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viernes, 25 de septiembre de 2020

Capítulo 7, Encontrando el Sentido




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Segundas oportunidades
 Autora: Gabi 
  Capítulo: 7, Encontrando el Sentido.

Me encontraba sentado en la obscuridad de mi sala. No sabía qué hora era, pero desde que los niños se habían marchado lo único que pude hacer fue sentarme en el sofá, mis codos en mis rodillas, mi mentón sobre mis manos.

Todavía podía oír el llanto desesperado de Daniel, mientras se aferraba a mi pierna rogando poder quedarse. Aun así, el llanto silencioso de Lautaro parecía ser más fuerte aun que el del más pequeño. Se aferraba a su oso de peluche fuertemente, sus ojos desubicados mientras me miraba con incertidumbre sin despegarse de Logan. Logan, por otra parte, aparentaba una serenidad que me lleno de temor.

Parecía haber aceptado aquello, sin mediar palabra simplemente sosteniendo la única maleta que llevaban. Aunque no se movía del lugar donde le había ordenado permaneciera, parecía aceptar que ese era su destino. Que mi casa no era la suya, y que debía abandonar aquel lugar sin inmutarse. Aun así, podía ver el dolor y la ira en su mirada, podía ver el odio con el que observaba a su madre.

En ese momento me inundaba el temor y la impotencia. Aunque al principio me negué a dejar ir a los niños, Diana amenazo con ir a las autoridades. Le daba todo poder legal sobre los niños al Señor Gullier, y yo no era nadie para poder impedirlo.

Nos encontrábamos en plena pelea en medio de mi porche cuando los niños llegaron. Se quedaron petrificados a medio jardín. Parecían perdidos, confundidos, y dolidos.

“Mis amores!” Grito Diana, corriendo a ellos y abrazándoles, aunque Daniel se escurrió de sus brazos y corrió a esconderse detrás mío. Pude ver el odio con el que Diana me miraba ante esto, pero simplemente sonrió y se dirigió a sus otros dos hijos. “Que creen?” Pregunto con una voz condescendientemente dulce, “Me tengo que ir por un tiempo…cortito…cinco o seis meses, solamente. No es nada, ¡pero mientras tanto arregle que se queden con el Señor Gullier en ese tiempo!”

No podía creer el dolor que esas palabras causaban en mí. Creí que nunca volvería a sentir dolor desde el día en que tuve que pararme frente a la tumba de mi Mary por primera vez.

“Yo no quiero…” Lloro Daniel en una voz suave, escondiendo su rostro en mi pantalón y aferrándose con sus manitas a él. Puse mi mano sobre su cabello, aferrándome de alguna forma a la noción de que esto mejoraría, pero sabía que no era posible.

“Podemos hacer lo que la señorita dijo” Me susurro Gullier, escupiendo en el suelo, y viéndome tranquilamente.

No, sabía que si llamaban a la policía sería peor. Legalmente no tenía ninguna autoridad. Legalmente no había nada que pudiera hacer. Me encontraba parado con respiración agitada y puños cerrados sin poder hacer nada. Vi a Daniel y a Lautaro, quien se escondía detrás de su hermano, y luego, vi a Logan.

Sus ojos, de alguna forma, me imploraban hiciera algo…dijera algo. No podía. Tenía todas las de perder…y perdería a esos niños que se habían convertido en un par de meses o más importante para mí. No queriendo ver la decepción sabia encontraría, aparte mi vista y cerré los ojos por un minuto. Mi reacción bastó para que el niño supiera mi decisión.

 “Supongo tenemos que irnos ya.”

“Ay, ¡sabía que tú me entenderías!” Exclamo con alegría Diana. “Bien, si tienen todo vayan con el Señor Gullier.”

“Deja al menos se lleven sus cosas.” Al fin pude decir algo, mi vos apenas audible.

El Señor Gullier asintió, aunque Diana pareció confundida ante esto. “Pero…¿no tienen ya sus mochilas? ¿Que más pueden necesitar?”

“Señorita, podemos esperar. No es como si hoy vayan a poder hacer mucho en la granja.”

Las palabras del hombre aquel hicieron que me causaran más dolor aun, sabiendo que nuevamente los niños perderían la oportunidad de ser niños para convertirse en empleados de granja, como si estuviéramos en los 1800s nuevamente.

Con un bufido, Diana accedió. “Pero rapidito que tengo mil cosas que hacer.” Ordeno, caminando tras de ellos para entrar a mi casa.

“Eh, alto allí, señorita,” la detuve, “Ustedes dos se quedan aquí.”

“¡Pero hace frio!” Exclamo ella, pero antes de poder responder sentí un jalón en mi pantalón cuando, al pasar cerca mío, Logan tomo de la mano a Daniel y le jalo.

“¡No quierooo!” Lloro el niño, dejando caer algún proyecto escolar que había estado sujetando todo este tiempo.

“Daniel, ¡vamos!” Le espeto Logan, mientras sus cachetes se enrojecían en ira. Puse mi mano sobre la mano del niño mayor y negué suavemente con mi cabeza. Logan bufo, pero, sin decir más, soltó la mano del más pequeño y entro a la casa, azotando la puerta en su camino.

Lautaro se quedó parado, viendo a su madre y el Señor Gullier que susurraban entre ellos, el lugar por donde se había ido su hermano mayor y luego a mí. Con dolor debido al frio, me pude arrodillar para ver a Daniel, quien lloraba sentidamente. “Daniel, hijo, mírame,” le pedí en un susurro, sintiendo el nudo en mi garganta.

Ese nudo incremento el momento que el niño me vio, sus mejillas sonrojadas y mojadas, sus usuales ojos alegres llenos de tristeza y dolor. “No quiero que me lleven.” Me dijo entre hipidos, “¡Esta es mi casa!”

No pude decir más, simplemente lo atraje hacia mí en un fuerte abrazo mientras mis ojos se llenaban de lágrimas. Cerré mis ojos y escondí mi vista lo mejor que pude de todos, y luego, tratando de tomar fuerzas de donde no las hay, le separé de mí, “No tienes opción. Ve con tus hermanos y has tus maletas.”

Por un momento el niño me vio con confusión y con dolor, luego, puso una de sus manitos en mi mejilla. “¿Me vas a extrañar?”

Hasta el día de hoy me preguntare como resistí no tomar a los tres niños en ese momento y huir con ellos a otro país. “Claro.” Le dije con una sonrisa, como si simplemente fueran a pasar la noche fuera, aunque tenía una piedra alojada en mi garganta.

Daniel asintió, tomo aire y se limpió sus propias mejillas. Vio a Lautaro que empezaba a llorar, como si comenzara a entender con mayor profundidad lo que sucedía, y le tomo de la mano.

Sin mediar palabra alguna ambos hermanos entraron a la casa, dejándome literalmente destrozado en el suelo. Al sentir la mirada de los otros adultos me puse de pie rogando que el dolor, no solo físico, pero interno que me estaba destruyendo no se notara. Aunque creo que por primera vez logre ocultar mis sentimientos gracias al odio y aberración que sentí hacia ellos.

“Eh…mire, Señor Bellucini,” Empezó el hombre aquel, viéndome por primera vez apenado, “Si usted quiere visitar a los niños de vez en cuando puede hacerlo.” Y por primera vez miraba algo de humanidad en él. “Bueno…no tan seguido. Después de todo, necesito que los más grandes trabajen en la granja y el más pequeño…seguro le puede ayudar a la doña en algo.” Y así la humanidad que había visto en el hombre desapareció. Con eso me confirmo aún más lo que ya sabía, solo quería a los niños para trabajar en su granja.

Al bajar, los tres se quedaron parados juntos, aferrándose los unos con los otros, con Logan aferrándose a una pequeña maleta, Lautaro y Daniel cargando sus osos como si fueran una barrera protectora.

“¡Ay, que lindos!” Exclamo Diana, viéndolos bajar, “Pero… ¿no están como que muy grandecitos para esos juguetes? Digo, no creo que sea lo mejor que los lleven ¿sí? O sea, yo se los regale hace mucho pero no creo que- “

“No,” Dijo Gullier, viendo a los niños obviamente ya cansado, “déjelos lo lleven y vámonos ya que demasiado tiempo he perdido.”

Allí fue cuando todo se vino a pique, Daniel inmediatamente se apegó a mi pierna, estallando en llanto suplicando quedarse. Mientras tanto, Lautaro empezaba a llorar, pegado a Logan y aferrado a aquel oso, escondiendo su rostro en él.

“Puedo cuidar de ellos.” Suplique apenas audible, poniendo mi mano sobre la cabeza de Daniel.

Y eso desato el caos. Mis palabras parecieron hacer que Diana perdiera el poco atisbo de decencia le quedaba e inmediatamente agarro a Daniel de la mano y le jalo, declarando que ya se iban. Esto hizo que el niño se aferrara a mi pierna gritando con toda la fuerza de sus pulmones que no quería irse, rogándome por dejarlo quedarse, mientras Lautaro me miraba con incertidumbre y Logan…Logan parecía haberse desprendido de todo sentimiento.

Todo paso tan rápido que me es como una pesadilla de la cual acabas de despertar. No tienes claro los detalles, pero todavía puedes sentir el temor y miedo puro en todo tu ser…y lo que más me atormentaba era que no era una pesadilla.

Una vez metieron a los niños al viejo auto de aquel hombre decidí que lo mejor sería entrar a la casa, tratar de ignorar el llanto de los niños, las miradas acusadoras y las palabras vanas y secas de aquella mujer. 

No sé cómo camine hasta el sofá y me deje caer y allí había permanecido recordando todo lo sucedido una y otra vez, formulando hipótesis en mi cabeza de lo que debí haber hecho, de los hubiera que nunca sucedieron.

La tarde le cedió paso a la noche y la noche a la madrugada, y yo seguía en la misma posición, con lágrimas corriendo por mi rostro. Muchos decían que los hombres no lloran, pero era eso o emprenderla contra todo lo que tenía a mi alrededor.

Al llegar los primeros rayos del sol me pare de aquel lugar y tome las llaves de mi auto. Había huido de mi vida pasada una vez, podría hacerlo nuevamente. Podría pedirle a Melissa que vendiera todo por mí, que me enviara el dinero a mis cuentas y simplemente buscar una caseta en alguna montaña lejos de la civilización…lejos de toda mujer o niños.
Al abrir la puerta algo colorido llamo mi atención. Cerca de donde Daniel y yo habíamos estado parados el día anterior estaba un pedazo de papel con un borde de paletas de madera colorido.

Curioso, lo tomé en mis manos y le volteé, y nuevamente sentí mi corazón dejar de latir.
Conocía bien los dibujos de Daniel, mi congelador estaba lleno de ellos. En el centro estaba la representación de un hombre, y al lado estaba un niño, grosamente dibujado a crayolas y con grandes sonrisas en sus rostros tomados de la mano. Pero no fue el dibujo en sí que me corto la respiración, pero las palabras que torpemente había escrito Daniel.

Apuntando al niño con un intento de flecha estaba la palabra “yo” y con otra flecha decía, “Mi nevo papá”, y abajo, escrito por su maestra, “Gracias por ser mi nuevo papá. Te quiero.”
Sostuve con ambas manos aquel dibujo, viendo las palabras papá y te quiero una y otra vez. Tuve el impulso de salir corriendo e ir tras mis niños, pero luego recordé las palabras amenazantes de Diana.

Por la siguiente semana mi mente estuvo en esa indecisión. Con la resolución de ir por los chicos corría a mi auto, pero una vez en marcha, o una vez dentro, o a veces sin siquiera llegar a la entrada principal recordaba que no había nada que yo pudiera hacer.

Después de todo, su madre había dejado a un respetable hombre de la comunidad para cuidar de sus hijos durante su ausencia.

Pasaba de la sala a la cocina, de la cocina a mi habitación, pero evitaba el cuarto de los niños como si dentro hubiera una plaga. Era como un zombi que no dejaba de pensar que había hecho mal, o que tal vez me había involucrado demasiado, como Ícaro que había volado demasiado alto y ahora se hundía en un mar de dolor.

O tal vez simplemente debía levantarme, sacudirme el polvo de memorias y seguir adelante sin ver atrás para no convertirme en un tipo de estatua de sal.

Mi confusión incremento el día en que alguien toco a mi puerta…bueno, aporreo mi puerta. Al principio no conteste, no quería ver a nadie ni saber de nadie, pero aquella persona, terca como ninguna otra, casi quiebra la madera por la intensidad con la que tocaba, hasta que escuche su llamado.

“Gabriel Bellucini! ¡Sé que estas en casa y si no quieres que entre por una ventana o algo más te vale que me abras!”

Las palabras de Melissa me hicieron rodar los ojos y cruzarme de brazos como si hubiéramos retrocedido 15 años y en vez de ser un hombre en sus treintas no fuera más que un adolescente asqueado por su hermana mayor.

Silencio reino por un minuto o dos, aunque podía escuchar el cuchicheo de dos personas. Genial, o venía con su esposo o a lo mínimo con Dante. Si es que eran un trio de metidos.
Deje de escuchar los susurros, para escuchar la voz de mi cuñado que le suplicaba a su esposa simplemente me esperaran, que capaz no estaba en casa. “Si tu no vas a la montaña, la montaña viene a ti, amor.” Le escuche decir, “Ayúdame, tal vez pueda entrar por esa ventana.”

Levante una ceja, tratando de pensar porque ventana podría entrar. “Amor…pero como vas a escalar a la segunda planta?” Mi otra ceja subió a acompañar a la otra. No sabía que había dejado una ventana abierta en la segunda planta, pero tampoco me imaginaba a mi hermana de casi 50 años escalar a la segunda planta o parada sobre los flacuchos hombros de mi cuñado. 

Antes de que pudiera hacer una de sus tantas locuras decidí abrir la puerta y me encontré con ella tratando de hacer una maroma digna de una porrista.

Les mire divertido por unos minutos, con Michael tratando de convencer a su mujer de que simplemente esperaran a mi llegada, mientras Melissa trataba de subir sobre sus hombros.

“No es necesario entren por la ventana.” Les dije algo divertido, con brazos cruzados e inclinado sobre el arco de la puerta.

“Gabriel!” Exclamo Melissa, soltando el agarre que tenía sobre los hombros de su esposo haciendo que cayera al suelo boca abajo. “Hermanito hermoso!”

“Melissa.” Salude con una sonrisa, caminando hacia ella ya que la mujer corría hacia mí. “Uff…suelta…apretado…” Murmure, una vez la mujer me tuvo en un abrazo de oso, poniendo mi cara sobre su amplio pecho.

“¡Ay, pero mírate que flaquito estas, cosita!” me dijo, tomando mi cara con ambas manos y volteándome una y otra vez. “Pero todo greñudo, ay, ¡mi niño!”

“Melissa…suelta…” Trate de hablar, aunque tenía los cachetes apretados, haciendo que mi boca simulara la de un pez. “Hermana…”

“Ves!” Le grito a su esposo, quien se sacudía y la miraba con ojos achinados, “¡te dije que mi hermanito me necesitaba!” Le reclamo, suspirando y negando con la cabeza. “No te preocupes, cosita linda, nos quedaremos hasta el fin de semana. Me dirás si no recuerdo cuando los niños eran unos bebes, ¡o cuando tenía que ayudarle a mamá con tu propio traserito!”

Suspire, una vez Melissa entraba en modo madre conmigo no había fuerza que la parara. Después de todo, la mujer me llevaba 16 años.  Más que una hermana en muchas ocasiones había sido una segunda madre.

“Melissa, no es necesario, en serio.”

“Ni lo intentes cuñadito,” Me dijo Michael, dándome una palmadita en la espalda en forma de saludo mientras mirábamos como mi hermana entraba a la casa. Podíamos escuchar su voz hablando de algunos cambios que hacer para hacer la casa más acogedora. Seguramente murmurando por no haber puesto cortinas en las ventanas. “Pero sabes, ahora que te veo…tal vez Meli tenía razón, ¿eh?”

No pude evitar soltar el quejido de mis labios mientras rodaba mis ojos. “Michael, por favor. Tu no.”

El hombre solo me sonrió y se encogió de hombros. “No es mi culpa, niño.”

Tener una hermana mucho mayor que uno tenía sus ventajas y desventajas. Una de ellas era que mi cuñado me seguía viendo como aquel niño tedioso de 10 años que rogaba por ir con ellos a todos lados.

Ayude a Michael a cargas las tres maletas que mi hermana había decido traer para tan solo 4 días de estadía. Entramos a la casa para escuchar cómo se abrían y cerraban todos los cajones de mi cocina. “¡Lo sabía!” Grito, seguramente escuchándonos llegar. “¡Amor, la maleta floreada trae las cosas de cocina que va a necesitar este niño!”

“¡Enseguida, mi vida!” Grito Michael, caminando con dicha maleta hacia la cocina. No dije nada, simplemente suspiré y vi las otras maletas y las deje caer donde estaba viendo de mala forma mi sofá. A este paso debería de comprar un sofá cama, pensé.

Me tire sobre el sofá y tome el mando del televisor, pasando los canales rápidamente para tratar de olvidar los susurros que venían de la cocina. Veinte minutos después Melissa salió de la habitación contigua, usando un delantal y viéndome feliz. “A los niños les gusta la sopa?” Pregunto ilusionada, “Hay una nueva receta que es muy nutritiva y-

“No tengo niños, Melissa.”

“Si, ya sé que solo son tus vecinos, pero Dante-

“Dante no debió decirte ni una mierda!” Grite, airado y dolido, “No hay niños, ¡entiendes! Perdiste tu tiempo, Melissa, ¡tú y Michael perdieron su tiempo en venir porque ya no están!” 

Mi respiración estaba agitada, mientras Melissa me miraba confundida, Michael cruzado de brazos en la entrada de la cocina viéndome como si era un niño travieso y yo…yo intentaba no tirarme a llorar cuando los recuerdos de ese maldito día me asaltaban, el llanto de los niños desgarrándome nuevamente.

Sin esperar respuesta alguna hui del lugar. Pensé en ir a mi habitación, pero sabía que Melissa solo me buscaría pasados unos minutos. Era la primera vez que salía desde lo sucedido y solo pude caminar sin rumbo.

Debí haber caminado al menos un par de horas, ya que me encontré en el parque aquel. Caminé hasta el río y simplemente me senté a la orilla de él. Los patos y otras aves habían emigrado del frio invierno, y seguramente cualquier reptil estaría invernando. Los únicos animales eran uno que otro cuervo y algunas ardillas que merodeaban el lugar en busca de comida.

Estuve sentado en el mismo lugar por horas, pero el frío y la obscuridad me corrieron del lugar, además de que era hora que regresara a casa. Me encontré a Melissa sentada en las gradas del porche. Se miraba tensa, pero al acercarme pude ver como soltó un suspiro en alivio, viéndome con ternura.

“Lo siento.” Me disculpe sinceramente, sentándome a su lado.

“Está bien.” Dijo ella, poniendo su mano sobre mi rodilla, “Tengo que dejar de pensar en ti como mi hermanito chiquito y simplemente como mi hermano adulto.”

Pase mi brazo por sobre sus hombros en un abrazo, mientras ella se apoyaba en mí. “Increíble como solía sentarte en mis rodillas y ahora apenas te llego al hombro.”

“Hubieras querido fuera todavía un chiquillo para jalarme las orejas, ¿no?” Le dije divertido, depositando un beso sobre la coronilla de su cabeza. Ella solo rio, palmeando mi rodilla.

“No necesito que seas un chiquillo para hacer eso.” Me advirtió, para luego separarse de mí. Me observo por un momento, poniendo su mano sobre mi mejilla. “¿Que paso, hermanito?”

Suspire, besando la palma de su mano para luego levantarme. “Pueden dormir en mi habitación, yo dormiré en el sofá.”

El día siguiente nadie dijo nada. Me desperté con el sonido de Melissa haciendo el desayuno. Aunque hablamos de todo no era nada de importancia, simplemente dejábamos pasar el tiempo.

Para la hora de la cena decidí que les invitaría a comer algo, después de todo le debía mucho a esta pareja. Pensaba llevarlos a uno de los tantos restaurantes en el lugar, pero claro, como si del destino se tratara Melissa vio la cafetería de Paula y como si supiera que estaba huyendo de ella decidió que sería bueno comer allí.

Al entrar solo pude sentir alivio al darme cuenta que Paula no estaba. Melissa no paraba de hablar acerca del menú, de los valores nutritivos que algunos platos tenían y que sería un buen lugar para comer en familia.

“Buenas noches, disculpen no les atendimos antes.” Sin levantar mi rostro del menú reconocí la voz, y solo pude cerrar los ojos y tratar de no encogerme.

“Ay, ¡cariño! ¡Pero este lugar es hermoso! Felicita a los dueños.” Le dijo mi hermana feliz.

“Gracias, señora.” Respondió la mujer. “Tratamos de hacer lo mejor.”

“¿Tú les conoces?”

“El restaurante es de mi familia. Mi abuela lo fundo, paso a manos de mi madre y ahora lo manejo yo.”

“Michael, estas escuchando, amor! ¡Es como esas películas románticas donde la chica conoce al chico y es todo hermoso y lleno de amor!”

Ante las palabras de mi hermana Paula rio, y no pude evitar levantar mi mirada ante esto, era la primera vez que la escuchaba reír. Pero al verme, enseguida cambio todo su porte. De amable y risueña paso a seria y disgustada.

“¡Tienes valor en presentarte aquí después de lo que hiciste!” Me grito.

Bufe, viéndola como si de una loca se tratara. “Y que hice supuestamente tú? ¿Evitar ir preso?”

“¡Prometiste cuidarlos!”

“¡No son mis hijos!” Grite de vuelta, no importándome la mirada de todos.

“Allí esta, felicidades!” Me dijo llena de ironía y aplaudiéndome, “Típico macho, ¿no?”

“No te veo a ti haciendo algo por ellos tampoco.” Le espete, levantándome de la mesa.

“Y crees que no he tratado?” Me dijo, acercándose a mí, “Desde que Logan nació he tratado, ¿sí? Pero todo el mundo cree que es por celos, ¡o porque simplemente alguien como Diana es perfecta y linda! ¡Estaba tranquila viéndolos contigo!”

“¡Pues no!” Grite de vuelta, “¡No! ¿Que querías? Ella es su madre, ¡no hay nada que pueda hacer!”

“Debiste hablar con los Gullier! ¡A ellos ni siquiera les gustan los niños! ¡Si hasta se deshicieron de su propio hijo!”

“¿Y porque no lo haces tú? Muy fácil simplemente hacer reclamos al extraño del pueblo, ¿no?”

“Paula, mi amor,” Un hombre se acercó a nosotros, poniéndose al lado de ella y viéndome de pies a cabeza. “Estamos haciendo una escena, y por muy bueno que este el bomboncito aquí…pues como que no es bueno para el negocio, mi vida.”

Paula suspiro, y ambos vimos las miradas de todos atentos a cada palabra haciendo que tanto ella como yo nos sonrojáramos. “Disculpen, ¡sigan comiendo…postre gratis para todos!” Los comensales empezaron a susurrar entre ellos, mientras que Paula se dirigió a mi hermana y cuñado. “Lo siento…de verdad. La casa paga, ordenen lo que gusten.”

“Ay, no, ¡querida!” Empezó Melissa, moviendo la mano como si no fuera nada, “Dile lo que quieras, ¡me has dicho más de lo que paso en estos últimos minutos que lo que he podido sacarle en todo el día!”

“Disculpe, de verdad.” Se disculpó nuevamente, tomando la libreta que había tirado en algún punto sobre nuestra mesa.

“Tranquila, se cómo puede sacarlo de quicio a uno este niño.”

“Eh...sí...” Paula no supo que decir, viéndome un tanto confundida haciéndome suspirar. 

“¿Tus padres?”

“Mi hermana Melissa y cuñado Michael.” Le dije secamente mientras me sentaba nuevamente.

“¡Oh!” Dijo ella, apenándose aún más, “De verdad, pidan lo que quieran, la casa paga.” Y con esas palabras salió casi corriendo hacia la que suponía era la cocina.

“Así que en nueve meses te hiciste de una familia, ¿hmm?”

Fulmine a mi hermana con mi mirada, ella pareció entender ya que volteo a ver el menú con Michael hablando de que la calidad de la comida parecía prometedora.

El resto de la noche paso de esa forma, con platicas sin ninguna importancia. Creí que no se hablaría más del asunto, pero no fue así. Esa noche me encontré parado en el porche observando la casa donde solo apenas unos meses atrás Diana y sus hijos habían habitado.

Tan ensimismado estaba que solo pude dar un salto digno de un gato al sentir una mano en mi hombro. Mi susto paso a alivio cuando vi a mi hermana parada tras mío, usando una de sus batas florales y tendiéndome una taza de leche chocolatada.

“La habitación de los niños es muy linda.” Sus palabras no me sorprendieron. Melissa era muy curiosa, siempre lo había sido. Mi respuesta a su comentario fue tomar un largo sorbo de la bebida caliente. “Gabriel, que paso, ¿hermanito?”

 No dije nada, simplemente observé el cielo por un momento y cualquier cosa que estuviera lejos de la mirada inquisitiva de mi hermana. Pasaron al menos diez minutos en un silencio incómodo, hasta que finalmente decidí ser sincero. “Se los llevo…su madre.” Y con esto, solté todo lo que había pasado, desde cómo habían llegado a mi vida por una ventana rota, hasta el terror que sentí esa noche en el hospital y lo que paso durante todo ese tiempo.

Al terminar, pude ver varias lagrimas escurrirse por las mejillas regordetas de Melissa, que trataba de disimular su tristeza. “Ellos están bien, Meli,” Le dije, pasando mi brazo por sobre sus hombros en un abrazo.

“No, tu sabes que no lo están con ese horrible hombre.” Me dijo, “Y tu tampoco lo estás, corazón.”

“Voy a estar bien.” Le dije, aunque me lo dije más a mí mismo que a ella. Su mirada fue toda mi respuesta, y solo pude suspirar. “Que?”

“Solo que…no entiendo que paso contigo?” me dijo con voz triste, “Siempre peleaste por lo que querías, por lo que pensabas era justo y bueno y ahora…te dejas vencer así nomas. Simplemente…no entiendo, de verdad.”

“Que quieres que te diga?”

“No quiero que me digas nada, Gabriel. Pero piénsalo bien, esos niños te necesitan y tu…simplemente te dejas vencer.”

No dijo nada más y entro a la casa, dejándome solo con mis pensamientos.

El día siguiente nadie dijo nada de lo sucedido. Michael y Melissa hablaban de las actividades que sus hijos hacían y de todo y nada mientras me sentaba a escuchar lo que decían.

No sé cómo me encontré pensando en la plática de la noche anterior y subí a la habitación de los niños. Había uno que otro calcetín en el sueño y algunos colores tirados en una de las mesas, pero fue la cama de Logan que más me llamo la atención.
Escondido bajo su almohada estaba el peluche que creí había botado. Lo tome en mis manos y le observe por un minuto o dos. Melissa tenía razón. No podía simplemente cruzarme de brazos y hacer nada. Me di la vuelta decidido a traer a mis niños y me encontré con Melissa y su gran sonrisa.

“Michael ya tiene el auto listo.”

No recuerdo bien el camino, pero si recuerdo llegar a la granja aquella. El perro ladrando, la vieja saliendo de la casa, todo igual excepto que detrás de la mujer se asomó un muy tímido Daniel, con la carita tristona. Al verme, sin embargo, su cara se ilumino y salió corriendo antes de que pudiera aparcar. En realidad, no recuerdo siquiera haber aparcado. Me tire del auto y abrace aquella cosilla como si fuera el tesoro más grande del mundo.
Pronto se me unió Lautaro al abrazo, sujetándome fuertemente sobre mi cintura, mientras yo le pasaba un brazo por sus hombros, levantándole un poco del suelo. Creo que fue hasta ese momento que me di cuenta cuanta falta me hacían esos pequeños y que tan solo me había sentido.

Una vez puse a Daniel y a Lautaro de vuelta en el piso me di cuenta de que faltaba uno y, levantando mi vista hacia el granero le vi, parado con incertidumbre desde la entrada del granero, viendo al Señor Gullier que se encontraba parado de brazos cruzados.
“Son adorables.” Escuché a Melissa decir, parada a mi lado y dándole un abrazo a Lautaro, aun así, reconocí la mirada en sus ojos. Si estuviéramos en tiempos medievales, tendría una espada o un arco y flecha y estuviera lista para matar a la pareja de viejos que nos observaban.

“Me alegra que viniera.” Me dijo la Señora Gullier en forma de saludo, viendo con enojo a su esposo.

“Claro que vinimos!” Le reto Melissa, viéndose indignada y apretando su agarre en Lautaro, “Espere… ¿le alegra?” Me miro incrédula para luego ver a Michael quien se había parado junto al auto a ser solo un espectador. “Amor, eso dijo, ¿no?”

“Porque no tomamos una taza de café mientras hablamos?”

Bien, o estaba en un universo paralelo o me encontraba en algún programa de bromas.
Diez minutos más tarde me encontraba sentado en la pequeña mesa de comedor de los Gullier mientras mi hermana y la señora intercambiaban una que otra receta. El señor Gullier y yo intentábamos no mirarnos a la cara mientras que Michael luchaba por no verse tan incómodo como evidentemente se sentía.

Habían enviado a los niños a hacer algunos deberes, y aunque al principio se habían rehusado los había terminado convenciendo que sería lo mejor…bueno, a Lautaro y a Daniel, Logan se había mantenido lejano a todo, aun así, estaba seguro que estaban cerca tratando de escuchar lo que pasaba con los adultos.

“Creo que ya es hora de que se vayan.” Dijo de la nada el Señor Gullier.

“¡John!” Exclamo su mujer, antes de que cualquiera de nosotros pudiera decir algo. “Ya lo habíamos discutido.”

“¿Qué quieres que le diga a su madre, Rebecca?” Dijo el hombre molesto, “¡Ella confió en nosotros!”

“¡Por favor! No me veas la cara de tonta. Nunca creí decir esto, pero la loca de Paula tenía razón, esa mujer no está cuerda.”

No sabía que tenía que ver Paula en todo esto…ni que estaba pasando tampoco. Quise intervenir, pero antes de poder hacerlo sentí la mano de Melissa sobre mi rodilla, quien me pedía silenciosamente mi silencio.

“Bueno, ¿pero qué quieres? Necesito la ayuda, mujer.” Siguió su esposo, a lo que a todo esto la señora Gullier se levantó abruptamente y golpeando la mesa, haciendo que nuestras tazas y cucharas resonaran.

“¡Me tienes harta, John! ¡Tú y tu granja me tienen harta! ¡Bien podemos vender todo esto e irnos con nuestro hijo a la ciudad!” Grito ella, “Esta granja da más gastos que otra cosa, ¡y esos chamacos me dan más trabajo que otra cosa! ¿Crees que no me sofoca escuchar sus lloriqueos?”

“Ya te dije que se les iba a pasar. No van a llorar para toda la vida.”

“¿No? Por Dios, ya no estoy para ser madre. Estoy harta de encontrar las cosas salivosas, o verlos lloriqueando, o…o…John, por favor…estos niños solo van a sufrir más con nosotros. ¿Y qué? ¿Piensas pasarte la vida castigándolos por llorar o ser miserables?”

Pude sentir la tensión surgir en mi cuerpo a sus palabras, listo para brincar y liarme a golpes con Gullier, pero este suspiró cansado y por primera vez pude ver la cantidad de años que realmente tenia. Era un hombre de otra época, en sus sesenta años, con poco cabello, muchas arrugas y bastante cansancio.

La pareja se mantuvo callada, retándose mutuamente con la mirada hasta que finalmente la mujer tomo asiento y decidió sorber su café mientras su esposo jugaba con los tirantes de su overol.

No sabía qué hacer ante el silencio incomodo, hasta que vi la mirada de Michael y Melissa dirigida a mí. “Sé que…talvez no es mi lugar ni debería entrometerme, pero…” No sabía que decir, no sabía cómo hablar hasta que vi las tres cabecitas que se asomaban por la puerta, “Su lugar está conmigo.” Dije simplemente, viéndoles, abriéndome por primera vez desde la muerte de Mary. “Sé que no soy su padre ni tengo derecho legal, pero…es lo mejor para ellos.”

La pareja intercambio una mirada, hasta que vi al Señor Gullier suspirar, tomar su gorro y ponérselo nuevamente, haciendo que los tres chiquillos huyeran del lugar. “No lo sé, Señor Bellucini,” Me dijo finalmente, “Talvez sea lo mejor para esos niños, pero su mamá…”

“Amo a esos niños.” Le dije finalmente, esforzándome por no romper en lágrimas, recordando lo que mi abuelo siempre decía. Los hombres no lloran…pero este era un hombre que lo había perdido todo y había encontrado su felicidad y sus ganas de vivir en esos tres picarones. 

A mis palabras les acompaño un silencio algo incómodo, o por lo menos incómodo para mí. Melissa me miraba como si había descubierto la cura a la peor de las enfermedades, Michael como si había resuelto el problema a la hambruna mundial y yo me sentía como si estuviera devuelta en el 6to grado después de dar una presentación.
Esa noche, después de lo que parecía un largo tiempo, acosté a los niños en su cama. Logan todavía no me hablaba, pero como me había dicho Melissa durante la cena, solo debía darle tiempo.

Me quede un buen rato observándolos, sintiendo toda la paz que no había sentido en mucho tiempo. Mi hermana y cuñado todavía dormían en mi habitación, así que baje a la sala y me acomode en el sofá. Me había quedado ya dormido cuando sentí una pequeña manito tocando mi hombro. Desperté en medio de la obscuridad, aunque pude distinguir a Daniel gracias a la luz que entraba por las ventanas.
“¿Puedo dormir contigo?” Me dijo, ladeando su cabecita, su pulgar en su boca y abrazando su peluche.

“¿Aquí?” Le dije, algo divertido, sentándome un poco para verlo mejor. Como toda respuesta el niño se subió al sofá, así que solo lo ayude a sentarse sobre mis piernas. “No te gusta tu cama?” Pregunte divertido, viendo como simplemente se acomodaba para estar acostado sobre mí, su peluche pegado a su pecho y su cara sobre mi estómago.
Viendo que no me diría nada más, simplemente le empecé a sobar su cabello y su espalda. “Puedo hacerte una pregunta?”

Su voz me sorprendió, ya que creí estaba completamente dormido. “Claro que sí, hijo. ¿Que querías preguntar?”

No me respondió por un momento, así que simplemente seguí sobando su cabello y espalda. Suspiro y, apoyando su manito sobre mi estómago se impulsó para poder verme directamente a la cara. “Logan dijo que no era buena idea…pero…puedes ser mi papá? ¿Aunque seas mi papá de mentiras?”

Me quede sin respiración por unos instantes, no podía creer lo que escuchaba. Abrace a Daniel con todas mis fuerzas, besándole la frente mientras trataba de no llorar. “Sería un honor ser tu papá, mi vida.”

Daniel simplemente se aferró a mí, poniendo su dedito nuevamente en su boca, “Gracias, papi.” 






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