antes de dejar a Marcos hablar con sus padres, tendría que
intervenir yo. Melissa era una gran persona, pero sumamente protectora de
aquellos que ella miraba como suyos. Era claro que miraba a Viviana como una
amenaza para su hijo cuando ella era la amenaza real.
Sin
saber que decir, abrace a Marcos, poniendo mi mano en su cabeza y dejándole
saber sin palabras que podía contar conmigo. No dijimos nada, simplemente deje
que me abrazara con fuerza.
“¿Gabriel?”
la voz de Paula nos interrumpió, y sentí un gozo
casi descomunal. Le regalé una sonrisa a Marcos, y puse mi mano en su mejilla
antes de salir de la habitación.
“Aquí
estoy,” Le dije a la mujer, que estaba parada en el quicio
de mi puerta. “Disculpa, necesitaba hablar con Marcos.”
“Espero
no haber interrumpido nada.” Me dijo ella, viendo
a Lautaro.
“No,
tranquila.” Le dije, acercándome a ella. Antes que pudiera
siquiera tocarla ella se movió, alejándose un poco de mí.
“¿Que
te dijo el médico?” Pregunto, sin siquiera mirarme.
“Laringitis
aguda.” Le dije simplemente, explicándole todas las
indicaciones y que debíamos hacer. “Me dijo que en un
par de días estará bien.”
“Me
alegra.” Sus palabras y su tono no detonaban el mismo
sentimiento, “Bien, la cena está hecha. Hice un caldo de pollo
para Lautaro, sé que no le gusta mucho, pero le ayudara. Hay uno de verduras en
la refrigeradora, solo caliéntalo y dale mañana al medio día.”
“¿Te
vas?” pregunte, entre dolido y extrañado.
“Debo
regresar al restaurante. Viviana viene conmigo, así no tienes a tantos niños
que cuidar, aunque ella ya es mayor.” Me explico,
encogiéndose de hombros.
Su
frialdad y su tono despreocupado me hicieron enojar poco a poco, no entendía
porque, no entendía que pasaba, así que hice lo que por lo general hago,
explote. “¡¿Pero qué putas, mujer?!” pregunté,
molesto, “¿Que hice? ¿Un día te hago el amor y al siguiente
obtengo tu indiferencia?”
Fue
allí que me volteo a ver, y con una sola mirada hizo que todo el enojo huyera
de mi cuerpo para dejar ese sentimiento de culpabilidad en mi cuerpo. “No
puedo,” me dijo, lágrimas en sus ojos, enojo en su mirada,
“No puedo competir, Gabriel. Simplemente no soy plato de segunda mesa.”
“¿Que?”
sus palabras dolieron en lo más profundo, creo que
nunca nadie me había hecho sentir una verdadera basura.
“¿De qué hablas?”
Paula
me vio, tratando de ser fuerte, lo podía ver, pero también podía ver como
dejaba cambiar el enojo por dolor, “Hacer el amor
contigo fue una de las mejores experiencias de mi vida.” Me
dijo simplemente, “No era sexo por lujuria, no era
simplemente el hecho de que eres bueno…muy bueno…” Vaya,
eso sí le gustaba a mi ego, pero había algo más, “Estar
contigo de esa forma me hizo sentirme completa, y diablos si sueno cursi, pero
así me sentí. ¿Y qué te dije al final?” Me
pregunto, pero no me dejo responder, “Te amo, Gabriel
Alejandro Bellucini, te amo como nunca he amado a un hombre. Desde la primera
vez que te vi quise saltar encima de ti, besar tus labios, desnudarte y hacerte
el amor, pero a medida te conocí…diablos, la forma en que cuidas de esos niños,
la forma en que me hablas, la forma en que me tratas y tratas a los demás…me
enamore de ti…me enamore estúpidamente de ti.”
“Paula…”
No sabía que las mujeres podían llegar a sentir ni tanta
lujuria por un hombre ni tanta intensidad….
“Te
lo dije, te dije te amo, no solo estaba desnuda en cuerpo, desnude mi alma…¿y
que me dijiste?” hiso una pausa, limpiando sus
mejillas de las lágrimas que caían por su rostro, “Me
dijiste te amo,” y se rio amargamente igual al tono
de voz que había tomado, “Te amo, Mary.”
Y
como si fuera un balde de agua fría recordé aquel momento. Talvez nunca sepa
porque dije Mary y no Paula, porque todo mi enfoque estaba en Paula, en la
mujer de carne y hueso delante mío y no en un recuerdo. Quise hablar, quise
decir algo, pero no podía, no había palabras que salieran de mis labios.
“Yo…”
“No,
Gabriel.” Me dijo ella, negando y acercándose a mí, me dio un
beso en mi mejilla, y luego se alejó, dejándome estupefacto, “No
puedo competir por tu amor, no cuando peleo contra una persona fallecida…contra
la que fue tu esposa.” Me dijo simplemente,
“Creí que podías amarme pero…solo amas a una, y esa
es Mary. No voy a pelear contra alguien que ni siquiera está aquí para defenderse.”
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