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martes, 29 de septiembre de 2020

Capítulo 14, De Rabietas y Confusiones




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Segundas oportunidades
Autora: Gabi
Capítulo: 14, De Rabietas y Confusiones


Temí que las cosas serían raras después del beso con Paula, pero fue todo lo contrario.

Pasamos de cenar juntos los viernes, a casi todos los días. Los niños no encontraron raro el cambio, más bien disfrutaban de ello…y del hecho de que había mejor comida.

Las clases de ellos retomaron y las mías comenzaron. Creí que por ser cursos en línea sería más fácil…pero diablos que me había equivocado. Las clases en línea eran peor que las presenciales. Los catedráticos parecían pensar que no teníamos más cosas que hacer que los trabajos que nos dejaban.

Esto me quito tiempo, especialmente en las tardes. Dejaba el tiempo libre para ayudar a los niños con sus tareas, pero me centre más y más en mis deberes y en las mil y un cosas que había que hacer en un hogar.

Creo que fue esto último, y el hecho de que los niños parecían estar más cómodos que me llevo a lo que llamaría mi primera prueba como padre.

Había escuchado a algunos padres de familia decir que había días que sus hijos los ponían a prueba…los míos decidieron ponerme a prueba por el tramo de casi una semana.

Todo empezó con cosas pequeñas, que decidí ignorar por una cosa u otra. Logan pasaba un poco de mí, cuando le pedía algo rodaba los ojos y me ignoraba. Creí que eran cosas de adolescentes y se le pasaría pronto…pero no fue así. Empezó a alejarse de nosotros. Una vez agarraba el celular o el Nintendo no había vuelta atrás. Parecía un zombi.

Lautaro, por otra parte, quería jugar todo el tiempo. Hacerlo hacer algún deber, ya sea de la escuela o de casa era una batalla total. Cuando finalmente lo lograba hacer lo que tenía, solía refunfuñar y poner un puchero que más que molestarme en un principio lo miraba adorable…al principio. Una semana viéndolo poner pucheros y resoplar todo el tiempo empezó a disgustarme.

Daniel no refunfuñaba ni ponía pucheros ni rodaba los ojos. No…él se tiraba al suelo, pataleaba y gritaba cuando quería algo y no lo obtenía. La primera vez me asusté mucho…pensé, realmente, que algo le pasaba.

Estábamos en medio de una tienda de despensa. La misma del viejo barbón. A diferencia de otros días, ese sábado había varias personas allí. Había pasado una semana desde nuestro regreso.

“¡Paaapiii!” Me dijo Daniel, corriendo con emoción a mi lado, abrazado a una bolsa de lo que parecían ser patatas. “¿Me las compras?” Pidió, y supe que no podía decir que sí.

No era por el dinero…si bien no trabajaba, tampoco estaba tan apretado, todavía contaba con una buena cantidad. El problema en si era que ya le había dicho que si a otras dos chucherías. A mi lista se le habían agregado varias cosas que en realidad no necesitábamos.

“No lo creo, hijo.” Le dije, tomando la bolsa y observándolas. No sabía porque me las pedía, ya habíamos comprado de estas y a ninguno de los tres les había gustado ya que tenían salsa de cebolla…me las había tenido que comer yo.

“Pero…pero yo los quiero!” Me dijo, elevando un poco la voz. Una señora voltio a vernos, arrugando su respingada nariz.

Trate de no rodar mis ojos ante ella, y simplemente me agache un poco para verle a los ojos. “Amor, pero si estas papas no te gustan…además, ya llevamos tus ositos de gomita.”

No era la primera vez que teníamos una plática similar con Daniel, y por lo general, lo único que hacía era verme con ojitos tristes y asentir, llevando el producto de vuelta de donde lo había tomado.

Esperaba la misma reacción…pero obtuve una completamente distinta y más que sorprenderme…me asusté. “¡Pero yo las quieeeerooooo!” Grito, abrazando aquella bolsa y seguramente triturando las frituras.

“Daniel…no grites, por favor.” Le susurre, sonrojándome ante las miradas acusadoras que empezaba a recibir. Logan y Lautaro, que venían de otro pasillo, nos miraron con sorpresa, con el mayor alejándose un poco como si no nos conocieran.

“¡QUIERO MIS PAPAAAAAS!” Mi pedido fue vilmente ignorado, y el niño no hizo más que gritar a todo pulmón…y matarme de la vergüenza en el proceso.
Por un momento quise hacer lo que Logan, darse la vuelta y hacerse el que no sabía quiénes éramos.

“¡Daniel!” Quise llamar la atención del niño, pero fue peor, se tiro al suelo y, para mayor pena, empezó a patalear, dar puñetazos y, en medio de su llanto, se abrió la dichosa bolsita de frituras y salieron volando miles de pedacitos de papitas.

Por un momento corto, el niño paro de llorar y me vio, pero cuando vio que no hice nada más, volvió con su rabieta. No sabía qué hacer, podía sentir como mi cara hervía ante la vergüenza, además de las caras hostiles de las personas alrededor.

Deje botado el resto de mis compras y me dirigí a caja, tomando a Daniel en brazos que no hacía más que patear y golpear con sus manitas, llorando como si el mundo se le viniera abajo… ¡era mi mundo el que se venía abajo!

Llegue a caja y como pude saque mi billetera para pagar por la bolsita aquella. Creo que nunca me había sentido tan apenado en mi vida. El dueño del local solo levanto una ceja y suspiro, viendo la bolsa rota que Daniel todavía tenía en manos.

“Déjalo así,” Me dijo, “Me sale más barato que lo saques de mi tienda antes de que nos deje a todos sordos a que me pagues.”

No sabía que decir, así que simplemente asentí y corrí a mi carro, sin siquiera percatarme si los otros dos niños venían detrás de mí.

Era tanta la desesperación por huir, que no me fije cuando pegue con Paula, “¡Epa!” Me dijo con voz divertida, aunque pronto frunció el ceño, “¿Que paso aquí?”

No dije nada, solo la vi con desesperación. “No quise comprarle algo.” Expliqué, y pude escuchar yo mismo la desesperación en mi voz. Para probar mi punto, además de que ya casi no podía sostenerlo por la forma en que se movía, deje al niño en el suelo y como para probar su punto se desplomo al suelo.

“¿Es en serio?” Me pregunto, alzando una ceja y viendo a Lautaro y Logan, que ahora sonreían como si su hermanito estuviera haciendo una gran hazaña. No supe que decir, así que solo la vi y luego observé como Daniel seguía gritando, tosiendo de vez en vez por el esfuerzo que hacía.

“Es en serio que no sabes que hacer.” Murmuro, y para mi asombro, se hizo cargo. “Ustedes dos,” se dirigió a Logan y Lautaro con un tono que nunca había escuchado antes…daba un poco de miedo, a decir verdad. “Al auto, ahora. Vamos.” Los niños parecían haber escuchado a un militar, porque ni siquiera replicaron como lo hacían conmigo a veces, pero se metieron al carro rapidito.

Luego, suspiro y observo a Daniel. “Observa y aprende.” Me dijo, como si estuviera decepcionada de mí, se agacho en cuclillas para quedar frente al niño, y, tomándole de la mano le hablo con un tono totalmente distinto al usual. “Daniel Matías Almira, basta ya.”

Aunque todavía lloraba, al escuchar el tono levanto la vista y observo a Paula. “Dije basta.” Seguía llorando, pero empezaba a calmarse, y el tono de Paula también. “Eso…respira hondo, vamos, respiremos juntos.” Así como le indicaba al niño, ella también lo hacía…e inconscientemente yo también empecé a hacer los ejercicios de respiración.

Daniel se calmó poco a poco, y una vez tranquilo, se abalanzo a los brazos de la mujer buscando consuelo. Consuelo… ¡consuelo necesitaba yo después de semejante vergüenza!

Aunque se miraba molesta, Paula le abrazo, levantándose con él en brazos y viéndome aun con reproche. No entendía porque la mirada…la verdad estuve tentado de simplemente dejar al niño atrás con Paula y que ella se encargara de el por el resto de la tarde.

“Ni se te ocurra.” Me advirtió en un leve susurro que escuche tan estrepitosamente como una bomba.

“No he hecho nada.” Le dije, levantando mis manos como si de un animal salvaje se tratase.

No me dijo nada, solo achino sus ojos mientras le daba suaves palmaditas en la espalda al niño. Nos quedamos en silencio por un momento hasta que finalmente no escuchábamos nada más que suaves esnifados. “¿Ya más tranquilo, mi amor?” Le pregunto, con el tono dulce de siempre.

“Si…” Contesto bajito, en un tono consentido que ya conocía.

“Bien, ahora usted y yo vamos a hablar, jovencito.” Y así, como si de una persona bipolar se tratara, el tono duro volvió, poniendo al niño de vuelta en el piso.

“Pero no quiero…” Le dijo, volteando a verme como pidiendo ayuda.

“Nada de eso, señor.” Le regaño, sujetándolo por los brazos…haciendo que yo me sintiera nervioso.

“Nooo…” Se quejó mi pequeño, “¡Paaapiii!” Y en esas sencillas palabras desarmas la voluntad de un hombre. Abrí mi boca, pero la mirada asesina que me tiro la mujer era el simple paso para que un hombre tomara su voluntad nuevamente.

Sabía que era mi hora de intervenir, pero la verdad estaba tan perdida por la actitud del niño…no tenía previa experiencia en esto. Parte de mi me decía que probablemente no había actuado correctamente, otra parte me decía que buscara un baño y ajustará cuentas con mi niño…y otra parte, la que iba ganando más puntos, solo quería darle un abrazo y salir corriendo de vuelta a la seguridad de mi casa…lejos de las miradas de todo el mundo.

Sin embargo, Paula parecía decidida a acabar con el comportamiento, “Estoy muy molesta contigo, Daniel.” Y esas palabras no solo me hicieron tragar grueso a mí, pero al niño también. “¿Así se comporta un niño?” Le regaño, “Ni tu papi ni yo ni nadie te ha enseñado a hacer esos berrinches, jovencito. Eso no se hace.”

“Pero…yo quedía papitas…” Se excusó Daniel, dejando caer unas lagrimitas.

“Pues lo que te vas a ganar son unas buenas nalgadas si le sigues,” le dijo, “Y si tu papi no te las da yo si te las voy a dar. Sigua así, y usted y yo vamos a buscar un baño y a ajustar cuentas ahora mismo.”

Bien…no sabía quién le había dado esa autoridad a Paula, pero de una cosa si estaba seguro…yo no sé la quitaría…esa mujer era capaz de estrangularme con mis propios intestinos si me metía entre ella y los niños. Además de eso, me llevaba a la pregunta de que era ella en la vida de los niños y mía. Si bien habíamos tenido unos buenos pares de besos, tampoco la consideraba mi novia.

Tal vez los niños habían encontrado una figura materna, y eso era bueno para ellos. Aun así, esto me daba un respiro de tener que regañarlos todo el tiempo. Las palabras de la mujer simplemente solidificaban mi teoría, y Daniel creía firmemente que Paula le castigaría porque inmediatamente empezó a llorar.
“¡Noooo…perdón! ¡Perdón!” Dijo el niño, viéndose pequeño.

“Pues no es a mí que le hiciste el berrinche, Daniel Matías.” Con eso, el niño me voltio a ver y corrió a abrazar mis piernas.

Le tome en brazos sin importarme que me llenara de mocos y saliva, apretándolo contra mi pecho y dando suaves palmaditas a su espalda. “Ya, hijo, calma…shhh…”

El niño empezó a calmarse, sobando sus ojitos y viéndose muy triste. Paula me sonrió un poco triste. “Dios mío…sí que necesitas ayuda.” Me dijo, sonriéndome socarronamente.

“No me digas.” Le dije, con una sonrisa también. “Bien…creo que por hoy puedo decir que no haremos las compras.”

“Tranquilo, dame la lista y yo las hago por ti.” Me dijo, extendiendo la mano, “Vete a casa…creo que alguien aquí tiene una cita con una esquina.” Me dijo, señalando al niño.

“O con mi mano…” susurre, aunque la idea de la esquina me gustaba más…después de verlo llorar tan sentidamente dudaba que quería hacerlo llorar más.

Paula solo se rio burlonamente, creo que dudaba de la veracidad de mis palabras. Me dio un rápido beso sobre mis labios una vez le extendí la lista y se adentró a la tienda.

Me quede parado un momento viéndola…la verdad también viendo su trasero, pero eso no se lo diría a nadie. Cuando ya había entrado, decidí que era buena hora para volver al auto.

Al llegar a casa deje a Daniel parado en una de las esquinas de la sala. Se quejó un poco, haciendo ruiditos tristes, pero se quedó allí todos los cinco minutos que le prometí…bueno…puede que se los haya bajado a tres.

Lautaro y Logan se habían quejado de que no tenían las chucherías que habían escogido, pero cuando les deje ver una película en mi habitación se les olvido todo lo que había pasado y salieron corriendo, peleando por cual querían ver.

Horas más tarde entro Paula…que por lo visto había olvidado como utilizar un timbre ya que me encontró saliendo del baño.

Me asusto mucho, ya que solo me dio un rápido beso en la boca y siguió su camino, indicándome sacara el resto de bolsas de su auto.

“Veo añadiste cosas a la lista.” Le dije, viendo unas cebollas que estaba seguro no estaban en ellas…y unos palos verdes que no sabía que eran.

“Necesitaba perejil para la comida de esta noche.” Me dijo, tomando dichos palos, “Y si te decía a ti seguramente me traerías algo de limpieza.”

“Bueno…gracias, pero no soy tan ignorante.” Me defendí, sacando unas naranjas de la bolsa.

“¿Y los niños?”

“Viendo una película en mi habitación…pero no han de tardar en bajar.” Como si habían sido invocados, escuchamos los pasos apresurados que bajaban como una manada de animalitos salvajes.

Entraron corriendo a la cocina, con los dos mayores riendo y haciendo burla de Daniel que venía de ultimo. “No es justo!” Dijo con un puchero, “¡Mis pernas son muy cortitas!”

“¡Tienes que comerte un moco!” Le dijo Lautaro, riendo con picardía “¡En eso acordamos!”

“Creo que no es necesario.” Les dije divertido, viendo la cara de asco que ponía Paula ante eso.

“¡Pues entonces que huela un pedo!”

“No sé qué tipo de juegos son estos, pero no creo sean apropiados.” Les dijo ella, con cara de asco. “¿Porque mejor no me enseñan cómo iba la autopista?” Dijo, ya que el día anterior habían hecho una autopista ficticia en mi sala, la cual había obligado a que deshicieran justo antes de su llegada.

“¡SI!” Grito Daniel, corriendo a la sala seguido por los dos más mayores, con Logan empujando a Lautaro cuando paso junto a él.

“¡Sin peleas!” Advertí, negando con mi cabeza. “Vaya…tendré que recordar eso. La última vez hicieron que Daniel metiera su pie a su boca por un minuto completo.”

“No puedo creer que ustedes sean tan cochinos.” Me dijo, arrugando la nariz y haciendo muecas. “Es en momentos como estos que doy gracias solo tuve una hermana.”

“No sabía que tienes una hermana.” Le dije sorprendido, en realidad más allá de que el restaurante era un negocio familiar, no sabía nada mas de ella.

“A ella también se le olvido.” Me dijo, sacando más cosas de las bolsas y guardándolas. “Mamá la mando a estudiar al extranjero y así se le olvido su origen de este humilde pueblito y ahora se cree Parisina.”

“Vaya…no sé qué haría si Melissa se olvidara de mí.”

“Hablando de la bella de tu hermana, te tengo una sorpresa.” Me dijo divertida, y por un momento me vi tentado de revisar que no estuviera afuera esperando…ella era capaz de hacer cosas así. Pero solo se fue a una bolsa diferente y de ella saco varias cortinas…sin patrón alguno.

“Supongo que no te gustan mis cortinas.” Le dije, tomando las telas en mis manos, y de paso tomando a Paula por la cintura, jalándola hacia mí.

“Tu hermana es una de las personas más lindas que he conocido…y eso que solo la he tratado por cinco minutos…pero esas cortinas…esas cortinas merecen estar en la casa de una solterona con cinco gatos.”

“Podría adoptar un gato.” Le dije divertido, apreciando el color sólido y neutro que tenían…la verdad, me volvía loco ver esas flores rosadas gigantes.

Paula solo se rio burlescamente, poniendo su mano en mi pecho. “Claro…no puedes con un pequeño y quieres añadir un gato.” Me dijo divertida, dándome un beso ligero y soltándose de mi agarre.

“Ey!” Me queje, poniendo las cortinas en la mesa y tendiéndole algunas latas para guardar. “Que sepas que era la primera vez que Daniel hace eso…por cierto, ¿qué crees que pudo haber pasado? Sera que me mal entendió?”

Con los brazos extendidos, Paula giro su cabeza y por un momento me recordó a la niña del exorcista. “Por mi salud mental y tu salud física, voy a fingir que no escuche eso.” Me dijo, poniendo las latas en su lugar.

“Pero…realmente…sabes que, olvídalo.” Solo sería algo de una vez, probablemente no era nada.

Paula me observo un tanto dudosa, pero antes de que pudiera hablar Lautaro vino corriendo pidiendo algo de tomar.

El resto de la noche paso tranquilo, un poco de relajo de juguetes y mis cojines encontrando su lugar en el suelo…como era costumbre ya.

Las estadías de Paula se hacían cada vez más y más largas, y por lo visto el hecho de que había regañado a Daniel la hacía propicia para recibir la mayor parte de su cariño, al punto de que el niño hizo énfasis de que su baño se lo diera ella y no yo, como era lo habitual.

No tuve quejas, por una vez no saldría empapado a cambiarme la ropa. Me quede poniendo algo de orden con los dos niños mayores, aunque cuando menos acorde estaba completamente solo en la sala…Lautaro y Logan habían huido del lugar.

El día siguiente fue como todos los domingos. Daniel se despertó demasiado temprano, y Lautaro le siguió. Logan apareció casi dos horas después, aun adormilado y viéndose de mal humor.

Habíamos pasado casi todo nuestro tiempo dentro de casa, y sentía la necesidad de salir. Como era lo normal en enero, todavía hacia mucho frio para estar afuera, pero podríamos ir un rato al parque…tal vez jugar en la nieve y comer fuera.

Con esos planes en mente, empecé a alistar a los niños…y nuevamente mis planes no salieron como quería.

“Eh…Gabriel… ¿puedo salir con mis amigos?” Me pregunto Logan, mordiendo su labio.

“¿Hoy?” Pregunte, un tanto desilusionado.

“Es que…van a ir al parque…¡dijiste que podía!” me acuso, viéndome algo nervioso y molesto.

Suspiré, “Bueno…pensé que podríamos ir todos al parque…pero, está bien. Puedes quedarte con ellos y luego te buscare para que comamos.”

En mi cabeza sonaba como un buen plan, pero para un adolescente tal vez no, “Eeeh…es que íbamos a ir a comer hamburguesas después.”

“Ya veo…” Aunque bajo de estatura y muy dulce, seguía siendo un adolescente. “Supongo que querrás dinero para ello.”

La sonrisa que me dio fue de oreja a oreja, la ilusión en sus ojitos evidente. “¡Si!” Me dijo, ilusionado.

“Bien, alístate y te pasare dejando…pero eso sí, a las cuatro paso por ti.” Le advertí, dándole más instrucciones de donde debía estar y la hora.

A Lautaro no le alegro mucho la idea de que Logan tenía sus propios planes, pero después de que le prometí una sorpresa especial olvido por completo a su hermano mayor.

Como era planeado, deje a Logan con sus amigos. Me dio risa como trato de escabullirse de nuestro lado, alejándose de mi rápidamente cuando estábamos frente a sus amigos, queriendo verse mayor como todos los adolescentes.

Aunque no conocía a los chicos, parecían ser buenas personas. Los dejamos solos por las canchas de basquetbol y nos fuimos a otra área del parque, donde había algunos columpios y deslizadores.

Pasamos la tarde tranquilos, jugamos, jugaron y comimos en una pequeña caseta que vendía diversas comidas sencillas. Eran las cuatro y media de la tarde, Daniel se empezaba a quedar dormido por lo que lo tome en brazos mientras que Lautaro se quejaba del frio. Estábamos parados donde quedamos de encontrarnos con Logan y el niño no aparecía.

Me empezaba a preocupar y a desesperar, a decir verdad. Lautaro y Daniel estaban cansados de tanto esperar y la verdad el frio empezaba a afectarme a mí también.

Había llamado a su móvil varias veces y siempre me salía buzón. ¿Para qué diantres le había comprado aquel aparato si no lo contestaba?

Estaba a punto de llevarme a los niños cuando le vi correr hacia nosotros a lo lejos. Suspire en alivio, ya que en realidad empezaba a preocuparme mucho. Traía los cachetes muy rojos, y su abrigo abierto. Se notaba había echado una buena carrera.

“¡Perdón! ¡Perdón, perdón, perdón!” Me dijo cuando estaba frente a mí, inclinándose y apoyándose en sus rodillas, respirando agitadamente.

“¿Dónde estabas?” Pregunte, poniendo a Daniel junto a Lautaro y atrayendo a Logan hacia mí. De repente, Daniel perdió el sueño y Lautaro dejo de quejarse, ambos viéndome por alguna extraña razón con ojos grandes, mientras que Logan se dejó llevar, parecía congelado.

Ignoré la reacción de los niños y simplemente empecé a subir la cremallera del abrigo, aunque tuve que limpiarle la camisa antes que la traía toda llena de migajas de pan.

Ante mis movimientos, Logan pareció relajarse por alguna razón. “Y bien, ¿dónde estabas?” Volví a preguntar, todavía algo molesto, aunque solo quería ir a casa.

“Es que se tardaron con las hamburguesas, y luego nos pusimos a jugar y les mostré mi móvil y…perdón, se nos fue el tiempo.”

“Bueno, ya estás aquí, vamos a casa que tus hermanos y yo no aguantamos este frio.”

Con esas palabras, tal vez Logan lo vio como carta blanca para llegar tarde, ya que por el resto de la semana llegaba tarde…además de lo que ya había mencionado antes.

Eran cosas pequeñas, pero que poco a poco se fueron acumulando, “Ayúdame a poner la mesa, ¿sí?” Esa sencilla petición se volvía en:

“¿Porque yo?” “Yo la puse ayer, ¡dile a Lautaro!” “¡Solo a mí me pides las cosas!”

Pero si se las pedía a Lautaro, las cosas eran un poco peor.

“¡No es justo!” “¡Solo porque Logan no quiso, me toca a mí!” “¡Que Daniel sea menor no lo hace inútil!”

Y si se las pedía a Daniel, me contestaba con un simple, “Si, papi.”

Pero Daniel tampoco era un terrón de azúcar…más bien se volvió en un terrón de horror.

“Vamos, hora de dormir.” Me aterraba decir esa frase. Las semanas anteriores solo decía si, o se acurrucaba a mi lado. Ahora, por lo general, era contestada por gritos, patadas y peleas.

Si le decía que era hora del baño, se tiraba al suelo como si le estuviera sugiriendo comerse a un cachorrito de león vivo…y justo en esos momentos Logan y Lautaro decidían hacer de las suyas, así que no podía terminar de concentrarme en reprender a Daniel cuando tenía a los otros dos en problemas.

En conclusión, y sencillamente, me estaban volviendo loco. ¿Dónde estaban los tres angelitos que había conocido en un principio?

Quería de vuelta a esos tres…estos otros no me gustaban…si era sincero, no solo me tenían los nervios a flor de piel, pero tenía miedo.

No era miedo a los niños, era miedo de que de alguna forma había metido la pata hasta el fondo y ahora estaban afectados por algo que no sabía había hecho.

El único momento de paz que tenía era cuando Paula llegaba a casa. Los niños parecían transformarse, y de lo contrario, esa mujer solo soltaba tres palabritas y los tenía bien adiestrados…como si fuera una domadora de leones…y a mí esos leones me miraban como un suculento bistec.

Ahora entendía porque los padres disfrutaban tanto de la escuela, antes esperaba con ansias la llegada de mis niños, ahora…anhelaba con ansias las horas de escuela.

Ese viernes recibí una llamada. Logan se había peleado con otro niño. Como era la primera vez, lo dejaron en un par de detenciones y una nota y llamada a casa. No podía creer que Logan haría algo así…algo tenía que haber pasado. Mi niño no era ese tipo de chico.

Apenas me estaba reponiendo de esa llamada cuando recibí otra. Daniel, MI Daniel, había cortado el cabello de una compañerita. La niña, que había tenido el cabello por las caderas según me dijo la maestra, estaba devastada con su ahora extremadamente corto cabello. A mi niño se le había ocurrido dejárselo arriba de los hombros.

Confundido, decidí llamar a Paula. Le conté lo que había pasado, y la mujer, más que sonar extrañada y alborotada por lo que le contaba, parecía estar escuchando un chiste. “Paula… ¡esto es serio!”

“Lo sé, y la pregunta es, ¿qué piensas hacer?”

“Hablar con ellos, por supuesto,” Le dije, “Algo tuvo que haber pasado para que los niños hicieran algo así.”

“Me alegra que quieras hablar con ellos, eso es bueno, pero, corazón, ¿no piensas que debes hacer algo más?”

“Si hablas de castigarlos…si, lo hare…pero…depende de-“

“¡¿Pero qué diablos pasa contigo?!”

“¡¿Que?!”

“Nada de ques, estoy a punto de llamar a tu hermana, ¿eh?” Me advirtió, haciéndome rodar los ojos, “Esos niños han estado probando sus límites de poco a poco, quieren saber que tanto les vas a aguantar, y debo decir. Estas aplazado.”

Digerí sus palabras por un momento, tratando de entender lo que me decía. “Esto no hace sentido. ¿Porque diablos harían algo así?”

“Nunca has tratado con niños antes, ¿verdad?”

“Por supuesto que sí!”

“Tus sobrinos no cuentan.”

“Por supuesto que no.”

“Dios mío, ¡¿qué paso contigo?!” Por supuesto supe entender era una pregunta retórica, “Mira, todos los niños lo hacen inconscientemente, especialmente con un pasado como los Almira.” Me explico, parando un momento para darle instrucciones a su amigo y aparentemente, socio. “Cuando lleguen a casa, mandas a Daniel y a Logan a una esquina cada uno. Te encargas de que Lautaro este ocupado en algo y luego te encargas de los otros dos. Y no me refiero a un simple regaño, me refiero a que necesitan una buena zurra cada uno.”

“Esto no me gusta.”

“¿Y quién dijo que ser padre era bonito?” Me dijo secamente.

“¿Vendrías a ayudarme?”

“¡Por supuesto que no!”

“¡¿Estás hablando en serio?!” Le espete, cerrando los ojos y apretando el tabique de mi nariz, “Me estás diciendo que tengo que pegarles a Daniel y a Logan el mismo día…casi al mismo tiempo…vamos, no me puedes dejar solo.”

“Eh…siento decírtelo, pero de poder…en realidad si puedo…y si lo voy a hacer. ¿Sabes lo duro que es escuchar a esos niños llorar? Solo porque te estoy diciendo que lo hagas no significa que quiera estar allí para ser testigo.”

“Eres una cobarde.”

“Y estoy orgullosa de ello, niño bonito.” No pude evitar reír ante esto, de alguna forma un tanto más calmado.

“Realmente no sé cómo llegamos a este punto.” Comente, tratando de entender que había pasado con los niños. “Nunca habían hecho este tipo de cosas.”

“¿Es en serio?”

“Lo estoy diciendo, ¿no?”

“No son los niños, ¡eres tú!” Ante mi confusión, aunque no dije nada, prosiguió, “Gabriel, solías ser un gruñón…malhumorado, amargado, cara de limón, no creo necesites más calificativos.”

“Gracias, eso me hace sentir bien.”

“No es un halago, no te creas. Gabriel, solías darles unas miradas a esos tres, vamos, nalgueaste a Lautaro en plena papelería.”

“Solo fue una…y en realidad no lo pensé mucho.”

“Pues debiste hacer eso con Daniel el sábado.” Resople, no sabiendo que responder ya que en parte podía ver que era cierto, “Gabriel, con todo mi cariño te lo digo. Pasaste de ser un sexy gruñón a un…sexy blandengue.”

“Pero te parezco sexy.”

“Ehh…solo porque me gustas. El blandengue…sería más exasperante blandengue.” Me dijo, aunque pude escuchar su sonrisa. “Amor y rigor, cariño. Amor y rigor, todos los niños lo necesitan. Les estas dando buenas dosis de amor pero hoy…por hoy dales una buena dosis de rigor.”

“Sigo pensando que eres una cobarde.”

“Si, pero aun así estarás besando a esta cobarde hoy por la noche.”

Eso era cierto y no podía negarlo. “Así que vendrás.”

“Si…llevare la cena ya hecha y esperare un buen par de horas después de que los niños lleguen de la escuela.” 

La llamada con Paula me había dado algo de coraje…además de que me había hecho recapacitar en lo que había pasado durante la semana…y me di cuenta de que la mujer tenía razón.

Semanas atrás habría parado las actitudes de los niños, les hubiera dado un par de nalgadas, o un buen regaño, y allí habría terminado todo. No entendía mi propia actitud, no entendía porque había pasado por ese cambio.

Amaba a los niños y detestaba verles tristes, en realidad una carita triste y no quería mas. De alguna forma, quería ser el tío divertido como lo era con Marcos, Maia y Maggie, y talvez allí estaba el problema. Desde que habíamos regresado me había convertido en un tío divertido y no tanto en un padre.

Bien, no más. No era más el vecino gruñón, no era el tío divertido. Debía, de una vez por todas, cumplir con mi resolución de ser el mejor padre que pudiera ser…aunque no me gustaran todos los aspectos de ello.

Trace un plan en mi mente una y otra vez, sabiendo que debía hacer cuando los niños llegaran. Bien decían que los planes no funcionan cuando hay niños de por medio.

Mis planes eran sencillos pero concretos. Primero, les daría una merienda rápida que ya había preparado, ya que por lo general llegaban con mucha hambre. Luego, planeaba mandar a Logan y Daniel a mi habitación y dejar a Lautaro viendo una película.

Una vez en mi habitación, trataría con Daniel y luego con Logan…y después, besos y abrazos y ya, fin del problema, de vuelta a la realidad con mis tres angelitos.

Pero mis planes se fueron a la conchinchilla. Los niños entraron a casa, con Daniel y Logan un tanto nerviosos. Hasta allí, era lógico. Pero fue Lautaro quien cambio mis planes. El niño entro hecho un torbellino de furia.

“Eh…” Me desconcertó verlo tan molesto, pero no dije nada más. “¿Porque no van a comer?” Les dije, tomando las mochilas de los tres.

“No quiero.” Me dijo Lautaro, molesto.

“¿No tienes hambre?” Eso era algo nuevo.

“¡No!” Me grito, sorprendiéndome, a punto de llorar.

“No me grites, Lautaro Martin.” Le regañe sin pensarlo, pero luego ablande mi tono, “Hijo, ¿qué pasa?”

En vez de responderme, el niño me tiro la mochila…y sus zapatos, y todo lo que tenía al alcance. Y esa fue la gota que derramo el vaso.

Fue como ver a Daniel en grande…solo que un poco más rubio. Lautaro lloro como si no hubiera otra salida. No era el llanto lo que me molesto, después de todo, aun los adultos lloran. Al finalizar de tirarme todo lo que encontró en su camino, se tiró al suelo a patear y dar puñetazos, pero eso pareció no bastarle.

Trataba de calmarlo, aunque después de un momento decidí que lo mejor sería dejarlo estar, así que me gire a Logan y Daniel que parecían estatuillas, sin moverse del lugar.

“Se lavan las manos y van a comer, que necesito hablar seriamente con ustedes dos.” Les instruí, dándole la espalda a Lautaro que empezaba a toser.

Los niños asintieron, pero en menos de un segundo vi como abrían los ojos como platos y en ese mismo segundo entendí por qué. No dolió, fue más como un piquete molesto...un piquete muy grande, pero molesto más que dolorosos. Pude sentir como los pequeños puños de Lautaro empezaban a pegarme en la espalda.

Me gire rápidamente y le tome por los brazos, zarandeándole un tanto brusco. “¡Se acabó!” Le grite, casi en la cara, “¡Eso sí que no te lo voy a permitir, jovencito!”

Los ojos del niño se agrandaron, pero pronto pareció recobrar su furia y trato de zafarse de mi agarre, “¡Nooo….sueltaaaaaaa!”

“Suelta, ya vas a ver lo que te voy a soltar.” Murmure, llevando el niño a rastras hacia mi habitación, que por lo visto había destinado como el lugar perfecto para castigarles…o tal vez era porque era el único lugar donde podía tener total privacidad en esa casa…bueno…casi.

Lautaro en todo momento trataba de detenerme, moviéndose para que pudiera soltar. Al llegar a las gradas y ver que no podía contra mí, se desplomo cual peso muerto haciéndome casi tropezar. Le vi, un tanto exasperado por la situación, y simplemente le tome por la cintura y le cargue bajo mi brazo el resto del camino.
Esto no le gusto al niño en lo más mínimo, ya que lloro con mayor intensidad aun, tratando de girarse y golpeando mi pierna. Eso sí me dolía.

Los niños no sabían en su totalidad la gravedad de mis heridas, y tampoco la iba a tomar contra mi niño por hacer lo que estaba en su alcance por tratar de detener su castigo en medio de semejante rabieta. Pero esto tenía que acabar.

Al llegar a mi habitación dejé al niño en el suelo y cerré la puerta. Necesitaba que Lautaro se calmara…y necesitaba tener una idea clara de cómo iba a proceder.

No tenía duda alguna de que este niño se iría bien calentito de aquí, eso lo sabía, pero tampoco era como si simplemente empezaría a repartir nalgadas como quien reparte dulces en media piñata.

Cuando Lautaro vio le había soltado, salió corriendo hacia la puerta, aunque yo estaba parado justo delante de ella para evitar eso mismo. Trato de empujarme, balbuceando cosas que, debido a su llanto, no podía entender. Cuando vio que empujando no lograba nada, me mordió.

PLAS

No iba a esperar que se calmara para que no me mordiera. Le di una fuerte nalgada y con suavidad, le alejé un poco de mí. “No.”

El niño se llevó la mano atrás, cubriéndose y viéndome con ojos grandes, y por primera vez desde que toda esta locura había comenzado tenía su atención. Saque todo temor, toda duda, toda incertidumbre y deje que mis instintos me guiaran…recordando un poco la forma que Melissa y Michael le hablaban a sus hijos cuando menores, la forma en que la misma Paula le había hablado a Daniel hace un par de días atrás.

“Lautaro, respira.” Le ordene, poniendo mi mano en su pecho por alguna razón, aunque esto pareció calmarlo, más cuando me arrodille frente a él. “Vamos, no, no, no, no, mírame…shh, shh, shh, shh,” El niño me vio a los ojos, y me sentí realmente mal viéndolo así.

“Vamos, mi amor, respira conmigo, ¿sí?” Le pedí, inhalando profundo y haciendo un gran show de como exhalar. Aun así, esto pareció ayudarle, ya que siguió mi ejemplo.

Inhalo y exhalo, y pude ver como se iba calmando de a poco…y yo también. Su llanto estrepitoso paso a ser uno bajito, su labio le temblaba un poco, pero era lo normal.

Finalmente, se calmó en su totalidad, aunque creo que ahora se mortificaba por todo lo que había pasado. Se fue sonrojando y esquivo mi vista, mordiendo su labio y limpiando el resto de sus lágrimas.

“Muy bien,” Le felicite un poco, levantándome y guiándole hacia la cama, “Ahora sí, tu y yo vamos a hablar.”

“No…no quiero…”

“Yo tampoco quería ver un desplante como el que vi.” Le dije, y tal vez no eran las palabras correctas, pero mi paciencia no había sobrepasado mis limites, estaba siendo llevada al espacio. “¿Qué fue eso, Lautaro?”

Solo se encogió de hombros, dejando caer varias lagrimas en el proceso. “Estas molesto?” De nuevo, solo se encogio de hombros. Bien. “Tiene que haber una razón por la que estabas tan molesto.”

De nuevo, no dijo nada, más bien parecía que mis preguntas le indisponían. Tenía un firme puchero en sus labios y se cruzó de brazos. “Si quieres llorar puedes hacerlo,” Le dije al final, rindiéndome con las preguntas, “Si quieres gritar, está bien, lo entiendo, pero no puedes ni tirarme cosas, ni mucho menos pegarme, empujarme o morderme.”

Creí me pediría perdón, se miraría arrepentido, pero solo me vio como si le estuviera diciendo que el cielo es azul. No llegaría a ningún punto con él, así que decidí dejar de hablar por ahora.

Me senté en la cama y le vi, “Bájate los pantalones.” Le pedí, queriendo que entendiera lo que estaba por pasar. Me vio con el ceño fruncido y se los bajo de un tirón, casi como si me estuviera desafiando.

No supe que más hacer, me sentía perdido. No sabía si continuar con lo que me proponía, o si simplemente darle uno o dos azotes y dejarlo así.

Recordaba una y otra vez las palabras de Paula de esa tarde, y junto a ellas también recordaba los consejos que Melissa y Michael me habían dado…y los miles de reportajes de como este tipo de castigos solo empeoraban el comportamiento de un niño.

Me sentí perdido, y el debate interno de que hacer me estaba volviendo loco.






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