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Un hogar peculiar
Autora:hkate
Autora:hkate
Capítulo 1 Nuevo país
En la mañana calurosa de un día de verano, Sebastián, se preparaba para su primer día clases en la universidad McGill.
Hacia 2 semanas que se había mudado junto con su familia a un país nuevo, a una ciudad nueva, y por supuesto a un colegio nuevo.
Su familia estaba integrada por su papá, y por sus dos hermanos menores.
Habían tenido que dejar su país natal, Venezuela, debido a la crisis. Su madre había muerto meses atrás a raíz de la falta de medicamentos que había en ese país.
Los tres con la pena más grande decidieron dejar Venezuela y aventurarse a comenzar cada uno su vida desde cero.
El padre de la familia, Arturo Pernalete, vendió todas sus pertenencias, las dos casas que tenían en la ciudad de Caracas, sus cinco carros y su empresa, una distribuidora de electrodomésticos.
Eran una familia adinerada. Y para su tranquilidad, al llegar al nuevo país, Canadá, ya tenían familiares viviendo allí. El hermano mayor de Arturo se había mudado hacia muchos años. Por lo que se quedarían a vivir con ellos mientras compraban su casa propia.
Los planes del padre de familia eran, al igual que en Venezuela, tener su propio negocio, sin embargo, empezaría a trabajar en la empresa de Mario, su hermano, que gustosamente le había ofrecido trabajo mientras él lograba emprender.
Sebastián era un joven de 19 años de edad, alto, delgado y catire, poseía unos preciosos ojos color azul. Y a raíz de sus atractivos rasgos físicos traía a más de una chica colada por él. Se caracterizaba por ser un excelente estudiante. Él era el hijo de Arturo que más ganas tenia de irse de Venezuela, ya que al igual que sus hermanos sentía que no tenía futuro, a pesar de lo grandioso que pudiera ser ese país, él no quería vivir allí, la fuerte situación por la que estaba atravesando, lo sobrepasaba en todos los sentidos.
Pero en el momento en que su padre de la noche a la mañana le dijo que ya había vendido todo y que la siguiente semana estarían montándose en el avión que los llevaría a una mejor vida, fue reacio ante tal noticia. Actualmente cursaba el 6to semestre de derecho. No podía simplemente abandonar la universidad y empezar desde cero otra vez la carrera.
– Es eso o te quedas aquí en Venezuela –le dictamino Arturo a Sebastián aquel día que les dio la noticia a todos.
– Déjame al menos retirarme bien de la universidad, que me den las notas hasta ahora de los 5 semestres que tengo aprobados, para poder en Canadá hacer la reválida y no perder más de 2 años de carrera.
– No hay tiempo. Solicita esos papeles en la universidad y que después nos los envíen por avión.
Si bien Sebastian se encontraba molesto por tener que empezar nuevamente su carrera universitaria desde cero, porque la universidad McGill al no tener documentos que respaldaran que ya en Venezuela habia estudiado 5 semestres, tenía que empezar desde el comienzo, mientras le llegaba la documentación pertinente para hacer las equivalencias.
En su país natal, Sebastián, estudiaba en la universidad Metropolitana, la mejor de Venezuela, y en Canadá no iba a ser la excepción, su padre lo había inscrito en una de las mejores universidades del país, MacGill ubicada en Montreal, provincia de Quebec. Le quedaba a Sebastián a 20 minutos en carro desde su casa. Se habían mudado cerca, por suerte de él, allí mismo en Montreal.
Sin embargo, esa molestia a Sebastián no le había durado mucho al recorrer por primera vez la universidad en la que estudiaría los próximos 5 años por poco y no se cae para atrás.
La estructura de la universidad era gigantesca, poseía edificios sumamente grandes y antiguos, en la universidad estudiaban alrededor de 250 mil estudiantes y había unos 1700 profesores, contaba con 11 facultades y 11 escuelas profesionales, tales como, medicina, artes, ingeniería, leyes, ciencia entre otras. El campus era enorme y tenia canchas para diferentes deportes, futbol americano, lacrosse, hokie sobre hielo, entre otras. Un mundo totalmente diferente al que estaba acostumbrado en su antigua universidad en Venezuela.
Si bien no se sentia orgulloso de la forma en que habia sido admitido en tan prestigiosa universidad, porque había quedado allí, ya que su tío era amigo del rector de una de las facultades, le hizo el favor de aceptarlo por así decirlo.
Sabía que él era un excelente estudiante, anque no podía evitar sentirse intimidado y con miedo de estudiar allí, ya que el nivel de exigencia era 1000 veces mas alto al de su otra universidad, pero también estaba complacido ya que sabia que seria un gran profesional, estaría recibiendo una de las mejores eduaciones del mundo. De los 30.000 estudiantes que anualmente intentaban aplicar para ser admitidos solo una cuarta parte lograba entrar, sin duda alguna, esta era una gran oportunidad que no pensaba desperdiciar.
Sebastian, por suerte, hacia un año que por hobbie se había dedicado aprender ingles, por lo que estudiar en McGill donde la enseñanza sería totalmente en ese idioma, no iba a ser problema, como tampoco el haberse mudado a una ciudad donde el idioma predilecto era ese, junto con el francés; que ya se habia propuesto como meta apenas llegar a Canada, aprender hablar ese lenguaje al menos en 1 año.
Por otra parte, sus hermanos no contaban con esa suerte, ellos no sabían absolutamente nada del idioma natal de su nuevo país, conocían lo básico que habían aprendido en el liceo años anteriores: Hello, how are you? My name is… por lo que al inicio se les dificultaría muchísimo adaptarse y poder comunicarse. El padre de la familia al igual que Sebastian era bilingüe, a diferencia que el, sabía hablar 4 idiomas, además del español y el inglés, el francés y el italiano también. Era amante a la literatura y a los idiomas.
En el primer día de clases de Sebastián y sus hermanos peleaban como era costumbre en la familia Pernalete a muy tempranas horas de la mañana para ver quien usaba el baño primero.
A raíz de que Arturo habia decidido que en el nuevo país en el que se habían mudado su proriedad serian los estudios de sus hijos y producir dinero para cubrir sus necesidades, por lo que tener su propio negocio sería fundamental para él.
Había decidido comprar una casa modesta, ya no podía vivir con los mismos lujos de antes, la casa era normal como cualquier otra del conjunto residencial donde se habían establecidos, una casa que cualquier persona de clase media podría adquirir. Poseía 2 plantas, en la de arriba se encontraba el baño principal y 3 habitaciones. En la planta de abajo, una amplia y bella cocina, comedor y sala.
Por lo que Sebastian y su hermano menor compartían habitación, habían destinado un cuarto único y exclusivo para su hermana y la habitación principal seria para su padre Arturo, la cual contaba con su propio baño.
– Yo soy mujer Sebastian. Necesito arreglarme. ¡Dejame entrar primero! –dijo eufórica Eleanor la hermana menor de Sebastian al momento que salía como un rayo de su habitación en dirección al baño.
Junto a ella le estaba pisando los talones su hermano mayor, que intentaba en vano agarrarla para detenerla y asi poder el entrar primero.
– ¡No! Tu vas a tardar mucho y no puedo llegar tarde a mi primera clase. –exclamo fervientemente.
Al no percatarse que su hermana ya habia entrado al baño y la misma al momento en que se disponía a cerrar la puerta, Sebastián sin darse cuenta había metido sus cuatro dedos de la mano derecha en la rendija entre la puerta y la pared. Por lo que su hermana al cerrarla utilizando una fuerza mayor al inusual para impedir que su hermano entrara primero, le machuco los dedos.
–¡AAAAHHHH! –se escucho el grito de dolor por toda la casa.
Acto inmediato Eleanor abrió la puerta del baño.
Sebastián al ver su mano liberada, se tiro de rodillas al suelo y agarró su mano lastimada con la otra. Enseguida se le empezaron a salir las lagrimas de dolor y también le comenzaba a salir un hilo bastante grueso de sangre que se extendía por toda su mano y parte de su brazo.
–Perdon, perdón, perdón, hermanito perdón. No era mi intención lastimarte. Déjame ver –dijo Eleanor a su hermano al momento en que se arrodillaba junto a él y le sujetaba con extrema delicadeza la mano lastimada. Se alarmo mucho al ver que la sangre seguía saliendo y no se detenia.
Fabián salió de la habitación que compartía con Sebastian atraído por el grito, se alarmo al igual que Eleanor al ver a su hermano doblado del dolor, lloroso y con la mano ensangrentada.
– ¿Qué paso? -pregunto con preocupación.
– Trae el kit de primero auxilios. ¡Rapido! y llama a papá –le ordeno angustiada su hermana. No dejando de sostener la mano herida de Sebastian.
– Aaaauuu…snif….aaa…me duele –se quejaba lloroso y la vez preocupado de haberse fracturado los dedos.
Fabian entro rápidamente al baño y agarro el kit al momento en que sacaba el alcohol y algodón llegó su padre.
–¿Qué fue ese grito? –inquirió preocupado al ver a sus tres hijos en el piso. Al situarse en frente de Sebastián comprendió la gravedad del asunto.
– Hijo ¿estás bien?
Sebastián negó con la cabeza con pesar.
– Papá fue mi culpa. Perdon. Yo no quise lastimarlo –expreso con angustia Eleanor–. Él y yo estábamos peleando a ver quién entraba de primero en el baño y al yo cerrar la puerta detrás de mí no me di cuenta que Sebas había metido sus dedos en la rendija. Lo siento mucho papá.
Arturo por el momento, lo único que hizo fue negar con la cabeza y ayudar a Sebastian a pararse. Lo metio en la habitación de este para curarle la mano. Fabian y Eleanor lo siguieron.
Al ver que su padre quería echarle alcohol en la herida, Sebastian retiro rápidamente su mano con un movimiento brusco, el cual le produjo aún más dolor.
– No me coloques eso...snif…me va a doler.
– Lo se hijo. Pero debo limpiarte, ver que tan grave fue y comprobar si necesitas que te lleve al medico.
Sebastián con la mayor resistencia le extendió lentamente su mano a su padre. Grito y lloro aún más al sentir el ardor que producía el contacto del alcohol con su herida abierta. Por lo que, Arturo, al ya ver la mano de su hijo totalmente limpia supo que no había fractura, los cuatro dedos se veían en su sitio, pero si en todos había un corte con algo de profundidad además de haber perdido un poco de piel. Vendo a su hijo con una pequeña gasa y la adhirió a su piel con algo de tirro médico. Dándole a Sebastián unas recomendaciones para evitar lastimarse más la mano y para que se recuperara rápidamente.
Al ver que su hijo mayor si bien seguía compungido había constatado que no era nada grave y que se iba a recuperar con los cuidados adecuados. Comenzo el regaño hacia ambos, pero sobre todo la reprimenda iba enfocada hacia su hija.
– Estoy cansado de decirle a los tres que dejen sus peleas absurdas. Me tiene cansado. Son hermanos. ¿Hasta cuando van a seguirse peleando como animales? Ya vieron lo que paso por una estúpida pelea por entrar a un baño. ¿No podían civilizadamente esperar el turno de cada uno? Ahorita pudiéramos estar vía a un hospital si Sebastián se hubiese fracturado los dedos. Gracias a Dios y no pasó nada, pero solo el hecho de que pudo haber ocurrido algo realmente serio me hace pensar que debo castigarlos hasta que cumplan la mayoría de edad, carajo… ¿hasta cuándo?
–Yo no hice nada. Yo estaba en mi habitación cuando estos dos estaban peleando. Salí cuando escuché el grito de Sebastián –salió a su defensa Fabián. El solo hecho de también estar en la habitación le estaba cayendo el regaño de sus hermanos.
– Pero a pesar de que no hayas tenido nada que ver tu siempre te la pasas pelando también con ellos. Así que no te hagas la victima que ese papel no te queda. Escucha que esto también va contigo –dijo con voz cansada Arturo agarrándose el puente de su nariz en señal de frustración–. Yo realmente no sé qué hacer con ustedes–continuo–. Pensé que el cambio de ambiente, de país, de ciudad les caería bien, pero por lo que veo siguen igual, con sus tonterías. Su tio Mario me ha aconsejado que es lo que debería hacer y lo que ustedes les hace falta para comportarse como se debe. Pero me niego a esa posibilidad –expreso en voz baja, caminando dudoso dentro de la habitación como si hiciera un monologo con su conciencia, debatiendo si debía hacer lo que se le estaba pasando por la mente en esos momentos o no–, porque como bien saben de niño mi padre me maltrato mucho, me daban palizas que me dejaban días enteros en la cama si poder levantarme y en ese momento me jure que jamás iba a criar a mis hijos con el mismo método con el que yo fui criado, por lo que me prometí nunca ponerles una mano encima.
Arturo en algún punto de su discurso se había parado frente a sus hijos y los miraba a cada uno fijamente a sus ojos, sobre todo en la parte en que recordó la tormentosa infancia que había tenido.
Por alguna razón, el por primera vez quería zurrar a sus hijos, cosa que nunca antes había hecho, los castigaba si, pero jamás les había pegado, a lo mucho los dejaba sin salir, les quitaba la computadora, celulares o la consola, y quizás por eso es que se comportaban como lo estaban haciendo, prácticamente ni les hacían caso excepto por Sebastián que debe reconocer que el sí siempre lo ha respetado, obedecido y ayudado. Sin embargo, se lo estaba pensando mucho si darle o no unas nalgadas a su hija por la pelea que tuvo con él, que provocó que saliera herido, y con Sebastián no tenía pensado hacer nada ya con lo que le había sucedido en su mano consideraba que había sido suficientemente.
En los minutos que tardó en pensar en si los iba a castigar o no. Pudo observar y oír con claridad como molestaba Fabián a su hermano sin importarle que su padre estuviera presente.
- ¡Lloras como una nenanaza! –expreso en tono burlón.
Fabian odiaba a su hermano la mayoría de tiempo, se la pasaban peleando por una cosa u otra, pero a pesar de todas sus peleas y lo odioso e insoportable y mandón que podía ser su hermano mayor, muy en el fondo lo quería y se había preocupado muchísimo al verlo arrodillado en el piso en esas condiciones. Pero al ver que ya estaba mejor tenía que decirle algo cortante para equilibrar su ser y despejar cualquier señal de que el en realidad si se había asustado y preocupado.
- Cállate idiota
- Marica.
- Imbécil.
Al oír el bonito repertorio de groserías que se decían sus hijos, la idea de no castigarlos se esfumó de inmediato de la mente de Arturo. Por lo que al ya haberles dado la introducción de lo que sería ahora sus vidas. Comenzaría con su hija menor.
Sin darle chance a Eleanor de procesar lo que iba a suceder a continuación, su padre la agarro con algo de fuerza por su antebrazo para no darle oportunidad de que esta se soltase, la volteo sobre sus rodillas, colocándola boca abajo, le bajo el nono piyama de un solo tirón hasta medio muslo y empezó a repartirle nalgadas moderando la fuerza.
Plas plas plas plas plas plas plas
Plas plas plas plas plas plas plas
Su movimiento de la mano era rítmico, le daba una palmada intercambiando de una nalga a la otra.
Plas plas plas plas plas plas plas
– Aaaauuuuu no papá ¿pero qué haces? ¡Estás loco! –reclama Eleanor en un intento en vano de cubrirse su retaguardia, al ver Arturo las intenciones de su hija, apretujo ambos brazos hacia su espalda sosteniéndolos con su mano izquierda mientras con la derecha seguía dándole de nalgadas.
Sebastián al notar lo que estaba haciendo su padre fue tan de gran impacto para el que enseguida paro su llanto y de repente ya no sentía el intenso dolor en su mano. Estaba atónito. Fabián no se quedaba atrás, al igual que su hermano mayor tenía los ojos muy abiertos con las cejas levantadas hacia el cielo en señal de asombro.
Al ver y procesar lo que su padre estaba haciendo y por compasión a su hermana ambos voltearon disimuladamente hacia otra dirección, de repente el hermoso piso era un buen punto para apreciar mientras se desarrollaba la desagradable e inesperada escena.
Plas plas plas plas plas plas plas
Plas plas plas plas plas plas plas
El sonido de la palma de la mano de Arturo contra el trasero de su hija que solo la cubría la delgada tela de sus bragas retumbaba por toda la habitación.
– No papá…snif… suéltame…snif…me duele.
Las primeras lágrimas y sollozos de Eleanor empezaban a resonar y las suplicas hacia su padre no se hicieron esperar.
Su padre hacia lo posible por mantenerse firme ante el castigo que había decido darle a su hija. Pero al escucharla suplicar y sollozar lo estaba matando. Sentía que iba a tener que parar el castigo y que no podría continuar. No estaba acostumbrado a hacer semejante barbaridad. Se mantuvo estoico por un par de minutos más y dio por finalizada las nalgadas.
Plas plas plas plas plas plas plas
Plas plas plas plas plas plas plas
Con suma suavidad levanto a su hija de su regazo, le subió el piyama, y la sentó nuevamente en sus rodillas, pero esta vez boca arriba y apretujándola hacia él, dándole un abrazo intentando calmarla y consolarla. Pero a la vez dándole una advertencia a sus tres hijos.
– Que les quede bien claro a los tres, a partir de hoy las cosas en esta casa cambiaron. De ahora en adelante una falta cometida terminaran como lo acaba de hacer Eleanor. A ti Sebastián, no te doy el mismo castigo de tu hermana porque me parece que ya fue suficiente con lo que te paso en la mano. Espero que esto les sirva de incentivo para no seguirse peleando entre ustedes. Porque sino, así es como los castigare de ahora en adelante.
Los dos jóvenes no salían de su asombro con esas palabras. Eleanor seguía sollozando tapándose la cara e intentando eliminar las lágrimas que se le habían salido.
– No somos unos críos para que nos castigues de esa manera. Al menos no a mí, yo ya soy mayor de edad. Soy un adulto –reprocho un disgustado Sebastián, que no le habían agradado para nada la idea de lo que su padre estaba anunciando. Y también le había apesadumbrado que castigara de esa manera a su hermana delante de ellos. Además de sentirse culpable porque de esa absurda pelea, el había contribuido a que eso pasara.
– Pues a pesar de que seas mayor de edad y lo muy adulto que te creas. Sigues viviendo bajo mi techo, por lo que debes seguir mis reglas. Si no te gusta, las puertas están abiertas para que te independices y empieces tu vida como el adulto que dices ser, pero eso si te advierto, te vas de la casa y deberás pagar tu solo tus gastos y tu universidad. Porque el ser independiente es eso, hacerse cargo de uno mismo y trabajar para ello –espeto Arturo con voz autoritaria.
El ya no sabía cómo padre que más hacer para que sus hijos se comportaran e hicieran caso. Hasta que no pasara una tragedia ellos no iban a parar y ya hoy uno de sus hijos había salido herido por las tonterías entre ellos, lo que no iba a permitir es que pasara a mayores así tuviera que sacrificar en su vida muchas cosas.
Sebastián esas palabras no se las tomo de la mejor manera, lo tomo como si su padre lo estuviera echando de su casa y si no se iba a ir tenía que aguantar las reglas que él le imponía
Fabián y Eleanor al igual que Sebastián malinterpretaron lo dicho por su padre, a pesar de sus tantas peleas no querían que Sebastián se fuera de la casa, y eso tristemente era lo que su papá lo estaba incitando hacer. A pesar de todo ellos amaban a su hermano mayor.
Eleanor al caer en cuenta y asimilar lo que acaba de pasar, se sintió sumamente molesta y avergonzada frente a sus hermanos. Se levantó bruscamente del regazo de su padre y se marchó como un rayo hacia su habitación, sin antes dedicarle unas palabras que calarían profundamente en el corazón de Arturo.
– ¡Te odio papá! Desearía que no fueses mi padre… –la última oración la había dicho en un susurro, pero suficientemente alto para que los presentes que estaban en la habitación escuchasen.
Sin más, se marchó hacia su cuarto con pesar e ira.
Acto seguido la siguieron Sebastián y Fabián.
Al estar saliendo por el umbral de la puerta. Sebastián se volteo y posando intensamente sus ojos dolidos en los de su padre que no le había quitado la mirada de encima, le dijo lo que terminaría de destrozar el corazón y alma de Arturo.
– Empezare a trabajar medio tiempo desde ahorita y apenas pueda me mudo –le aviso con desdén y desprecio. Consideraba injusto la forma en la que lo estaba tratando, ya que, a su parecer, era él, el hijo que más lo ayudaba allí en la casa, con sus hermanos y demás cosas necesarias, incluso antes de que muriera su madre, pero sobre todo empezó a ser de mayor utilidad para su padre fue cuando su madre los dejo. Sebastián se sentía sumamente dolido y traicionado con todo esto.
Arturo en ese momento sintió que había arruinado su relación con sus hijos, deseaba ponerles mano dura, pero ahora dudaba y se estaba arrepintiendo de sus palabras y de sus hechos. Decidió salir de su casa, iría a buscar a su hermano, él era el único que lo podía consolar y ayudar. Total, él también era padre de tres jóvenes y estaba más experimentado en el área de la disciplina que él.
Hola gracias por participar en mi blog ,te doy la bienvenida espero que sea por muchísimo tiempo .
ResponderEliminarEn cuanto al papa fue un poco tosco en la privacidad del castigo .me encanto