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Segundas oportunidades
Autora: Gabi
Capítulo: 10, Confianzas Ganadas
El fin de semana fue un tire y
encoje con Lautaro. El niño evidentemente detestaba las matemáticas y yo detestaba de
igual manera escucharlo llorar o lamentarse, aun asi, logramos terminar todo el
material que habían enviado a casa. No solo el que había hecho durante la
semana, pero también el material extra que aparentemente la maestra Davidson
vio como necesario enviar a casa.
Para poder tener evidencia del material hecho,
decidí tomar fotos de lo hecho antes de meterlo en la mochila del niño. Algo me
decía que algo pasaba allí.
No sé quién se sentía más nervioso ese lunes,
si el niño o yo. Decidí llevarlos a la escuela y hacer algunos mandados que
debía hacer. Al medio día me encontré en el restaurante de Paula, sentado en
aquella butaca por mí mismo mientras la observaba atender a los clientes.
No habíamos hablado más allá del típico
saludo, y por alguna razón me encontré queriendo hablar más con ella. No sabía
que decirle, por lo que cada vez se acercaba a mi mesa me encontraba
sonriéndole como un idiota o simplemente ignorando su presencia mientras miraba
una y otra vez los mensajes viejos de Melissa.
Después de casi una hora de esto, ella se paró
frente a mí al otro lado del mostrador y me vio fijamente. “Y bien, ¿ya decidiste lo que me querías decir?”
No me esperaba que fuera tan directa, y no pude sino compararla con Mary. A
diferencia de ella, Mary siempre había sido tímida, paciente y nunca podía ser
directa, siempre esperando a que yo diera el primer
paso.
“No sé a qué te refieres.” Me defendí, tomando la taza de café solo para
darme cuenta que ya estaba vacía.
“Tienes alrededor de quince
minutos viendo el mismo mensaje y fingir que estas enfriando el café que ya te
tomaste.” Me dijo, “O esperas desesperadamente que la persona te conteste, o
tienes algo que decir.”
“Los niños
realmente amaron pasar la tarde contigo,” le dije, sin siquiera tener
una idea clara de que es lo que quería decir, “Si
gustas…no hoy, porque…es noche de escuela, pero podría ser este viernes, si no
tienes otros planes…no hay mucho que hacer con este clima, y habría que ver
cómo está el clima, también, ahora que lo pienso. Pero, si el clima está bien,
y no tienes nada que hacer, y si todo está bien, solo si te sientes cómoda,
tampoco te quiero forzar a nada-“
“Yo cocino.” Me interrumpió, con una gran sonrisa en su
rostro.
“Eh…que?”
“Sí, podemos pasar la tarde
juntos con los niños. Por los niños.” Me dijo divertida, “Y para evitar pasar la
noche en el hospital intoxicados, yo cocino.”
No pude evitar la risa que se dibujó en mi rostro ante sus palabras, asintiendo como si me
ofreciera un millón de dólares. “Perfecto.” Le dije, “Los niños estarán felices. Pero deberías de saber,
puedo cocinar huevos y tocino…además de hotdogs y emparedados.”
Ella me vio divertida, negando con su cabeza. “Wow…cuando necesite un chef te contrato.”
Al llegar la tarde me alegre al ver que no
recibía ninguna llamada de la escuela, tomándolo como una buena noticia y
dejándolo allí, además de que no podía dejar de pensar en lo que pasaría ese
viernes.
Pase por los niños y nos dirigimos a casa,
entre risas y bromas. Aunque note que Lautaro estaba un poco callado, lo
atribuí al difícil fin de semana que habíamos tenido.
“¡Papi, mira, mira!” Me dijo Daniel, mostrándome una gran estrella
en su manito. “Mi mae’ta me la dio porque saque
cinco!” Me dijo feliz.
“Yo también saque un cinco!” Dijo Logan, feliz y hablando de un trabajo de
matemática que habían hecho.
Ambos niños me contaban felices de su día, y
al llegar a casa corrieron a hacer diversas actividades. Al llegar la hora de
la cena me preocupe un poco al ver a Lautaro jugar con sus verduras, pero al
preguntarle me dijo que no le gustaban mucho. Me extraño, ya que las habíamos
comido antes, pero lo atribuí, nuevamente a cansancio.
“Y…como te fue a ti hoy?” Le pregunte, sirviéndole un poco más de leche.
“Bien.” Se encogió de hombros y tomo un bocado de las
verduras antes mencionadas.
Asentí, y decidí dejarle tranquilo, aunque esa
noche le mande a la cama más temprano de lo habitual. Tal vez solo necesitaba
descansar.
El día siguiente encontré un curso en línea
perfecto para lo que pensaba hacer, así que me inscribí y me empecé a alistar
para lo que ocuparía. Podría ocuparme en mis clases durante el día, y dejar la
tarde y noche para los niños.
Además de eso, empecé a hacer una lista de
compras para las navidades. Aunque mi presupuesto era un tanto limitado, me
podía dar unos cuantos lujos. Mis ahorros todavía eran vastos y podía pagar
buenos regalos no solo para mis niños, pero para mis sobrinos, incluidos los
dos hijos de Dante.
Decidí también planear un viaje para la semana
de año nuevo. Era ya más de un año sin ver a mis sobrinos y sería bueno pasar
ese tiempo en la ciudad con los niños. Sabía que Melissa lo amaría, y así
podría presentárselos al resto de mi pequeña familia.
Por ende, el día paso volando y cuando menos
acorde tenia a los niños devuelta en casa. Note lo callado que Lautaro estaba,
pero no pensé más y solo le ayude a hacer la tarea, aunque note lo frustrado
que se ponía fácilmente.
Al terminar, no me dio el usual abrazo,
simplemente tomo el papel aquel y lo metió bruscamente a su mochila. Cinco
minutos después tuve que separar una pelea entre Lautaro y Logan. Estaban a
punto de agarrarse a puños, mientras Daniel lloraba a un lado.
“¡Ya basta!” Les grite, tomándolos por el cuello de sus
camisas y sacudiéndolos bruscamente. “¡¿Pero qué
diablos les pasa?!”
“¡Golpeo a Daniel!” Acuso Logan, señalando a Lautaro airadamente,
y tratando de golpearle.
“¿Y eso te da derecho a
golpearle tú?” Le
pregunte molesto, separándole aún más.
“No…” Me dijo, algo temeroso de mi reacción.
Agotado y sin saber qué hacer, simplemente
suspire. Había sido un buen día, y lo último que quería era tener que castigar
alguno de ellos. Logan se miraba arrepentido, mirándome con cara de pena, avergonzado
de sus actos. Cuando vi a Lautaro esperaba encontrarme con lo mismo, mayor fue
mi sorpresa cuando el niño denotaba ira y molestia, viendo no solo a Logan con
cólera, pero a Daniel también.
Recordando que Daniel estaba herido, me dirigí
a él y le tomé su bracito, que sostenía con una de sus manos. “Déjame ver, hijo.” Le dije, tratando de
tranquilizar su llanto.
Tenía un golpe arriba en su bíceps, y supe que
probablemente le saldría un cardenal, además de que había varios rasguños en su
rostro y cuello y al levantar un poco su manga vi que tenía una mordida en su
hombro.
“Porque hiciste eso?” Mi voz sonó aún más brusca de lo que había
querido. Podía sentir mi sangre hervir al ver que alguien había herido a mi
niño, pero recordaba una y otra vez que ese alguien era también mi niño, por lo
que mantenía mi enojo a raya.
Vi el susto en el rostro de Lautaro, que abría
y cerraba su boquita una y otra vez sin saber que decir. Creí ver un atisbo de
dolor en sus ojos, pero lo ignore y me centre en los golpes que le había dado a
su hermanito menor.
“Papi,” Lloro Daniel, pegándose a mí y aferrando su
manita en mi pantalón, “Me duele.”
Las palabras de Daniel desataron la ira de
Lautaro, quien cambio su cara de susto a una de enojo fulminando a su hermanito
con la mirada. Supe que no llegaría a nada con el, así que, tomando a Daniel en
brazos para ir a curarle sus heridas de guerra le mande a mi habitación a
esperar.
Le vi subir, confundido del porque estaba tan
enojado, recordando que ni siquiera sabía porque se habían peleado en primer
lugar.
Fui por mi kit de primeros auxilios, al cual
le había ido agregando más y más cosas en las últimas semanas, como eran
curitas de colores y con personajes de caricaturas.
Termine de tratar a Daniel y luego observe a
Logan, que no tenía ninguna herida a la vista. Pregunte, rompiendo el silencio
que nos había invadido.
Ambos niños intercambiaron mira“¿Me pueden explicar que paso?” das, para que
luego el mayor solo se encogiera de hombros. “No
se,” dijo Logan, “La verdad yo venía del
baño cuando vi a Lautaro golpeando a Daniel.”
Ambos dirigimos nuestras miradas al más
pequeño, que había dejado de llorar y simplemente observaba la curita de
perritos que le había colocado en uno de los rasguños de su brazo. “¿Que paso, hijo?”
El niño levanto su mirada, viéndome con ojos
grandes y llenos de culpa, esnifando y haciendo un puchero. “Solo que’ia los colores de ‘Tauro.” Me dijo
tristón.
“¿Y no te los quiso dar?” Eso sonaba extraño, por lo general Lautaro no
tenía problemas compartiendo sus cosas cuando se los pedían.
“Noo…es que…es que…” Me vio con nervios, para luego bajar su carita
y susurrar, “Los estaba buscando en su mochila sin
permiso.”
Ante sus palabras suspire, creyendo entender a
profundidad lo que pasaba, “Daniel, sabes muy bien
que no se toca lo de los demás sin permiso.” Le regañe, levantando su carita por su mentón. “Si quieres algo que no es tuyo,
debes pedir permiso antes.”
“Pero es que no me lo quería
dar!” Gimoteo,
acusando a su hermano de lo que para él era una gran ofensa.
“Pues te aguantas,” le dije un poco brusco, “Tú tienes los tuyos, y si uno de tus hermanos no te
quiere prestar algo respetas su decisión.”
“Pero es que deje los míos en la
escuela.” Lloriqueo,
tratando de hacerme entender porque tenía ese gran dilema.
“Pues vienes y me dices a mí que
necesitas marcadores, colores o lo que sea que necesitas, pero no tienes
derecho a tocar lo que no es tuyo, ¿estamos claros?”
“Paaaapiiiiii!” Gimoteo, pateando un poquito.
“Papi nada,” Le dije algo duro, “¿Estamos claros, Daniel?”
El niño me vio un poco enojado, pero asintió. “Bien,” Proseguí, aunque me sentía mal de ser
tan severo con él, “Le debes una disculpa a tu
hermano.”
“¡Pero él me golpeoo!” Acuso en voz chillona, mostrándome su curita
como si no la hubiera visto antes.
“Y muy mal hecho, eso no se hace
y él se va a disculpar contigo por eso, pero no quita que tú también le
ofendiste.” Ante mis
palabras, Daniel simplemente se cruzó de brazos y asintió, dándome un “perdón”, un tanto de mala gana.
Con un nuevo suspiro, le puse de pie y,
sintiéndome un monstruo, le di cuatro nalgadas, haciendo que inmediatamente se
pusiera a llorar. Aunque no habían sido fuertes, tampoco habían sido flojas y
supe le habían dolido así que le tome en brazos e, ignorando la mirada molesta
de Logan, camine con él por toda la cocina para calmar su llanto.
Me tomo unos quince minutos, y para cuando
finalmente se tranquilizo estaba más dormido que despierto. Supe que sería
imposible darle un baño esa noche así que simplemente subí a ponerle su pijama
y a meterlo en la cama, quedándome a su lado hasta que se durmió.
Sabia estaba evitando lo que tendría que hacer
con Lautaro, pero aun así baje por el botiquín y le ordene a Logan que se fuera
a bañar, que seguía viéndome algo molesto.
“No debiste pegarle a Daniel.” Me reclamo sentado desde el sofá, con un suave
puchero y cruzados de brazos.
Realmente ese día debía terminar lo antes
posible. “No voy a discutir contigo lo que debo o
no debo hacer.”
“Esta chiquito, y no hizo nada
malo.”
“Y allí es donde tu estas mal.
Si, esta pequeño, pero por eso debe aprender desde ya a respetar a los demás.
Mira Logan, no voy a entrar en un debate contigo, ya quedamos claros que el que
manda soy yo, tu eres un niño todavía y no te voy a dar explicaciones. Ahora,
al baño, ¡rápido!”
Fue evidente que mis palabras le molestaron,
viéndome con enojo, pero no dijo nada más, se levantó y subió corriendo las
escaleras, cerrando la puerta del baño un tanto más fuerte que lo que debía.
Cansado, finalmente entre a mi habitación
listo para una nueva batalla, pero para mi sorpresa Lautaro se había quedado
completamente dormido. Me acerqué a él, que estaba acurrucado a un lado de mi
cama y pude ver que había llorado mucho. No solo tenía lágrimas en sus pestañas
todavía, pero la almohada estaba mojada al igual que sus mejillas.
Sentándome a su lado me debatí si despertarlo
o dejarle dormir, pero mientras me decidía empecé a revisar por heridas. Tenía
uno que otro arañazo, seguramente dado por Daniel debido a sus pequeños
tamaños. Al ponerle el antiséptico creí despertaría, pero solo se quejó un poco
en sueños para volver a dormirse.
Me pareció un poco increíble que, a pesar de
que le moví varias veces Lautaro no despertó en ninguna de ellas. Al final
decidí dejarle dormir y me fui a buscar una de sus pijamas. Al entrar a la
habitación de los niños, Logan ya estaba en su cama con uno de los libros que
le había comprado.
“¿Le mataste?” Me pregunto, viéndome un tanto curioso.
“Creí que no me hablabas.” Le dije, apoyándome en el barandal de su cama
y quedando frente a él y sonriéndole.
“Sigo enojado.” Me dijo con un puchero, cerrando su libro.
“Tienes el derecho.” Tome el libro y le despeine un poco, “ya no tienes que encargarte de tus hermanos, Logan.
Déjame ese trabajo a mí.” El niño me vio un momento, asintiendo a pesar
de la duda que podía ver en su mirada. “Bien,
ahora, a dormir.” Le arrope y bese su frente. Me sentí bien haciendo
eso, en realidad era la primera vez que lo hacía con él.
No me dijo nada, solo me observo desde su cama
mientras buscaba el pijama por la que había ido y salía de la habitación,
apagando las luces y deseándole una buena noche.
Esa noche Lautaro durmió conmigo, aunque puedo
decir que él durmió y yo hice el intento. El niño se movía sin cesar, a veces
lloriqueando en sueños como teniendo una pesadilla, algo que me extrañaba ya
que no había sucedido antes, ni siquiera cuando regresaron de donde el Señor
Gullier.
La mañana siguiente, aunque quise hablar con
él, me fue imposible. Entre apurarlos para que tomaran el desayuno y encontrar
los zapatos perdidos de Daniel, cuando menos acorde ya era hora de que salieran
o perderían el bus.
Por la tarde, Lautaro me rehuía. Me preocupe aún
más cuando casi no comió, haciendo sus tareas por sí mismo sin quejarse ni
pedir mi ayuda. Al terminar, la metió en apuros en su bolsón y salió corriendo
como si le persiguieran.
Y, de hecho, si le perseguían, ya que al verlo
huir subí detrás de él. Tocando la puerta de su habitación, entre sin esperar
invitación. Estaba acostado en su cama abrazado a su osito de peluche.
“Tenemos que hablar.” Le dije, sentándome un poco encorvado debido a
la cama de arriba. En realidad, no había mucho espacio para que un adulto se
sentara cómodamente allí, especialmente si era un
poco alto como yo.
“Le pedí perdón a Daniel.” Me dijo, escondiendo su carita en su peluche, “Y el a mí. Ya no le vuelvo a golpear.”
“Me alegra,” Le dije, empujando un poquito el peluche aquel
para verle a los ojos, “Pero eso no implica que tú
y yo no tengamos una conversación pendiente.”
Ante mis palabras, sus ojos se llenaron de
lágrimas y su labio empezó a temblar…y mi resolución de mantenerme firme
también tambaleo. “No lo vuelvo a hacer…” Gimoteo, escondiendo su carita
nuevamente.
“Eso espero,” Le dije, volviendo a quitar el peluche. “Me puedes decir porque te molesto tanto que buscara en
tu mochila?” El niño no dijo nada, solo se encogió de hombros y me vio
con cara triste.
Sabía que no lograríamos más, así que
simplemente le tome y le tumbe sobre mis rodillas.
“Si fuera la primera vez lo dejaría pasar con una simple advertencia, pero van
varias veces que te vas a los golpes o tratas de golpear a alguien cuando hacen
algo que no te gusta.” Le dije, bajando su pantalón un poco, aunque
decidí dejarle su ropa interior.
Sin mediar palabra alguna, bajé mi mano y
empecé con aquel castigo. Como me lo esperaba, Lautaro lloro como si le
estuviera descuartizando en añicos y no dándole un par de nalgadas solamente.
No fueron muchas, a lo más unas diez, pero el niño pareciera pensar que lo
había torturado a mas no poder.
Le subí el pantalón y le acomode en mis
brazos, parándome de aquel incomodo lugar y, como había hecho el día anterior
con su hermano, me pasee con él por la habitación, arrullándolo como si fuera
un niño de mucha menor edad.
No pude evitar un rápido pensamiento que los
tres niños eran pequeños para sus edades, y me hice una nota mental de
consultar con algún doctor o llevarlos a una consultoría rápida. Pero por
ahora, mi prioridad era tranquilizar a Lautaro.
No paso mucho para que dejara de llorar,
aferrado a mi como si fuera un monito o bebe koala.
“¿Ya más tranquilo?” le susurre, dándole un pequeño beso en la sien.
“No.” Me dijo en tono infantil, apretando su agarre
en mí.
“¿Seguro?” Le chinche, picándole un poco el costado y
consiguiendo una sonrisita, “Yo creo que sí, ¿eh?”
“Nooo…” me dijo otra vez, aunque volvió a reír cuando
le volví a apretar su costado.
“No?” Volví a hacerle cosquillas, logrando que del
llanto pasara a carcajadas, haciéndome sentir mejor y no como una mísera
escoria humana. “Bajamos a ver la peli?”
Contento, pero sin mostrar ni un rastro de querer bajar de su puesto, asintió.
La noche fue sin ningún otro drama, y el día
siguiente fue igual que los demás. Levantarme, hacer el desayuno, buscar los
zapatos de Daniel y uno de los de Lautaro, presionar a Logan para que se
apresurara, lo normal de cada mañana.
Eran las diez de la mañana cuando sonó el
teléfono. Pensando que podría ser Melissa, conteste con una gran sonrisa sin
siquiera ver la pantalla, para encontrarme con la voz de la secretaria de la
escuela de los niños.
Veinte minutos después me encontraba cruzando
las puertas de la escuela casi corriendo a la dirección, pensando que hace una
semana exactamente me había encontrado haciendo lo mismo.
“Señor Bellucini,” Me saludo el director que se encontraba en la
salita de espera fuera de su oficina, “Gracias por
venir tan pronto. Señorita Evans,” Se dirigió a una niña de la edad de
Logan que estaba parada allí, “Regrese a su salón
de clases, por favor, y en el camino entréguele esta nota a la maestra
Davidson.”
La niña asintió, tomo la nota y salió
corriendo del lugar, mientras que el hombre me indicaba pasara hacia su
despacho. Al entrar me percate que Lautaro estaba allí. No lloraba, pero estaba
como en estado catatónico, sin reaccionar mucho. Al verme, simplemente bajo la
mirada como si tuviera todo el peso del mundo en sus hombros.
“¿Estas bien?” Le pregunte, acercándome a él y viendo por si
tenía algún golpe, pero el niño estaba tan sano como cuando lo despache a la
escuela esa mañana.
“El niño esta físicamente bien,
Señor Bellucini.” Intervino
el director, indicándome la silla vacía frente a su escritorio, “Pero me temo que volvemos a tener el mismo problema de
la semana anterior.”
“¿Disculpe? Volvió a empujar a
alguien o a- “Sentí que me
hervía la sangre de a poco, si era eso, le daría la tunda de su vida a ese
niño. Justamente la noche anterior habíamos tratado el tema de las peleas.
“¡No, no, no!” Me dijo
rápidamente el director, viendo a Lautaro con una sonrisa triste. “No hemos vuelto a tener ninguno
de esos problemas con él. En realidad, se trata de las tareas, aunque me
gustaría que esperáramos a la Maestra Davidson para eso.”
“No entiendo,” Le dije, ignorando la parte de la maestra, “¿Salió mal en la prueba? Los ejercicios estaban bien
hechos, yo mismo se los revise.”
“Señor Bellucini, me temo que el
joven Almira no ha entregado ninguna de las tareas de matemáticas esta semana,
pero lo mejor será que-“
“Lautaro?” Interrumpí al hombre aquel. Algo estaba mal,
había gato encerrado.
El niño solo bajo la mirada, limpiándose una
lagrima que escurría por su mejilla. “Perdón…”
“¿Porque no los entregaste,
Lautaro?” Ante mi
pregunta el niño solo negó con su cabecita, haciéndose pequeño en aquella
silla.
“Si me disculpa, Señor
Bellucini, hay algo que no entiendo,” me dijo el director, quitando la atención de mi niño, “Usted dice haber revisado los trabajos del niño, pero lo
que el entrego es esto.” Me dijo, entregándome una carpeta. Al abrirla,
encontré las mismas hojas de tarea completamente vacías. Lo único que estaba
era el nombre escrito con un plumón rojo.
“Esto es imposible,” le dije, sacando mi móvil y buscando la
carpeta que habia hecho donde estaban no solo algunas fotos del niño haciendo
las tareas, pero de cada una de ellas hechas también. Le entregue el móvil al
director que se quedó viendo cada una de ellas, frunciendo el ceño cada vez
más, mientras que Lautaro me miraba algo sorprendido.
Había tomado cada una de esas fotos sin que él
lo supiera, usualmente esperando a que estuviera dormido para verificar que
todo estuviera en orden. Tal vez no era correcto, pero había tomado la manía
con cada una de las tareas de los tres niños.
El director observo cada una de las fotos, y
justo cuando estaba por entregarme mi móvil tocaron a la puerta. Al fin había
entrado la maestra de mi hijo, viendo al niño como si fuera una molestia. Creo
que no debía de ver esa mueca, pero la vi, y algo en mí se molestó aún más.
“Maestra Davidson, gracias por
venir,” Le saludo el
director, “hable con el Señor Bellucini, y la
verdad tengo algunas dudas.”
“No sé qué dudas puede tener,
los trabajos están en blanco.” Le
dijo ella, señalando el sobre.
“Tengo pruebas de que el niño
hizo cada una de sus tareas.” Le
dije, no pudiendo quedarme callado un momento más. En vez de estar en una
escuela, me sentía como si estuviese en medio de
una investigación policiaca.
“No sé qué clase de pruebas
puede tener,” me dijo con
ironía, “De alguna forma los trabajos que presento
el niño están en blanco. Dudo mucho que los haya borrado.”
“Maestra Davidson,” Regaño su jefe, viéndola con reproche, “El tutor del discente aquí presente tiene fotografías
del trabajo hecho.”
La mujer tomo el teléfono ofrecido con una
mueca de disgusto, para luego ver las fotografías tranquilamente. Cada segundo
que pasaba me molestaba más y más, hasta que puso el móvil sobre la mesa. “Este trabajo es de otro estudiante, no sé porque Lautaro
lo presentaría como suyo.”
No pude evitar la risa llena de sarcasmo que
salió de mi boca. “¿Esta mujer es idiota?” Pude ver la furia en la mujer,
mientras que los ojos azules de Lautaro se agigantaron al mismo tiempo que el
director levanto una mano como quien apacigua un animal. “Explíqueme, ya que es tan inteligente, ¿cómo voy a sacar
la tarea de otro estudiante que ni conozco y tomarle fotos con mi teléfono?”
Ante mis palabras la mujer se quedó sin
palabras, buscando ayuda en el director que la miraba expectante en espera de
su respuesta. “pues…eso no lo sé. Usted tendría que
explicárnoslo.”
No pude evitar reírme con sarcasmo, viéndola
como si se tratara de poca cosa. “Y la tengo, Maestra,” la palabra saliendo de
mi boca como un insulto más que honorifico, “mi
hijo hizo estas tareas en casa.”
Abrió la boca para replicar, su cara y orejas
enrojecidas, sus cejas tan pegadas que casi parecía una Frida Calo blanca y
gorda, pero el director nuevamente interrumpió. “Maestra
Davidson,” su voz fue serena pero firme, “¿A
que otro estudiante se le otorgo este trabajo?”
“Pues, al joven James Wenston
por supuesto.”
“Ya veo…joven Almira, creo que
el único que puede aclarar esta situación es usted.”
Al sentir la mirada de todos los adultos,
Lautaro voltio su mirada a mi buscando mi ayuda. Y aunque se lo hubiera dado
sin siquiera pensarlo, en esta ocasión no podía. “¿Lautaro?”
Al escucharme pronunciar su nombre, las
lágrimas que había estado conteniendo salieron de sus ojos y solo escondió su
rostro en sus manos, negando con su cabeza.
“Bueno, creo que la actitud del
niño demuestra que la tarea NO era de él.” Dijo la exasperante mujer.
Haciendo esfuerzo sobrehumano, me tragué los
insultos que le tenía y decidí enfocarme en mi niño. Me arrodille frente a él,
ignorando las punzadas de dolor que esto me ocasionaba y le levante su mentón. “Hijo, mi amor, mírame, ¿sí?” Pedí, con voz suave
como si de un cachorro asustado se tratase, “¿Qué paso?”
El niño volvió a negar con la cabeza como
pudo, aun con mi mano tomando su mentón, esnifando y llenando mi mano de lágrimas.
“Noo…” susurro,
“No quiero problemas.”
“Mi amor, ¿pero no vez que ya
tenemos problemas, cariño?” Le
hablé tan suave como pude, limpiando sus lágrimas con mis dedos. “Necesitamos que hables.”
Lautaro nuevamente negó, pero esta vez se
abalanzó sobre mí, enterrando su carita en mi pecho y apretando sus brazos en
mi cuello. No pude hacer más que abrazarle de vuelta, poniendo mi mano sobre su
cabello y sobando su espalda con la otra.
“Creo que lo mejor a este punto
es llamemos a James y a uno de sus padres.” Dijo el director, tomando el auricular de su
teléfono y marcando a su secretaria.
Veinte minutos más tarde había logrado calmar
a Lautaro, quien estaba sentado a mi lado. La maestra Davidson había regresado
a sus clases mientras que el director y yo hablábamos del porque los niños
estaban conmigo, además de la posibilidad de mover a Lautaro con otra maestra y
a otro salón.
Finalmente, cuando ya me empezaba a
desesperar, tocaron a la puerta, anunciando que el padre del otro niño había
llegado.
Creo que nunca hubiera visto venir. El hombre
que entro por esa puerta tenía un parecido a Lautaro que atemorizaba un poco.
Aunque Lautaro era bajo para su edad, y muy delgado, este hombre era alto y muy
delgado, pero sus ojos. Eran el mismo tono que el de mi niño, el mismo color de
cabello, aunque con varias canas por doquier y parecían tener la misma forma de
quijada.
Aunque era de muy mala educación, me le quede
observando casi sin parpadear, no queriendo sacar conclusiones.
“Juez Weston, gracias por venir
con tan poco aviso.”
Juez…juez… y de golpe, como si estuviera en una película
de Hallmark, la voz de Paula vino a mi mente, el recuerdo de una conversación
en mi cocina, “Escuche los rumores de que
se acostó con el juez…y tal vez sea cierto porque meses después Lautaro le hizo
compañía a Logan.”
O este pueblo estaba lleno de idiotas o la
gente simplemente se hacían los ciegos, pero era evidente que ante mi estaba el
padre biológico de mi niño.
El juez saludo amablemente al director para
después dirigirse a mí con una sonrisa, pero, al ver al niño en mis brazos se
frisó, poniéndose algo pálido, aunque sin perder la sonrisa que ahora era más
que forzada.
“En seguida llamaremos a su
hijo, señor Juez,” Le dijo el
director, que se miraba algo incómodo, “Pero por
ahora permítame explicarle la situación. Como le dije, el Señor Gabriel
Bellucini está cuidando temporalmente a los hermanos Almira, Lautaro es uno de
ellos y compañero de su hijo James, como bien ha de saber.”
Mientras el director le hablaba del problema
al hombre no podía, pero observarlo y ver las similitudes entre él y Lautaro.
Eran casi como calcados el uno del otro, pude ver que Lautaro se parecería
mucho al hombre cuando mayor y por algún motivo saber eso me dolió.
No quería que Lautaro se pareciera a ese
hombre…no podía hacer nada por el físico, aunque
hay cirugías para cambiar la apariencia, pero si podía hacer algo para que
no se parecieran en su actuar, en sus valores y en saber cuándo uno debía ser
responsable de sus hechos.
Volviendo a los clichés, padre es el que cría
no el que engendra, y en este caso estaba decidido a ser el padre del niño. No
era sorpresa que el juez sabia Lautaro era tan hijo de él como el otro mocoso.
Y como si del diablo se tratara, solo pensé en
él y el niño apareció. No pude evitar levantar una ceja ante el niño. Cabello
obscuro, ojos obscuros, cara redonda. Aunque mucho más alto que mi hijo, no se
parecía en casi nada al juez. De hecho, cualquier extraño hubiera deducido que
Lautaro era su hijo antes que el abusivo.
Y abusivo era en realidad el apelativo a usar.
Una vez el otro niño entro, soltó toda la sopa. Al igual que mi hijo, a este
tampoco le gustaban las matemáticas, tal vez algo de familia, pero a diferencia
de Lautaro, este no había recibido ayuda en casa. Su solución fue robarle los
trabajos a mi niño y hacerlos pasar por suyos.
Después de hacerlo la primera vez y salirse
con la suya, lo hizo una segunda, tercera y cuarta vez. Finalmente, se volvió
un habito.
Viendo que su compañero soltaba toda la sopa,
Lautaro finalmente hablo. Acusando sin ningún tapujo al otro niño.
Nos tomó casi una hora llegar a una conclusión
para lo que parecía un gran dilema. El otro niño, James, seria sancionado por
la escuela. No solo perdería los puntos de todas las tareas robadas, las cuales
pasarían a ser de Lautaro, pero tendría que hacer trabajos extras durante sus
días de detención.
Tanto la maestra Davidson como James se
disculparon con mi hijo, y, aunque el dichoso juececito no lo miraba a los
ojos, este también se disculpó con ambos por lo que su hijo había hecho con su compañero.
A pesar de que para los niños esas palabras no
tenían gran significado, supe leer entre líneas lo que me quería decir.
Despacharon a Lautaro a casa por el resto del
día y con eso deje al director resolviendo el problema disciplinario con el
juez y su hijo. Por lo poco que pude escuchar, el niño se llevaría un castigo
más directo de parte de la escuela.
Una ventaja de vivir en un lugar tan
conservativo donde la disciplina no era mermada…aunque dudaba que el trasero
del otro niño tuviera el mismo sentir.
El camino a casa fue corto y en silencio.
Lautaro no quitaba la vista de sus manos mientras que yo solo pensaba una y
otra vez lo que había pasado. No entendía por qué el niño simplemente no había
venido a mí, o no había querido hablar.
Llegando a casa aparque, pero ninguno hizo el
amago de bajarnos. Apague el auto y, dejando las llaves en la ignición, observe
la casa. “Porque?” Pregunte finalmente,
haciendo que Lautaro me viera al fin, “¿Porque no
me dijiste nada? ¿Porque no quisiste hablar?”
“Perdón…” Me susurro, dejando caer varias lágrimas.
“No, Lautaro, no quiero
disculpas, quiero una explicación. Todo esto pudo haberse evitado si me
hubieras dicho que alguien te molestaba.”
Creí que el niño no me respondería, pero luego
se giró para verme, y me sorprendí de ver un ramalazo de enojo en su mirada. “¡No soy un bebe!” Me grito, soltando sus lágrimas.
“No me grites.” El regaño salió rápidamente de mi boca,
frunciendo mi ceño, “¡No solo los bebes necesitan
ayuda, niño! Todos necesitamos ayuda hasta cierto punto en nuestra vida.”
“Todo estaba bien hasta que la
maestra se metió.”
“¿Eso crees? ¿Aplazar una clase
es estar bien? ¿Trabajar para otro sin compensación alguna es estar bien?”
Ante mis palabras el niño me vio un poco
confundido, “¿Que es crompación?”
“Que?”
“Dijiste que trabajar para
alguien más sin crompación es malo.”
“Compensación, Lautaro.
Com-pen-sa-ción.” Pronuncie
despacio, finalmente quitando las llaves de la ignición. “y significa que cuando haces algo por alguien, esta otra
persona te da algo a cambio.”
“¿Como un pago?”
“Es exactamente como un pago,
hijo.”
Lautaro solo asintió, y esa pequeña
conversación sirvió para calmar mi enojo. “Vamos,” Le
dije finalmente, abriendo mi puerta y tomando su mochila para cargarla yo
mismo.
No espere a ver si me seguía, pero pude
escuchar la puerta del auto abrir y cerrar y luego entramos a casa. Deje la
mochila justo al lado de la puerta y camine a la cocina. Necesitaba algo que
tomar, aunque por ahora lo único que tomaría seria agua.
“¿Me vas a pegar?” La voz del niño me hizo girar. Me miraba con
incertidumbre, tapando sus nalguitas como si fuera a tomarlo y empezaría a
pegarle a lo bruto. No pude evitar entristecerme ante esto, además de querer
protegerlo de todo lo malo, incluyendo al hermano que hoy descubría tenia.
“Por supuesto que no, amor.” Le dije, dejando el vaso en la encimera. A
pasitos cortos se acercó a mí y se apoyó a mi lado, mientras yo pasaba mi brazo
sobre sus hombros.
“Pero estas enojado conmigo.”
Mi única respuesta fue tomarlo en brazos y
darle un gran beso, abrazándolo fuerte a mí, y él me abrazo de vuelta,
envolviendo sus piernitas a mi cintura y pasando sus brazos por mi cuello. “Estar enojado contigo no es razón para castigarte,
Lautaro.” Le explique, aunque creo que no entendió mis palabras…creo que
hay adultos que no entienden ese concepto.
Permanecimos abrazados por un momento hasta
que se separó un poco de mí. Le senté junto en la encimera, dándole mi vaso de
agua para que tomara un poco. “Lau, ¿sabes porque
estoy enojado?”
“¿Porque nos metimos en
problemas?” Me dijo,
sosteniendo el vaso con ambas manos.
“No.” Le dije, tomando el vaso que me ofrecía. “Piensa bien, ¿qué crees que me molesto de todo esto?”
Con su cabeza ladeada, pude ver como se
esforzaba por encontrar la respuesta. “¿Porque la
Maestra Davidson te regaño?” La pregunta iba cargada de duda, con su
naricita encogiéndose haciendo que se viera
adorable.
No pude evitar sonreír ante
esto, “No, cariño.”
“Si…tu regañaste muy feo a la
Maestra Davidson…creí que te daría detención, pero no sé si puede hacer eso con
los papás.” Me reí ante las ocurrencias del niño,
revolviendo su cabello.
“Bueno, creo que la maestra se
lo gano por no creerte. Pero no respondes mi pregunta, ¿porque estoy molesto?”
El niño me vio, como si me estaba analizando
profundamente. “No sé.” Me dijo con toda
sinceridad, lo que en realidad estaba buscando.
“Lautaro, si algo malo pasa,
algo muy, muy grande necesito que hables conmigo. Sé que a veces cuesta, pero
en el caso de hoy, te preguntamos varias veces y nunca dijiste nada. Por eso me
molesté, Lautaro, ¿cómo puedo ayudarte si no me dices lo que te pasa?”
El niño no dijo nada, solo vio hacia sus pies
que guindaban y se mecían de adelante para atrás suavemente. Después de varios
minutos de silencio un tanto incomodo, hablo en casi un susurro, “Es que…siempre soluciono las cosas solo.” Me dijo
bajito, “Y si le decía a Logan se metería en problemas por ayudarme.”
Sus palabras me dolieron, pero me hicieron
entender que a pesar de su corta edad la realidad que habían vivido era dura,
mas allá de lo que muchos podíamos ver. Durante todos sus años de vida, estos
niños solo se tenían los unos a los otros.
“Pues no más.” Le dije, levantando su mentón suavemente. “Ahora me tienen a mí.” Le dije, aunque fue una
promesa que cumpliría, aunque la vida se me fuera en ello.
Me dolió ver la duda en los ojos de mi niño,
pero entendía que sería difícil confiar en un adulto después de que todos,
incluyendo tu propia madre, te decepcionaban constantemente. “Lautaro, hijo, ¿entiendes que ya no estás solo?”
El niño me estudio, no quitaba sus ojos de los
míos. Parecía buscar desesperadamente algo que nunca había tenido, y por lo
tanto parecía estar perdido y confundido. “Ya no
están solos, amor.”
No esperaba el abrazo que recibí, fue un
abrazo espontaneo, pero pude sentir lo indefenso y perdido que se sentía, la
forma desesperada en que se aferraba a mi camiseta. Le abrase con la misma
fuerza, sino es que mayor.
Después de varios minutos, Lautaro se separó
de mi feroz abrazo, aunque no se distanciaba de mí. “Daniel
te llama papá.”
Mis cejas casi tocan la línea de mi cabello,
aunque no pude evitar mi sonrisa. Los celos que aparecían eran tan evidentes
como los rayos del sol en pleno verano. “Si, eso es lo que él quiere.” Le dije,
regalándole una pequeña sonrisa. “¿Tú quieres hacer
lo mismo?”
Me vio con timidez, mordiendo su labio
inferior. Era evidente que se encontraba nervioso, y yo me encontraba igual. Su
silencio me hacía dudar de que, tal vez, yo solo era un extraño más para estos
niños. No había sangre de por medio para un amor tan grande como el de un padre
a un hijo. “Puedo?”
Su pregunta me sorprendió y me lleno de una
infinita felicidad, sintiendo el orgullo hacia esa criaturita llenar mi pecho.
Le abracé con mayor fuerza, depositando besos sobre su cabello mientras me
sentía el hombre más feliz del planeta. “Más que
poder, sería un honor para mí, hijo.”
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