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martes, 1 de septiembre de 2020

¿Nuestros hijos se odian?




"Los derechos de autor de este texto pertenecen única y exclusivamente a su autor. No pudiendo ser publicada en otra página sin el permiso expreso del mismo" 



 Un hogar peculiar 
 Autora: hkate  
 Capítulo:  4 ¿Nuestros hijos se odian 



Al llegar al despacho del director tanto a Fabian como a Santiago, de manera inmediata se le bajaron los humos. 
El director los esperaba en su oficina de brazos cruzados y con el ceño fruncido.

  • –Ah ver que tenemos aquí, el señor Acosta y el señor Pernalete. Vaya que rápido se metieron en problemas -expresó este invitándolos a que se sentaran mientras él hacía los mismo acomodándose en su asiento.
Santiago y Fabian sabían que se habían metido en un gran lío por pelear en el liceo, ya que en esa institución lo condenaban casi como si fuera un delito en la vida real. Pero no por ello, estaban arrepentidos.

  • –Este idiota fue el que empezó -vocifero Santiago en un tono que reflejaba toda la furia que llevaba dentro.
  • –¡Claro que no! tú me insultaste primero.
  • –Porque eres un tarado.–¡Basta! Ya está bueno. No permitiré que sigan peleando en mi presencia.
  • –Tarada será la mamá tuya, la que te pario –le respondió Fabian, en un susurro con desprecio; quizás para que el director no lo escuchara.
  • ¿¡Qué dijiste!? –Santiago, se levantó hacia donde se encontraba su compañero y situándose frente a él le dio una fuerte bofetada.
Por su parte, Fabián no espero más y tal cual como lo había hecho minutos antes dentro del aula, se abalanzó por segunda vez en el día en contra de, su ahora, enemigo, pero esta vez fue mucho más fuerte y lo tumbó en el escritorio del director dándole fuertes golpes en la cara; aunque la mayoría se los daba en los brazos, porque chico intentaba en lo posible protegerse.
Santiago, en la mayoría de las veces tenía ventaja durante una pelea, ya que dos días a la semana iba al gimnasio a entrenar. Su musculatura estaba bastante fortalecida y tonificada. Por lo que no le costó mucho revertir la posición en donde Fabián lo había dejado prisionero y de manera inmediata el que estaba arriba de Fabián era él, lo estaba golpeando con bastante fuerza en el abdomen y en la cara.
Fabián por su parte soltaba un grito de dolor y en su rostro se veía que estaba sufriendo, hace muchas muecas. Además, de estar perdiendo la batalla. Santiago, era mucho más fuerte y ágil de lo que él creía. Por lo que se maldijo internamente en el momento en que se había hecho enemigo de ese chico.

  • –¡Sepárense ya! Es suficiente –espetó el director rojo de furia. Se metió entre ellos, agarró a Santiago por el brazo y a Fabián por una axila–. ¿Pero es que yo estoy pintado o qué?
Santiago y Fabián no paraban de mirarse de forma retadora entre ellos. Así que, lo que les decía el director les entraba por una oreja y les salía por la otra.

  • –Les hice una pregunta ¿no van a contestar?
–Usted oyó lo que dijo –ladro–. ¡con mi mamá nadie se mete!

  • –Estuvo mal lo que dijo Fabián, pero eso no te da el derecho de golpearlo. Es que, hay que ver definitivamente. Ustedes son sin vergüenza. ¿Cómo se les ocurre seguir peleando en mi oficina delante de mí?
  • –Lo lamento –Fabián fue el primero en dar su brazo a torcer, sabía que no iba a ganar nada poniéndose pico y pala con una autoridad. Debido a que, lo menos que quería era que lo fueran a expulsar–. No volverá a pasar, al menos no de mi parte.
  • –Yo también lo lamento –fue el turno de Santiago.
–Desde que entraron a esta prestigiosa institución se les dijo que está totalmente prohibido la violencia, el Bullying y las peleas entre compañeros. ¿Qué parte de eso ustedes no entendieron? Y sobre todo usted, alumno Pernalete que no ha pasado una semana desde que ingresó y ya está metido en líos –expresó el director frotándose el puente de la nariz y frunciendo su entrecejo, mirando a los chicos de una forma despectiva.

  • –Lo se señor, y lo lamento mucho, pero él me provocó. Desde el primer día me ha estado molestando y yo no soy un peluche que pueden golpear y maltratar y no hacer nada.
  • ¿Molestando cómo? –Se interesó el director.
  • –A mi hermana y a mí nos ha discriminado por ser venezolanos y porque casi no hablamos bien el inglés.
  • –Chismoso –masculló con rabia Santiago.
  • –¿Van a seguir? –El director le echó una mirada severa a ambos.
Ninguno de los dos quiso seguir hablando. Tanto Fabián como Santiago agacharon la cabeza.

  • –Bien, como no me contestan, veo que lo que dice Fabián es cierto. El que calla otorga, ¿no? Por lo que he decidido que los suspenderé una semana. Y durante los próximos 3 meses asistirán dos veces por semana a la psicóloga del colegio. Porque ambos tienen problemas de ira y los ayudará a tratar la tolerancia entre compañeros.
  • –¿Qué? No, yo no voy a ir al loquero. ¡Yo no estoy loco! –exclamó con indignación Santiago.
  • –Sí, ni yo –Por primera vez lo apoyó Fabián en lo que decía.
  • –Pues si no quieren que lo expulsen de manera definitiva del colegio, lo harán –sentenció aquel hombre levantándose de su silla. Que por el vozarrón que tenía, muchas veces daba miedo–. Esperen afuera. Llame a sus padres para que pasen por ustedes e informarle sobre su castigo. ¿Quedó claro?
  • –Sí señor director.
  • –Sí señor.
Mientras tanto, en la empresa donde trabajaba el señor Arturo. Carolina, Mario, Arturo y otros empleados tenían una reunión con los gerentes de la organización. 


  • –Como le acabo de explicar, estas serían las nuevas directrices de la empresa, para dirigirla a la expansión a nivel internacional –expresó Mario, el presidente, a sus empleados.
  • –Mañana los trabajadores restantes traerán sus proyectos y el que mejor plan de acción posea, ese será el elegido –dijo el gerente.
En eso, el celular de Arturo comenzó a sonar, pidió permiso en la reunión y salió a contestar su teléfono. Lo estaban llamando de la escuela de sus hijos. Le dijeron que fuera a buscar a Fabián ya que había tenido una pelea con un compañero y de una vez le habían dicho el castigo del mismo, a lo que él estuvo completamente de acuerdo. Aunque bastante avergonzado que la primera semana de clases lo estuvieran citando por el comportamiento de uno de sus chicos.
Se sorprendió al entrar nuevamente al salón y ver que a Carolina también la estaban llamando por teléfono, pero a diferencia ella atendió el teléfono allí mismo y colgó rápidamente. Pidió permiso a su jefe, ya que se tenía que retirar porque había surgido un problema con su hijo mayor. Por lo que Arturo aprovechó el momento para también decirle a su hermano que se tenía que retirar. 
Al ya estar fuera de la empresa, el señor Arturo se ofreció a llevar a su compañera de trabajo a donde fuera que vaya, ya que ella no tenía carro y se le veía angustiada y algo apurada.

  • –Qué pena contigo Arturo. Eres el hermano del dueño de la empresa y que me tenga que ir a la mitad de mi jornada laboral no es la mejor carta de presentación de mi parte.
  • –No te preocupes, a mí también me salió una emergencia y me tuve que retirar –le respondió dándole su mejor sonrisa.
Desde el primer día que había visto aquella mujer había quedado hipnotizado por su belleza, además, que por lo poco que había compartido en el trabajo, había notado que era una mujer encantadora, capaz y echada pa´lante.

  • –Sí, pero tú eres su hermano. No hay problema contigo. En cambio, yo, se ve muy mal y poco profesional que haga eso –dijo aquella mujer haciendo una mueca de frustración, se notaba lo preocupada que estaba en ese momento.
  • –No te tortures más. Te llevo a donde tengas que ir. Logré escuchar que tenía un problema con tu hijo –dijo con compasión, dirigiéndose rumbo al estacionamiento.
  • –Te lo agradezco. Sí, tengo que ir a la secundaria Stone Humans. Mis hijos estudian allí.
¿En serio? –indago sorprendido Arturo, al momento en que ambos se montaban en la una camioneta Ford Eco Sport–. Los míos también estudian allí.

  • –¡No me digas! Qué casualidad.
  • –Si en realidad yo también tengo que ir para allá, el director me llamo.
  • –¿Y eso? ¿Por qué te citaron? –interrogó curiosa Carolina, que de repente al oír que los hijos del hombre más atractivo de la compañía, según ella, también tuvieron a sus hijos en donde los tenía ella, se interesó aún más por él. 
Carolina no podía evitar admitir que desde que conoció al hermano de su jefe, había quedado impresionada, el hombre aparte de tener un muy buen cuerpo, era todo un caballero. Serio, pero a la vez amigable. Habían congeniado bien hasta ahora.
  • –Uno de mis hijos se peleó con otro compañero y lo expulsaron por una semana ¿puedes creerlo? Es la primera semana de clase y ya se metió en problemas. 
Arturo, enseguida recordó la llamada que había tenido con el director, que, por estar con Carolina, se sentía todo atontado cuando la tenía a su lado. Aunque no pudo evitar, en esos momentos, sentir coraje hacia el menor de sus hijos. ¿Cómo era posible que a pesar de que le había advertido de igual manera se había agarrado a golpes?

  • –¡Pero que concede! –exclamó con voz aguda–.  A mí me llamaron por lo mismo. Que Santiago, mi hijo, se había peleado con un compañerito y también lo expulsaron una semana.
-Ambos se quedaron mirando uno al otro con intriga.

  • –¿Será que nuestros hijos fueron los que se pelearon entre ellos? –indago sorprendido Arturo. De ser cierta esa suposición, era lo que le faltaba, que su queridísimo hijo se peleara con la hermosa mujer que lo tenía embobado. El colmo.
  • –Quizás –exclamó con un poco de desilusión en su voz.
  • –Ojalá que no. Sería una lástima que nuestros hijos que estudian en el mismo liceo se la lleven mal. ¿Qué edad tiene tu hijo? 
  • –16 ¿y el tuyo?
  • –También 16. Seguramente si fueron ellos los que pelearon. ¿En qué año está el tuyo?
  • –En 4to año.
  • –El mío igual.
  • –Santiago cuando lleguemos a la casa me va a oír. Le voy a dar una tunda que no se podrá sentar en días –anunció Carolina enojada–y no me va a importar quién fue el que haya empezado, yo no críe a un salvaje para que se esté agarrando a golpes por ahí.
Carolina, al ver que posiblemente su hijo se había peleado con el hombre por el cual ella sentía atracción, se sintió muy decepcionada y molesta. Presenta que ni siquiera habían empezado a tener algo cuando ya se había presentado un problema entre ellos. Sus hijos.

  • –Sí y Fabián no se quedará atrás. Esa semana que dure expulsado lo voy a castigar todos los días para que aprenda a no estar golpeando a los demás.
  • –También lo haré con el mío, esto es inaceptable.
Cuando llegaron al liceo, pasaron directo a la oficina del director. En donde apenas entraron encontraron a sus dos retoños, uno al lado del otro, con la cabeza gacha. El director habló con ambos padres y les explicó lo sucedido, incluyendo la suspensión. 
Ninguno de los chicos cayó en cuenta de que sus padres sospechosamente habían llegado juntos.
Carolina y su hijo dejaron el liceo rápidamente, en cambio, Arturo, se quedó esperando a su hija hasta la hora de la salida. Por lo que aprovechó para tener unas sabias palabras con su hijo.

  • ¿Qué pasa contigo? 
  • –Nada papá. Él fue el que empezó y yo caí en sus provocaciones. Lo lamento –respondido un arrepentido Fabián, que con el cambio tan drástico que había tenido su papá, podría apostar que lo sucedido en la secundaria, no se quedaría en un simple regaño.
  • –¿Ese fue el mismo Santiago del que me hablaste ayer, que se estaba burlando de ti y de tu hermana por la nacionalidad?
  • –Sí, el mismo.
Arturo, soltó un suspiro en señal de frustración. Si era cierto todo lo que había dicho Fabián y el director, tendría que hablar con Carolina seriamente, porque ya su hijo se estaba pasando de la raya con el suyo. Y siendo sincero era lo último que quería hacer. Nunca se imaginó que esa sería la forma de acercarse a la mujer que le atraía.

  • –Muy mal hecho. No quiero que vuelvas a pelear con ese muchacho. Si el empieza, te empuja o te pega, tú vas a ir directo a donde el director y le vas a decir. No quiero que lo golpees. ¿Me entendiste?
  • –¡No! –exclamó de repente enojado–. No soy una marica, para ir a acusarlo con un profesor. Yo soy un hombre, y los hombres resuelven las cosas a golpes.
El señor Arturo, al escuchar esas últimas palabras de su hijo, se horrorizó. Él no le había enseñado eso.

  • –¿Ah sí? No me digas. ¿Y de dónde aprendiste eso? Porque de mí no fue. Yo nunca resuelvo las cosas a golpes ni con violencia.
  • –Lo he escuchado en la televisión–De repente cayó en cuenta en las palabras que había dicho su padre e intentó sacarle provecho–. Ósea, con eso que acabas de decir, significa que no me vas castigar como lo hiciste con Sebastián, ¿verdad?
Su padre soltó una soberana carcajada.
  • –Sigue soñando hijo. Continuamos hablando en la casa –le respondí al ver a lo lejos a su hija salir del aula en dirección a donde estaban ellos.
Fabián, bajó la cabeza derrotado, había metido la pata hasta el fondo.

  • –¿Estas bien? –fue lo primero que preguntó Eleanor, al estar junto a su par, balanceándose hacia él para abrazarlo.
  • –Sí, no te preocupes –le respondió con su mejor sonrisa. 
Una cosa que odiaba Fabián era causarle algún tipo de aflicción a su hermana. Por lo que rápidamente cambió su expresión como si no hubiese pasado nada. Para él era su todo, la adoraba. Y verla preocupada por él, no le gustaba. Siempre ha querido parecer fuerte ante ella, como si nada le afectase.
Al llegar a la casa, Arturo envió a su hijo a su habitación castigado y a Eleanor le dijo que se colocara a hacer sus deberes, mientras él calentaba la comida.
Después que terminaron de almorzar, los chicos empezaron hacer la tarea que tenían pendiente y Arturo se fue a trabajar en su despacho. No sin antes ordenarle a su hijo que cuando apenas terminara le avisara para conversar sobre lo sucedido en el colegio.
Fabián, cuando se encontraba nervioso por algo o preocupado, solía aislarse, dejaba de hablar como el mono parlanchín que parecía y se metía en su mundo. Y eso Eleanor era experta en notarlo, era su par.

  • –¿Qué tienes? –le preguntó curiosa.
  • –Nada.
  • Vamos dime –insistió–. Dime que te dijo el director.
  • –Me suspendió por una semana y tengo que ir por tres meses a ver al psicólogo del colegio dos veces a la semana, porque según él tengo “problemas de ira”.
  • –¡Auch! Lo siento. Problemas de ira tiene el loco ese que te ataco –masculló un tanto molesta.
  • –Que mal. Pero tranquilo, yo te presto las clases para que estés al día y no te atrases.
  • –Gracias, pero eso es lo de menos ahorita. Lo que me preocupa es otra cosa.¿
  • Qué cosa? –inquirió extrañado frunciendo el ceño y mirando fijamente a su hermano a los ojos.
  • –Papá –le respondió cabizbajo.
  • –¿Qué te dijo sobre que te hayas peleado?
  • –Que me iba a castigar.
  • –¿Crees que te pegue –de repente Eleonor empezó a sonrojarse al igual que su hermano, que ya sabía lo que su hermana iba a preguntarle–que te pegue?
  • –No lo sé. Me dijo que le avisara cuando terminara para conversar sobre lo sucedido.
  • –¡Ah! pero eso no significa que te vaya a castigar.
  • –¡Ja! si seguro, que ingenua eres. ¿Viste como castigo a Sebas ayer? Tengo miedo de que haga lo mismo.
  • –Tranquilo hermanito –le reconforto abrazándolo–. Sabes que papá jamás nos lastimaría. Él nos ama. Y sí, yo tampoco estoy de acuerdo que nos castigue dándonos na-nalgadas –hizo una pausa, porque para ella todavía le era difícil entender cómo su padre podía castigarlos sin celular, sin computadora, o dejándolos sin salir por un tiempo haya decidido cambiarlo a un castigo físico–. Vas a estar bien. Confía en él.
  • –Es que yo confió –se quejó–. Pero verlo ayer pegándole a nuestro hermano fue como una especie de shock. Él es fuerte, ¿sabes? si el castigo de papá lo hizo llorar es porque le dio realmente duro, y no me imagino menos, si le dio con una correa.
  • –¡Bah! Sebas no es fuerte. Se hace parecer fuerte pero no lo es. No viste ayer como lloraba, como si le hubiesen dado una paliza y estoy segura que papá no fue dura con él.
  • –Claro que sí lo es –replicó con vehemencia–. Cada vez que peleamos yo soy el que siempre termina llorando.
Eleanor, sonrió de manera cómplice porque era verdad.–Obvio, te lleva casi 4 años.
Fabián, con la única persona que se sentía en confianza y seguro para contarle sus temores, sus penas incluso sus debilidades, era a su hermana. Las palabras pudor y vergüenza prácticamente no existían entre ellos. La confianza que se tenían era de admirar. Incluso, hasta Sebastián muchas veces se sentía celoso, porque él, a pesar de que se la llevara muy bien con Eleanor, no llegaba al nivel en el que estos dos estaban. Es que hasta parecía que tuvieran su propio lenguaje para entenderse sólo entre ellos. Cosa que provocaba en Sebastián algo de envidia, porque él con Fabian, ni siquiera tenían una buena relación de hermanos, se la pasaban peleando como perros y gatos.

  • –No te preocupes hermano, ten calma. Estoy segura que papá no va a ser severo. La vez que me pegó a mí, no te voy a negar que no me dolió al principio, pero al rato ya el dolor había desaparecido por completo.
  • –No me gusta esta nueva versión de papá –soltó haciendo un puchero para liberar un poco la tensión que sentía en su interior.
A lo que Eleanor río.
Fabián, después de terminar sus deberes, se fue en busca de su padre, que lo encontró en el despacho. De allí se fueron los dos a la habitación de los chicos. Arturo quería aprovechar ya que su hijo mayor no había llegado, para castigar a su hijo, le había avisado que después de clase se quedaría en casa de unos amigos y que llegaría para la cena.

  • Me imagino que ya no me queda mucho por charlar de porque golpeaste a tu compañero y que el castigo que te voy a dar es para que lo vuelvas hacer más, ¿verdad?
  • –Si papá, lo sé. Tranquilo que te prometo que más nunca me voy a volver a pelear, pero por favor no me castigues –le rogó al momento que su papá se acercó al hasta la orilla de la cama, donde estaba sentado, y se arremangaba las mangas, jalandolo para levantarlo y colocarlo sobre sus rodillas.
  • –Hijo, sabes que no puedo dejar pasar esto. Vamos, bájate el pantalón y te colocas sobre mis piernas.
  • –Papá por favor no –se resistió al momento en que Arturo intentó desabrochar su pantalón ya que su hijo no pretendía hacerlo–. Castígame con cualquier cosa menos con eso, quítame el celular si quieres, déjame sin salir un mes, pero por favor no me des nalgadas, joder, que no soy un niño.
  • –¡Ey! Esa boca –le llamó la atención–. El castigo lo decido soy yo. Vamos que tengo que regresar a hacer un par de cosas en el despacho. Coopera por favor.
El señor Arturo al ver a su hijo directamente a los ojos se dio cuenta de que estaba haciendo un esfuerzo enorme para no echarse a llorar, tenía los ojos aguados. Se dio cuenta de que en esa mirada que reflejaba angustia también había algo de temor. 

  • Y eso no era lo que pretendía en el momento que había decidido hacerse cargo de una mejor manera de la disciplina de sus hijos. Debía aclarar que el castigo de las nalgadas, no era maltrato y que él no los lastimaría, solo era un método un poco doloroso para corregir un mal comportamiento.–Hijo, escúchame. No tienes por qué estar asustado. El castigo que te voy a dar te va a doler, no te lo voy a negar, y estarás unas cuantas horas con ese dolor y posiblemente tengas dificultad para sentarte y para estar acostado boca arriba, pero debes creer y estar seguro que nunca en mi vida, yo te lastimaría a ti o a alguno de tus hermanos. Primero me cortaría una mano, antes de hacerles daño. Yo los amo con toda mi alma. Ustedes son mi vida. Son la razón por la que me levanto cada día, ustedes me dan la fuerza cuando a veces no tengo ganas de seguir viviendo. Porque después de la muerte de tu mamá no quería seguir viviendo sin ella. Pero gracias a ustedes pude salir adelante y son el motivo por el que trabajo cada día, para darle a ti y a tus hermanos, lo mejor. Y te pido perdón porque quizás en ese tiempo en el que tu mamá nos dejó, no estuve cerca de ustedes, me aleje, pero fue horrible para mí. Yo sentía que me moría sin ella, cada día me pregunto porque no fue ella la que vivió y yo no fui el que morí. Y era lo correcto yo fui el que debí haber muerto no tu madre.


  • ¡No papá! no digas eso nunca más. Yo también te amo. Y no te preocupes nosotros te entendemos. Los abuelos nos ayudaron mucho cuando tú todavía no estabas preparado para hacerte cargo, tú solo, de nosotros.
Ya para ese punto de la conversación tanto Arturo como Fabián no podían contener sus lágrimas y ambos se echaron a llorar consolándose el uno con el otro. 

  • –Extraño mucho a mamá, papá. ¿Por qué tuvo que morir?  –pregunto en un sollozo intentando limpiar torpemente las lágrimas de sus ojos.
  • –No lo sé hijo. Pero donde quiera que esté, debe sentirse orgullosa de todos nosotros y de cómo hemos salido adelante, juntos, como familia. Ella te amaba con todo su ser. Junto a tus hermanos eras su vida.
  • –Cuando ella se fue, todo cambió ¿sabes? A veces siento que nunca más volvimos a ser los mismos. Aunque tu si, nos tratas igual. Pero Sebastián, se alejó mucho de nosotros. A veces siento que me odia. Y simplemente cambio con Eleanor y conmigo. En cambio, con mi hermana si antes éramos unidos después de que murió mamá lo fuimos aún más. Y ese momento necesitábamos a Sebas y el no estuvo, fue un egoísta y un completo idiota. –le expresó dolido, recordando lo que, para él, fue el peor momento de su vida, porque estuvo a punto de volverse loco al ver como su familia, que antes se podría decir que, si no eran perfecta, estaban bastante cerca de serlo, se rompía en mil pedazos, veía con impotencia y dolor como su amada familia se desvanecía a pedazos y él no podía hacer nada al respecto.
  • –¡Hey! –Le llamó la atención–. Es de mi otro hijo del que hablas. Quizás esa fue su forma de expresar su dolor. No lo culpes ni le tengas rabia por eso, fue difícil para todos. Y a veces no actuamos de la mejor manera o como los demás esperan que deberíamos actuar –reflexiono, intentando defender las acciones de su hijo mayor.
  • –Alejándose ¿en serio? –ironizó–. ¿Por qué?
  • –No lo sé hijo, cada cabeza es un mundo. Sabes que él es bastante reservado. Lo poco que me ha dicho sobre eso, es que él, en esos días se sentía herido y no quería herir o lastimarnos a nosotros, por lo que se cerró en su burbuja para no hacerle, sin intención, daño a los que él quería.
  • –Es un idiota, pero bueno, ya cambio. Qué es lo que importa.Así es. Ya volvemos a tener una familia unida como lo éramos antes.
  • –Si papi –tanto Fabián como su padre, ya habían dejado de llorar. Por lo que Arturo decidió que era el momento propicio para seguir con lo que habían empezado.
  • –Vamos, no demoremos más esto. Sobre mis rodillas.
Fabián, ya estando más calmado procedió a hacer lo que su padre le decía, se desabrocho lentamente el pantalón y se lo bajó hasta los talones y se acostó en el regazo del señor Arturo, que lo ayudó a posicionarse de manera correcta. El enseguida se sujetó con ambas manos en el pantalón de su padre, era la primera vez que se encontraba en esa posición, por lo que al estar mirando el piso tan de cerca, le dio algo de vértigo, quizás porque sentía que en cualquier momento se iba a caer, sin embargo, su papá lo tenía bien sujeto.
El hecho de hablar con su padre antes de recibir el castigo lo calmó enormemente, ya que él se encontraba bastante presionado y temeroso por el método en el que su padre quería corregirlo. Sin embargo, nunca imaginó escuchar en ese momento por parte de su papá que lo amaba y que él era el motor de vida para seguir adelante; eso lo conmovió mucho, ya que si bien es cierto el señor Arturo no era muy afectuoso, tenía mucho tiempo que él no le decía que lo amaba. Por lo que se relajó y decidió confiar en que su padre no lo lastimaría, aunque su cuerpo pensara lo contrario y quisiera salir corriendo al momento que sintió como le bajaban hasta las rodillas el calzoncillo.
Al sentir el aire frío en su trasero, Fabián simplemente cerró los ojos y se preparó mentalmente para lo que le venía.
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Sintió las primeras nalgadas de manera contundente, su padre movía la mano rítmicamente de una nalga a otra, sin parar.
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Ya en ese momento empezaba a sentir verdadero dolor, era una especie de escozor y picazón. Por lo que no tardó en quejarse.

  • –Ouch duele papá. Para por favor.
  • –Todavía falta mucho hijo. Lo que hiciste fue una falta grave. Y espero que con este castigo lo pienses dos veces antes de volverlo hacer –exclamó acelerado, al momento que no para de darle nalgadas a su peleonero hijo.
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  • –Nooooo por favor aaaauuuu, me duele mucho –sollozo.
El señor Arturo por su parte ignoró sus súplicas.
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  • –Papá…snif…para, duele mucho...snif –En este punto, ya Fabián, no pudo seguir manteniéndose y dio paso a que sus lágrimas resbalaran por sus mejillas, manchado el pantalón de vestir que cargaba su padre.
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  • –Aaaahhhhh Uu…snif…para por favor…snif…yaaa
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Con esas últimas nalgadas Fabián, no siguió quejándose, solo se limitó a llorar amargamente. Su cuerpo se encontraba bastante compungido, se notaba como su pecho subía y bajaba de manera rápida.
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  • –Listo, levanta. Ya se acabó tu castigo hijo. Espero que aprendas. Esto es por tu bien.
Fabián, le costó levantarse un poco. El trasero él había quedado totalmente rojo por todos lados, su padre había hecho un buen trabajo y había cubierto cada centímetro de su piel. Al estar ya de pie, se subió, algo avergonzado, su bóxer y el pantalón, abrochándose de manera algo torpe, ya que sentía como lastima la tela con su maltratado trasero. Por lo cual su papá lo ayudó. Al terminar, lo atrajo hacia él para darle un fuerte abrazo, le dio un beso en su frente y le agarró la cara para limpiarle las lágrimas que todavía brotaban de sus llorosos ojos.

  • –Te quiero mucho campeón y por eso mismo te digo que, la semana que vas a estar suspendido, pasaré todas las noches por tu habitación antes de dormir a darte 20 nalgadas, eso te recordará a no volverte a pelear en tu colegio.
Al oír aquello, Fabián, sintió como el alma se le caía al piso. Se horrorizó enseguida.

  • –Noooo papito por favor, no. Yo ya aprendí…snif…–dijo lo último con un sollozo y empezó a llorar nuevamente. Había controlado por un momento su llanto, pero al escuchar eso de su padre, se le avivó nuevamente.
  • –Ya lo decidí hijo. No seré tan duro como fui ahorita, simplemente será un recordatorio de que no debes golpearte con otros compañeros.
  • –Papá…snif… por favor, no –suplicó nuevamente.
  • –No campeón, ya hablé. Vamos acuéstate, descansa, que en un rato te llamo para que bajes a cenar. Y vamos cambiando esa cara –le dijo de nuevo el señor Arturo al momento que le daba otro fuerte abrazo.
  • –¿Qué cara quieres que ponga cuando me dices que me vas a zurrar por una semana?
  • –Ya sabes, para la próxima no te vuelvas a pelear.
–Está bien, voy a descansar.
–Vale hijo. En un rato te llamo.
Por la noche llegó Sebastián, a la casa, ya el señor Arturo tenía la cena lista. Por lo que después de saludar a su hijo y preguntarle que cómo le había ido en el día lo mandó a subir a que se cambiara y que aprovechara de una vez para llamar a sus hermanos a que bajaran a comer.
Ese día, a Sebastián, le había ido excelente, se sentía sumamente emocionado, porque él, junto con sus amigos de curso se habían inscrito en natación y desde mañana comienzan los entrenamientos. En las clases le había ido estupendamente bien. A parte de que no dejaba de pensar en Alexa, según él, la chica más linda que había visto en su vida. Se sentía sumamente atraído por ella.
Lo primero que llamó para que bajara a comer fue a su hermana, luego se dirigió a su cuarto para cambiarse y avisarle a su hermano. Pero al entrar a su cuarto, se sorprendió al verlo metido en la cama listo para dormir. Ya que por lo general él solía ser uno de los últimos en acostarse.

  • –¡Oye! –Se acercó a Fabián, para verificar si estaba despierto o dormido.
  • –Mmg –le respondió con un sonido gutural.
  • –Que dice papá que bajes a comer.
Pero Fabián no le respondió, no se sentía de ánimos.

  • –¿Y a ti qué te pasa? ¿Te comieron la lengua los ratones o que? –se burló.
  • –Cállate idiota. No tengo hambre. ¡Largo!
  • –¡Ja! Se habrá visto. Este también es mi cuarto gilipollas. Porque no vas y le dices a papa “idiota” y que no tienes hambre –lo reto.
  • –Pero como jodes, ¡déjame en paz!
  • –Si, ya veo que tienes la regla.
Fabián suspiro fuertemente, haciendo un esfuerzo enorme para no levantarse y darle. Su padre lo acaba de castigar fuertemente por pelearse con un compañero, y si se peleaba minutos después con su hermano, quizás se pondría más furioso, ¿no?

  • –Ya, Sebastián, vete –le exclamó agarrando la cobija que la tenía por las caderas, subiendo hasta cubrir toda su cabeza con ella.
Hecho que extraño mucho a su hermano mayor, ya que él, era el primero en caer en sus provocaciones e iniciar una pelea entre ellos.
Eleonor que tenía rato parada en el umbral de la puerta, viendo cómo se molestaba a su par, se hizo notar.

  • –Vamos, Seb, déjalo en paz. No está de humor.
–¿Por qué? –inquirió curioso. 
Había pasado todo el día tan feliz, que no podía cerrar el día sin fastidiar a su hermanito, que después de ver Fórmula 1 y escuchar música, era su hobbie favorito, prácticamente él, lo consideraba como un pasatiempo. Cuando se aburría ahí estaba su hermano para molestarlo y con eso se le quitaba el aburrimiento de manera rápida y hasta se divertía, es que para Sebastián era tan fácil hacerle sacarlo de sus casillas a su hermano y de paso que caí redondito. Eso provocaba que se la pasaran como perros y gatos.

  • –¡¿Qué te importa?! ¡Vete! –exclamó enojado el aludido.
  • ¿Estas bien, Fabián? –le preguntó de repente Eleanor, que desde que su papá había terminado de castigarlo no había venido, no porque ella no quisiera, sino que en el momento en que su hermano y su padre se fueron al cuarto, ella se fue al suyo, se encerró y se colocó sus audífonos. Lo último que quería era escuchar cómo castigaban a su par, estaba segura que no lo soportaría. Escuchando música no supo en qué momento se quedó dormida, hasta que su hermano mayor fue a despertarla.
  • –Sí, estoy bien.
La cara de Sebastián era de desconcierto total, no entendía porque preguntaba eso. ¿Qué le había pasado a su hermano?

  • –Papá lo castigó –finalmente le aclaró. Y de manera inmediata ella se arrepintió, porque a su hermano mayor se le posó una sonrisita maliciosa en el rostro.
El ruido de una soberana nalgada rotundo por la habitación. Y el grito de un adolorido Fabián no se hizo esperar.

  • –¡Aaauuuuuu! –enseguida se quitó la cobija de encima y se fue hacia su hermano con intención de golpearlo. Pero Eleanor se situó entre los dos para que no pelearan.
  • –Fabián no, papá te acaba de castigar por pelear. No hagas que te vuelvan a pegar –le suplico intentando calmarlo.
  • –Pero, ¿qué te pasa, imbécil? Déjame en paz. ¿te pica el culo o qué?
Sebastián al ver la expresión que había colocado Fabián, de verdadero dolor, en seguida se arrepintió de lo que hizo, no se imaginó que estuviera tan sentido en esa parte. Por lo que decidió no molestarlo más y dejarlo solo. Él tampoco era tan malo para mofarse del dolor ajeno y menos el de su hermano que muy en el fondo lo quería.
Por el bien de todos, tanto Eleanor como Sebastián bajaron a cenar, donde su padre al parecer no había escuchado los gritos del piso de arriba.
La cena transcurrió con tranquilidad. Arturo aprovechó la oportunidad para explicarle más sobre el nuevo método de castigo en casa y hacerse entender por sus hijos las intenciones que él tenía con ello.
 Al terminar los chicos se fueron a su habitación y el señor Arturo, como Fabián no había comido, subió a llevarle la comida. 
Justo antes de acostarse, le escribió a su hermano para que le pasara el número de Carolina.  A lo que él se negó al principio pero finalmente se lo dio.
Mario: Eso es raro hermano. Me huele a enamoramiento.
Arturo: Cállate. Gracias por el número. No le digas a nadie.
Mario: Sabes, podría usarlo para chantajear.
Arturo: Hazlo y se lo diré a mamá.
Ambos empezaron a tratarse como cuando eran jóvenes, cada vez que Mario hacía algo lo acusaba con su mamá. Ambos sonrieron a la pantalla al recordar aquellos viejos tiempos.
Después de hablar con Mario, Arturo llamó finalmente a Carolina, quería saber cómo le había ido con su hijo.

  • Hola carol ¿cómo estas? Es Arturo, mi hermano me dio tu número.
  • Hola, ¿bien y tú? No te preocupes.Excelente, algo agotado con lo de Fabián. ¿Y a ti como te fue con tu hijo?
  • –Somos dos. A mí también me dejó agotada el hecho de tener que castigarlo, pero espero y aprenda la lección. Además le dije que todas las noches mientras estuviera suspendido le daría 30 nalgadas al peleonero para que más nunca vuelva a golpear a alguien.
  • –Me agrada y me sorprende un poco el saber que ambos corregimos a nuestros hijos de la misma manera. Yo voy a hacer lo mismo con el mío, pero le daré 20. Deberías darle esa misma cantidad al tuyo, total la culpa fue de ambos y   es injusto que se castigue a uno más que a otro.
  • –Tienes toda la razón, tomaré tu consejo. Es una lástima que nuestros hijos no se lleven bien.

  • –Si lo es, pero espero que poco a poco nuestra amistad vaya creciendo y después podamos hacer que nuestros hijos se unan –exclamó el señor Arturo, en una conversación que terminó siendo de casi dos horas. 
Los dos siguieron hablando sobre sus hijos, y su vida privada para conocerse mejor. Terminado por invitarla a cenar el sábado, sentía que ella era una gran mujer y no quería desperdiciar la oportunidad de conocerla más a fondo, por lo que ese día se quedó dormido con una sonrisa en el rostro. Por él, sí, que le había dado Carolina a su invitación.



2 comentarios:

  1. Oh qué qué me pareció la situación de Fabián si está bien que se hubiera llevado el castigo pero no durante la semana ya que el el tuvo la culpa el otro chaval llevaba toda la semana metiéndose con el eso lo había tenido que tener en cuenta el papá,pero al parecer vio que le afectaba con la relación que se está por venir con esa mujer. y para nada lo veo justo que tenga el mismo castigo que el otro niño
    Me encanto terner un nuevo capítulo gracias guapa

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  2. Me gustó el capi, pero creo que hacen mucho melodrama los hijos de Arturo por un castigo, que no es tal, es muy condescendiente el papá, en fin me parece bien que se las de por una semana a Fabián a ver sí a sí hace caso, estaba advertido y el otro pues le espera lo suyo.
    Ya se que sigue se unen la señora con el señor y viven todos juntos, son muchos varones, ya me los imginé peleando como perro y gato y Eleonor en el medio.
    Saludos.

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