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Segundas oportunidades
Autora: Gabi
Capítulo: 14, De
Rabietas y Confusiones
Temí que las cosas serían raras después
del beso con Paula, pero fue todo lo contrario.
Pasamos de cenar juntos los viernes, a
casi todos los días. Los niños no encontraron raro el cambio, más bien
disfrutaban de ello…y del hecho de que había mejor comida.
Las clases de ellos retomaron y las
mías comenzaron. Creí que por ser cursos en línea sería más fácil…pero diablos
que me había equivocado. Las clases en línea eran peor que las presenciales.
Los catedráticos parecían pensar que no teníamos más cosas que hacer que los
trabajos que nos dejaban.
Esto me quito tiempo, especialmente en
las tardes. Dejaba el tiempo libre para ayudar a los niños con sus tareas, pero
me centre más y más en mis deberes y en las mil y un cosas que había que hacer
en un hogar.
Creo que fue esto último, y el hecho de
que los niños parecían estar más cómodos que me llevo a lo que llamaría mi
primera prueba como padre.
Había escuchado a algunos padres de
familia decir que había días que sus hijos los ponían a prueba…los míos
decidieron ponerme a prueba por el tramo de casi una semana.
Todo empezó con cosas pequeñas, que
decidí ignorar por una cosa u otra. Logan pasaba un poco de mí, cuando le pedía
algo rodaba los ojos y me ignoraba. Creí que eran cosas de adolescentes y
se le pasaría pronto…pero no fue así. Empezó a alejarse de nosotros. Una vez
agarraba el celular o el Nintendo no había vuelta atrás. Parecía un zombi.
Lautaro, por otra parte, quería jugar
todo el tiempo. Hacerlo hacer algún deber, ya sea de la escuela o de casa era
una batalla total. Cuando finalmente lo lograba hacer lo que tenía, solía
refunfuñar y poner un puchero que más que molestarme en un principio lo miraba
adorable…al principio. Una semana viéndolo poner pucheros y resoplar todo el
tiempo empezó a disgustarme.
Daniel no refunfuñaba ni ponía pucheros
ni rodaba los ojos. No…él se tiraba al suelo, pataleaba y gritaba cuando quería
algo y no lo obtenía. La primera vez me asusté mucho…pensé, realmente, que algo
le pasaba.
Estábamos en medio de una tienda de
despensa. La misma del viejo barbón. A diferencia de otros días, ese sábado
había varias personas allí. Había pasado una semana desde nuestro regreso.
“¡Paaapiii!” Me dijo Daniel, corriendo con emoción a
mi lado, abrazado a una bolsa de lo que parecían ser patatas. “¿Me las
compras?” Pidió,
y supe que no podía decir que sí.
No era por el dinero…si bien no
trabajaba, tampoco estaba tan apretado, todavía contaba con una buena cantidad.
El problema en si era que ya le había dicho que si a otras dos chucherías. A mi
lista se le habían agregado varias cosas que en realidad no necesitábamos.
“No lo creo, hijo.”
Le
dije, tomando la bolsa y observándolas. No sabía porque me las pedía, ya
habíamos comprado de estas y a ninguno de los tres les había gustado ya que
tenían salsa de cebolla…me las había tenido que comer yo.
“Pero…pero yo los
quiero!” Me
dijo, elevando un poco la voz. Una señora voltio a vernos, arrugando su respingada
nariz.
Trate de no rodar mis ojos ante ella, y
simplemente me agache un poco para verle a los ojos. “Amor, pero si
estas papas no te gustan…además, ya llevamos tus ositos de gomita.”
No era la primera vez que teníamos una
plática similar con Daniel, y por lo general, lo único que hacía era verme con
ojitos tristes y asentir, llevando el producto de vuelta de donde lo había
tomado.
Esperaba la misma reacción…pero obtuve
una completamente distinta y más que sorprenderme…me asusté. “¡Pero yo las quieeeerooooo!”
Grito,
abrazando aquella bolsa y seguramente triturando las frituras.
“Daniel…no grites,
por favor.” Le
susurre, sonrojándome ante las miradas acusadoras que empezaba a recibir. Logan
y Lautaro, que venían de otro pasillo, nos miraron con sorpresa, con el mayor
alejándose un poco como si no nos conocieran.
“¡QUIERO MIS
PAPAAAAAS!” Mi
pedido fue vilmente ignorado, y el niño no hizo más que gritar a todo pulmón…y
matarme de la vergüenza en el proceso.
Por un momento quise hacer lo que
Logan, darse la vuelta y hacerse el que no sabía quiénes éramos.
“¡Daniel!” Quise llamar la atención del niño, pero
fue peor, se tiro al suelo y, para mayor pena, empezó a patalear, dar puñetazos
y, en medio de su llanto, se abrió la dichosa bolsita de frituras y salieron
volando miles de pedacitos de papitas.
Por un momento corto, el niño paro de
llorar y me vio, pero cuando vio que no hice nada más, volvió con su rabieta.
No sabía qué hacer, podía sentir como mi cara hervía ante la vergüenza, además
de las caras hostiles de las personas alrededor.
Deje botado el resto de mis compras y
me dirigí a caja, tomando a Daniel en brazos que no hacía más que patear y
golpear con sus manitas, llorando como si el mundo se le viniera abajo… ¡era mi
mundo el que se venía abajo!
Llegue a caja y como pude saque mi
billetera para pagar por la bolsita aquella. Creo que nunca me había sentido
tan apenado en mi vida. El dueño del local solo levanto una ceja y suspiro,
viendo la bolsa rota que Daniel todavía tenía en manos.
“Déjalo así,” Me dijo, “Me sale más barato
que lo saques de mi tienda antes de que nos deje a todos sordos a que me
pagues.”
No sabía que decir, así que simplemente
asentí y corrí a mi carro, sin siquiera percatarme si los otros dos niños
venían detrás de mí.
Era tanta la desesperación por huir,
que no me fije cuando pegue con Paula, “¡Epa!” Me dijo con voz divertida, aunque
pronto frunció el ceño, “¿Que paso aquí?”
No dije nada, solo la vi con
desesperación. “No quise comprarle algo.” Expliqué, y pude escuchar yo mismo la
desesperación en mi voz. Para probar mi punto, además de que ya casi no podía
sostenerlo por la forma en que se movía, deje al niño en el suelo y como para
probar su punto se desplomo al suelo.
“¿Es en serio?” Me pregunto, alzando una ceja y viendo
a Lautaro y Logan, que ahora sonreían como si su hermanito estuviera haciendo
una gran hazaña. No supe que decir, así que solo la vi y luego observé como
Daniel seguía gritando, tosiendo de vez en vez por el esfuerzo que hacía.
“Es en serio que no
sabes que hacer.” Murmuro, y para mi asombro, se hizo cargo. “Ustedes dos,” se dirigió a Logan y Lautaro con un
tono que nunca había escuchado antes…daba un poco de miedo, a decir verdad. “Al auto, ahora.
Vamos.” Los
niños parecían haber escuchado a un militar, porque ni siquiera replicaron como
lo hacían conmigo a veces, pero se metieron al carro rapidito.
Luego, suspiro y observo a Daniel. “Observa y
aprende.” Me
dijo, como si estuviera decepcionada de mí, se agacho en cuclillas para quedar
frente al niño, y, tomándole de la mano le hablo con un tono totalmente
distinto al usual. “Daniel Matías Almira, basta ya.”
Aunque todavía lloraba, al escuchar el
tono levanto la vista y observo a Paula. “Dije basta.” Seguía llorando, pero empezaba a
calmarse, y el tono de Paula también. “Eso…respira hondo, vamos, respiremos
juntos.” Así
como le indicaba al niño, ella también lo hacía…e inconscientemente yo también
empecé a hacer los ejercicios de respiración.
Daniel se calmó poco a poco, y una vez
tranquilo, se abalanzo a los brazos de la mujer buscando consuelo. Consuelo…
¡consuelo necesitaba yo después de semejante vergüenza!
Aunque se miraba molesta, Paula le
abrazo, levantándose con él en brazos y viéndome aun con reproche. No entendía
porque la mirada…la verdad estuve tentado de simplemente dejar al niño atrás
con Paula y que ella se encargara de el por el resto de la tarde.
“Ni se te ocurra.” Me advirtió en un leve susurro que
escuche tan estrepitosamente como una bomba.
“No he hecho nada.”
Le
dije, levantando mis manos como si de un animal salvaje se tratase.
No me dijo nada, solo achino sus ojos
mientras le daba suaves palmaditas en la espalda al niño. Nos quedamos en
silencio por un momento hasta que finalmente no escuchábamos nada más que
suaves esnifados. “¿Ya más tranquilo, mi amor?” Le pregunto, con el tono dulce de
siempre.
“Si…” Contesto bajito, en un tono consentido
que ya conocía.
“Bien, ahora usted
y yo vamos a hablar, jovencito.” Y así, como si de una persona bipolar
se tratara, el tono duro volvió, poniendo al niño de vuelta en el piso.
“Pero no quiero…” Le dijo, volteando a verme como
pidiendo ayuda.
“Nada de eso,
señor.” Le
regaño, sujetándolo por los brazos…haciendo que yo me sintiera nervioso.
“Nooo…” Se quejó mi pequeño, “¡Paaapiii!” Y en esas sencillas palabras desarmas
la voluntad de un hombre. Abrí mi boca, pero la mirada asesina que me tiro la
mujer era el simple paso para que un hombre tomara su voluntad nuevamente.
Sabía que era mi hora de intervenir,
pero la verdad estaba tan perdida por la actitud del niño…no tenía previa
experiencia en esto. Parte de mi me decía que probablemente no había actuado
correctamente, otra parte me decía que buscara un baño y ajustará cuentas con
mi niño…y otra parte, la que iba ganando más puntos, solo quería darle un
abrazo y salir corriendo de vuelta a la seguridad de mi casa…lejos de las
miradas de todo el mundo.
Sin embargo, Paula parecía decidida a
acabar con el comportamiento, “Estoy muy molesta contigo, Daniel.” Y esas palabras no solo me hicieron
tragar grueso a mí, pero al niño también. “¿Así se comporta
un niño?” Le
regaño, “Ni
tu papi ni yo ni nadie te ha enseñado a hacer esos berrinches, jovencito. Eso
no se hace.”
“Pero…yo quedía
papitas…” Se
excusó Daniel, dejando caer unas lagrimitas.
“Pues lo que te vas
a ganar son unas buenas nalgadas si le sigues,” le dijo, “Y si tu papi no te
las da yo si te las voy a dar. Sigua así, y usted y yo vamos a buscar un baño y
a ajustar cuentas ahora mismo.”
Bien…no sabía quién le había dado esa
autoridad a Paula, pero de una cosa si estaba seguro…yo no sé la quitaría…esa
mujer era capaz de estrangularme con mis propios intestinos si me metía entre
ella y los niños. Además de eso, me llevaba a la pregunta de que era ella en la
vida de los niños y mía. Si bien habíamos tenido unos buenos pares de besos,
tampoco la consideraba mi novia.
Tal vez los niños habían encontrado una
figura materna, y eso era bueno para ellos. Aun así, esto me daba un respiro de
tener que regañarlos todo el tiempo. Las palabras de la mujer simplemente
solidificaban mi teoría, y Daniel creía firmemente que Paula le castigaría
porque inmediatamente empezó a llorar.
“¡Noooo…perdón!
¡Perdón!” Dijo
el niño, viéndose pequeño.
“Pues no es a mí
que le hiciste el berrinche, Daniel Matías.” Con eso, el niño me voltio a ver y
corrió a abrazar mis piernas.
Le tome en brazos sin importarme que me
llenara de mocos y saliva, apretándolo contra mi pecho y dando suaves
palmaditas a su espalda. “Ya, hijo, calma…shhh…”
El niño empezó a calmarse, sobando sus
ojitos y viéndose muy triste. Paula me sonrió un poco triste. “Dios mío…sí que
necesitas ayuda.” Me dijo, sonriéndome socarronamente.
“No me digas.” Le dije, con una sonrisa también.
“Bien…creo que por hoy puedo decir que no haremos las compras.”
“Tranquilo, dame la
lista y yo las hago por ti.” Me dijo, extendiendo la mano, “Vete a casa…creo
que alguien aquí tiene una cita con una esquina.” Me dijo, señalando al niño.
“O con mi mano…” susurre, aunque la idea de la esquina
me gustaba más…después de verlo llorar tan sentidamente dudaba que quería
hacerlo llorar más.
Paula solo se rio burlonamente, creo
que dudaba de la veracidad de mis palabras. Me dio un rápido beso sobre mis
labios una vez le extendí la lista y se adentró a la tienda.
Me quede parado un momento viéndola…la
verdad también viendo su trasero, pero eso no se lo diría a nadie. Cuando ya
había entrado, decidí que era buena hora para volver al auto.
Al llegar a casa deje a Daniel parado
en una de las esquinas de la sala. Se quejó un poco, haciendo ruiditos tristes,
pero se quedó allí todos los cinco minutos que le prometí…bueno…puede que se
los haya bajado a tres.
Lautaro y Logan se habían quejado de
que no tenían las chucherías que habían escogido, pero cuando les deje ver una
película en mi habitación se les olvido todo lo que había pasado y salieron
corriendo, peleando por cual querían ver.
Horas más tarde entro Paula…que por lo
visto había olvidado como utilizar un timbre ya que me encontró saliendo del
baño.
Me asusto mucho, ya que solo me dio un
rápido beso en la boca y siguió su camino, indicándome sacara el resto de
bolsas de su auto.
“Veo añadiste cosas
a la lista.” Le
dije, viendo unas cebollas que estaba seguro no estaban en ellas…y unos palos
verdes que no sabía que eran.
“Necesitaba perejil
para la comida de esta noche.” Me dijo, tomando dichos palos, “Y si te decía a ti
seguramente me traerías algo de limpieza.”
“Bueno…gracias,
pero no soy tan ignorante.” Me defendí, sacando unas naranjas de la
bolsa.
“¿Y los niños?”
“Viendo una
película en mi habitación…pero no han de tardar en bajar.” Como si habían sido invocados,
escuchamos los pasos apresurados que bajaban como una manada de animalitos
salvajes.
Entraron corriendo a la cocina, con los
dos mayores riendo y haciendo burla de Daniel que venía de ultimo. “No es justo!” Dijo con un puchero, “¡Mis pernas son
muy cortitas!”
“¡Tienes que
comerte un moco!” Le dijo Lautaro, riendo con picardía “¡En eso
acordamos!”
“Creo que no es
necesario.”
Les dije divertido, viendo la cara de asco que ponía Paula ante eso.
“¡Pues entonces que
huela un pedo!”
“No sé qué tipo de
juegos son estos, pero no creo sean apropiados.” Les dijo ella, con cara de asco. “¿Porque mejor no
me enseñan cómo iba la autopista?” Dijo, ya que el día anterior habían
hecho una autopista ficticia en mi sala, la cual había obligado a que
deshicieran justo antes de su llegada.
“¡SI!” Grito Daniel, corriendo a la sala
seguido por los dos más mayores, con Logan empujando a Lautaro cuando paso
junto a él.
“¡Sin peleas!” Advertí, negando con mi cabeza. “Vaya…tendré que
recordar eso. La última vez hicieron que Daniel metiera su pie a su boca por un
minuto completo.”
“No puedo creer que
ustedes sean tan cochinos.” Me dijo, arrugando la nariz y haciendo
muecas. “Es
en momentos como estos que doy gracias solo tuve una hermana.”
“No sabía que
tienes una hermana.” Le dije sorprendido, en realidad más allá de que
el restaurante era un negocio familiar, no sabía nada mas de ella.
“A ella también se
le olvido.” Me
dijo, sacando más cosas de las bolsas y guardándolas. “Mamá la mando a estudiar
al extranjero y así se le olvido su origen de este humilde pueblito y ahora se
cree Parisina.”
“Vaya…no sé qué
haría si Melissa se olvidara de mí.”
“Hablando de la
bella de tu hermana, te tengo una sorpresa.” Me dijo divertida, y por un momento
me vi tentado de revisar que no estuviera afuera esperando…ella era capaz de
hacer cosas así. Pero solo se fue a una bolsa diferente y de ella saco varias
cortinas…sin patrón alguno.
“Supongo
que no te gustan mis cortinas.” Le dije, tomando las telas en mis
manos, y de paso tomando a Paula por la cintura, jalándola hacia mí.
“Tu hermana es una
de las personas más lindas que he conocido…y eso que solo la he tratado por
cinco minutos…pero esas cortinas…esas cortinas merecen estar en la casa de una
solterona con cinco gatos.”
“Podría adoptar un
gato.” Le
dije divertido, apreciando el color sólido y neutro que tenían…la verdad, me
volvía loco ver esas flores rosadas gigantes.
Paula solo se rio burlescamente,
poniendo su mano en mi pecho. “Claro…no puedes con un pequeño y quieres añadir
un gato.”
Me dijo divertida, dándome un beso ligero y soltándose de mi agarre.
“Ey!” Me queje, poniendo las cortinas en la
mesa y tendiéndole algunas latas para guardar. “Que sepas que era
la primera vez que Daniel hace eso…por cierto, ¿qué crees que pudo haber
pasado? Sera que me mal entendió?”
Con los brazos extendidos, Paula giro
su cabeza y por un momento me recordó a la niña del exorcista. “Por mi salud mental
y tu salud física, voy a fingir que no escuche eso.” Me dijo, poniendo las latas en su
lugar.
“Pero…realmente…sabes
que, olvídalo.” Solo sería algo de una vez, probablemente no era
nada.
Paula me observo un tanto dudosa, pero
antes de que pudiera hablar Lautaro vino corriendo pidiendo algo de tomar.
El resto de la noche paso tranquilo, un
poco de relajo de juguetes y mis cojines encontrando su lugar en el suelo…como
era costumbre ya.
Las estadías de Paula se hacían cada
vez más y más largas, y por lo visto el hecho de que había regañado a Daniel la
hacía propicia para recibir la mayor parte de su cariño, al punto de que el
niño hizo énfasis de que su baño se lo diera ella y no yo, como era lo
habitual.
No tuve quejas, por una vez no saldría
empapado a cambiarme la ropa. Me quede poniendo algo de orden con los dos niños
mayores, aunque cuando menos acorde estaba completamente solo en la
sala…Lautaro y Logan habían huido del lugar.
El día siguiente fue como todos los
domingos. Daniel se despertó demasiado temprano, y Lautaro le siguió. Logan
apareció casi dos horas después, aun adormilado y viéndose de mal humor.
Habíamos pasado casi todo nuestro
tiempo dentro de casa, y sentía la necesidad de salir. Como era lo normal en
enero, todavía hacia mucho frio para estar afuera, pero podríamos ir un rato al
parque…tal vez jugar en la nieve y comer fuera.
Con esos planes en mente, empecé a
alistar a los niños…y nuevamente mis planes no salieron como quería.
“Eh…Gabriel… ¿puedo
salir con mis amigos?” Me pregunto Logan, mordiendo su labio.
“¿Hoy?” Pregunte, un tanto desilusionado.
“Es que…van a ir al
parque…¡dijiste que podía!” me acuso, viéndome algo nervioso y
molesto.
Suspiré, “Bueno…pensé que
podríamos ir todos al parque…pero, está bien. Puedes quedarte con ellos y luego
te buscare para que comamos.”
En mi cabeza sonaba como un buen plan,
pero para un adolescente tal vez no, “Eeeh…es que íbamos a ir a comer
hamburguesas después.”
“Ya veo…” Aunque bajo de estatura y muy dulce,
seguía siendo un adolescente. “Supongo que querrás dinero para ello.”
La sonrisa que me dio fue de oreja a
oreja, la ilusión en sus ojitos evidente. “¡Si!” Me dijo, ilusionado.
“Bien, alístate y
te pasare dejando…pero eso sí, a las cuatro paso por ti.” Le advertí, dándole más instrucciones
de donde debía estar y la hora.
A Lautaro no le alegro mucho la idea de
que Logan tenía sus propios planes, pero después de que le prometí una sorpresa
especial olvido por completo a su hermano mayor.
Como era planeado, deje a Logan con sus
amigos. Me dio risa como trato de escabullirse de nuestro lado, alejándose de
mi rápidamente cuando estábamos frente a sus amigos, queriendo verse mayor como
todos los adolescentes.
Aunque no conocía a los chicos,
parecían ser buenas personas. Los dejamos solos por las canchas de basquetbol y
nos fuimos a otra área del parque, donde había algunos columpios y
deslizadores.
Pasamos la tarde tranquilos, jugamos,
jugaron y comimos en una pequeña caseta que vendía diversas comidas sencillas.
Eran las cuatro y media de la tarde, Daniel se empezaba a quedar dormido por lo
que lo tome en brazos mientras que Lautaro se quejaba del frio. Estábamos
parados donde quedamos de encontrarnos con Logan y el niño no aparecía.
Me empezaba a preocupar y a desesperar,
a decir verdad. Lautaro y Daniel estaban cansados de tanto esperar y la verdad
el frio empezaba a afectarme a mí también.
Había llamado a su móvil varias veces y
siempre me salía buzón. ¿Para qué diantres le había comprado aquel aparato si
no lo contestaba?
Estaba a punto de llevarme a los niños
cuando le vi correr hacia nosotros a lo lejos. Suspire en alivio, ya que en
realidad empezaba a preocuparme mucho. Traía los cachetes muy rojos, y su
abrigo abierto. Se notaba había echado una buena carrera.
“¡Perdón! ¡Perdón,
perdón, perdón!” Me dijo cuando estaba frente a mí, inclinándose y
apoyándose en sus rodillas, respirando agitadamente.
“¿Dónde estabas?” Pregunte, poniendo a Daniel junto a
Lautaro y atrayendo a Logan hacia mí. De repente, Daniel perdió el sueño y Lautaro
dejo de quejarse, ambos viéndome por alguna extraña razón con ojos grandes,
mientras que Logan se dejó llevar, parecía congelado.
Ignoré la reacción de los niños y
simplemente empecé a subir la cremallera del abrigo, aunque tuve que limpiarle
la camisa antes que la traía toda llena de migajas de pan.
Ante mis movimientos, Logan pareció
relajarse por alguna razón. “Y bien, ¿dónde estabas?” Volví a preguntar, todavía algo
molesto, aunque solo quería ir a casa.
“Es que se tardaron
con las hamburguesas, y luego nos pusimos a jugar y les mostré mi móvil
y…perdón, se nos fue el tiempo.”
“Bueno, ya estás
aquí, vamos a casa que tus hermanos y yo no aguantamos este frio.”
Con esas palabras, tal vez Logan lo vio
como carta blanca para llegar tarde, ya que por el resto de la semana llegaba
tarde…además de lo que ya había mencionado antes.
Eran cosas pequeñas, pero que poco a
poco se fueron acumulando, “Ayúdame a poner la mesa, ¿sí?” Esa sencilla petición se volvía en:
“¿Porque yo?” “Yo
la puse ayer, ¡dile a Lautaro!” “¡Solo a mí me pides las cosas!”
Pero si se las pedía a Lautaro, las
cosas eran un poco peor.
“¡No es justo!”
“¡Solo porque Logan no quiso, me toca a mí!” “¡Que Daniel sea menor no lo hace
inútil!”
Y si se las pedía a Daniel, me
contestaba con un simple, “Si, papi.”
Pero Daniel tampoco era un terrón de
azúcar…más bien se volvió en un terrón de horror.
“Vamos, hora de
dormir.” Me
aterraba decir esa frase. Las semanas anteriores solo decía si, o se acurrucaba
a mi lado. Ahora, por lo general, era contestada por gritos, patadas y peleas.
Si le decía que era hora del baño, se
tiraba al suelo como si le estuviera sugiriendo comerse a un cachorrito de león
vivo…y justo en esos momentos Logan y Lautaro decidían hacer de las suyas, así
que no podía terminar de concentrarme en reprender a Daniel cuando tenía a los
otros dos en problemas.
En conclusión, y sencillamente, me
estaban volviendo loco. ¿Dónde estaban los tres angelitos que había conocido en
un principio?
Quería de vuelta a esos tres…estos
otros no me gustaban…si era sincero, no solo me tenían los nervios a flor de
piel, pero tenía miedo.
No era miedo a los niños, era miedo de
que de alguna forma había metido la pata hasta el fondo y ahora estaban
afectados por algo que no sabía había hecho.
El único momento de paz que tenía era
cuando Paula llegaba a casa. Los niños parecían transformarse, y de lo
contrario, esa mujer solo soltaba tres palabritas y los tenía bien
adiestrados…como si fuera una domadora de leones…y a mí esos leones me miraban
como un suculento bistec.
Ahora entendía porque los padres
disfrutaban tanto de la escuela, antes esperaba con ansias la llegada de mis
niños, ahora…anhelaba con ansias las horas de escuela.
Ese viernes recibí una llamada. Logan
se había peleado con otro niño. Como era la primera vez, lo dejaron en un par
de detenciones y una nota y llamada a casa. No podía creer que Logan haría algo
así…algo tenía que haber pasado. Mi niño no era ese tipo de chico.
Apenas me estaba reponiendo de esa
llamada cuando recibí otra. Daniel, MI Daniel, había cortado el cabello de una
compañerita. La niña, que había tenido el cabello por las caderas según me dijo
la maestra, estaba devastada con su ahora extremadamente corto cabello. A mi
niño se le había ocurrido dejárselo arriba de los hombros.
Confundido, decidí llamar a Paula. Le
conté lo que había pasado, y la mujer, más que sonar extrañada y alborotada por
lo que le contaba, parecía estar escuchando un chiste. “Paula… ¡esto es
serio!”
“Lo sé, y la
pregunta es, ¿qué piensas hacer?”
“Hablar con ellos,
por supuesto,” Le dije, “Algo tuvo que haber pasado para que los
niños hicieran algo así.”
“Me alegra que
quieras hablar con ellos, eso es bueno, pero, corazón, ¿no piensas que debes
hacer algo más?”
“Si hablas de
castigarlos…si, lo hare…pero…depende de-“
“¡¿Pero qué diablos
pasa contigo?!”
“¡¿Que?!”
“Nada de ques,
estoy a punto de llamar a tu hermana, ¿eh?” Me advirtió, haciéndome rodar los ojos,
“Esos niños han estado probando sus límites de poco a poco, quieren saber que
tanto les vas a aguantar, y debo decir. Estas aplazado.”
Digerí sus palabras por un momento,
tratando de entender lo que me decía. “Esto no hace sentido. ¿Porque diablos
harían algo así?”
“Nunca has tratado
con niños antes, ¿verdad?”
“Por supuesto que
sí!”
“Tus sobrinos no
cuentan.”
“Por supuesto que
no.”
“Dios mío, ¡¿qué
paso contigo?!” Por supuesto supe entender era una pregunta
retórica, “Mira,
todos los niños lo hacen inconscientemente, especialmente con un pasado como
los Almira.” Me
explico, parando un momento para darle instrucciones a su amigo y
aparentemente, socio. “Cuando lleguen a casa, mandas a Daniel
y a Logan a una esquina cada uno. Te encargas de que Lautaro este ocupado en
algo y luego te encargas de los otros dos. Y no me refiero a un simple regaño,
me refiero a que necesitan una buena zurra cada uno.”
“Esto no me gusta.”
“¿Y quién dijo que
ser padre era bonito?” Me dijo secamente.
“¿Vendrías a
ayudarme?”
“¡Por supuesto que
no!”
“¡¿Estás hablando
en serio?!” Le
espete, cerrando los ojos y apretando el tabique de mi nariz, “Me estás diciendo
que tengo que pegarles a Daniel y a Logan el mismo día…casi al mismo
tiempo…vamos, no me puedes dejar solo.”
“Eh…siento
decírtelo, pero de poder…en realidad si puedo…y si lo voy a hacer. ¿Sabes lo
duro que es escuchar a esos niños llorar? Solo porque te estoy diciendo que lo
hagas no significa que quiera estar allí para ser testigo.”
“Eres una cobarde.”
“Y estoy orgullosa
de ello, niño bonito.” No pude evitar reír ante esto, de alguna forma un tanto
más calmado.
“Realmente no sé
cómo llegamos a este punto.” Comente, tratando de entender que había
pasado con los niños. “Nunca habían hecho este tipo de cosas.”
“¿Es en serio?”
“Lo estoy diciendo,
¿no?”
“No son los niños,
¡eres tú!” Ante
mi confusión, aunque no dije nada, prosiguió, “Gabriel, solías ser un
gruñón…malhumorado, amargado, cara de limón, no creo necesites más
calificativos.”
“Gracias, eso me
hace sentir bien.”
“No es un halago,
no te creas. Gabriel, solías darles unas miradas a esos tres, vamos, nalgueaste
a Lautaro en plena papelería.”
“Solo fue una…y en
realidad no lo pensé mucho.”
“Pues debiste hacer
eso con Daniel el sábado.” Resople, no sabiendo que responder ya
que en parte podía ver que era cierto, “Gabriel, con todo mi cariño te lo digo.
Pasaste de ser un sexy gruñón a un…sexy blandengue.”
“Pero te parezco
sexy.”
“Ehh…solo porque me
gustas. El blandengue…sería más exasperante blandengue.” Me dijo, aunque pude escuchar su
sonrisa.
“Amor y rigor, cariño. Amor y rigor, todos los niños lo necesitan. Les estas
dando buenas dosis de amor pero hoy…por hoy dales una buena dosis de rigor.”
“Sigo pensando que
eres una cobarde.”
“Si, pero aun así
estarás besando a esta cobarde hoy por la noche.”
Eso era cierto y no podía negarlo. “Así que vendrás.”
“Si…llevare la cena
ya hecha y esperare un buen par de horas después de que los niños lleguen de la
escuela.”
La llamada con Paula me había dado algo
de coraje…además de que me había hecho recapacitar en lo que había pasado durante
la semana…y me di cuenta de que la mujer tenía razón.
Semanas atrás habría parado las
actitudes de los niños, les hubiera dado un par de nalgadas, o un buen regaño,
y allí habría terminado todo. No entendía mi propia actitud, no entendía porque
había pasado por ese cambio.
Amaba a los niños y detestaba verles
tristes, en realidad una carita triste y no quería mas. De alguna forma, quería
ser el tío divertido como lo era con Marcos, Maia y Maggie, y talvez allí
estaba el problema. Desde que habíamos regresado me había convertido en un tío
divertido y no tanto en un padre.
Bien, no más. No era más el vecino
gruñón, no era el tío divertido. Debía, de una vez por todas, cumplir con mi
resolución de ser el mejor padre que pudiera ser…aunque no me gustaran todos
los aspectos de ello.
Trace un plan en mi mente una y otra
vez, sabiendo que debía hacer cuando los niños llegaran. Bien decían que los
planes no funcionan cuando hay niños de por medio.
Mis planes eran sencillos pero
concretos. Primero, les daría una merienda rápida que ya había preparado, ya
que por lo general llegaban con mucha hambre. Luego, planeaba mandar a Logan y
Daniel a mi habitación y dejar a Lautaro viendo una película.
Una vez en mi habitación, trataría con
Daniel y luego con Logan…y después, besos y abrazos y ya, fin del problema, de
vuelta a la realidad con mis tres angelitos.
Pero mis planes se fueron a la
conchinchilla. Los niños entraron a casa, con Daniel y Logan un tanto
nerviosos. Hasta allí, era lógico. Pero fue Lautaro quien cambio mis planes. El
niño entro hecho un torbellino de furia.
“Eh…” Me desconcertó verlo tan molesto, pero
no dije nada más. “¿Porque no van a comer?” Les dije, tomando las
mochilas de los tres.
“No quiero.” Me dijo Lautaro, molesto.
“¿No tienes hambre?”
Eso
era algo nuevo.
“¡No!” Me grito, sorprendiéndome, a punto de
llorar.
“No me grites,
Lautaro Martin.” Le regañe sin pensarlo, pero luego ablande mi tono,
“Hijo,
¿qué pasa?”
En vez de responderme, el niño me tiro
la mochila…y sus zapatos, y todo lo que tenía al alcance. Y esa fue la gota que
derramo el vaso.
Fue como ver a Daniel en grande…solo
que un poco más rubio. Lautaro lloro como si no hubiera otra salida. No era el
llanto lo que me molesto, después de todo, aun los adultos lloran. Al finalizar
de tirarme todo lo que encontró en su camino, se tiró al suelo a patear y dar
puñetazos, pero eso pareció no bastarle.
Trataba de calmarlo, aunque después de
un momento decidí que lo mejor sería dejarlo estar, así que me gire a Logan y
Daniel que parecían estatuillas, sin moverse del lugar.
“Se lavan las manos
y van a comer, que necesito hablar seriamente con ustedes dos.” Les instruí, dándole la espalda a
Lautaro que empezaba a toser.
Los niños asintieron, pero en menos de
un segundo vi como abrían los ojos como platos y en ese mismo segundo entendí
por qué. No dolió, fue más como un piquete molesto...un piquete muy grande,
pero molesto más que dolorosos. Pude sentir como los pequeños puños de Lautaro
empezaban a pegarme en la espalda.
Me gire rápidamente y le tome por los
brazos, zarandeándole un tanto brusco. “¡Se acabó!” Le grite, casi en la cara, “¡Eso sí que no
te lo voy a permitir, jovencito!”
Los ojos del niño se agrandaron, pero
pronto pareció recobrar su furia y trato de zafarse de mi agarre,
“¡Nooo….sueltaaaaaaa!”
“Suelta, ya vas a
ver lo que te voy a soltar.” Murmure, llevando el niño a rastras
hacia mi habitación, que por lo visto había destinado como el lugar perfecto
para castigarles…o tal vez era porque era el único lugar donde podía tener
total privacidad en esa casa…bueno…casi.
Lautaro en todo momento trataba de
detenerme, moviéndose para que pudiera soltar. Al llegar a las gradas y ver que
no podía contra mí, se desplomo cual peso muerto haciéndome casi tropezar. Le
vi, un tanto exasperado por la situación, y simplemente le tome por la cintura
y le cargue bajo mi brazo el resto del camino.
Esto no le gusto al niño en lo más
mínimo, ya que lloro con mayor intensidad aun, tratando de girarse y golpeando
mi pierna. Eso sí me dolía.
Los niños no sabían en su totalidad la
gravedad de mis heridas, y tampoco la iba a tomar contra mi niño por hacer lo
que estaba en su alcance por tratar de detener su castigo en medio de semejante
rabieta. Pero esto tenía que acabar.
Al llegar a mi habitación dejé al niño
en el suelo y cerré la puerta. Necesitaba que Lautaro se calmara…y necesitaba
tener una idea clara de cómo iba a proceder.
No tenía duda alguna de que este niño
se iría bien calentito de aquí, eso lo sabía, pero tampoco era como si simplemente
empezaría a repartir nalgadas como quien reparte dulces en media piñata.
Cuando Lautaro vio le había soltado,
salió corriendo hacia la puerta, aunque yo estaba parado justo delante de ella
para evitar eso mismo. Trato de empujarme, balbuceando cosas que, debido a su
llanto, no podía entender. Cuando vio que empujando no lograba nada, me mordió.
PLAS
No iba a esperar que se calmara para
que no me mordiera. Le di una fuerte nalgada y con suavidad, le alejé un poco
de mí. “No.”
El niño se llevó la mano atrás,
cubriéndose y viéndome con ojos grandes, y por primera vez desde que toda esta
locura había comenzado tenía su atención. Saque todo temor, toda duda, toda
incertidumbre y deje que mis instintos me guiaran…recordando un poco la forma
que Melissa y Michael le hablaban a sus hijos cuando menores, la forma en que
la misma Paula le había hablado a Daniel hace un par de días atrás.
“Lautaro, respira.”
Le
ordene, poniendo mi mano en su pecho por alguna razón, aunque esto pareció
calmarlo, más cuando me arrodille frente a él. “Vamos, no, no, no,
no, mírame…shh, shh, shh, shh,” El niño me vio a los ojos, y me sentí realmente
mal viéndolo así.
“Vamos, mi amor,
respira conmigo, ¿sí?” Le pedí, inhalando profundo y haciendo
un gran show de como exhalar. Aun así, esto pareció ayudarle, ya que siguió mi
ejemplo.
Inhalo y exhalo, y pude ver como se iba
calmando de a poco…y yo también. Su llanto estrepitoso paso a ser uno bajito,
su labio le temblaba un poco, pero era lo normal.
Finalmente, se calmó en su totalidad,
aunque creo que ahora se mortificaba por todo lo que había pasado. Se fue
sonrojando y esquivo mi vista, mordiendo su labio y limpiando el resto de sus
lágrimas.
“Muy bien,” Le felicite un poco, levantándome y
guiándole hacia la cama, “Ahora sí, tu y yo vamos a hablar.”
“No…no quiero…”
“Yo tampoco quería
ver un desplante como el que vi.” Le dije, y tal vez no eran las palabras
correctas, pero mi paciencia no había sobrepasado mis limites, estaba siendo
llevada al espacio. “¿Qué fue eso, Lautaro?”
Solo se encogió de hombros, dejando
caer varias lagrimas en el proceso. “Estas molesto?” De nuevo, solo se encogio de
hombros. Bien. “Tiene que haber una razón por la que estabas tan
molesto.”
De nuevo, no dijo nada, más bien
parecía que mis preguntas le indisponían. Tenía un firme puchero en sus labios
y se cruzó de brazos. “Si quieres llorar puedes hacerlo,” Le dije al final, rindiéndome con las
preguntas,
“Si quieres gritar, está bien, lo entiendo, pero no puedes ni tirarme cosas, ni
mucho menos pegarme, empujarme o morderme.”
Creí me pediría perdón, se miraría
arrepentido, pero solo me vio como si le estuviera diciendo que el cielo es
azul. No llegaría a ningún punto con él, así que decidí dejar de hablar por
ahora.
Me senté en la cama y le vi, “Bájate los
pantalones.” Le
pedí, queriendo que entendiera lo que estaba por pasar. Me vio con el ceño
fruncido y se los bajo de un tirón, casi como si me estuviera desafiando.
No supe que más hacer, me sentía
perdido. No sabía si continuar con lo que me proponía, o si simplemente darle
uno o dos azotes y dejarlo así.
Recordaba una y otra vez las palabras
de Paula de esa tarde, y junto a ellas también recordaba los consejos que
Melissa y Michael me habían dado…y los miles de reportajes de como este tipo de
castigos solo empeoraban el comportamiento de un niño.
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